sábado, 26 de febrero de 2011

Encantamiento 22: Menudo desenlace.


La conocía, claro que la conocía. Su pelo pálido hasta la blancura y aquellos ojos con unas pupilas tan pequeñas como la cabeza de un alfiler, rodeados del iris plateado y brillante como el mercurio, propios de los de su clase resultaban inconfundibles.
Estaba desconcertado por verla; no me moleste en ocultarlo demasiado (¿por qué aquí la gente tiene que entrar tan sin avisar siempre? ¡Que existe una cosa llamada teléfono!).
No pertenecía a ningún clan, ni mafia, ni grupo, sino que ella iba por libre; favoreciendo a quién, según decía ella, el “destino” le ordenaba. Lo cierto es que esta clase de personas no atienden a normas de ninguna clase, siempre van muy a su bola. Y encima era una de las mejores de su profesión.
En el mundo mágico, aquella mujer era una de las personas más respetadas y poderosas con las que te podías cruzar. Nadie se atrevía a contradecirla y todos buscaban su juicio; con eso lo digo todo.
Pero dejémonos de tanto misterio: su nombre era C.Lence (o así se hacía llamar, al menos). Era una adivina, esa clase de personas capaces de vislumbrar el futuro de otras personas mediante visiones (todo el mundo sabe perfectamente lo que hacen los adivinos, el propio nombre lo indica).
El-que-se-hace-el-héroe entró también siguiéndola y con cara de  desear matar a alguien.
-Intenté pararla –aseguró para excusarse.
¿Qué porqué el-que-se-hace-el-héroe no ha acabado con aquella intrusa nada más verla como habría hecho de cruzarse con cualquier otro ser mágico? Los adivinos no entraban en el espectro de especies demoníacas de los Guardianes, sino en otro estamento intermedio: el de los humanos con poderes. Como los consideraban humanos, no tenían demasiados reparos con ellos y acudían a su consejo como el que más. El estamento intermedio era realmente reducido, os lo advierto, pero son los pocos que se libran de padecer la “justicia” de los Guardianes (estoy intentando que me metan a mí en él).
-¿Destruir el destino? –le preguntó Albert reflejando la pregunta de todos. La gente se quedó en silencio a la espera de la respuesta de la adivina.
Ésta se volvió hacia la tribuna haciendo que su larga melena perfectamente lisa le ondeara sobre los hombros. Tenía un gesto perdido a la vez que serio en la mirada, lo que junto quedaba realmente extraño.
-Sí. Hace seis meses el destino me habló para que les advirtiera de que no cometieran un grave error. Me aseguré de enviarles una representación de su futuro tanto escrita como en dibujo. Deben de tenerlo en sus arcas, a no ser que hayan sido tan irresponsables de destruir la premonición de una adivina...
Nos quedamos en silencio, asimilándolo muy despacio (bueno, ellos, que parecen bastante lentos).
Albert ordenó a uno de los Guardianes buscar el envío en los archivos. Volvió a los pocos minutos con un sobre lleno de florituras. Se lo entregó a Albert quién leyó el interior en voz alta:
-“Me veo en la obligación de advertirles, a todos los Guardianes de esta región, de una premonición sobre su propio futuro. El destino me ha dado a conocer que el próximo mes de Septiembre, día 7, se encontraran con un sujeto al que deben hacer miembro íntegro de su cuerpo. Recuerdo que este sujeto será una de las piezas que necesitan para que su organización no acabe en la ruina, que en el caso de no escuchar este mensaje, tan claramente se les vaticina. Vuelvo a recordarles que es vital que agreguen al susodicho sujeto a sus filas de inmediato. Atte: La adivina C.Lence, a las órdenes directas del destino. PD: También se les será adjuntado un segundo sobre con la descripción gráfica del sujeto; pero tal sobre será extraviado en la oficina de correos y no llegará hasta la madrugada, 2:01 a.m. más exactamente, del día 9. Hasta entonces.” –se quedó un momento mirando el último párrafo con cara de pocos amigos. Luego el reloj sobre la tribuna: eran las 5:39 a.m. Hoy era 9 de septiembre.- Id a buscar el sobre.
