sábado, 31 de diciembre de 2011

Encantamiento 55: “El mundo es un sueño y soñaré”.

Por narices tengo que dedicárselo a un duende de las montañas que siempre me ayuda mucho ^^

<<El irregular pitido de una máquina contaba los latidos del niño que reposaba en la cama, cada vez más lentos. A pesar de estar postrado en aquel colchón, en este sueño observaba de pie, junto a la entrada; como un fantasma invisible. Odiaba reconocerme en aquella cara amarillenta y llena de cicatrices. Lo odiaba, lo odiaba; me odiaba. No era justo que algo que yo no me había buscado me hiciera sentir tan mal conmigo mismo.
El Dr. Dande estaba sentado a mi lado, mirándome fijamente con esa media sonrisa que lo hacía parecer simpático. De haber estado consciente, hubiera sentido asco de su mirada como lo hacía ahora que lo miraba desde fuera. Que se fuera…
Las puertas se abrieron y una enfermera entró acompañada por otra mujer vestida de calle. El doctor miró fijamente a esta última. Algo anodina pero alta, vestía una gabardina rosa claro muy ochentera, mayas de topos con botines blancos y gafas grandes y redondas de mosca.
-Dr. Dande, ha venido a verlo… -empezó la enfermera.
-CAMILA LENCE; MAGISTRAL ADIVINA AL SERVICIO ÚNICO Y EXCLUSIVO DE NUESTRO SEÑOR DESTINO –la interrumpió sin remordimientos, quitándose las gafas y aireando su melena blanca con la que le propinó un buen latigazo a la enfermera. Le dedicó esa sonrisa dibujada al Dr. Mi yo externo se sorprendió de verla allí (¡¡¿C.Lence se llama Camila; EN SERIO, DE VERDAD?!!). No había cambiado un ápice (ni siquiera sus entraditas teatrales), ni una sola arruga, salvo unas pocas puntas castañas al final de su cabellera. Echó una mirada al crío enfermo, o sea, a mí-. Debe liberarlo.
El doctor se enfurruñó; a casi nadie le hacía mucha gracia que C.Lence pululara a su alrededor dando órdenes (y cuando no, te manda a la muerte con una sonrisa, la muy…).
-¿Cómo osas…? Lo que propones no es factible ahora que por fin estoy a punto de curar a este niño.
-¿Curarlo? Se muere. Usted es el médico, sus gráficos deberían de habérselo advertido hace mucho –zas, en toda la boca.
-Es normal que el cuerpo se resienta un poco –intentó excusarse burdamente-, pero los resultados…
C.Lence se acercó sin hacerle el más mínimo caso a la cama y apretó un par de botones del monitor al azar. Las constante cesaron de golpe y un largo pitido inundó la habitación. Él gritó saltando de su sitio y empujó a un lado a la adivina para volver a ponerlo todo como antes; el arrítmico sonido se reconstituyó.
-¡¡Loca, podrías haberlo matado!!
-¿Yo? Eres quién lo ha dejado en ese estado –suprimió en el acto el trato de respecto; ella tampoco parecía considerar que como un necio que era lo mereciese-. La Luz es un arma peligrosa. Hasta ahora crees –C.Lence usó el término correcto, sabía que él estaba errando con sus diagnósticos; debía de ser la única- que has estado matando solo a su oscuridad, pero también haces perecer su otra parte. Y los Guardianes deben proteger la vida humana igual que a los suyos, ¿cierto?
-¡Sabes que sí, adivina! –seguía sin mostrase muy dispuesto a dejar amedrentarse ante la adivina y su Destino.
-Ya no ves magia en él –volvió a usar las palabras exactas-, déjalo marchar –lo persuadió con tono seco.
-NO. ¿Y si reaparece? Además, su caso es excepcional, ¡podríamos aprender mucho de él y…!
-No… reaparecerá –C.Lence mintió descaradamente. Me fijé en que apretaba los puños, un dato interesante. Los adivinos no estaban obligados físicamente a decir siempre la verdad como los vampiros, pero la profesión exigía un grado de sacrificio para conseguir credibilidad; si eran mentirosos estaban cavando su propia tumba.
Él se quedó en silencio mirando los controles varios minutos, sin que nadie en la habitación hiciera el más mínimo movimiento. Cavilando.
-De acuerdo… Si en dos meses no hay señales de sucia magia demoniaca en él… le daré el alta. Vete de mis laboratorios –y sin embargo fue él el primero en marcharse de la habitación. La enfermera esperó fuera.
C.Lence se acercó a la cama y me miró fijamente, inclinándose hasta que sus cabellos se deslizaron sobre mi frente.
-Hola, pequeño hibrido –susurró con una pequeña sonrisa. Pasó su dedo a lo largo de una fea cicatriz que comenzaba en mi parpado y bajaba hasta la clavícula. Su expresión se mantenía tan artificial como en la actualidad, sin dejar ver  si le divertía o entristecía verme así-. Asegúrate de no morir; aún debes sufrir mucho. Pero ese sufrimiento es necesario, espero que lo entiendas, todavía has de traer un poco más de caos a este mundo. Es tu Destino, la única razón de tu existencia... -Se separó- No hace falta que me des las gracias, el Destino es el que desea que vivas, no yo. –Dio un pequeño toqué en mi nariz-. Dulces pesadillas, pequeño medio Guardián.
Una voz empezó a llamarme. C.Lence no se inmutó.
La escena empezó a desdibujarse dando lugar a un único hexágono con puertas. Mi sueño se había diluido, pasando a un infinito cada vez más blanco y dejándome solo ante aquella puerta violeta que flotaba sobre la nada, oscilando levemente. Supe en el acto reconocer la magia que despedía. Una invitación para que me fuera de aquel sueño, ¿pero a dónde?
C.Lence ya se marchaba a mis espaldas.
Era raro, pero la curiosidad era más fuerte. La abrí.
Una luz se terminó de tragar mis recuerdos.
Cuando reabrí los ojos, estaba en un sitio completamente distinto. No hacía falta ser un genio para darse cuenta de que esto ya no pertenecía a mis memorias, pues yo no había estado nunca en un sitio lejanamente parecido.
Desde las grandes ventanas se veían las montañas en las que estaba, casi podía oler la humedad de las nubes colarse dentro. Las paredes y el techo estaban hechos con vigas de madera y argamasa pintas de rojo, amarillo y blanco. El suelo de tatami crujía bajo mis pies. Sobre mi cabeza colgaban platillos de incienso cuyo humo emborrachaba la atmosfera y unos cuantos retablos que parecían contar la historia de una deidad floral junto a unos escasos adornos dorados, entre ellos un gong, como único atrezo. Parecía un templo chino o eso supuse por su forma.
No estaba solo…
-Accediste a venir…
