lunes, 31 de enero de 2011

Encantamiento 15: El héroe y… ¿yo?


Ya me había librado del Convertido psicópata, de las esposas, tenía de nuevo mi magia y como Lena no andaba cerca nada la estaba anulando. Ya solo debía escapar de allí sin meterme en más peleas. Al parecer había recuperado las riendas de mi vida o, al menos, ya me faltaba poco.
Me asomé al palco. Al fondo del vestíbulo estaba la entrada, la recordaba. Podía salir pero había mucha gente luchando en medio. Y no podía sobrevolarlos ni teletransportarme, una pena.
Me subí sin dificultad alguna a la barandilla, apoyando ambos pies en la estrecha superficie; tenía la confianza suficiente para creer que mi equilibrio no me la jugaría. Puede parecer egocéntrico bien mirado, pero en ese preciso instante me sentí poderoso. Revertir la vida cotidiana e imaginar que toda aquella gente a mis pies no era más que escoria a mi lado resultaba agradable. Yo era un ser superior viéndolos luchar entre ellos. Solo duró unos segundos antes de obligarme a volver a la realidad. No era momento para fantasías.
Salté. Un simple impulso hacia delante y mi cuerpo se venció al vacío.
El aire golpeó mi pelo igual que con mi ropa lanzándola con su impulso hacia arriba mientras yo caía los veinte metros del balcón. Atravesar las capas de aire me hizo cosquillas en la piel desnuda. Mis pies dieron contra el suelo con un golpe seco. Casi podría haber seguido andando como si tal cosa de lo fácil que me había resultado. Me levanté con mi elegancia innata. Con un sencillo movimiento aparté el pelo de la cara, todo tan fluido que parecía un solo movimiento. Parecía una de esas escenas de anuncio en las que un actor súper sexy (yo) se movía a cámara lenta para enamorarte.
Pero un Guardián me chafó la puesta en escena al ser lanzado contra la pared pasando a toda velocidad junto a mí, a punto de darme. ¡Qué poco aprecio por la escenografía…!
-¡Tú! –no me di por aludido hasta que vi al-que-se-hace-el-héroe, espada en ristre, correr cortando cabezas de vampiro hacia mí. Me puse un tanto pálido. Ver a alguien acercársete mientras decapita como si nada preocupa un poquito, en realidad bastante.
Mi primer instinto fue correr hacia la salida, un poquito obvio.
El héroe viró perdiendo de vista su tarea aniquila-vampiros. Salió disparado a cortarme el paso con su enorme cuerpo. Maldije entre dientes. Él apuntó la reluciente espada plateada a mi cuello. Pude esquivarlo por muy poco. ¿No se suponía que no debía meterme en más peleas? Pues mira que es lo primero que hago…
-¡Ey, espera! –hice un intento desesperado de distraerlo con una conversación, aunque fuera solo un monólogo.
-Te estás intentando escapar –pues la verdad es que sí.
-No, no, te equivocas… -necesité dos segundos para inventarme una excusa-. ¡Quiero ayudaros a acabar con los vampiros!
Me miró fijamente con sus ojos dorados. Volví a sentirme un poquito molesto con esos ojos. Antes me había mirado igual, pero entonces no brillaban con todo su esplendor. Me estaba mirando como un cazador a su presa, como si yo fuera un premio para colgar en la pared. Odiaba que me mirasen así.
Necesitaba demostrárselo, que no debía atacarme, de alguna forma o estaba claro que me mataría. Estaba deseándolo, no sé porqué no lo había hecho todavía.
Pero no se me ocurría nada coherente.
¡Al cuerno! ¡Imaginación al poder!:
Le mire con fijeza dando a mi cara un tono grave.
-Tengo que hacerlo; tú no lo entenderías –dije claramente dándole profundidad a cada palabra e intentando que mi tono sonara duro y decidido al mismo tiempo que con un deje de dolor, aposta mal reprimido, como si se me escapara sin querer. Yo no iba a apartar la mirada, pero ahora no con mi habitual intención de acongojar a la presa, sino para que diera la impresión de que me reafirmaba a mí mismo en mi propósito. No me iba a dejar vencer ni siquiera por él. Aunque intentara detenerme no lo conseguiría.
No dije nada más. Ahí lo dejo todo. Si él quería montarse la película de que, por ejemplo, yo era una persona mínimamente honorable que quería vengar la muerte de un ser querido a manos de los vampiros… por mí adelante.
El asesinato por ajuste de cuentas/venganza está muy extendido después de todo. Estaba claro que una pequeña parte de él lo entendió y quiso darme cancha libre para mi venganza, como habría querido que hicieran con él, porque como abiertamente se podía ver en su cara nada más montarse la película más lógica (el argumento de libro que he descrito antes), vaciló.
En realidad mi pensamiento no había sido del todo mentira: no iba a parar, no dejaría que nadie acabara conmigo. Mi único propósito era seguir vivo.
Ese pequeño momento fue todo lo que necesité para seguir con el juego. Me lancé contra el-que-se-hace-el-héroe. Soltó una exclamación de furia cuando impacté contra su pecho, desequilibrándolo. Fuimos a dar al suelo cuando un par de flechas se clavaron en la pared, en el lugar dónde estábamos de pie.
-¡Cuidado, casi nos dan! –grité como alarmado para que el héroe (que no parecía muy avispado) se diera cuenta de que acababa de salvarle la vida.
Miró rápidamente las flechas de los vampiros que rezumaron un líquido que agrietó la pared, luego a los vampiros subidos al techo con los arcos todavía en alto. Y, por último, me miró a mí con un gesto desencajado. El muy tonto no se había dado cuenta de nada.
Yo en cambio ya había visto lo que se proponían esos vampiros, los había visto prepararse incluso antes de empezar mi pequeña actuación. Ya lo tenía todo planeado. Solo necesité ese pequeño espacio de duda del héroe y este ataque. Para que podáis entenderme: acababa de salvarlo, reafirmando que estaba de su lado. Por muy tonto que fuese, debía darse cuenta de que podría haberme apartado yo solo y librarme de él. Podría haberlo hecho, sí, y así poder seguir con mi intento de huida. Pero mi nuevo plan era mejor. Era evidente que no lograría salir de allí de una pieza si luchaba con los dos bandos al mismo tiempo, y también que ya me era imposible aliarme con los vampiros después de haber matado a uno de ellos; en resumen: quería aliarme con los Guardianes para que me brindaran seguridad y que ningún vampiro pudiera matarme (para eso tendré que ayudarlos a ganar, qué remedio), hasta que fuera capaz de librarme también de los Guardianes cuando estuvieran ya debilitados por la pelea.
