viernes, 28 de enero de 2011

Encantamiento 14:


Mi paciencia tiene un límite. Suele rebasarse más, muchísimo más, de lo que la gente piensa, pero también es verdad que cuando eso pasa me trago las emociones para poder planear mejor mi venganza. Las cosas en caliente no se suelen pensar bien; las emociones pueden hacer que te desvíes de tu verdadero objetivo.
Hasta ahí vamos bien, pero si no hay opciones para planear una buena venganza debido a las circunstancias… Pues habrá que hacerlo de inmediato e improvisando, es obvio. También es importante saber adaptarse.
Intenté pensar cómo acabar de la forma más dolorosa y cruel posible con aquel chupóptero de mi tobillo. Y sobre todo cómo diantres zafarme de él.
Mientras lo pensaba, logré arrastrarme un par de escalones, pero el Convertido se dejo arrastrar conmigo sin soltarse. Cabrón.
Mi fuerza física no funcionaba. No tenía magia. Y tampoco sé me ocurría nada de nada si no lograba hacerme con algún arma o similar.
Pero resulta que la suerte también interviene positivamente para los gafes, ¡aunque sea muy de vez en cuando!, o eso pensé cuando otro cuchillo volador extraviado tuvo la suerte (para mí, claro) de acertar en las costillas del vampiro. ¡He aquí el utensilio hiriente que tanto buscaba!
La sanguijuela gritó de dolor, muy concentrado en lo mucho que dolía un cuchillo atrancado en la tercera costilla y aflojando ligeramente la sujeción de mi pie. Comprobé inconscientemente que realmente estaba extraviado no fuera a ser que alguien lo hubiera mandado en mi dirección y ahora intentara no errar el tiro. Acto seguido, aproveché para golpear con fuerza y tirarlo rodando por las escaleras.
No me quedé a comprobar cómo se retorcía con el cuchillo, aunque me hubiera gustado. Salí disparado escalera arriba tan rápido que apenas me dio tiempo a erguirme. Iba tan paralelo al suelo que no sería raro que tropezara de nuevo.
Al llegar a lo alto del balcón miré apresuradamente todo lo allí expuesto. No tenía mucho tiempo. Hachas, dagas, espadas, mazas… Impactaba un tanto, pero no había tiempo de admirar la exposición de los susodichos utensilios de matanza. Me decidí por un hacha de filo serrado colgada de la pared con una cierta inclinación. Pasé las esposas por encima del filo. Las sujeciones parecían resistentes así que como estaba a cierta altura intenté hacer más fuerza dejando colgar mi peso mientras tiraba en sentido contrario del filo con la cadena.
No funcionaba, apoyé los pies en la pared. Tampoco. Apreté los colmillos con fuerza. La presión en las muñecas empezaba a ser difícil de soportar, a lo mejor se me rompían antes que las cadenas.
El Convertido gritó subiendo las escaleras, estaba algo más que enfadado conmigo. Mierda.
La cadena tembló un poco. Se rompió con un “clanc”. Un fuerte destelló se produjo mientras la Luz encerrada en ese objeto se evaporaba. ¡Lo conse…!; fui a gritar, pero rota la cadena desapareció toda resistencia a que cayera. No tarde mucho en llegar al suelo, la verdad, se me hizo muy rápido. Mi espalda dio a parar contra el suelo con un golpe sordo que reverbero por todo mi cuerpo.
-Ay –fue todo lo que se me ocurrió decir allí tirado con los pies mucho más arriba que la cabeza. Un poco idiota, me doy cuenta. Menos mal que aquí arriba el único que podría verme en tal postura era el Convertido.
¡El Convertido! Alec, ¿qué te pasa hoy que no te concentras? Si normalmente no soy tan… así.
Rodé y me puse en pie de un salto ignorando el daño que me había hecho. El Convertido acababa de subir el último escalón en ese preciso momento. Jadeaba con fuerza a causa de tanto esfuerzo y el aumento enloquecido del hambre. El cuchillo ya no estaba en su costado, enrojecido con el escaso líquido de su cuerpo. Había perdido sangre, la fuente de energía de los vampiros. Perfecto, ahora estaría mucho más débil.
Los aros de las esposas seguían en mis muñecas, pero rotas ya no tenían magia de ninguna clase de Luz. Eran simples objetos.
Sonreí al vampiro. La herida en la palma de mi mano se cerró con un cosquilleo.
Mi propia magia corría ya por mis venas, esa sensación cálida y agradable a la que me había vuelto adicto tanto tiempo atrás. Podía sentirla como una presión o un hormigueo que luchaba por emerger de mi cuerpo, pero el masoquismo de retenerla dentro me gustaba bastante. No era exactamente dolorosa porque en realidad me encantaba. Cuando se producía en tanta cantidad dentro de mí era como un chute de adrenalina, me sentía fuerte, capaz de cualquier cosa. Dejaba de tener miedo.
Un escalofrío de placer me subió por la espalda.