Me giré sin prisas, en cierta manera sorprendido. La hermosa mujer frunció sus carnosos labios pero sonriéndome con la mirada. ¿Nicole? ¿Qué hacía yo soñando con la Cucaracha? Pero no, no era ella. Fruncí el ceño. La curiosidad me inquietaba. Se la notaba muy diferente aunque no acertaba a ver el qué; tal vez era su aura o su actitud.
-¿Flor? –intenté adivinar.
Alzó las cejas por la sorpresa. -¿Cómo pudiste reconocerme?
Me encogí de hombros (lo dije por decir… menuda potra, que bien he quedado). –Tampoco importa. ¿Qué es esto? -Abarqué con la mirada todo el templo.
-Mis recuerdos, los míos –remarcó como intentando excluir a Nicole de aquello. Sí que parecía un edificio de otra época, demasiado nuevecito para estar en la actualidad. Flor se sentó en el pequeño altar que había en el centro de la habitación-. Aquí es donde los humanos venían a adorarme cuando aún se me tomaba en serio ciertamente se movía como por su casa; no me gustaba la idea de estar en el territorio de otro.
Mis preguntas no habían terminado: -¿Cómo has conseguido contactar con  mis sueños?
-Aquella gitana nos dio el hechizo para hacerlo.
(Toca lección, mis queridos estuante-lectores, ¡oh yeah, sí señor!:) Los Demonios de la Locura eran de las pocas especies demoniacas que podían introducirse en los sueños de otros y modificarlos (y crear pesadillas con los que enloquecer a sus víctimas), pero antiguamente podía hacerlo cualquiera que supiera el hechizo correcto (uno muuuuuuy complicado, todo sea dicho). Hasta que llego una epidemia y dos guerras que extinguieron a la raza creadora y distribuidora del hechizo y este se perdió en el olvido; por lo que, lo de los sueños solo está, hoy día, disponible para aquellos con la capacidad innata. ¡Y resulta que la gitana tenía uno de los pocos pergaminos que quedan en este mundo y se lo dio a la Cucaracha; ese papelejo cuesta millones, MILLONES!
Bueno, Alec, cálmate… que lo importante ahora es saber para qué coño te ha llamado la plantucha.
La miré de soslayo. Tenía práctica con la Cucaracha, pero Flor era una completa desconocida para mí; un nuevo enemigo a estudiar. Mentiría si dijera que la idea me emocionaba. Ella me observaba descaradamente, ni siquiera se inmutó cuando me di cuenta de ello. No fue hasta ese momento que no me fijé en mi propio aspecto: iba descalzo y llevaba una camisa de fuerza hecha girones, sucio de tierra y sangre y con el pelo lleno de nieve y las manos convertidas en garras. Debía parecer un psicópata en toda regla, pues adivinaba el sabor de mi sangre en los labios (sí que es realista esta conexión, se puede hasta saborear). En cambio ella seguía usando el cuerpo de Nicole; pero en lugar de una seria minifalda y una blusa, con un kimono que le dejaba a propósito un hombro descubierto, dándole un aire despreocupado sin dejar de ser por ello elegante; Nicole se hubiera visto realmente atractiva así en la realidad (¿habría decidido aparecérseme así por eso?).
La curiosidad me pudo y decidí que un ataque preventivo sería lo más oportuno para obtener información: -¿Por qué usas el aspecto de Nicole? –si ella había seleccionado lugar, al igual que su atuendo, también podría haber elegido la apariencia física que hubiera deseado. ¿Acaso deseaba la de Nicole?
Me apartó la cara malhumorada y haciendo que la nube de rizos botara sobre sus hombros, calcado a Nicole. –Eso no es de tu incumbencia –esperé en silencio unos segundos hasta que finalmente accedió a contestar (¿perro ladrador poco mordedor?)-: Nunca he tenido cuerpo propio y no me apetecía volver a ser un vegetal –pero eso no respondía el por qué no había elegido a cualquier otro. Mejor sería no atosigarla la primera vez que hablábamos.
-¿Y dónde está ella? –caminé en su dirección.
Frunció el ceño. -Dormida –me contestó de forma cortante. Flor estaba resultando muy condescendiente-. Seguimos siendo mentes separadas, ¿recuerdas?
Era fácil descubrir que su unión con la Cucaracha no la agradaba lo más mínimo. Pero al mismo estaba intentando emularla, ¿simple hipocresía?
-Lo sé. Perdona si aún no me he estudiado el manual de “desdoblamiento inducido de la personalidad en seres mágicos”.
-Te perdonaré… -¿va en serio? Me aguanté otro comentario sarcástico (me da que no lo pillará o se lo pasará por el forro, una de dos).
-Bueno… tú dirás. ¿Para qué se requiere mi presencia?
Flor se levantó enérgicamente.
-Necesitamos tu ayuda –pareció que le costaba admitirlo. Alcé las cejas para preguntar a qué diablos se refería (que yo no era adivino). Flor cerró los ojos y alzó las manos al comprender. Las paredes del templo temblaron, las vigas de madera se convirtieron en bloques de piedra y las ventanas en barrotes de metal. De repente eché de menos el hedor a incienso, era preferible. Alcé la cabeza para contemplar en su amplitud la celda que Flor me mostraba, oscura y pequeña. Supe en el acto que estábamos bajo el subsuelo en cuanto la humedad del aire me erizó la piel.
-¿Os han encerrado? –concluí. Flor asintió con seriedad.
-Huimos de Kensington’s House poco después de tu marcha, aprovechando el revuelo que se montó –eso me sorprendió, cómo es que habían huido. ¿Tanto lo odiaban (vale que Robert les pareciera un capullo y no pudieran soportar a su “suegra”… pero Nicole era una de esas buenas chicas que nunca huirían de casa por temor a hacer daño a los que dejara atrás, incluso aunque le cayeran fatal)? –Pero tuvimos… un altercado con unos vampiros…  por culpa de un asqueroso troll -vaya, vaya, así que un troll les había tirado los tejos, Flor se había cabreado con él (espectáculo de gritos y convulsiones debido a la lucha por el control entre las dos asegurado) y después se les pusieron chulitas a unos vampiros que intentaron separarlas (como si lo viera)-. Ahora estamos atrapadas en este repugnante lugar –me tomó la mano. Sus ojos me parecían mucho más felinos y afilados, con un brillo amarillento; sin duda no era Nicole la que me miraba-. No nos abundan los contactos a quién llamar… -intentó bromear. Eso, en código orgulloso, era un claro “por favor, estoy desesperado” (más de una vez yo lo he debido emplear).
-Tch -¿más trabajo? No, gracias. El sueño volvió a emborronarse. Solté su mano.- Si me disculpáis, he de despertar. Un placer hablar contigo al fin, Flor. >>