-¡Quita de encima! –me respondió como réplica un poquito azorado. Creo que el haberme caído entre sus piernas y que ahora me apoyara en su pecho lo molestaba demasiado. Qué se estará imaginando éste… Me aparté con toda la dignidad que es posible si te empujan. Decidí que esa no se la apuntaría, de momento…
El héroe se puso en pie. Mirado desde el suelo parecía incluso más impresionante. Sacó un cuchillo del cinturón y lo lanzó contra el vampiro arquero. Obviamente el vampiro fue más rápido y se apartó no sin antes lanzar dos ráfagas de flechas más. Lo vi claro de nuevo; el héroe no podría esquivarlas, eran demasiado rápidas. Otra oportunidad para matarlo, pero también otra oportunidad para mi plan de sobrevivir a largo plazo…
Repté rápidamente hasta ponerme delante de él. Alcé las manos, conduciendo mis energías para que se concentraran y aplastaran en un mismo punto. Una pantalla mágica y casi transparente se formó frente a nosotros. Las flechas explotaron al tocar la pared verdosa. Unas simples cosquillas para mis terminaciones nerviosas que habrían atravesado un chaleco antibalas.
Escuché cómo el-que-se-hace-el-héroe contenía el aire de asombro. Posiblemente nunca hubiera visto algo como esto; incluso gente muy antigua de cientos de años afirmaban no recordar a nadie que hiciera ese tipo de cosas con su magia. Deberíais recordar por vuestro bien, mis queridos lectores, que soy un experto en todo lo referente a hechizos de protección.
-Coge un arma en condiciones –y déjate esos juguetitos con filo que llevas a todas partes, so cacho anticuados. En pleno siglo XXI y pegándose de ostias con espadas… Existe una cosa llamada metralleta que ni siquiera hace falta apuntar de la de balas que suelta, ¿sabéis?- y dispara. Mi barrera solo detiene a lo que viene de fuera –le expliqué para que hasta su cerebro de mosquito lo entendiera.
Gruñó claramente molesto con que le diera órdenes, pero él también debió de darse cuenta de que era lo más sensato. Cogió dos espadas que a mí me parecieron enormes pero que seguramente debían de estar a su escala.
-Levanta –me ordenó.
Miré fijamente las espadas.
-¿Eso entiendes por “arma en condiciones”? ¿Dónde está la metralleta? Con eso no acertarás a los vampiros arqueros en la vida.
-Sí, levanta, iremos dando un rodeo. Quédate cerca, vamos a comprobar esta cosa tuya –su tono no dejaba lugar a réplicas. No me lo pedía, me lo exigía, que es peor. Y encima llamaba “cosa” a mi barrera de magia concentrada; tardé años en lograr que fuera como un verdadero blindaje de tanque. Me ofendía.
Aún así necesitaba que me diera su compromiso:
-Antes tienes que prometerme que no me atacarás ni nada por estilo.
-Vale, vale –me dio largas.
No. Yo necesitaba una promesa valida: -Prométemelo.
El “héroe” resopló pero dijo: -Yo, el Guardián de la Luz Robert Kensington, te prometo por mi alma no herirte intencionadamente hasta que salgamos de aquí –prometer por su propia alma era el máximo grado de compromiso para un Guardián (seguro que os suena), significaba que no podía echarse atrás de ninguna de las maneras. Por eso era clave puntualizar tanto el contrato. No me hizo mucha gracia que solo sirviera hasta que saliéramos de allí (¿qué será exactamente ese “aquí”?) y tampoco se me escapó que había dejado al margen mi libertad, imagino que ese punto no iba a cumplirlo ni de casualidad. Con el mismo tono de asco que usaba conmigo me espetó: -Mueve tu culo de escoria, ya.
-Podrías ser un poco más amable –murmuré un poco porque si no lo decía reventaba.
No lo escuchó o hizo como si no lo escuchara. Ya había empezado con su “rodeo”. La verdad es que muy sorprendido no me sentí cuando lo vi retomar su actividad aniquila-vampiros que yo había interrumpido. Cabezas y miembros saltaban a su camino, muy de vez en cuando nos reteníamos para alguna pequeña peleíta con un vampiro un poco más escurridizo, pero no duraba mucho.
Cuando descubrió que era cierto que podía atacar a todo aquel que quisiera sin recibir daño mientras que cada vez que un vampiro tocaba la barrera, éste recibía fuertes daños como quemaduras o cortes, para el héroe debió de adelantársele la navidad. Parecía un niño la mañana después de Nochebuena. Con su amplia sonrisa no se cortaba un pelo en reírse mientras decapitaba a los indefensos vampiros. Esa sonrisa al matar me recordó tanto a la de mis propios jefes al lograr una jugosa confesión al torturar a enemigos… Un Guardián y un demonio de la mafia no se diferenciaban tanto después de todo. Solo esperaba que después se acuerde de quién fue el Papa Noel que le trajo este regalo.
Y así, el héroe envistiendo contra toda sanguijuela que se le pusiera por delante y yo siguiéndolo a trompicones y con los brazos bien extendidos para mantenerlo dentro de mi barrera, fuimos avanzando. Éramos un equipo un poquito (demasiado) extraño, pero efectivo. Lo sé, ¿el héroe y yo? Es demasiado surrealista para todos.
En poco tiempo atravesamos toda la habitación.
Ya había logrado acostumbrarme a su ritmo y a caminar en calcetines por encima de los cuerpos ensangrentados de los vampiros que iba matando mientras estos se iban degradando en cenizas cuando el héroe se paró en seco. Yo me estampé de lleno contra su espalda y al intentar recular pise un montón bastante grande de cenizas, perdiendo el equilibro y casi cayéndome de culo.
Mi barrera titiló perdiendo fuerza. Solo un segundo que el vampiro con el que el-que-se-hace-el-héroe peleaba aprovechó para golpearme. Se había dado cuenta de que yo era lo único que lo alejaba de la posibilidad de matar al-que-se-hace-el-héroe y con un fuerte puñetazo en la mandíbula supo jugar bien sus cartas. Yo perdí completamente el equilibrio y la barrera se esfumó. Mi barrera no estaba en su mejor momento y por eso pudo atravesarla pero me quedé con el consuelo de que le desintegré la mitad del brazo.