Costaba mantenerla mucho tiempo dentro. Poco a poco mi magia se escurría por cada poro de mi cuerpo, permitiéndome saborearla en toda su magnificencia. Hacía enrarecerse al aire que me rodeaba, que mi pelo se ondulara ligeramente como mecido por un viento extremadamente lento y suave. Sabía que aquello me daba un aspecto un tanto extraño pero me encantaba.
Ahora que mi magia estaba libre era capaz también de comunicarme con mí alrededor; mi magia se entrelazaba con todas las energías que me rodeaban. En esos momentos las sentía incluso tangibles; como si pudiera ver sus formas espectrales haciendo jirones, enredándose hasta que se fusionaban entre ellas y se convertían en extensiones de mí mismo. De ese modo haciéndome uno solo con mi alrededor. Dios, era sencillamente… no sabría decirlo, en realidad es sorprendente que escriba una historia en la que soy incapaz de explicar la mitad de cosas, lo siento.
Pero es que ahora, por ejemplo podía sentir la presión de los pesados pies del Convertido sobre la madera, el aire que movía con su exhalación, la falta de sangre en sus venas como una desagradable succión. Lo cierto es que yo siempre era capaz de sentir lo mismo, pero a lo largo del día tantas sensaciones se volvían en mi contra, convirtiéndose en martillazos a mi sistema nervioso. Por ello me debía obligar a ignorar todas esas sensaciones sobrehumanas, replegar esos lazos con el mundo exterior para que me pasaran inadvertidos. Un poco triste, pero necesario si quería seguir vivo. Lo único bueno de tener que hacer eso era que cuando me permitía sentirlo se volvía incluso más suculento. Más increíble. Como respirar aire fresco después de meses encerrado bajo tierra.
Abrí los ojos que había mantenido hasta ese momento cerrados para enfocar el cuerpo del Convertido.
Ya había disfrutado suficiente del momento. Ahora tocaba ajustar cuentas, y lo más importante, acabar con las amenazas contra mi vida. La más inmediata: el Convertido.
Redirigí casi toda mi energía hacia las manos para que me fuera más fácil manejarla. La presión en las yemas de los dedos aumentó.
Ese maldito Convertido iba a enterarse de todo aquello que yo era capaz de hacer en sus propias carnes. No era consciente de lo que conmigo ocurría, el hambre lo tenía completamente cegado; si no ya hubiera salido corriendo bien lejos. Sus ojos ligeramente rosados se abrían mucho para mirarme. Ya no me veía a mí, solo a un saco de sangre al que hincar el diente.
Mis brazos temblaron por la cantidad de energía que concentraba en mis palmas. Pero aún no, tenía que esperar el momento justo.
El Convertido siguió avanzando a la carrera con los colmillos por delante. Unos escasos cinco metros nos separaban. Cuatro. Tres. Dos…
Levanté la mano en su dirección. El aire a mí alrededor se enrareció, cada vez más frío y espeso, antes de que empujara una fuerte descarga de energía hacia el vampiro. Se sintió como al abrir un grifo, mi magia era el líquido, aunque más espeso que el agua, y yo la cañería. El crujido del hielo acalló su grito de guerra tragándose con él al cuerpo del vampiro.
Tranquilamente observé el cuerpo congelado del Convertido, ya estaba muerto. Había sido tan fácil que casi me decepcionó.
Cogí una de las espadas del expositor asegurándome de no escoger ninguna cargada con Luz (no soy tonto aunque a veces lo parezca). La sujeté con fuerza antes de blandirla contra el cubito de vampiro. El hielo se astilló en miles de pedazos que saltaron por doquier, quebrando por completo la cintura del vampiro y, por tanto, también partiendo a éste por la mitad. La mitad superior del polo de sanguijuela se estampó contra el suelo, terminándose de romper.
Volví a mirar el batiburrillo rojo cristalino sin demasiado interés. Ya nadie podría distinguir el trozo de hielo que contenía su oreja derecha con el que tenía su hígado. La regeneración se había vuelto por completo inviable.
Una pequeña sonrisita se expandió por mi cara. Esto ya era una venganza un poco mejor. 

5 comentarios:

  1. Bueno, podéis comentar si eso, que no pasa nada, o hacerme publicidad ^^

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  2. Jajajajajaja, diosss me encantaaa seguiria leyendo pero me tengo que ir, te tengo que ayudar a hacerte mas publi, tu historia merece la pena!! Bss de una mercenaria

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  3. Me encanta, de nuevo te lo digo :)
    Estoy disfrutando bastante, y espero que tú también con Rastreadores de Dragones ^^
    Besos de una Rastreadora!!

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  4. uiii... alec me ha dado mieoooo!!! Pero si la sanguijuelilla sólo quería darle un bocaditooo!!
    Bueno, da igual, sigue estando genial!! ^^

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