Y esta es Flor en kimono y con el pelo recogido ^^

domingo, 25 de diciembre de 2011

Encantamiento 54: Llamada desde el más allá.


La nieve había acabado entrando por el agujero de bala en una mis botas; después de varias horas de marcha a través del frondoso bosque era de esperar. No sabía cuánto llevaba corriendo, pero el amanecer ya despuntaba sobre las coníferas y la blanca nieve (de momento, Canadá se parece mucho a la idea que Colyn tiene de ella; ¡he visto caribúes! Ya solo me faltan por ver los osos).
Moverme se había vuelto algo mecánico. Los músculos se movían sin necesidad de pensamiento, solo sintiendo: contracción, extensión. Derecha, izquierda. Adelante, atrás. Era un estado relajante; me ayudaba a no pensar en nada más, pues soy consciente de que le daba muchas vueltas a las cosas y solía acabar mareado y con jaqueca.
Claro está, fui borrando mi rastro para que los estúpidos Guardianes no me siguieran, igual que me había protegido con fuertes barreras para que no usaran oráculos. Así que cuando una carretera volvió a aparecer ante mí, decidí seguirla hasta llegar a un pequeño pueblo.
Me dirigí al primer local veinticuatro horas junto al que habían aparcados varios camiones. Los escasos clientes se me quedaron mirando. Por muy pintoresco que pudiera ser aquel pueblo, yo lo era más. Solo vestía una camiseta, unos vaqueros y las botas, los cuales chorreaban agua, nieve y estaban muy sucios de otras sustancias (sangre, vísceras… puagh, necesito una ducha). Al final me habían crecido carámbanos en las puntas del pelo y cada vez que me movía, los cristales de hielo en la ropa crujían con fuerza. Por no hablar de la pierna en cabestrillo y las vendas que llevaba en la cara y el torso (¡soy Míster Momia Ahogada de los Hielos 2012!).
-¿Me pone algo caliente? –la voz me salió ronca y algo áspera. La camarera asintió aún mirándome de reojo.
-¿Quiere algo en especial?
La boca se me hizo agua con un antojo:- Chocolate caliente con nubes.
Me dejé caer sobre un asiento y me quité una de las botas para rebuscar en su contenido. Cuando mis dedos rozaron una superficie lisa, extraje el objeto. En silencio observé mi distorsionado reflejo en la bola de cristal que le robé a la gitana. Iba siendo hora de avisar a alguien, aunque también podía seguir mi camino solo.
Un cansado suspiro se me escapo sin remedio.
Llegó en momento AJS (Análisis de la Jodida Situación). Después de dejar allí a Lena y Robert (SÍ, ME FUI, LA DEJÉ ALLÍ, ASUMIDLO; NO SE ME DA BIEN ESO DE SER UN PRÍNCIPE AZUL. Y mucho menos quedarme para que me juzguen otra vez a muerte (rebelión, tortura, intento de asesinato…); que me librara de la horca una vez ya fue un gran milagro, con lo mala que es la mía mejor no tentar más a la suerte), intentaron seguirme, pero me perdieron el rastro hacía ya un par de horas. Con las medidas que había tomado no podrían localizarme, de modo que ahora solo debía preocuparme de decidir mi nuevo rumbo.
Le di vueltas a la esfera entre los dedos hasta que me trajeron mi chocolate. Solo me lo paseé por la boca para saborearlo y calentarme un poco, pues mi intestino aún seguía demasiado dañado (Lucifer, ¡hubiera llorado de tener lagrimales de lo delicioso que me supo! De verdad creí que nunca más podría saborearlo).
Tenía que llegar desde Canadá hasta Irlanda (nah, un par de kilómetros y todo un océano de por medio; casi nada) para reunirme con Cristofino y entregarle toda la información. Él me preguntaría por Campbell, recordé, si le decía que la había dejado atrás y en manos de los Guardianes se entristecería (algo nada agradable de ver; os lo creáis o no, Cristofino triste da puro terror). Pero ellos debían estar esperando a que volviera a rescatarla.
De momento lo más oportuno es que siguiera descendiendo por el continente, a ver si me llegaban rumores de qué pasó con Campbell (si la han encerrado en alguna parte o sigue en la casa) y de paso ir buscando un portal o cualquier otro medio para dirigirme a Irlanda.
Le entregué un billete (que saqué de la cartera del-que-se-hace-el-héroe) a la camarera y esta me trajo las vueltas. Al mirar por la ventana vi una cabina telefónica. Recuerdo que me sorprendió que aún existieran hoy en día cuando todo el mundo usa móvil. Y automáticamente hice la asociación de ideas: yo perdí mi móvil aquel Encantamiento en que descubrí el contrabando de almas y Nicole vino a “rescatarme” de los zombis. Me preguntaba donde andaría.
Cogí las monedas y salí directo a la cabina (podía usar la bola de cristal, pero esa camarera ya llamaría a un manicomio de verme hablando con un trozo vidrio). Marqué mi propio número y aguardé medio convencido de que al otro lado me respondería algún zombie, aunque era algo imposible (les falta intelecto hasta para apretar un botón, mucho menos uno tan pequeño).
Siete pitidos, nadie lo iba a coger. Estaba a punto de desistir cuando…
-Buenas y cálidas noches –una voz de mujer se deslizó por la línea. Si aquí está saliendo el Sol…-. Soy Cherry y solo existo para complacerte… –eso no era un zombi. 
-¡NO USES MI TELÉFONO DE LÍNEA CALIENTE! –le espeté a voz en grito, casi completamente fuera de mis casillas. Me desinflé con la misma rapidez que surgió mi enfado. Llevaba demasiado tiempo sin dormir (los tres días que pasé de “visita” no pegué ojo) y ya empezaba a notárseme la mala leche.
-¿Eing?... ¿No eres uno de esos teleoperadores que llama para venderme alguna oferta? –Automáticamente suavizó el tono-: ¿Con quién tengo el placer de hablar pues?
-Con el dueño de ese teléfono.
Se me frunció el ceño. Seguía con su manía de las analogías caninas. -Pues sí… Amy -no era un zombie, pero seguía siendo una no-viva (¿esto se seguiría considerando una llamada con el más allá?).
-¡No jodas que no la palmaste!
-Pues no.
-¡Joder! Un momento, lo más importante: ¿desde cuándo tienes una voz tan sexy?
-Humm -¿en serio, lo más importante es eso? Vivan las prioridades- ¿desde que pase la pubertad?
-¿Ya no tienes quince años?
-No…
-¿Cuántos tienes? Mejor dicho, ¿estás bueno?
No sé porqué automáticamente me miré de arriba abajo. –Psi… -la verdad es que ahora mismo no mucho, parecía un residuo sólido urbano que se había escapado del vertedero-. Qué raro, ¿no has visto los carteles de se busca? –tranquilos, mis queridos lectores, esta estúpida conversación tiene su sentido (creo).
-Espera –se oyó ruido-. Alec, ¿verdad? –ni de mi nombre se acuerda (bueno, la verdad es que yo con los nombres… si no son los apodos que yo me invento, como que no)- ¿Alec es diminutivo de Alexander? A ver… ¿Te llamabas de segundo Dereck?
-Sí –y aún me lo llamo.
-…ME CAGO EN LA PUTA MADRE DE DIOS Y EN EL AVEMARÍA DE LOS COJONES –ahí va toda la religiosidad de una chica de principios del siglo XX tirado por el retrete (cristianos, por favor, taparos los ojos)-. ¿¡Por qué coño no eras así cuando estábamos juntos!? Su madre, ¡estás para violarte!
-Esto… ¿gracias? Supongo que la genética es muy cruel.
-Y tanto, ni punto de comparación.
-Bueno, sí, ¡quiero mi teléfono de vuelta! –joder. Tanto irnos por las ramas con las “prioridades” me ponía nervioso (¡que soy un pirado irascible y peligroso!).
-Y yo te quiero desnudo en mi cama.
Mis humos se bajaron de golpe otra vez. Una de las escasas cualidades de Amy es que siempre hablaba en serio.
-Pues hagamos un intercambio, maldita vampira.