viernes, 28 de enero de 2011

Encantamiento 14:


Mi paciencia tiene un límite. Suele rebasarse más, muchísimo más, de lo que la gente piensa, pero también es verdad que cuando eso pasa me trago las emociones para poder planear mejor mi venganza. Las cosas en caliente no se suelen pensar bien; las emociones pueden hacer que te desvíes de tu verdadero objetivo.
Hasta ahí vamos bien, pero si no hay opciones para planear una buena venganza debido a las circunstancias… Pues habrá que hacerlo de inmediato e improvisando, es obvio. También es importante saber adaptarse.
Intenté pensar cómo acabar de la forma más dolorosa y cruel posible con aquel chupóptero de mi tobillo. Y sobre todo cómo diantres zafarme de él.
Mientras lo pensaba, logré arrastrarme un par de escalones, pero el Convertido se dejo arrastrar conmigo sin soltarse. Cabrón.
Mi fuerza física no funcionaba. No tenía magia. Y tampoco sé me ocurría nada de nada si no lograba hacerme con algún arma o similar.
Pero resulta que la suerte también interviene positivamente para los gafes, ¡aunque sea muy de vez en cuando!, o eso pensé cuando otro cuchillo volador extraviado tuvo la suerte (para mí, claro) de acertar en las costillas del vampiro. ¡He aquí el utensilio hiriente que tanto buscaba!
La sanguijuela gritó de dolor, muy concentrado en lo mucho que dolía un cuchillo atrancado en la tercera costilla y aflojando ligeramente la sujeción de mi pie. Comprobé inconscientemente que realmente estaba extraviado no fuera a ser que alguien lo hubiera mandado en mi dirección y ahora intentara no errar el tiro. Acto seguido, aproveché para golpear con fuerza y tirarlo rodando por las escaleras.
No me quedé a comprobar cómo se retorcía con el cuchillo, aunque me hubiera gustado. Salí disparado escalera arriba tan rápido que apenas me dio tiempo a erguirme. Iba tan paralelo al suelo que no sería raro que tropezara de nuevo.
Al llegar a lo alto del balcón miré apresuradamente todo lo allí expuesto. No tenía mucho tiempo. Hachas, dagas, espadas, mazas… Impactaba un tanto, pero no había tiempo de admirar la exposición de los susodichos utensilios de matanza. Me decidí por un hacha de filo serrado colgada de la pared con una cierta inclinación. Pasé las esposas por encima del filo. Las sujeciones parecían resistentes así que como estaba a cierta altura intenté hacer más fuerza dejando colgar mi peso mientras tiraba en sentido contrario del filo con la cadena.
No funcionaba, apoyé los pies en la pared. Tampoco. Apreté los colmillos con fuerza. La presión en las muñecas empezaba a ser difícil de soportar, a lo mejor se me rompían antes que las cadenas.
El Convertido gritó subiendo las escaleras, estaba algo más que enfadado conmigo. Mierda.
La cadena tembló un poco. Se rompió con un “clanc”. Un fuerte destelló se produjo mientras la Luz encerrada en ese objeto se evaporaba. ¡Lo conse…!; fui a gritar, pero rota la cadena desapareció toda resistencia a que cayera. No tarde mucho en llegar al suelo, la verdad, se me hizo muy rápido. Mi espalda dio a parar contra el suelo con un golpe sordo que reverbero por todo mi cuerpo.
-Ay –fue todo lo que se me ocurrió decir allí tirado con los pies mucho más arriba que la cabeza. Un poco idiota, me doy cuenta. Menos mal que aquí arriba el único que podría verme en tal postura era el Convertido.
¡El Convertido! Alec, ¿qué te pasa hoy que no te concentras? Si normalmente no soy tan… así.
Rodé y me puse en pie de un salto ignorando el daño que me había hecho. El Convertido acababa de subir el último escalón en ese preciso momento. Jadeaba con fuerza a causa de tanto esfuerzo y el aumento enloquecido del hambre. El cuchillo ya no estaba en su costado, enrojecido con el escaso líquido de su cuerpo. Había perdido sangre, la fuente de energía de los vampiros. Perfecto, ahora estaría mucho más débil.
Los aros de las esposas seguían en mis muñecas, pero rotas ya no tenían magia de ninguna clase de Luz. Eran simples objetos.
Sonreí al vampiro. La herida en la palma de mi mano se cerró con un cosquilleo.
Mi propia magia corría ya por mis venas, esa sensación cálida y agradable a la que me había vuelto adicto tanto tiempo atrás. Podía sentirla como una presión o un hormigueo que luchaba por emerger de mi cuerpo, pero el masoquismo de retenerla dentro me gustaba bastante. No era exactamente dolorosa porque en realidad me encantaba. Cuando se producía en tanta cantidad dentro de mí era como un chute de adrenalina, me sentía fuerte, capaz de cualquier cosa. Dejaba de tener miedo.
Un escalofrío de placer me subió por la espalda.
Costaba mantenerla mucho tiempo dentro. Poco a poco mi magia se escurría por cada poro de mi cuerpo, permitiéndome saborearla en toda su magnificencia. Hacía enrarecerse al aire que me rodeaba, que mi pelo se ondulara ligeramente como mecido por un viento extremadamente lento y suave. Sabía que aquello me daba un aspecto un tanto extraño pero me encantaba.
Ahora que mi magia estaba libre era capaz también de comunicarme con mí alrededor; mi magia se entrelazaba con todas las energías que me rodeaban. En esos momentos las sentía incluso tangibles; como si pudiera ver sus formas espectrales haciendo jirones, enredándose hasta que se fusionaban entre ellas y se convertían en extensiones de mí mismo. De ese modo haciéndome uno solo con mi alrededor. Dios, era sencillamente… no sabría decirlo, en realidad es sorprendente que escriba una historia en la que soy incapaz de explicar la mitad de cosas, lo siento.
Pero es que ahora, por ejemplo podía sentir la presión de los pesados pies del Convertido sobre la madera, el aire que movía con su exhalación, la falta de sangre en sus venas como una desagradable succión. Lo cierto es que yo siempre era capaz de sentir lo mismo, pero a lo largo del día tantas sensaciones se volvían en mi contra, convirtiéndose en martillazos a mi sistema nervioso. Por ello me debía obligar a ignorar todas esas sensaciones sobrehumanas, replegar esos lazos con el mundo exterior para que me pasaran inadvertidos. Un poco triste, pero necesario si quería seguir vivo. Lo único bueno de tener que hacer eso era que cuando me permitía sentirlo se volvía incluso más suculento. Más increíble. Como respirar aire fresco después de meses encerrado bajo tierra.
Abrí los ojos que había mantenido hasta ese momento cerrados para enfocar el cuerpo del Convertido.
Ya había disfrutado suficiente del momento. Ahora tocaba ajustar cuentas, y lo más importante, acabar con las amenazas contra mi vida. La más inmediata: el Convertido.
Redirigí casi toda mi energía hacia las manos para que me fuera más fácil manejarla. La presión en las yemas de los dedos aumentó.
Ese maldito Convertido iba a enterarse de todo aquello que yo era capaz de hacer en sus propias carnes. No era consciente de lo que conmigo ocurría, el hambre lo tenía completamente cegado; si no ya hubiera salido corriendo bien lejos. Sus ojos ligeramente rosados se abrían mucho para mirarme. Ya no me veía a mí, solo a un saco de sangre al que hincar el diente.
Mis brazos temblaron por la cantidad de energía que concentraba en mis palmas. Pero aún no, tenía que esperar el momento justo.
El Convertido siguió avanzando a la carrera con los colmillos por delante. Unos escasos cinco metros nos separaban. Cuatro. Tres. Dos…
Levanté la mano en su dirección. El aire a mí alrededor se enrareció, cada vez más frío y espeso, antes de que empujara una fuerte descarga de energía hacia el vampiro. Se sintió como al abrir un grifo, mi magia era el líquido, aunque más espeso que el agua, y yo la cañería. El crujido del hielo acalló su grito de guerra tragándose con él al cuerpo del vampiro.
Tranquilamente observé el cuerpo congelado del Convertido, ya estaba muerto. Había sido tan fácil que casi me decepcionó.
Cogí una de las espadas del expositor asegurándome de no escoger ninguna cargada con Luz (no soy tonto aunque a veces lo parezca). La sujeté con fuerza antes de blandirla contra el cubito de vampiro. El hielo se astilló en miles de pedazos que saltaron por doquier, quebrando por completo la cintura del vampiro y, por tanto, también partiendo a éste por la mitad. La mitad superior del polo de sanguijuela se estampó contra el suelo, terminándose de romper.
Volví a mirar el batiburrillo rojo cristalino sin demasiado interés. Ya nadie podría distinguir el trozo de hielo que contenía su oreja derecha con el que tenía su hígado. La regeneración se había vuelto por completo inviable.
Una pequeña sonrisita se expandió por mi cara. Esto ya era una venganza un poco mejor. 

lunes, 24 de enero de 2011

Encantamiento 13: Yo no soy malo, bueno, sólo un poco.