-Es violeta –les informó la adivina. Hay que ser rebuscado, mira que informarles de que se va a perder el paquete y todo…
La misma historia: en seguida volvió a aparecer un Guardián con un sobre lleno de florituras, esta vez lila.
-Estaba en el apartado del correo recién llegado sin abrir –les informó.
Albert sacó la única lámina del sobre. Miró fijamente la hoja. Sus ojos viajaron repetidas veces de la hoja a mí. Suspiró, un gesto que sorprendió a todos, y pasó la hoja al resto de compañeros de la tribuna. Estos fueron más expresivos, sus caras se pusieron de colores cuando miraron la hoja. Me miraron, miraron la hoja de nuevo y otra vez a mí. Qué repetitivos.
Sentía una curiosidad emergente en las entrañas. Quería saber que contenía esa hoja. Me mantuve con cara de póquer y bien sentado a la espera.
-¿Ya se dan por complacidos? –preguntó la adivina.
-Creo que sí –admitió Albert.
-¡Un momento, Albert! ¡No podemos…!
-Jaris –interrumpió al gruñón-, no tenemos más opción, lo sabes. Los adivinos nunca fallan –al tal Jaris no parecía convencerle, debía pensar que la adivina quería engañarlos.
-Exacto, y para más seguridad, empezaré a servir a esta Orden. ¡Esta misma semana ejecutaré mi mudanza con usted!
-¿Cómo?
-Empezaré a servirles directamente -explicó C.Lence un poco como si no fuera la cosa con ella-, ya que el destino así me lo pide. Para que puedan asegurarse; así podrán vigilarme de cerca si lo desean. Además, desde algún tiempo es sabido que un adivino lleva en sus venas la sangre de los Guardianes y desearía empezar su formación cuanto antes. Ya lo hablamos, ¿recuerdan? Saben que en cuanto despierten sus poderes pertenecerá a los “portadores del destino”, no a los Guardianes de la Luz -Veamos, creo que esto merece un pequeño inciso para todo aquel que se esté perdiendo: los adivinos no nacen siendo adivinos sino que son una anomalía producto de otras especies (os habéis quedado igual de fríos que antes, ¿verdad?). Intentaré explicarlo mejor; los adivinos son estériles, todos ellos, así que al contrario del resto de especies de este mundillo, no pueden perpetuarse ni hacer que sus dones se hereden de forma directa. ¿Y cómo es que no se han extinguido ya? Pues el motivo es que ciertas personas (no se sabe aún cómo funciona el mecanismo seleccionador), sean de la especie que sea (demonios, humanos, Guardianes, etc.), degeneran hasta dar lugar a un adivino. Pierden su identidad, sus poderes originales y adquieren en contraposición el poder de la adivinación y los rasgos blanquecinos que caracterizan a los adivinos. Cuando pasa esto, los sujetos que se convierten en adivinos deben abandonar todos sus antiguos lazos y dedicarse por entero a la profesión del destino.
C.Lence hizo una pausa como dándome tiempo a daros la explicación, mis queridos lectores. -Creo conveniente iniciar al muchacho de manera más progresiva, en su ámbito familiar, para que no sufra daños.
Me puse a pensar. ¿Qué había un Guardián que se convertiría en adivino? ¡El Canijo Llorón! Sabía que esas manchas plateadas en sus ojos no podían ser humanas. Debe dolerles mucho a los Guardianes perder un futuro soldado…
A parte de mis cavilaciones, los acontecimientos seguían sucediendo en la sala: -Pues lo haremos por votación –habló uno de los de la tribuna-. Que levanten la mano quienes estén a favor de seguir el consejo del “destino” –las manos se alzaron. ¿Pero no les falta mucha gente? ¿Seguro que así es justo?-. Ahora quién esté en contra. Bien, la adivina puede trasladarse temporalmente a esta base, será respetada por todos y contara con inmunidad diplomática, como siempre. –Tomó más aire-. El acusado, Alexander Derek Seamair, queda libre de las acusaciones y pasará a formar parte de nuestros miembros en el caso de que firme de forma irrevocable que abandona sus lazos demoníacos y pasa a pertenecer y servir a la Orden de Guardianes, debiendo siempre actuar a favor de esta.