Este es el rasto que deja la Luz en los demonios. Y esa cosa mmulticolor... SPOILER

viernes, 16 de diciembre de 2011

Encantamiento 52, 4ª parte: Olvídame o recuérdame; yo elegiré lo que menos daño me vaya a hacer.


Lena apenas se movía ya cuando la agarré de la cintura y empecé a nadar hacia la superficie.
Una película bailaba a nuestro alrededor. Brillante, rápida; una sucesión de escenas sin espacios entre ellas. Se veía algo borrosa, tal vez por culpa del agua,  pero conforme la mirabas fijamente se hacía más nítida y el ritmo decrecía para poder admirarla (claro, como se está tan a gustito en el agua; unas palomitas y esto es la gloria, ¡vamos!).
Seguí nadando hacia arriba sin descanso, pero aun así no pude evitar echarle un vistazo a las proyecciones que escapaban del medallón mientras lo hacía.
Lo reconocía a la perfección:
<<Era el parque que estaba cerca de mi orfanato. Todo estaba plagado de flores silvestres que aunque el ayuntamiento se empeñaba en arrancar, rebrotaban a los pocos días; yo me encargaba de que así fuera.
Una niña pequeña, con un vestido de princesita y las rodillas llenas de arañazos caminaba entre los árboles llamando a alguien:
-¿¡…le’, alec, Alec!? ¿Dónde estás? -Algo se descolgó por la rama sobre su cabeza. Ella dio un respingo y chilló. -¡Alec, qué susto!
El chico que colgaba bocabajo de la rama hizo un amago de sonrisa bastante penoso, daba más grima que otra cosa. Era delgado y ojeroso, con marcas de moratones por debajo de la camisa del orfanato, demasiado holgada para su cuerpo; solía acabar metido en peleas y recibir castigos aunque él no fuera buscándolo. Destacaban unos grandes ojos de iris verdes oscuros salpicados de motas de verdes más claros y rodeados de densas pestañas negras.
-La sonrisa sigue sin salirte muy natural.
-…Encontré la pelota –fue su única respuesta tendiéndole el balón a ella.
Ella hizo un mohín mirando a las ramas sobre sus cabezas: -¿Cómo puedes pasarte la vida subido a los árboles? Con el miedo que me dan a mí las alturas… -se estremeció-. ¡O cuando te metes en el agua de la fuente en enero; ¿cómo lo haces?! –su voz se convirtió en una mezcla de envidia, admiración y asombro.
Él posó los pies en tierra con bastante facilidad. Se encogió de hombros y no dijo más.>>
La escena dio un pequeño salto:
<<Ellos dos estaban sentados bajo un árbol.
-Mi madre vuelve a estar muy enferma.
-Lena, ella se recuperará.
-¿Cómo lo sabes?
Se encogió de hombros. –Lo sé.
-Huummm –las palabras del niño parecieron levantarle un poco el ánimo-. ¿Sabes? Le hablé de ti. ¡Está muy contenta de que pudiera hacer un amigo! También le hablé de… -se interrumpió y las mejillas se le ruborizaron un poco. Él le prestó atención alzando una caja como invitación para que siguiera-: Bueno… le dije que quería que nosotros… estuviéramos siempre juntos. De mayores, digo.
-¿De… mayores? ¿Cómo… o sea, juntos, juntos?
-¿Qué es eso de “juntos, juntos”?
Fue el momento de él para ruborizarse.
-Ya sabes… -hizo un ademan de explicarse pero no se terminó de aclarar.
-¿Trabajar y esas cosas?
-Sí, “esas cosas”… -se abrazó las rodillas y miró hacia un lado, aún más ruborizado.
-¡Sí, sí, a eso me refiero!
-¿¡En serio!? –Dio un pequeño bote. Sabía perfectamente que en ese momento empezaron sus conjeturas sobre si de verdad hablaban de lo mismo o no; a veces Lena era muy inocente y eso que en principio a los dos los criaron en ámbitos muy religiosos.
Ella asintió.
-Mi mama me dio permiso… -agachó la mirada hacia la pelota que sostenía en su regazo-. Seguro que consigue convencer a mi papa.
-Entonces, ¿de mayores estaremos juntos, juntos? –el rostro se le ensombreció.
-Sí –levantó la vista hacia su amigo y sonrió con timidez-. Juntos, juntos.
Él le tomó una mano, ocultando su cara entre las rodillas.
-No quiero esperar.>>
Las escenas volvieron a cambiar, pero ahora a muchos meses antes de aquello, antes de que nos conociéramos:
<<Lena estaba sentada en la fuente del mismo parque, mirando las hojas de los árboles. Una mujer rubia, muy pálida y ojerosa estaba sentada a su lado. Su madre, y parecía realmente enferma. Yo nunca la había visto, pero después de todo, estos eran los recuerdos de Lena, no los míos.
-Mama… -la niña alzó la vista.
Esta le respondió con una cálida sonrisa. –Dime, mi cielo.
-¿Por qué tuvimos que volver a mudarnos?
-Ya sabes que tu papa tiene un trabajo muy importante y necesita viajar.
-Ya lo sé pero…
-Querías quedarte y hacer amigos –ella ya parecía haber escuchado esa misma historia antes-. Aquí también podrás, seguro –pero sonó como una plegaria.
Lena hizo un infantil mohín. –No, los niños siempre me dicen “la nueva” y no se me acercan.
-Ya dejaras de ser la nueva –le frotó el brazo.
-¡S-si nos mudamos siempre!
Su madre suspiró y la miró como solo una madre podría mirarte, llena de esperanza y ternura.
Lena alzó la cabeza y vio a alguien que paseaba cerca. Era un chico de aproximadamente su edad. Se sorprendió de verlo allí, pues a media mañana se suponía que los niños humanos deberían estar en la escuela.
Su madre también lo vio. –Ya sé, juega con ése, seguro que te diviertes.
-Noooo, seguro que no le caigo bien…
Pero su madre no la escuchaba. Se levantó, tomó la pelota que había traído y, alzándola por encima de su cabeza, la lanzó entre los árboles. Impactó contra la cabeza del chico, quién tropezó y casi se dio de bruces contra el suelo.
-¡Uy! – fui la única disculpa de su madre mientras recuperaba el equilibrio torpemente.
-¡Mama! –gritó alarmada. Su madre tenía la salud muy delicada, no debía de hacer grandes esfuerzos.
-Ale, ahora… recupera la pelota y juega con él –le dio unas cariñosas palmaditas en la espalda, un beso en la frente, se recogió las faldas y salió corriendo, a los cinco metros ya jadeaba horriblemente pero no se paró.
Lena se quedó de piedra, incapaz de creer lo que había visto hacer a su madre.
De repente la pelota roja apareció delante de su cara. Lena retrocedió asustada, pero la pelota se quedó allí quieta. El niño de antes la sujetaba entre ambos a la espera de que la cogiera