Mi vida se estaba complicando a un ritmo exponencial. Lo único que esperaba es que, como a los cultivos de bacterias, llegara el punto en que ya nada pudiera irme a peor y las cosas se estabilizaran un poco para dejarme pensar.
Todo empezó con ese estúpido trabajito que me pidieron de invocar a un demonio. Como era mucho dinero, yo obviamente acepté. Pero el demonio resulto ser un Supremo, un jefe de los demonios, e invocarlos está prohibido. Yo no me di cuenta, ¿por qué? Porque resulta que por allí cerca había alguien con un medallón, uno que creé yo mismo y que, para colmo, anulaba mis poderes. Lo dicho, mi instinto estaba siendo anulado por lo que no me di cuenta de que clase de demonio era y seguí con la invocación. Entonces aparecieron los Guardianes, entre ellos esa persona con el medallón y me atraparon. Pero logré escapar y volver a casa. ¡Ah, todo podría haberse arreglado entonces, pero no! Me mandaron a otro trabajito y la cosa ya solo fue a peor: primero me encontré con Lena, la chica de la que estaba perdidamente enamorado en mi infancia y que desapareció durante años. ¡Justo era ella la persona a la que entregué el medallón! Me quede en shock y en lugar de hacer lo más sensato y decir que unos Guardianes se habían infiltrado allí, hice como si nada. Pero sigamos con el trabajillo: mi odiadísima prima Kaila me había tendido una trampa ofreciéndome en bandeja para unos licántropos sedientos de venganza, cuando lo que les había hecho a esos licántropos había sido siguiendo órdenes… Justo cuando iban a matarme volvió Lena y, digamos, que me rescató (porque principalmente su objetivo era matar a los licántropos, la verdad). Yo tuve entonces la oportunidad de escapar y volver a casa, pero, inexplicablemente y siendo muy estúpido, volví para ayudar a Lena y su compañero. Entre los tres pusimos fin a los licántropos, pero en lugar de permitirme marchar en señal de buena voluntad, Lena (que no se acuerda de mí) me puso unas esposas que anulan mi magia en cuanto tuve la guardia baja. Los Guardianes se me llevaron prisionero a su cuartel (el mismo del que me escapé en un principio). Allí descubrí que el jefe de los Guardianes es mi padre (¡viva, reencuentro familiar!). Y lo peor para el final: al parecer ahora mi familia, los Seamair, han puesto precio a mi cabeza porque creen que como ayude a los Guardianes, yo en realidad estoy con ellos. ¡Pero la única verdad es que esos mismos Guardianes con los que supuestamente estoy compinchado me han encerrado en una mazmorra a la espera del juicio en el que me condenaran la muerte!
Y bueno, este es todo el resumen de lo acontecido hasta éste décimo tercer capítulo. Resumirlo no ayuda mucho a que deje de parecerme surrealista, la verdad.
El Convertido medio loco siguió dando vueltas mientras se frotaba las manos imitando a un genio malvado de dibujos animados frente a mi celda. Creo que se había olvidado de su misión de encontrar la Luz.
-A Journalinsten –debía de estar refiriéndose a él mismo- le gustaría tener tan buen precio por su cabeza también.
-Te lo doy encantado –estaba un poquito molesto. ¿Qué yo era un traidor y que trabajaba para los Guardianes? ¡Pero si iban a matarme! Aunque sí que es cierto que yo los salvé… Mierda, mierda, sabía que no tendría que haberlo hecho, lo sabía. Repetírmelo hasta la saciedad no cambiaría nada pero bueno…
-Más de mil dólares ¿o eran menos de trescientos euros? –A mí me daban igual las cifras que canturreaba, entre otras cosas porque cada vez decía una distinta.
Los sonidos de batalla seguían produciéndose fuera en claro contraste con la tranquilidad que se respiraba en mi celda.
Pero este vampiro, después de todo, solo era un Convertido enloquecido. Quizá su locura le había hecho pensar que yo era otra persona o se había confundido con la situación. La esperanza se abrió un pequeño hueco sin permiso. ¡Este vampiro podría estar equivocado!
Tenía que preguntárselo a alguien que estuviera aún en sus cabales y salir de dudas. Pero para eso primero debía salir de la celda.
-Journalista o como te llames –le increpé. Fijo que lo dije mal pero él me prestó atención, que es lo que importa-, ¿me sacarías, porfis?
-Oh, venga, vale… -se acercó a la cerradura-. ¡Un momento, Journalinsten sabe que no debe!
Era demasiado fácil…
Intenté siete cosas más para convencerlo, al principio funcionaban y en una conseguí que agrietara la puerta, pero en el último momento siempre se le despertaba la neurona y recordaba que no me tenía que sacar (pero sigue sin acordarse de que tiene que irse a buscar la Luz en otra parte). Yo ya estaba aburrido. La lógica no funcionaba con este engendro.
Resoplé.
A lo mejor…
-Chupasangres –lo llamé por novena vez- ¿tú has probado alguna vez la sangre caliente?
-¡Sí, me la caliento en el microondas! –dio palmas lleno de entusiasmo. Esto roza lo subnormalitico.
-Me refiero a si alguna vez has bebido directamente de alguna persona –ladeé la cabeza dejando que la camiseta se me descolgara un poco. Los ojos del vampiro se clavaron en mi clavícula expuesta sin siquiera pensarlo. No tiene culpa, es un reflejo automático de su especie.
-N-noooo, no me… dejan -tartamudeó.
-Pero tú quieres, ¿verdad? –comenté con tono meloso acariciándome distraídamente el cuello con los dedos, subiendo y bajando desde la mandíbula hasta el pecho, dibujando el camino de mis venas azuladas. El pobre vampirillo loco empezó a relamerse y frotar las manos con más rapidez y énfasis. Un sudor le caló los brazos y el pecho. Me llevé los dedos a la boca, más concretamente a mis pequeños colmillos. Un pequeño mordisco y mi palma comenzó a relucir con la sangre escarlata.- Humm –murmuré intentando que mi queja de dolor sonara sexy. Me relamí la sangre que me había quedado alrededor de la boca, con lentitud, haciendo que el vampiro se estremeciera. Como era mi sangre no me daba asco; además, en mi profesión (y no me estoy refiriendo a la de camarero precisamente) es mejor quitarse los remilgos cuanto antes.- Tú también quieres probarlo, ¿verdad?
Alcé la mano en su dirección, para incitarlo aun más. Los ojos del desgraciado se abrieron como platos, llenos de deseo. Los escalofríos que subían por su espalda daban la impresión de ir a tirarlo de un momento a otro.
Sonreí con malicia sin reprimirme un ápice. Yo no soy malvado, bueno, solo a veces. Pero si hay que hacerlo al menos que te diviertas, ¿no?
-Ven… no querrás que esta ssssangre se desssperdicie –arrastre más las “s” para darle énfasis al hacer temblar mis hombros. Ya que tengo que hacer esta parodia, lo hago a mi manera. Seguramente este tío ya ni me escucha; estaba completamente embelesado con la sangre que seguía saliendo de mi palma. Una gota cayó al suelo. Y ésa, aprovechando el dicho, fue la gota que colmó el vaso de su paciencia. El Convertido se lanzó contra los barrotes, estando a punto de partirse la cabeza con ellos en busca de mí sangre. Yo obviamente me había puesto en la otra punta para que no me alcanzara; que se lo currara para conseguirla y de paso que me sacara.
-Estás demasiado lejos, con esos barrotes no puedes llegar… pero si los abrieras… -volví a lamerme un poco de sangre.
El vampirillo agarró los barrotes con ambas manos. Estaba más débil que cualquier otro vampiro normal por no haber bebido nunca sangre caliente, la nutritiva, así que no le fue del todo fácil. Tras unos cuantos intentos y varias caras de estreñido logró arrancar el barrote. Siguió con el siguiente y así hasta lograr un espacio suficiente para arrastrarse dentro. Se tropezó al intentar correr hasta mí.
-¡Sangre! ¡Mía! –tuve un flash de Golum del Señor de los Anillos cuando se arrodilló aún jorobado para engancharme la mano. Su lengua fue a tocar mi piel cuando, sin darle tiempo a más, le di una patada con todas mis fuerzas, estampándolo contra la pared. Doy buenas patadas, sin duda, pero dudo que sea capaz de matar a un vampiro solo con eso (a lo mejor un traumatismo o parálisis sí que le provoco, pero se pueden regenerar).
Aproveché su contratiempo y que estaba por los suelos para saltar por el hueco entre los barrotes que tanto le había costado a mi amiguito hacer. Un grito de histeria se oyó a mis espaldas mientras salía a grandes zancadas de la mazmorra. Lo que yo decía, una patada no podía matarlo (aunque es una lástima). Quién fuera Chuck Norris con su patada giratoria…
El edificio al completo se había convertido en un campo de batalla. Me sorprendió ligeramente la cantidad de gente que había. A agroso modo conté unos treinta Guardianes y cuarenta y tantos vampiros solo en el gran vestíbulo.
Un cuchillo volador pasó cerca de mi cuello. Creo que no fue a posta.
Tenía que encontrar una forma de quitarme esas esposas o de salir de la pelea. Lo primero que vi fue unas escaleras que llevaban a una especie de balcón que más parecía un expositor de armas. Algo encontraría que me ayudara.
No lo dudé y corrí esquivando a soldados vampiros y Guardianes enzarzados en sus propias batallitas.
El vampiro medio loco (Journ-no-sé-qué) se lanzó contra mí y me enganchó del pie cuando ya estaba subiendo el primer escalón. Perdí el equilibrio precipitándome hacia delante. Tenía las manos atadas así que sólo pude amortiguar el golpe contra el saliente, demasiado anguloso para mi gusto, con mi mejilla izquierda. ¿¡Pero qué manía tiene la gente de tirarme por los suelos!? Que usen siempre un placaje empieza a ser molesto (entre otras cosas porque siempre me tiran…).
Intenté revolverme y patearle la geta al vampiro. Le acerté varias (en realidad todas) veces en las napias, rompiéndoselas por completo. Pero no se soltó. Cada vez me clavaba sus huesudos dedos en el tobillo con más fuerzas.
Yo intento conservar la calma todo lo posible, hay que pensar las cosas con frialdad o si no es muy difícil que salgan bien. Esa es mi teoría, que suele acertar siempre, por cierto. Calma. Ahora bien… ¡¿qué diantre se ha echado esta maldita sanguijuela en las manos, superglue?! Me estaba desquiciando y cuando yo me desquicio pasan cosas malas…

domingo, 23 de enero de 2011

Encantamiento 12: El Convertido (L)



No me llevaron directamente a mi juicio sino que fui internado en una celda mientras esperaba. Al parecer en estos momentos estaba siendo juzgado un vampiro llamado Neiberak y mi llegada había interrumpido el comienzo de la vista.

Obviamente estaba un poco más que preocupado por mi juicio (y que me mataran o no). No iba a tener abogado de ninguna clase y la verdad es que tenía mis ciertas dudas de que me dejaran hablar. Aún conservaba una pequeña esperanza de que Lena y el otro guardián, Colyn, decidieran testificar contando que les salvé la vida. A parte de eso, no se me ocurría nada más para mi defensa (dudo que se crean que no sabía que al que invocaba era a un demonio Supremo). Pero que absolutamente nada. Podía intentar sacar a colación que era el hijo ilegitimo de su jefe, pero no me tomarían en serio.
Cuando empecé a aburrirme, conté losas de mi celda, luego a jugar a las cinco en raya en ellas, y cuando me aburrí de eso también, a contar los segundos que pasaban. En el segundo 11547 me perdí, así que empecé a pensar otra vez en el juicio, pero ahora en el del vampiro.
Su nombre no me sonaba lo más mínimo. Lo más seguro es que hubiera mordido a alguna chavalita que estaba de fiesta y medio grogui (quizá él la puso en ese estado para morderla), y ésta hubiera muerto. A veces esas cosas pasan, aunque tú no lo quieras. Ya sabéis; te pasas con la sangre que le quitas o resulta tener un cuerpo más débil de lo esperado o se es un bestia sin más… El caso es que los Guardianes consideraban la vida humana por encima de cualquier otra cosa y que su deber era protegerla y condenar a aquellos que la destruyeran (como ellos no matan a nadie…). El vampiro no tenía ninguna esperanza, sería condenado a morir abrasado al sol, tan horrible como suena.
Los vampiros también son demonios pero no del tipo común. Son demonios virus. Igual que los licántropos.