Me quedé en silencio.
Menudo desenlace para este juicio.

martes, 22 de febrero de 2011

Encantamiento 21: Agarrarse a un clavo ardiendo.


Mi juicio no tardó demasiado en producirse, en realidad creo que tenían prisa por oficiarlo.
Me llevaron tal cual, despeinado, sucio, con las manos vendadas y esposado, en cuanto el medicucho Gin decidió que no me desangraría por el camino. Antes intentaron sonsacarme qué clase de demonio era y qué cualidades tenía; de nuevo os recuerdo que la existencia de un híbrido semihumano adulto, al parecer, les resultaba demasiado sórdida. No era nada nuevo en mi vida; los híbridos por regla general no viven mucho más de un par de meses, las propias familias los matan para no ensuciar sus líneas de sangre (la vida es así, guste o no). Se podía decir que yo había tenido mucha suerte con el trato que hizo mi madre para que me dejaran vivir… Pero toda esta historia no viene a cuento, así que sigamos por dónde íbamos.
La sala de juicios estaba dentro del mismo edificio. No pude evitar sorprenderme por las estancias tan inmensas que tenían aquí, y sin usar ningún tipo de magia que alterara el continuo espacio para conseguirlas. Era circular, con altos techos y gradas en todas las paredes para quién quisiera observar, que resultaron ser bastantes Guardianes teniendo en cuenta que aun estaban convalecientes por el combate. Eran ricos, obviamente. Creo que los subvencionaban por matar demonios tanto entidades religiosas como empresarios humanos comprometidos con su causa. Por eso tenían cosas tan alucinantes aun desconocidas en el mercado (mis esposas anti-magia sin ir más lejos).
En el centro de la sala solo había una silla enfrentada al palco dónde los que supuse eran los líderes de los Guardianes miraban desde arriba. Albert estaba allí.
Me hicieron sentarme en la silla (menudo tronito). No me quitaron las esposas ni cuando las abrazaderas de los reposabrazos estuvieron bien firmes sobre mí. No me gustaba; esa silla servía para las torturas. Es curioso como un simple mueble conseguía que se me revolviera el estómago. Se notaba que yo era el centro de aquel espectáculo, me sentía como en un circo, en la arena esperando al león.
El sonido de conversaciones cesó al ponerse en pie Albert, en el centro derecha de la tribuna. Él sí que se había aseado; la camisa blanca relucía nueva sobre sus hombros poderosos y llevaba un par de tiritas en la sien izquierda.
-Silencio, va a empezar la sesión. Hoy, 9 de septiembre, la sagrada familia de los Guardianes nos reunimos en asamblea por el juicio contra Alexander Derek Seamair, sirviente de demonios –es que la raza de brujo no está oficialmente reconocida. “Brujo” es un vulgarismo no reconocido, que sirve para designar a los seres que interrelacionan el mundo de los humanos y el demoniaco; antiguamente era especialmente utilizado para llamar a los humanos que trabajaban con elementos mágicos o para los demonios que negociaban con humanos. Yo lo usó entre otras cosas porque el término correcto sería híbrido de humano y demonio, y ya os habréis dado cuenta de que todo el mundo evita al máximo reconocer el hecho de la hibridación; “brujo” da mejor imagen-. Acusado de la invocación de un demonio supremo, fuga y desacato a la autoridad –tres, pues no eran tantas. 
Un escribano iba tecleando cada palabra. Me concentré en el movimiento de sus dedos sobre la máquina. No presté demasiada atención cuando siguió con su perorata y todos los Guardianes recitaron algo al unísono (una plegaria a la Luz tal vez).