-Esto es tuyo –Lena volvió a retroceder. Aquel niño daba miedo; era siniestro. Tenía moratones recientes en la cara, como si acabara de tener una pelea, y el uniforme escolar lleno de remiendos y barro seco. Estaba muy chupado y se le marcaban los huesos bajo la piel, ni morena ni pálida. El pelo negro muy corto. Y sus ojos eran grandes y verdes muy oscuro, pero brillantes. Una expresión osca. Tenía la mirada de un asesino. Todo en él le parecía peligroso. Lena sintió que se le revolvía el estómago. Incluso el aire que lo rodeaba parecía más frío y oscuro, pero eso no era posible; a la luz del día los Monstruos no salían. Y parecía enfadado, seguro que le pegaría por  lo de la pelota.
Lena finalmente se atrevió a coger la pelota.
-Gra-gracias –pero él ya había dado media vuelta y se iba por donde vino. Lena volvió a quedarse paralizada, ¡¿de verdad no la tomaba con ella?!-. ¡E-espera! ¡Espérame, porfi!
Se giró bruscamente. -¿QUÉ? –Lena volvió a retroceder, empezaba a aterrarse, esta no había sido buena idea; se dijo, tendría que haber dejado que se marcharse.
Lena se escondió tras el balón aunque este no la tapaba ni de lejos. -¿¡JUEGAS CONMIGO A LOS EJÉRCITOS MILITARES!?
Él la miró en silencio, esperando a ver si era una broma o iba en serio. Gruñó y siguió su camino.
-¡E-es muy fácil, mis hermanos me enseñaron! Es muy fácil –volvió a repetir-; yo soy el jefe de tu sección, así que tienes que obedecer mis órdenes y morir en mi lugar si me atacan; ¿t-te apetece?
Volvió a girarse otra vez; solamente yo sabía que lo hice porque nunca alguien aparentemente tan inocentemente idiota me había insistido tanto y sentía cierta curiosidad por ver qué pasaba.
-Solo dos personas no es un ejército.
-¡Sí, sí que lo es! Según los amigos de mi papa y mis hermanos los ejércitos no se miden por el número sino por los la cantidad de espíritus que sienten ese sentimiento que los hace ser un combate que… -se perdió; no recordaba cómo era.
-“Los ejércitos no se miden por el número de combatientes sino por la fuerza de su espíritu en el combate” –la corrigió de evidente mala gana.
-¡Sí, eso! –Lo miró con nuevos ojos-. ¡Eres listo! –la gente lista no podía ser mala, ¿no? Como su papa…
Él frunció más el ceño. -¿Por qué no iba a serlo?
-Ah, esto, n-no sé. ¡Lo siento!
Él la miro fijamente con aquellos ojos profundos, bastante hundidos y circundados de ojeras. A Lena se le hizo eterno el escrutinio, se sentía como si le pasaran unos rayos X.
-¿Y quién ataca?
-¿Cómo? -¿no le daba una paliza ni nada?
-Si somos un ejército tendremos que estar luchando contra alguien.
-Puess… ¡LUCHAREMOS CONTRA LOS MONSTRUOS QUE VIVEN EN LA OSCURIDAD! –se emocionó ella sola-. Como mi papa.
-Humm –yo no estaba convencido, la idea no me hacía mucha gracia-. ¿Por qué iba a luchar con ellos? –en ese momento estaba pensando que a mí esos monstruos nunca me habían hecho nada y ya tenía suficientes enemigos.
-Porque son Monstruos. Deben ser eliminados.>>
Salí del agua y tomé una buena bocana de aire gélido. Tiré de Lena hacia la superficie y me la pegué al costado para que con todos sus aspavientos y toses no se me escurriera de nuevo al fondo. El agua estaba embravecida por el viento y las piernas empezaban a entumecérseme, era difícil mantener la cabeza de Lena por encima de la superficie. Me pegó un rodillazo en las costillas, no supe si a posta, que me dieron autenticas ganas de soltarla.
Nadé hacia la orilla, tragando bastante agua por culpa de quién yo me sé, pero llegué. Nos metí un poco entre los árboles para protegernos del viento, pero estaba todo lleno de nieve de modo que no podríamos escapar de las bajas temperaturas.
Las rodillas me fallaron. Puede que el frío no afectara demasiado debido a mis poderes pero estar empapado a siete bajo cero y cansado… pues se nota.
A pesar de que se me habían dormido los miembros, ayudé a Lena para que vomitara parte del agua sujetándola por los hombros. Tiritaba con fuerza y apenas se mantenía por sí sola; pero me alegraba de verla con vida (agh, nuevamente un montón de innecesarios sentimientos contradictorios).
Me agarró con fuerza la pechera de la camisa.
-A-alec – ¿estaba llorando? Levantó la cabeza en mi dirección, tenía el ojo enrojecido y los labios azules-. “Yo me llamo Lena” –me quedé en silencio. Lo repitió:- “Y-yo m-me llamo Le-ena –tembló por el frío.
La miré a los ojos. ¿De verdad quería hacer aquello? Dolía mucho…
Rodeé la mano con la que me sujetaba con la mía.
-“…Alexander Dereck” –contesté con tono frío, también interpretando.
Lena sollozó. -“¿Sin apellido? ¿Te lo llaman todo seguido? ¡Pero eso es”… “muy largo!” –repitió palabra por palabra, igual que la primera vez que nos conocimos-. “¿Y si… te pudo llamar “Alec”? E-es diminutivo de Alexander y acaba en “-ec”. ¿P-puedo?” –la voz se le apagó con otro llanto. Lena me recordaba, recordaba que ella fue la primera en llamarme “Alec”. Me gustaba como sonaba y por eso seguí utilizándolo aunque ya no estuviera Lena. No sabía cómo sentirme exactamente, si eufórico (llevo prácticamente desde que la reencontré deseando este momento), triste (no me va a perdonar lo que le he hecho a su papi querido, es obvio; ya no tengo que preocuparme por si me rechaza, lo hará de todas, todas) o enfadado (justo cuando tenía intención de poner distancia entre los dos y olvidarme ya definitivamente de que existía, va y… agh, ya podría haberlo hecho un par de mesecitos antes todo este enredo, ¿no?).
-Eres mi Alec, mi Alec. Te recuerdo, Dios, eres tú, siempre has sido tú. Yo… yo... a ti... -siguió estremeciéndose, estaba al borde de la hipotermia, los síntomas eran evidentes: tenía la respiración muy rápida y superficial, la piel de gallina, el vello erizado y fuertes escalofríos que la volvían torpe.
Nos miramos a los ojos sin decir nada más. Ella lloraba; nunca me gustaron las lágrimas, no sabía cómo reaccionar ante ellas. Pero ya no me miraba con un odio evidente. Sabía que tendría que hacer cualquier cosa para que ella entrara en calor, un fuego o quitarle esa ropa mojada, pero me sentía como en otro mundo.
Sentí que Robert acababa de descender la presa por la escalera de incendios y venía corriendo hacia nosotros; él se encargaría de cuidarla.
Le aparté la mano que me sujetaba sin mirarle la cara.
-Me alegra volver a verte, Lena.
La adivina había acertado. Lástima que ya hubiera tomado una decisión y trazado mi plan.



viernes, 9 de diciembre de 2011

Encantamiento 52, 3ª parte: Olvídame o recuérdame; yo elegiré lo que menos daño me vaya a hacer.