Bien chicos, como esta celda es tremendamente aburrida os voy a dar una clase sobre especies demoníacas. Veréis, los demonios se crean por nacimiento, o por alguna maldición en casos pero que muy extraños. Pero luego están los demonios virus (los ejemplos más conocidos son los vampiros y hombres lobo). Los demonios de pura sangre de estas especies (es decir, aquellos que nacieron siendo, por ejemplo, vampiros), pero solo si son demonios virus, son capaces de convertir a humanos en otros demonios de su misma especie. Estos humanos reciben el muy poco original nombre de Convertidos. Los Convertidos son seres con las mismas características que sus convertidores: fuerza, se queman al sol, chupan sangre, etc. (seguimos hablando del caso de los vampiros). Pero son incapaces de usar magia propia (hechizos y tal), tener descendencia o convertir a otros humanos. También se les priva del conocimiento del demoníaco (la lengua mágica por excelencia que se sabe hablar desde el mismo instante en que uno aprende a pronunciar) ya que los Convertidos nacieron humanos. Esas cualidades se reservan para los convertidores de pura sangre, que además son los amos de los Convertidos mediante un contrato de Sangre ya que normalmente la transformación necesita de un intercambio de sangre entre el pura sangre y el humano Convertido. Para que lo entendáis mejor, podríamos considerar a los Convertidos como una raza menor que debe obedecer a pies juntillas a sus amos pura sangre, hasta que dicho pura sangre muere y pasa a pertenecer a otro pura sangre. Se parece bastante a la esclavitud, pero este mundo es así; solo los poderosos cuentan.
Girond, el licántropo con el que peleé junto a Lena y Colyn, era un pura sangre. Por eso era uno de los jefes de su manada.
Dejé de pensar en todo eso cuando un escándalo, como si algo hubiera implosionado, se oyó fuera. Me erguí hasta sentarme en el suelo polvoriento (tendrían que pasar la aspiradora más a menudo por aquí). ¿Qué era eso? Agucé un poco el oído. Sonaba… como unos gritos de guerra y armas. Soldados.
El estruendo y los gritos siguieron incrementándose a medida que el tiempo pasaba. Una idea se formó rápidamente en mi cabeza: habían invadido el cuartel de los Guardianes. ¿Pero por qué, para qué arriesgarse de esa manera? Lo único que se me ocurría era el vampiro, el que estaban juzgando. Debía ser un pura sangre, sí. Entre los vampiros no hay cosa más valiosa que un pura sangre, no importa sacrificar a mil millones de Convertidos o más a cambio de la vida de un pura sangre, como seguramente estaba ocurriendo ahora mismo. Todo cuadraba tan bien que hasta daba un poco de pena, qué poco original... Solo esperaba que no me dejaran aquí metido cuando lo rescataran. Ingeniármelas para salir sí que sería un reto para mi imaginación. Y sí, en la lucha yo apostaba más por los vampiros, son más fuertes, rápidos y numerosos que los Guardianes por lo que he comprobado, aunque los Guardianes tenían a su favor el uso de la Luz y haber sido entrenados durante toda su vida para matar a demonios. Además, sí ganaban los vampiros no habrá nadie que me juzgue a muerte…
Yo me impacientaba, pero tampoco me atrevía a llamar a nadie. ¿Y si los vampiros eran enemigos de los Seamair y en cuanto me vieran me querrían hacer picadillo?
La puerta que daba a las celdas se abrió. Bueno, no tendría que esperar para saberlo.
Un vampiro entró, fue fácil reconocerlo por ese sutil hedor a muerte que desprenden, muy parecido al olor del algodón de azúcar y mucho caramelo. Entró como encorvado lo que no favorecía ni lo más mínimo a su buena imagen.
Dio un par de vueltecillas, se tropezó tres veces y luego me miró con cara de susto.
-¿Sólo estás tú? –preguntó al detectarme, lo cual le llevó más que un buen rato.
-Sí, tengo esa suerte.
-¿Sabes dónde hay oro o… la cosa esa luminosa? –se apresuró a exigirme.
Alcé una ceja.
-¿Luz? ¿Buscas la Luz? –asintió haciendo que sus greñas oscuras dieran tumbos. ¿Para qué buscaba un vampiro la Luz? En cuanto la tocara se desintegraría. Este tío era muy raro. Lo observé mejor, seguía manteniendo esa postura encorvada y en cuanto intentaba quedarse quieto, se caía hacia el lado izquierdo. No paraba de relamerse los labios y tenía tics nerviosos en los párpados, o eso me pareció ver porque el grasiento pelo le caía sobre la cara solamente atravesado por su nariz aguileña. Y después dicen que todos los vampiros son guapos…
La conversión es un proceso muy duro y doloroso además de complicado. Muchos proyectos a Convertido mueren en él y también están los que sobreviven pero enloquecen. El proceso de conversión los hace perder el juicio, adquiriendo una sed de muerte insaciable. Son como zombies. En estos casos la única opción es la muerte del Convertido, bajo pena de muerte o tortura para el pura sangre que se niegue. El vampiro que tenía delante no había salido bien, estaba claro. ¿Entonces porque se habían sus dueños arriesgado a mantenerlo con vida? Aún parecía medio cuerdo, lo que seguramente quería decir que todavía no había bebido directamente sangre de un ser vivo (es lo que produce la sed de sangre) y por eso no había entrado en frenesí (estado, llamémoslo, asesino-psicópata-adicto). (Yo doy por supuestos muchos términos del mundillo sin reparar en explicaciones, así que si alguien no me capta que lo diga) Le faltaba muy poco para terminar de enloquecer, y además no sobreviviría mucho tiempo alimentándose de sangre fría, lo contrario de chupar la sangre directamente de una persona viva.
Seguía pensando que era muy arriesgado usar un producto defectuoso en sus tropas, seguramente no esperaban que sobreviviera o más bien ese era su plan. Iban a usarlo para que encontrara algo muy peligroso y entonces lo mataran. Mirado de ese modo hasta parece inteligente, si tienes que mandar a alguien a morir mejor usar a alguien que de todas formas vas a tener que matar sí o sí.
Pues yo también pienso sacar tajada: -Hum, sé dónde está, pero no cómo indicarte cómo llegar. Si me liberas te puedo llevar.
Se acercó un poquito para verme.
-¡No! Tú eres un traidor, me han dicho que eres un traidor, no me puedo fiar de ti.
-¿Traidor? Sanguijuela, explícate –le ordené.
-Eres ese hibrido que traicionó a los demonios Seamair con los Guardianes.
-¿¡Cómo!? –me quede en shock durante más de un minuto.
-Sí, sí, traicionaste a tus jefes Seamair porque en realidad para quien trabajabas era pa-para los Guardianes.
¿Pero qué soberana estupidez…?
-¿Quién te ha dicho eso?
-No sé… pero tienen pruebas, te vieron salvar a tus amiguitos Guardianes e irte con ellos a su guarida tan campante. Dicen que ahora te torturaran hasta la muerte por tu traición –soltó con una risita-. La señorita cadena Seamair –Kaila, sin duda- ya ha puesto precio a tu cabeza, uno muy alto, me han dicho.
-Menudo consuelo…

martes, 18 de enero de 2011

Encantamiento 11: Esto no es surrealista, ¡es ser gafe!