Si os digo la verdad, al principio, estando en la enfermería llegué a sentirme perdido, pero ya lo había superado. Mi plan siempre fue seguir vivo y volver con los Seamair, ahora no podía. Debía seguir vivo, pero no sabía cómo tantear a aquellos tipos (cabrearlos sí que sé). Era necesario ganarme su aprecio, pero en un juicio eso resultaba especialmente complicado.
¿Pero os creéis que no tengo ningún plan? Claro que lo tengo, yo SIEMPRE TENGO UN PLAN. Sacar a colación todo lo posible mi ayuda a sus miembros; eso es tremendamente clave. Y si las cosas se ponían muy mal, agarrarme a un clavo ardiendo y apelar a valores más altos, como la justicia o el compromiso que tanto aprecian ellos, y echar un buen discurso a ver si emociono lo suficiente a alguien como para que me saquen (muy de libro, pero a veces funciona). Lo demás eran ideas demasiado burdas y mentiras demasiado evidentes.
-¿Admite el acusado su implicación en los delitos?
Levanté la cabeza al darme cuenta de que se referían a mí. 
-Supongo –respondí sin mirar nada en concreto, mi tono sonó bastante seco. El escribano copió mi respuesta añadiendo adjetivos como “desinterés” o “resignación” a la descripción. ¿Qué se creía para decir esas cosas, un novelista de prestigio?
-¿Supones? –me increpó otro hombre en la tribuna.
-Lo siento. ¿Qué quiere que responda? Yo no entiendo en qué consisten exactamente sus leyes.
-Bueno, evitemos más peleas. Este no es momento –interrumpió una tercera voz de mujer al ver que el primer Guardián iba a rebotarse.
-Hemos estudiado las condiciones de los acontecimientos, tanto de los delitos como posteriores –o sea, ¿a que ayude o es otra cosa? Ya podrían especificar-, y teniendo en cuenta que el propio acusado admite haberlos cometido; pasaremos a deliberar nuestra sentencia.
-Realmente sí que se diferencia de cualquier buen juicio, ni me preguntan –espeté. Esta podía ser mi única oportunidad de alcanzar ese clavo ardiendo.
-Dudo que estés en condiciones de replicar –me contradijo el gruñón de la tribuna.
Me encogí de hombros.
-Solo era una observación. De todos modos, aquí no se me tiene en cuenta –me habrían declarado culpable diera una respuesta u otra-. ¿Ignorar una de las versiones no es lo mismo que manipular un juicio?
-De acuerdo –se rió en su tribuna esa misma persona, no me iba a tomar en serio dijera lo que dijese-, dinos: ¿por qué invocaste al demonio?
-Porque tenía un contrato. Me gustase o no, estaba obligado; los contratos no pueden romperse –mentí descaradamente. En realidad no es como sus juramentos, pero a lo mejor ellos no lo sabían. Puedo perfectamente hacer lo que me venga en gana y romperlos, pero en ese caso me arriesgaría a que el otro implicado del trato me intentara matar (cosa que hay que tener muy en cuenta si trabajas con asesinos mágicos)-. Si estaba de acuerdo no contaba. Además, no sabía que se trataba de ese rango de demonio –sino habría sido muy estúpido por mi parte seguir con la invocación.
-¿Y por qué saliste corriendo cuando llegaron nuestros hombres?
-Porque no me escucharían, me llevarían a un juicio en el que tampoco querrían escucharme. Y si lo hacían, no me creerían - ¿acaso ustedes lo hacen? No, solo estamos demorando un poco mi final.
-Somos la ley.
-Solo porque ustedes lo dicen –bien, ahora sí que me mataran. Esto era demasiado arriesgado pero ya no podía echarme atrás. -De acuerdo, en ese caso quizá deberían ser más justos –me estoy repitiendo, tengo que inventarme otro diálogo.
-¡Ja! Solo dices eso porque nuestra justicia no te conviene.