Dejé atrás al Dr. Dande. De nuevo, me interesaba más conservar mi vida que acabar con la suya. Era mejor aprovechar el tiempo en irme. Sí, claro que sabía que abandonaba una gran e irrepetible oportunidad, pero no lo lamentaba (tampoco es que esté satisfecho, pero bueno).
Me relamí las garras para sentir ese metálico sabor en la lengua, sabía mucho mejor que la mía, desde luego. Las heridas eran realmente graves, con un poco de suerte no podrían salvarlo (le pondré una estampita a la Diosa de la Muerte para que se lo llevé prontito).
La puerta se abrió.
-¡¡Alec!!
Lena (MIERDA, MIERDA, ¡MI PUTA MALA SUERTE! ¡¡Se supone que pertenezco al los demonios “de la suerte” (por lo de Seamair=trébol), pues no veo la buena por ningún lado!!).
Paré en seco, pero no me giré (Agh, si es que dan ganas de suicidarse). La había dejado encerrada e inconsciente en una celda; debían haberla sacado (espero que no hayan encontrado también a Colyn, sería difícil de explicar). Usé una pequeña barrera de radar. Robert también estaba allí y la ayudaba a mantenerse en pie.
-¡Papa! –se separó bruscamente del-que-se-hace-el-héroe y corrió derrapando hasta él-. ¡Papa, ¿estás bien?! ¡Respóndeme, por favor!
Él le contestó con gimoteos. Lena lo abrazó al borde del llanto. La miré por encima del hombro. Solo era capaz de prestar atención a su padre, ajena al resto del universo. No suspires, es mejor así. Y si lo sabes, deja de hacerte sufrir; parece que lo disfrutes y todo (¿desde cuándo soy tan masoquista?).
Robert también se acercaba al trote, espada en ristre y con la idea clara de ensartarme plasmada en la cara. Con un movimiento de muñeca lancé una pequeña barrera que despegó sus pies del suelo y lo tiró varios metros hacia atrás. Frenó después de dar un par de saltos y vueltas. Me miró con los ojos desorbitados; no se esperaba encontrar tanto poder en mí. Qué se joda…
Después de un último vistazo volví a darles la espalda y seguir con mi camino. Con suerte (esa que parece que es siempre mala) una vez recuperara a Campbell no tendría que volver a cruzármelos nunca.
-¿¡A dónde te crees que vas!? –Robert se volvió a levantar al más puro estilo héroe de película americana-. ¡Vuelve!
No le hice el más mínimo caso.
Corrió hacia mí; este tío no aprende. Volví a mandarlo por los aires.
Finalmente suspiré y me giré del todo para encararlo; su estupidez podía conmigo.
-¿Qué? ¿Pretendes matarme? No puedes, desiste ya –le miré a la cara. ¿Por qué estaba tan empecinado, qué conseguía él reteniéndome? ¡Si me odiaba y no hacía más que restregarme que yo no merecía estar con los Guardianes y que debería irme!- ¿Es que me necesitas para que se cumpla esa dichosa profecía en la que tú salvas al mundo, igual que necesitas que Nicole se enamore de ti? –se quedó pálido, incapaz de asimilar que yo supiera todo eso.
-¿Cómo…? -cómo es que yo sabía eso; su cara siempre era un libro abierto.
-Tengo oídos, niño de mama –y tú gritas mucho. Me volví a girar. Tenía que irme ya.
Robert se levantó y corrió. Salté fuera del alcance de su espada. La barandilla de hormigón se desmenuzó. Intentó otra envestido. Le di una patada en la muñeca para apartarlo de mí. Me agaché cuando me quiso rebanarme la cabeza y golpeé sus tobillos para que perdiera el equilibrio y cayera.
Lena chilló cuando el-que-se-hace-el-héroe se desplomó junto a su padre. Solo entonces levantó la mirada del malherido cabronazo. El odio se veía en su ojo y me estrujó el corazón. Mejor así.
Robert volvió a ponerse en pie, debía admirar su resistencia e impetu por muy cansino que me resultara.
-¿Me estaréis persiguiendo siempre? –los fulminé con la mirada. Ese ciego frenesí volvió a acelerarme el corazón, hasta mis colmillos parecían más largos. Obstáculo a eliminar, mejor estrategia: MATAR.
Me lancé contra el-que-se-hace-el-héroe, derrapando sobre su espalda casi veinte metros. Alcé la mano para aplastarle el cráneo de una vez. Él colocó la espada entre nosotros así que retrocedí de un saltó. Mis pies hicieron equilibrio en la barandilla metálica y me enganché con las manos para no caer. Robert volvió a golpear ésta; el hormigón armado no era adversario contra una espada de Luz. La raja se extendió por el suelo. Pero el-que-se-hace-el-héroe no prestó atención a ese detalle y siguió en plan Armagedón.
-¡Vas a romper esto! -¡que tú también estás encima!
Ni caso.
Clavó la espada hasta la mitad en el suelo. Cuando intentó sacarla no pudo.
Nos quedamos en silencio.
Forcejeó, tiró de ella y nada. Las venas del cuello se le hincharon a punto de estallar, poniendose cada vez más rojo y apretando los dientes; tenía cara de estreñido.
Lo siento, pero no pude evitar descojonarme de lo ridículo que se veía. -¡Vaya, vaya, parece que no eres el rey Arturo! JAJAJAJAAJA –empezó a darme falto de la risa, pero no podía parar. Joder, de verdad que echo de menos mi móvil para grabar estas cosas.
Consiguió agrandar la grieta para sacarla. El suelo tembló.
-¡Ey, espera! ¿¡Qué te dije de no romper!? –la espada empezó a emanar su energía de Luz a petición del-que-se-hace-el-héroe, destruyendo los minerales. Mis queridos lectores, hoy veremos y pondremos en práctica la “Ley de Murphy”: si algo puede salir mal, saldrá mal. La extrajo, la grieta se abrió medio metro. Abrí mucho los ojos y automáticamente me abracé a la barandilla y a punto estuve de no romperme la crisma (no, si intentando salvarme me voy a matar). Un gran tajo de la presa se separó e hizo inclinarse al resto debido a la presión del agua-. ¡¡AGH, odio que se derrumben las cosas, joder!!
Lena chilló. Busqué su forma entre la nieve. Estaba en el trozo que caía al embalse, cayendo unos cincuenta metros sobre un agua al borde de la congelación y rodeada de inmensos casquetes de piedra y metal.
-¡¡Lena!!! –el-que-se-hace-el-héroe gritó apoyándose contra la barandilla como si con su voz pudiera hacerla levitar hasta aquí.
-¡¡¡TÚ-E-RES-SUB-NOR-MAL!!! –¡¡A este tío le sobren o le faltan cromosomas!! Apreté los dientes. Yo sí que sabía hacer levitar cosas, pero, rodeada de tanto pedrusco volador, lo más probable es que cuando llegara aquí arriba Lena fuera un colador.
Lo siguiente que pasó no lo pensé lo más mínimo. Cuando el cerebro se me reinició y me di cuenta, acaba de saltar yo también desde la barandilla y mi fuero interno me chillaba “¡quiero subir, quiero subir, ay, ay no, esto está altísimo, mierda, VOOY A MORIIIIIRR!”; TODA UNA GENIALIDAD POR MI PARTE. Me quedé petrificado en la perfecta pose de zambullida profesional y cara de mala leche, sin poder gritar ni nada, y la verdad es que entré en el agua helada con bastante arte (conseguí no parecer aterrado y todo (H)). El golpe contra el agua me reverberó por todo el cuerpo, devolviéndome a la realidad. Grité entonces todos los sentimientos contenidos: era para matarme, pero había salido ileso, yo lo valgo, joder; quería llorar, esto es un milagro y soy imbécil porque me siento culpable; tenía que salvarla, pero mejor que se muera, agh, odiaba que sea tan difícil. Saqué la cabeza para tomar aire y volví a zambullirme. Tenía mucha suerte de que el frío apenas me afectara.
Sentía a Lena hundirse como un saco de patatas, cada vez más a dentro. Estaba allí, pataleando a la desesperada incapaz de librarse de las fuertes corrientes que la zarandeaban de un lado a otro. Era obvio que no sabía nadar. El aire se le escaba en forma de burbujas, pero no había grandes bolsas de sangre de modo que no estaba gravemente herida. Me apresuré aún más en su dirección con amplias brazadas, apoyándome en los casquetes más grandes para impulsarme. Intenté alcanzarle una mano que se me escurrió. Empezaba a faltarme el aire; pues imagínate cómo estará ella que no cierra la boca.
Rocé algo metálico y lo agarré con fuerza. La estrella del medallón me hizo cosquillas en la piel.  Tiré del colgante hasta que conseguí engancharla por un hombro y alzarla. Click.
La tapa se abrió y una fuerte luz de color verde salió de éste. Inundó hasta donde alcanzaba mi vista, se escucharon voces en el agua.
Acababa de abrir el medallón por error.