¿Por qué me pasaban estas cosas? (Porque soy gafe.) ¿Nadie podía avisarme ni medio minuto antes para que no me quede flipando? (No, porque sino no, no sería gafe.) ¿O al menos que no me sucedieran tan seguido? ¡No ha pasado ni medio día desde que me reencontré con Lena y ahora esto, exactamente lo mismo! Esto no es surrealista, ¡es ser gafe! (¿Lo había dicho antes? Es que quiero que quede bien claro)

Agh. Y lo peor es que todo esto es tan odiosamente repetitivo...
No tenéis ni idea de lo que estoy hablando, ¿verdad? Pues acababa de encontrarme con una persona de mi infancia que estaba completamente convencido de que no volvería a ver, MI PADRE. Ha sido exactamente igual: ha aparecido de sopetón y dónde menos esperaba encontrarlo. Y además he puesto la misma cara de pánfilo que antes, ni eso he conseguido corregirlo.
Esto era horrible. Deseaba desaparecer, esfumarme.
Estaba gafado, sin lugar a dudas. Y mis pensamientos se estan volviendo cada vez más pesimistas por momentos.
Y vosotros os preguntaréis ¿por qué tanto dramón por volver a ver a tu padre? Pues porque yo jamás lo aceptaré como tal. No es que me niegue, es que sencillamente me resulta imposible sólo pensarlo. Ese hombre para mí fue siempre un ser repugnante y lo que sentía hacia él no ha cambiando. Sigo viéndolo como el ogro de mi película.
Supongo que ha llegado el momento de contaros las cosas desde el principio. No me hace mucha gracia, pero si no lo hago, es posible que decidáis dejar una historia que no os cuenta nada interesante. Ya recordaríais que mi madre era un demonio de la casta de los Seamair (unos poderosos demonios condenados a no regresar al Infierno por nunca jamás), pelirroja, de ojos verdes como son los míos y inmensamente hermosa (dicen que mi belleza de rasgos delicados y proporcionales la heredé toda de ella e imaginó que será verdad) como todos los Seamair. También me decían que era una mujer algo inestable y muy astuta aunque, por desgracia, lo único que le importaba era divertirse; las consecuencias eran secundarias. Por no hablar del visible gusto por la sangre y la lucha que siempre mostró. Conducida por esta forma de vida acabó teniendo una relación amorosa secreta con un hombre que no le convenía lo más mínimo. Aquel hombre estaba casado, pero a ella le dio igual incluso aunque no fuera de su misma especie. Se enamoró, y ese hombre no tuvo ningún escrúpulo para engañar a su esposa.
El problema llegó cuando mi madre se quedó embarazada de mí. Se lo contó a este hombre; quizá esperaba que la apoyara y dejara a su esposa, sólo ella lo sabría. Pero él no quiso hacerse responsable y la abandonó.
Sí, que triste… y tal y cual. Pero la cosa no acabo aquí. Esto no fue lo más grave que llego a pasarle, ni de lejos. ¡Mi madre iba a dar a luz a un híbrido! La hibridación entre los demonios es tabú, son capaces de matarte por ello. Yo (un brujo, resultado del cruce entre demonios y humanos), incluso después de haber demostrado mis pericias, mi utilidad y todo lo que era capaz de hacer (que no es por echarme flores (bueno, un poquito sí), pero no eran pocas), seguía teniendo muchos problemas para que mis propios familiares, la misma sangre de mi sangre, me trataran mejor que un escarabajo por no ser de pura sangre. El caso es que la familia de mi madre, los Seamair, la repudió también, aunque por suerte le permitió que siguiera con vida con una condición, o más bien una maldición: ella viviría hasta dar a luz a su híbrido, entonces moriría sin remedio. A no ser que  matará al bebe antes de que este naciera. Una decisión tan simple como elegir entre ella o su hijo no nato.
Ella prefirió darme la vida a conservar la suya. Yo nací, y bueno, ya os lo imagináis…
Supongo que ese es el motivo de que la haya acabado idealizando en mi cabeza y por lo que me siento tan extraño cuando pienso en ella. No sé explicarlo bien, así que disculparme si sigo con la historia y dejamos a parte esto.
Mi madre se refugió en el orfanato católico Virgen de la Purificación antes de dar a luz. Creo que eligió este lugar por mi padre, que era muy religioso. A lo mejor pensaba que él me miraría con mejores ojos si llegaba al mundo bajo el techo del Divino. Las monjas que la atendieron estuvieron a punto de negarle la entrada, podían percibir que ella no era humana. Pero necesitaba ayuda urgente y su compromiso con el Salvador las obligaba a asistir a aquella mujer durante el parto y no dejarla desangrarse en la calle. Les costó mucho decidirse pero al final la madre superiora se decidió a acoger a la “amante del diablo” (palabras textuales que les llegué a oír a escondidas cuando se referían a ella).
Las monjas solían contarme, cuando yo les pregunta por mi madre, que ella, nada más nacer yo, pidió verme. Entonces me miró, sonrió y sin más, la vida se esfumó de sus ojos; no sé si será verdad. Tengo una más que arraigada costumbre de escuchar a la gente a escondidas así que sabía por oírlas una de tantas veces, que mi madre les pidió que enviaran una carta en su nombre al hombre que era mi padre para que supiera que yo existía y dónde estaba. Se la mandaron y mi padre fue a verme al poco tiempo. También les escuché que le dejaron a solas conmigo en una habitación para intentar que se ablandara un poco y me llevara con él aunque solo fuera por pena. Pero, que incluso cuando le obligaron a cogerme en brazos, su rostro se mantuvo frío y no tuvo ni un solo reparo, no dudó en ningún momento en dejarme allí. Estaba decidido a que no me cuidaría.
Suena muy mal, pero con los años acabé dándome cuenta de que toda esa historia debía ser verdad.
Me dejó en ese orfanato durante catorce años (hasta el incendio, cuando yo me escapé) en los que apenas si me visitó seis veces (las tengo memorizadas para siempre; para mí era algo muy importante aunque no me gustara). Que él era mi padre biológico no era ningún secreto para nadie, ni siquiera para mí. Y que no me iba a sacar de aquel orfanato, tampoco. Supongo que es comprensible, él ya tenía su vida y no me quería en ella. Yo sólo había sido un fatídico error al que se obligaba a echarle un ojo muy de vez en cuando, para calmar su conciencia un poco. Cuando era pequeño, yo intentaba consolarme respaldándome en la lógica, en que aquello pasaba porque tenía que ser así; pero nunca me funcionó como debería.
Cuando a mi padre se le antojaba y venía al orfanato, las monjas me obligaban a salir con él al jardín y pasar unas horas juntos. No les importaba que yo me negara o hiciera todo lo posible por evitarlo. Cada vez que les intentaba explicar que para mí no era ningún ser querido ni nada, ellas me reprendían diciendo que su compañía me haría bien, que yo tenía suerte de tener un padre. ¿Suerte? Saber que tu propio padre no es que no sepa de ti o no pueda cuidarte, sino que sencillamente no te quiere, que para él eres un estorbo, un inconveniente, ¿eso es suerte? Preferiría no haberlo conocido, así podría haber tenido esperanzas y hacerme ilusiones como los otros niños sin padres del orfanato. Seguramente todas esas expectativas me habrían dolido cuando me diera cuenta de que no eran reales, pero al menos podrían haberme hecho felices unos pocos años.