-Lo digo porque cualquiera sabe que un juicio con ustedes siempre acaba con pena de muerte –el público empezaba a alterarse. Me mandaban a gritos callarme y cosas mucho peores, pero yo los ignoré completamente.
-Quizás se lo merezcan, ¿no crees? –Gruñón se estaba desquiciando, sin duda. Realmente tengo un talento prodigioso para liar a la gente.
-¿Cómo pueden saberlo si no les escuchan?
-¡Ya basta! –intentó mandarnos a todos callar- Es un impertinente –lo que es ahora mismo, la verdad es que sí, bastante. Pero no voy a rendirme por una nimiedad como los buenos modales precisamente ahora. 
-Tampoco importa, voy a morir, ¿no? –el escribano me describió como “retador y firme”. ¡Momento de sacar la otra baza!-: Pero recuerden que ayude tanto a Colyn y Lena con los licántropos; les salve. Pregunten. ¡Por confiar en ellos entonces, estoy ahora aquí! Y si salí de mi celda fue porque un Convertido intentó matarme, ¿qué iba a hacer, dejar que me desangrara allí dentro? Solo me quité las esposas para defenderme. Y después de eso también salvé a… este –el estúpido armario empotrado- alto, Robert. A ver si se atreve a negarlo. Alguno de ustedes tuvo que verlo. Y salvé también a ese niño que ni siquiera conozco. He salvado a un montón de sus hombres sin ninguna necesidad de hacerlo y ahora voy a ser condenado a muerte. ¿Eso entienden por justicia? ¿Por qué solo soy medio humano merezco morir? –En realidad siguen sin creerse del todo que yo sea un híbrido (son realmente cabezones), pero por si acaso vuelvo a sacar el tema: soy medio humano, ¡si ellos protegen a los humanos también me tienen que proteger (aunque sea a medias)! -Pues perdonen, yo no elegí a mis padres y mucho menos nacer así –me callé. 
Menudo discurso acababa de soltar, en mi cabeza sonaba más corto. Me resultaba raro que los de la tribuna no me hubieran interrumpido, quizá eso significaba que había calado. El escribano escribió “discurso lleno de emoción”. ¿Emoción? ¿En serio, eso ha parecido? Estaba diciendo lo que me parecía que adornaba más. Pensándolo un rato, supongo que será bueno dar esa impresión.
-Eso es cierto –miré hacia la grada. Allí estaba el pelirrojo desagradecido de Colyn de pie entre el público. La gente guardó silencio y se giro para mirarlo.
 Al parecer, si eres un Guardián sí que puedes hablar libremente en el juicio-. Nos salvo cuando podría haberse ido -¡toma ya, chuparos esa, que es verdad!-. Lo atrapamos porque bajo la guardia con nosotros –no me recuerdes lo estúpido que fui al confiar en Lena cuando sabía que no debía…-. Y también le vi con Robert –me miraba fijamente a la cara. Leí perfectamente el mensaje de sus ojos “no lo digas, no digas lo que sabes que me pasó”. Aguanté una sonrisa algo macabra. Sabía que conocer su secreto serviría de algo. Le respondí con un pequeño y casi imperceptible asentimiento.
La voz más despectiva de la tribuna no se daba por vencido e intentó volver a la carga:
-Pero aun así… -se interrumpió cuando las puertas se abrieron de un portazo. Todos miraron en esa dirección menos yo, que con el respaldo de la silla de torturas no podía. -¿¡Qué hace aquí, cómo se atreve!?
-Cómo se atreve usted ha hablarme con semejante tono. ¡Vengo a evitar que destruyáis el destino! –le espetó muy dignamente la voz de una mujer. El taconeo de unos tacones (valga la redundancia) se aproximó a paso ligero 
hasta el centro de la sala. En cuanto llego a mi altura se paró para echarme un vistazo.

Encantamiento 20: Ginneas Jeis Finnekan; un nuevo personaje ya aparecido.