martes, 6 de diciembre de 2011

Encantamiento 52, 2ª parte: Olvídame o recuérdame; yo elegiré lo que menos daño me vaya a hacer.


La habitación olía a humo y sangre combinada con antisépticos y sudor. Largas lenguas de fuego trepaban por las paredes y calcinaban objetos ya irreconocibles que bien pudieron pertenecer a mesas o a personas.
El viento nocturno me helaba la espalda a través de los boquetes que había hecho en los muros, enredándome copos de nieve en el pelo.
Me subí a un pila de mesas de siete pisos, micrófono en mano y chillando a grito pelado a mí animado público. Me sentía eufórico, tanto poder me enloquecía de manera evidente, pero se sentía demasiado bien cómo para importarme.
-¡Y el siguiente lote: Marcus, el camillero! –Extendí el brazo en su dirección como mostrando un escaparate. Había atado y colgado a todo el personal del techo de la cocina. Una vez empecé a obtener ingentes cantidades de poder de los presos, tumbar a aquella chusma había sido pan comido.
Las diferentes especies mágicas llenas de cicatrices y mutilaciones se agolpaban contra mi pequeño castillo de mesas con la única intención de herir a los gimoteantes humanos y Guardianes. Me encantaba ese espectáculo: las tornas acababan de cambiar y ahora eran los presos los que atormentaban a sus torturadores. La bella ironía de la vida. La sangre, las pe­leas, los gemidos; música celestial para mis oídos. Miedo y estupefacción e ira y frenesí se mezclaban confiriendo al aire cargado de humo un delicioso regusto: Caos. Incluso había atado al Dr. Dande por el puro placer de verlo allí, con el terror plasmado en la cara, aunque tenía intención de reservármelo. Volví a acariciarme los doloridos colmillos al mirarle y me mordí los labios; tenía tantas ganas de poder hacerle todo lo que le tenía planeado…-. ¡Eh, tú, las manos fuera si no vas a pujar! –advertía a un centauro que intentaba clavarle un cuchillo a una de las enfermeras. Una simple mirada mía bastó para hacerlo retroceder; me respetaban, sencillamente porque yo tenía muchísimo más poder. Y el favor que les había hecho decidiendo ofrecerles el trato en lugar de dejarlos morir allí se sentía sin necesidad de comentarlo; me lo debían (aunque lo hubiera hecho por motivos egoístas). Yo era el único que podía manejar al resto si así me placía; la verdad es que se me hacía raro que me trataran como a Cristofino-. ¡Bien, y empezaremos la puja por este humano en… -me lo pensé un poco- MEDIO MILLÓN DE DÓLARES! ¿Quién da más?
Los gritos se multiplicaron y se agolparon aún más cerca de mí para llamar mi atención. Los Guardianes lloraron con más fuerza. Reí macabramente disfrutando como un niño el día de Navidad.
-¡Te daré un castillo que cuesta un millón!
-¡Soy miembro de una sucursal, puedo conseguirte el triple en pocos días!
Reí atolondradamente para suplicio de todos.
-¡Mi hija, te doy a mi hija! –joder, ahí va uno que aprecia demasiado la venganza.
-¡Me ofrezco a mí! –miré a la valquiria que acababa de trepar sobre el centauro de antes. Alcé las cejas-. Soy llamada como Astrid y le ofrezco mi vida, mi servidumbre eterna y mi cuerpo; todo lo que de mí quieras –se inclinó a mis pies y me besó las botas llenas de suciedad. Tenía el pelo muy largo, casi a mitad del muslo, de color rubio platino, y, aunque le habían arrancado la mayoría, aún le quedaban incrustaciones de piedras preciosas en la piel formando una tiara en su frente, bajo los ojos y sobre los hombros y el pecho. La sopesé fríamente: había quedado cenicienta y delgaducha por el cautiverio, pero se notaba que había sido muy atlética hasta hace poco; las piedras preciosas demostraban que debía de haber tenido mucho dinero y en sus ojos había un brillo decidido que me decía que su oferta era totalmente cierta, en todas sus partes. De verdad me daría todo lo que yo quisiera a cambio del humano.
-¿Te violó? –pregunté indiscretamente. Ella apretó las mandíbulas, no hacía falta más respuesta. Podía ser una muy buena aliada en la batalla y las valquirias solían actuar en aquelarre así que también podría contar con sus compañeras-. Bien –saqué un contrato de la bota y con un poco de magia fijé las normas-, firma con tu sangre aquí… y podrás hacerle lo que quieras a cambio de tú hacer lo que yo te diga cuando te lo diga.
No dudó un instante. Le marqué las muñecas y el cuello con heridas que nunca desaparecerías, muestras innegables de que lo que ella me prometió. Corté la cuerda con una cuchillada de energía y el humano cayó contra el suelo aparatosamente antes de que la valquiria se abalanzara sobre él.
-¡Yo quería violarle! –se quejó una súcubo, las cuales se alimentaban del la energía sexual, violando hasta la muerta a sus víctimas.
-¡¡Siguiente!! –alcé los brazos y eché la cabeza hacia atrás al tiempo que una macabra sonrisa me ensombrecía el rostro. La sangre me cosquilleaba llena de magia por las venas     . Que los mataran o lo que fuera que hicieran con ellos me daba exactamente igual, pero me encantaba obtener cosas a cambio. El dinero es poder, el poder te mantiene con vida.
Sentí una perturbación en mis barreras de alerta. Más Guardianes acababan de teletransportarse en los alrededores (aguafiestas). ¿Cómo se habrían enterado de mi minirebelión si este sitio estaba completamente incomunicado? Debió ser algún adivino (más aguafiestas envidiosos, si no los invito a la celebración es por algo, ¿no?).
Resoplé, fruncí el ceño y bajé de mi torre con un par de sencillos y gráciles saltos. Cuando corté todas las cuerdas les faltó tiempo para abalanzarse sobre ellos. Me apresuré a tomar del cuello al Dr. Dande para apartarlo del resto pero me distraje por un momento al ver que un brazo salía disparado muy lejos de su cuerpo y una mujer-araña coja de tres patas casi consigue rebanarle una pierna.