Como he dicho, a intervalos de varios años, mi padre venía como un recordatorio constante del que nunca conseguía librarme de lo miserable que era mi vida y que no valía lo suficiente como para que alguien me quisiera en su propia casa… Llegué a odiarle con toda mi alma, con cada célula de mi cuerpo; una clase de odio que los años no logran curar sino que lo hace más profundo.
Todas estas cosas jamás se esfumaran de mi memoria. Por muchas sombras, años o sonrisas arrancadas que les intente echar encima, los recuerdos amargos brillan con más intensidad que el sol. Y no importa que intente mirar para otro lado, siempre estarán ahí.
Y supongo que ahora ya sabréis un poco más de mí.
Por favor, no me tengáis lástima. Os lo he contado porque es mejor que lo sepáis, pero no me tengáis lástima. No me sirve de nada, no la quiero.
Me encontré con sus ojos dorados y la mecha de algo dentro de mí se prendió. Fue como si un calor insoportable me invadiera con sus llamas luchando por corroer mi cuerpo para salir al exterior y calcinar a ese hombre. Convertir sus huesos en cenizas, pero antes, sacarle los ojos, destriparlo…
Hice un desganado esfuerzo por reprimir mis deseos. Por un instante estos habían sido tan intensos que había perdido el control sobre los músculos de mi cara, mostrando una expresión de odio y repugnancia sin límites. Yo que me jactaba de mis caras de póker y de ser ilegible, no podía permitirme algo como eso.
Restituí la serenidad a mi postura, pero seguía con los músculos de las piernas en tensión y los nudillos apretados, preparados para responder a cualquier ataque. La tensión en mis colmillos era casi insufrible; quería morder, desgarrar. Esos instintos primarios demoníacos que aún se conservaban incluso después de haber sido apaciguados durante siglos de civilización revivían con mi ira. Un demonio que se preciase no usaría los colmillos salvo en un caso extremo o para atemorizar, ya que se consideraba como una grosería propia de los animales. Mi mente me trajo a la memoria cómo mi odiada prima Kaila se reía de mí, debido a que yo era incapaz de contener la dolorosa presión de mis propios colmillos si no era mordiéndome mis propios labios, llegando a hacerme sangre en la mayoría de las veces. Se había convertido en una de mis peores manías, pero era incapaz de disiparla.
Recordar a Kaila no me ayudó mucho a tranquilizarme.
Sé que me he enrollado bastante contando mi vida y anécdotas y que en resumen me he ido por las ramas más que un gorrión. ¡Pero que conste que desde que empezó la acción en el capitulo anterior no ha pasado ni medio minuto! No soy tan lento como para estas cosas.
Eché un vistacillo rápido para asegurarme de que nadie se hubiera podido percatar de la exposición de mi cólera. Mi “padre” me estaba mirando fijamente desde que entró, así que estaba claro que lo había visto, pero ya ves lo que me importa ése. Colyn, detrás de él, también me miraba fijamente. Mierda. El resto de presentes habían estado mucho más pendientes de la entrada de mi “padre” que de mí. En general podía estar tranquilo, aún podría usar la baza del chico simpático y guapo llegado el momento.
-Alexander… -murmuró en respuesta al momento en el que grité su nombre a los cuatro vientos en el capitulo anterior. Su voz sonó baja, sin ningún indicio de sorpresa o cualquier otro sentimiento.
Mi vista se posó momentáneamente en la daga plateada que llevaba al cinto, una igual a la de Lena…
Aish, creo que toca dar más explicaciones… Albert (mejor usemos el nombre de pila, seguir denominándole como mi “padre” empieza a darme arcadas) no es un humano, sino… un Guardián de la Luz. Como leéis…
Bueno, nunca estuve seguro del todo, no le pregunté (nunca me interesó mucho cualquier cosa que pudiera tener que ver con él, no me hacía gracia saber de él); solo eran pequeñas corazonadas que a mí me daban, tipo “¡¡este tío es peligroso, mata seres mágicos!!”. Siempre lo supe, pero siempre hice como que ni lo sospechaba. Es… complicado; resulta difícil explicar por qué me comportaba así, a veces ni yo mismo lo sé del todo. Bueno, visto lo visto, esta parece la prueba irrefutable. Ojalá fuera mentira, ojalá… pero no…
Aunque sea uno de ellos, ¿qué hacía precisamente en ese Cuartel?
Lo dicho, soy gafe de narices.
-Padre, ¿conoces a esta escoria? –preguntó el-que-se-hace-el-héroe.
¿Padre? ¿Acababa de llamar “padre” a Albert o me lo había parecido a mí de tanto sugestionarme? Los miré de uno a otro. De repente todo encajó. La estatura alta y el cuerpo musculoso de tórax ancho, de ambos. Esos ojos serios del color del oro, los mismos rasgos duros y marcados. El mismo atractivo de machito. El mismo pelo negro azabache y lacio; el mismo que tenía yo.
En ese momento fue como si me despeñara a un pozo, la misma sensación y, sí, me han tirado a un pozo o similares en más de una ocasión.
Sabía que tenía familia, de alguna manera también había supuesto que tendría hijos, pero… Mire más fijamente al-que-se-hace-el-héroe. No sé que pretendía encontrar, ¿algún parecido físico? Sólo veía el pelo, y que tendría mi edad. Puede que uno o dos años más…
De una manera aun más inexplicable, ese pequeño hecho logró hacer que sintiera que presionaban mi corazón. ¿Qué más daba que tuviéramos la misma edad? Él había puesto los cuernos a su mujer mientras estaba embarazada, ya ves tú qué cosa. A mí ni me va ni me viene.
Yo no puedo cambiar nada y tampoco me tiene que interesar. Es de idiotas que me importe tanto…
Me aparté de Lena y con una elegancia y serenidad suma hice una marcada reverencia.
-Mi nombre es Alexander Derek Seamair, brujo a las órdenes de la Casa Mágica de los Seamair, un simple mandado –dediqué una sonrisa suave y tímida que no sentí lo más mínimo a mi público. Si iban a juzgarme es mejor que la primera impresión se mejore un poco-. Y, supongo, usted debe ser el líder de este grupo de Guardianes de la Luz, ¿no es así, señor Albert Kensington?
Albert permaneció un momento en silencio antes de responder escrutando fijamente cada milímetro de mi cara.
-Así es, brujo de los Seamair.
Volví a ponerme erguido de forma elegante.
El-que-se-hace-el-héroe gruñó a mi lado. –Has saludado como si fuera un demonio.
-Oh, ¿en serio? Pues mil perdones, solo mostraba mis respetos; nadie me ha dicho nunca cómo se saluda a un Guardián –le espeté perdiendo parte de mi encanto.