-¡ES M-Í-O! –mi aura creció un metro a mi alrededor helándole completamente las manos y antebrazos. La mujer-araña retrocedió lloriqueando.
-Lo siento, señor Seamair, lo siento mucho, diablo de tierra y el hielo –se alejó arrastrándose para no deshacer la reverencia y fue a calentar sus manos en el charco de sangre que se formaba bajo una arpía y su presa.
Eché un vistacillo a la multitud de cuerpos. Vaya, menuda carnicería había propiciado en medio segundo. Negué para sacarme todas las ensoñaciones.
Ya sentía a un ejército de Guardianes correteando por las entrañas del edificio.
-¡Que nadie pase de esta puerta si no queréis véroslas conmigo! –le lancé una mirada en especial a la valquiria.
-Sí, amo –sus dedos repiquetearon sobre la barra de metal que sostenía-. ¿Debo acompañarlo?
-NO. Cuando necesite tu ayuda, te llamaré –le espeté sin ni siquiera girarme. Estaba mejor solo. La puerta del comedor se cerró detrás de mí a tiempo de escuchar a Marcus gritar sobre que no le metiera eso por ahí (mejor no saberlo).
Los repudiados que había liberado eran un buen número y estaban llenos de odio suicida hacia los Guardianes. Si intentaban alcanzarme, estos los detendrían y me darían tiempo suficiente para escapar.
Mi plan maestro entraba en acción.
***
El viento helado de la noche me cortaba las mejillas. Tenía el puente de la nariz enrojecido y eso que mi piel no tendía nunca a ruborizarse. Aún así, el frío no me incomodaba demasiado. Pero la ventisca me quitaba mucha visibilidad, por lo que cree una pequeña barrera a mi alrededor para desviar el viento.
Él chillaba como podía, retorciéndose de las cadenas que había puesto a su alrededor. Íbamos dejando un rastro de los cortes que tenía por todo el cuerpo. Pero no importaba. Me dirigí por la larga muralla. Aquella base estaba junto a una gran presa, en cuanto terminara lo que quería hacer con él, arrojaría el cuerpo al vació y me perdería.
Le di una patada en la cara cuando juzgue que estaba en un buen sitio para deshacerme del cuerpo. Le quité la mordaza, me apetecía oírlo gritar. Cómo estaba claro, en cuanto pudo me empezó a insultar. Eso ya no me apetecía tanto así que invoqué una de mis garras y le atrapé la lengua. Chilló muy fuerte y vomitó sangre a mis pies.
-¿Qué pasa? ¿No te gusta? –incliné la cabeza a un lado y le hablé con tono inocente como él lo hacía conmigo. Arrojé el músculo sobre el pavimento helado-. Qué raro, pero si esto me lo hacías muy a menudo: te encantaba mutilarme para luego volver a unirme los miembros al cuerpo y ver cómo cicatrizaban. Le tenías una especial afición a los ojos… -posé un dedo en la comisura de sus labios y fui abriéndola hacia arriba. Mis nuevas garras no dejaban de asombrarme de lo afiladas  y fuertes que eran. Le hice un pequeño corte en el parpado, para facilitar el proceso-. Hum, si te saco los ojos ahora, esto acabará muy pronto, y eso sería una lástima ¿no? -Continué ensanchándole la sonrisa por el otro lado-. … Es increíble que siempre consigas mantener esa sonrisa tan agradable incluso con las cosas que haces. ¿No te da asco? A mí me repugna sentirme rodeado de sangre y las vísceras de otros… -incluso ahora. Mataba para sobrevivir, siempre; si había un obstáculo y la mejor manera de quitármelo del camino era matarlo, lo hacía. Casi nunca había disfrutado siendo cruel de esta manera (me gusta atormentar, pero mi estilo es mucho más pasivo y psicológico). Realmente estaba perturbado; el olor de la sangre nunca me había excitado tanto. Quería que sufriera, eso estaba claro; ¿pero me convenía desperdiciar mi tiempo en él? Matarlo ya sería más eficaz y rápido. Me encontraba en una encrucijada: ¿matarlo rápido o muy, muy lento?
Separarme de él tan pronto sería un pecado.
-A ver, a ver… ¿qué cosas te encantaba hacerme también? Oh, la Luz, pero, claro, eso a ti no te afecta. Electricidad… –mire al cielo, no sería difícil provocar un rayo, pero eso podía matarlo instantáneamente. Me mordí el labio. Pensé automáticamente en las quemaduras que dejaban las descargas eléctricas-. Fuego –chasqueé las garras de modo que me repiquetearan los tres dedos seguidos. La fricción provocó unas llamas azules y verdes. Abrió mucho los ojos e intentó alejarse-. No te quejes, voy a calentarte contra este frío. -Le quemé las muñecas y la base del cuello, las orejas. Chilló como un cerdo el día de la matanza y eso que aún no había empezado a abrir. Una de las ventanas del complejo estalló en mil pedazos y un Guardián al que conocía salió despedido de cabeza al embalse. Joder, ya habían llegado a la cocina. Tenía que irme ya. Pero no había terminado… Lo miré a los ojos. Mi cabeza ahora más fría intentaba imponerse al frenesí, pero los instintos asesinos no disminuían. Me gustaba demasiado ver el terror y el dolor en sus ojos. Resoplé de mala gana-. Tampoco es que sea lo más divertido del universo –cerré la mano y las llamas se extinguieron. Me puse en pie dignamente y lo miré desde arriba (¡lo que acabo de decir no me lo creo ni yo! ¿Y si me lo llevo?). Los documentos con la información que le había robado del cerebro al Dr. ya estarían quemados, así que a estas alturas yo debía de ser su único conocedor. Sin esos peligrosos recuerdos y la columna dañada, apenas era un insecto molesto. Aunque consiguiera sobrevivir a las heridas, sufriría una fuerte parálisis-. Con esto me conformo, no vale la pena perder más tiempo.
Y dicho esto le seccione de un rápido tajo la yugular y la arteria femoral.
Prefería que muera lentamente aunque yo no pueda quedarme a verlo.