-Bien –la cara de Albert siguió sin mostrar ninguna expresión (a lo mejor había heredado mi habilidad para las caras de póquer de él)-, podemos perdonarle eso, Robert. –Volvió a dirigirse a mí-. Serás juzgado por tu participación en la invocación de un demonio Supremo la pasada noche del 9 de Septiembre, ¿estás de acuerdo? –el que no se acuerde puede volver al “Encantamiento 1”, que yo no me voy a poner a repetir todo eso de nuevo.
Le mandé una mirada fría. ¿Qué si estaba de acuerdo? ¿De verdad me lo preguntaba? Como si tuviera más opción.
-¿Tengo derecho a un abogado?
Nadie respondió.
Ya veo…

lunes, 17 de enero de 2011

Encantamiento 10: ¡A la guarida Guardianica!


Las esposas estaban hechas de magia especial, una variante de la Luz que tan solo reprime el poder (o esa es la conclusión a la que acabé llegando después de mucho estudiarlas). No dejaba de pensar en lo raro que era un material así. En el mercado negro obtendría suficiente dinero para comprar tres castillos en el infierno y además pagarme el billete de entrada, como mínimo. ¿Llevaban cosas tan sumamente únicas en el mundo a misiones tan mal planificadas? Porque ocultarse en un armario (y porque cuando la encontré no dije nada…) y después meterse en mitad de la pelea contra más de una docena de licántropos ellos dos solitos, pudiendo haber muerto más de una vez si yo no los salvo… Ya me diréis si vosotros os atreveríais a meterlo en otra clasificación. Me empezaban a dar vergüenza ajena la clase de líderes que tenían…
El caso es que las esposas no tenían ni cerradura ni bisagras ni puntos débiles. Y encima si no podía usar la magia… Tenía que irme con ellos a la fuerza. Una lucha cuerpo a cuerpo en mis condiciones (sin armas y sin magia) era un suicidio, sobre todo si tenemos en cuenta que parece que el tal Colyn (el guardián pelirrojo) se había quedado con ganas de blandir su espada (aunque a mí eso que lleva me parece más un machete) contra seres malignos. Para ellos yo debía ser maligno de todas, todas.
Me dediqué a observar a Lena atentamente durante el trayecto mientras ella y el pelirrojo Colyn discutían sobre algo que a mí no me importaba lo más mínimo: tallarines fritos, ¿con o sin salsa? Aunque yo soy pro salsa siempre.
Lena tenía la cara alargada con los ojos un poco hundidos y oblicuos. O al menos uno de ellos; el que se podía ver, ya que en el lado derecho de la cara, tres cicatrices entre grisáceas y rosadas que le bajaban desde el principio de la ceja hasta el final de la mandíbula la obligaban a tapar ese ojo con un parche. ¿Tan horrible era lo que tenía debajo que debía ocultarlo con un parche? ¿Qué aspecto tendría? ¿Cómo se lo habría hecho? Mi curiosidad me entretuvo con distintas teorías al respecto. Sin duda aquello debió de quitarle mucha vista. Y fijo que también le tuvo que resultar difícil acostumbrarse a disparar con un solo ojo.
El parche y las cicatrices eran lo que más se destacaban de su cara, desviando la atención de otros rasgos como su nariz pequeña y achatada, la frente ancha o esa boquita pequeña de labio superior muy fino con la que yo tanto me recreaba siendo niño. Seguía teniendo el pelo castaño claro, pero ahora sin brillo, recogido en una trenza que le llegaba a la cintura y que daba la impresión de haberse hecho mucho tiempo atrás (dos o tres meses aproximadamente). De pequeña la recordaba con flequillo, pero ahora su trabajo debía de exigirle mucho porque tenía el cabello destrozado y de cualquier manera. ¿Se habría hecho algún buen corte de pelo desde entonces? La verdad es que tenía mis dudas.
Sinceramente, su cuerpo no había cambiado lo más mínimo desde que tenía siete años excepto por la altura (muchísimo más alta, obviamente). No se le distinguía casi ni una sola curva incluso después de haberse quedado en camiseta interior. Lo bueno de nunca haberme imaginado como sería Lena de mayor es que no me sentía decepcionado de ninguna de las maneras.
Puede parecer completamente estúpido (que lo es) pero a pesar de estar prisionero y camino de mi condena, me sentía feliz por el simple hecho de estar sentado a su lado. Cada segundo me vuelvo más miserable… Más si tenemos en cuenta que está  claro que ella no se acordaba de mí lo más mínimo. Me ha mirado y requetemirado directamente a los ojos y no me ha podido reconocer. Sí, me siento un poco dolido. Pero dejemos a parte mis resentimientos…
Me llevaron al mismo rascacielos en el que estuve la última vez. Como ya me había escapado de allí, no se molestaron en taparme los ojos ni ninguna cosa por el estilo para evitar que viera el lugar.
En el ascensor sonaba la melodía de algo parecido a reggaeton. Lena le suplicó de todas las maneras a su arisco compañero que le permitiese dar las buenas noticias a ella, a lo que éste le respondió con un escueto “pos bueno” justo antes de que se abrieran las puertas. Estuve tentado de hacer algún chiste sobre su euforia, pero no soy tan tonto como para suicidarme antes de llegar.
Nada más atravesar la entrada de su cuartel (que era de tres puertas de acero blindado con revestimiento de magia, ninguna tontería), lo primero que hizo Lena fue alzar la mano con la que me tenía esposado como si alzara su trofeo y gritar a pleno pulmón:
-¡Volvimos, misión cumplida y además lo atrapamos! ¡Hemos atrapado al brujo, Albert!
Pues a mí lo que me entraron ganas fue de tirarla al suelo de una patada y presionar su cabeza con el pie como si fuera el risco que acabo de conquistar mientras miro al infinito en pose majestuosa (dicen que la imaginación es uno de mis fuertes, pero que la uso exceso para mis venganzas… Yo no opino igual). Pensar este tipo de cosas sin remordimiento resultó un consuelo: al fin demostraba que seguía siendo yo mismo después de tanto “mi Lena”, “mi pequeña Lena”. ¡Aun había esperanza de superar todo este patetismo que sufría!
Pero estaba en la guarida de los Guardianes y, repito, mejor no arriesgarse al suicidio…
Con los gritos de Lena enseguida aparecieron en la entrada otros Guardianes. Identifiqué en el acto Al-que-se-hace-héroe por ese porte de chulito que lo acompañaba a todos lados, seguido por el mismo médico con bata blanca de la otra vez. Una pequeña cabecita de un niño se asomó por detrás de una puerta, pero nadie pareció advertirlo.
-Hola Lena, Colyn. ¿Estáis bien? –los ojos del tipo de la bata revolotearon alrededor de los cuerpos de los Guardianes en busca de heridas.
El Guardián pelirrojo se retocó la chaqueta de cuero, para subírsela más. No hacia ni una pizca de frío así que me pareció raro.
-Hey, Gin. Sí, perfectamente –gracias a mí, aunque nadie se acuerde de mencionarlo- ¿Y los demás? –Lena estaba que daba brinquitos de emoción.
-Están adentro, no te preocupes –contestó el médico dándose la vuelta para ir a buscarlos.
-Gin, espera, voy contigo –dijo Colyn yendo tras él después de saludarse muy amistosamente con el-que-se-hace-el-héroe.
Los dos Guardianes se perdieron y a mí me dejaron con los otros dos para que me vigilaran.
-Os van a echar una buena reprimenda por haberos ido sin avisar a nadie y con ese material –rió el-que-se-hace-el-héroe, él parecía aprobar lo que habían hecho. Ah, con razón había sido una misión tan absolutamente mal planificada, cutre y suicida.
-Pero salió bien y pude atraparlo –intentó llamar su atención y aprobación.
-¿Fuiste tú quien lo atrapó? –no parecía creérselo del todo, como si Lena no pudiera ser capaz de algo tan valiente y arriesgado- Con que te han vuelto a pillar, ¿eh, sabandija? –comentó el-que-se-hace-el-héroe en tono burlón dirigiéndose a mí. Saqué los ojos de mi misión de averiguar el número y tipo de armas que llevaban encima o estaban cerca. Nuestras miradas volvieron a cruzarse. Ahora sus ojos parecían prácticamente amarillos. El caso es que me miraban con superioridad. Le agradaba sobremanera verme esposado y a su merced. ¡Menuda prepotencia, ni el tal Colyn había demostrado tener tanta!
Yo tenía que levantar mucho la cabeza para devolverle la mirada de lo alto que era. Y lo cierto es que el-que-se-hace-el-héroe apenas sobresalía por encima de los otros dos; el médico y el pelirrojo Colyn estaban casi a la par. Estar rodeado de aquellos tipos me hacía sentir un poco pequeño (el poder de la sugestión...).
No aparté la mirada, me estaba retando y yo nunca pierdo en una batalla de miradas. Sus ojos no se movieron ni un momento; lo cual me inquietaba. Los únicos seres en la Tierra que habían llegado a aguantarme más de medio minuto la mirada eran Kaila y Nicole (y a las dos las considero como el peor dolor de muelas de la creación).
Intenté pensar. Las frases buenas no salen siempre cuando las necesitas. Cuando te las escriben en los libros quedan que ni pintadas y súper naturales, pero conseguir que te salga igual en la realidad… puf. Yo todas las madrugadas (lo que para mí sería antes de irme a dormir si tuviera un horario más normalito) pienso dos situaciones y las posibles contestaciones inteligentes a ellas. Pero para esta no tenía ninguna preparada…
-Ya sé que soy guapo, pero no es para que me intentes memorizar con tanto énfasis. Pídeme una foto, es más rápido –la típica frase de la foto, muy simplona de tanto usarla, pero mejor que un silencio incómodo.
-Vaya –se cruzó de brazos sacando pecho-, sigues chulito…
-Se me habrá pegado de tenerte cerca – ¡zas! Ahora sí, ¡en toda la boca! Miento, algunas es que te salen del alma.
Se le retorció un poco la cara. -Solo espero que tú no me pegues nada a mí –contestó con asco. ¿Solo eso? No era capaz de superarme.
-Tranquilo, guapetón, podemos usar protección –contesté con un ronroneo poniendo pose sexy y guiñándole un ojo.
Una peligrosa vena se le hinchó en el cuello.
-¡Nunca tocaría a un despojo como tú! -Lanzó el puño a gran velocidad hacia mi cara, pero me aparté a tiempo. Se me escapó una sonrisilla de suficiencia. No era demasiado rápido.
Enganché a Lena y la puse delante en cuanto el “héroe” hizo intento de perseguirme.
-¡Ey! –se quejó Lena al darse cuenta de que acababa de colocarla de escudo humano e intentaba que la soltará sin ningún éxito.
-Puf, como te pones así por una simple bromita… Encima que intento ser simpático –ése sí que es un buen chiste.
-Cobarde, ven aquí.
¿Para que me cruces la cara?
-¿Dónde te has dejado tu caballerosidad, héroe mío? -me burlé de él. Uy, pero que bien que sienta-. A lo mejor, es que estás tan nervioso por mí que se te ha olvidado. No pensé que te molara hasta ese punto… -Lanzó otro golpe que por poco le da también a Lena si no es porque yo la aparté. Después de eso, Lena debió decidir que era más seguro dejarse llevar por mí, porque se quedo quietecita como un palo para ser arrastrada y  su cara adquirió un tono como blanquecino-. ¡Ey, que casi le das a tu amiguita! Desde luego, menudo compañerismo.
-Cállate, sanguijuela.
-Que tenga colmillos no quiere decir que sea un vampiro –es que ese es el mote más conocido de los chupasangres, por si alguien no lo sabe-. A ver si aprendemos a diferenciar, que para algo es tu trabajo- aunque seguramente a él no le importe mucho matar a unos que a otros.
Mi “querido héroe” se preparó para otro patético intento de alcanzarme a base de golpes, estuviera Lena o no en medio.
-¡Vosotros dos, parad! –una de esas voces graves y profundas capaces de convertir a un hombre maduro en un ser realmente sexy nos interrumpió.
El-que-se-hace-el-héroe frenó en seco y adoptó una postura un poco militar. Miré por debajo del codo de Lena quién podía ser el que inspiraba tanto respeto a ese chulito.
La mandíbula se me desencajo.
Y como un estúpido no se me otra cosa que soltar un: -¿¡Albert!?
Los allí presentes se giraron hacia mí.
-¿Cómo sabes tú su nombre? –me preguntó alguien al que no hice ningún caso.
Bueno, al menos no lo había llamado “papa”.