Todos mis músculos volvieron al modo alerta aunque en realidad nunca la había abandonado; dudo que en mi vida llegara realmente a relajarme alguna vez. La respiración se me complicó, faltaba el aire, era como volver a sentir el frío de esa celda calarme en los pulmones.
Quise dejar de pensar en ello. Aquí no estaba él, no podía hacerme daño. Era solo un recuerdo, pero sentí cómo si volviera a estar allí. Volvía a oír el sonido seco y rítmico de sus mocasines contra el asfalto, cada vez más cerca.
No, él no estaba allí. Yo estaba en una enfermería, en un rascacielos. Ya no tenía nueve años, él ya no estaba. No intentarían volver a experimentar conmigo, no volverían a intentar “curarme”; me repetía, pero ni mi cuerpo ni mi cabeza atendían a razones. La sensación de desesperación me consumió.
No, yo ahora estaba bien y seguiría bien. No me harían nada…
Espera, ¿cómo podía estar tan seguro de que no lo harían? A lo mejor ahora mismo estaban decidiendo en qué mazmorra encerrarme, cómo atarme a una camilla y clavarme las jeringuillas. Si jugarían conmigo o directamente me llevarían a rastras. Quizá incluso “él” estaba allí; podía seguir vivo y persiguiéndome sin yo saberlo.
Un escalofrío me recorrió de pies a cabeza. Sentía la adrenalina envenenarme las venas. La boca seca. No, no debía dejar que el miedo se adueñara de mí. Tenía que mantener la cabeza fría. Si dejaba que ese miedo me venciera ahora me dominaría para siempre, no sería capaz de volver a vivir tranquilo.
Y yo necesito vivir.
Cerré los ojos, me mordí los labios y respiré (mis métodos de relajación). Dejar la mente en blanco y entonces, concentrarme en lo que iba a hacer.
El recuerdo de su sonrisa amable, como me decía “pronto estarás bien” antes de inyectar el fuego en mis venas se hizo un poco más endeble.
Pensar en “eso” había logrado revivir los fantasmas del pasado tan convenientemente alejados de mi mente consciente.
-Ey, ¿estás bien? – Di un respingo regresando a la enfermería amarilla. Fue como una bofetada para despertarte, pero la verdad es que la agradecí. La voz logró dispersar casi por completo el recuerdo o al menos acercarme un poco más a la realidad. Conseguí disimular bastante bien el susto. Miré a mi salvador: era el médico que siempre aparecía cuando estaba en este cuartel. A su vez me miraba con expresión curiosa y una pequeña sonrisa en sus labios. -¿Te duele mucho? –volvió a preguntarme.
Yo estaba sentado rígido (lo cierto es que me empezaba a doler un poco, pero no hice ningún caso) sobre la cama.
Miré rápidamente a Colyn. Este tenía los ojos fijos en mi cara (¿habré puesto algún careto extraño? No creo, no soy de los que gesticulan inconscientemente) bien quieto en la pared. Con ésta ya me había visto ponerme raro dos veces; eran demasiadas…
Me quedé con mi cara de póker y en silencio sin saber si responderle.
Tendría unos treinta y tantos años, supuse, con una apariencia joven pero donde empezaban a marcarse arrugas alrededor de los ojos y la boca al sonreír. Llevaba el pelo completamente despeinado como recién levantado, lo que le daba un aspecto un tanto desaliñado. La parte dada a los guiones culebriles de mi cabeza me sugirió en seguida que posiblemente fuera una rata de biblioteca (ya tengo mi primera teoría sobre él; segunda si contamos la del torturador).
Se ajustó las gafas en un movimiento distraído. -Sé que hablas mi idioma, según me han dicho. Aunque solo sea para meterte con Robert – ¿Robert? Ah, claro, el-que-se-hace-el-héroe… Se rió como si de verdad le hiciera gracia que chinchara a uno de sus compañeros. Permanecía un poco inclinado, apoyando las manos sobre las rodillas para que nuestras caras estuvieran a la misma altura, un gesto que me sorprendió. Visto desde el mundo de la sugestión (que tan bien domino) eso pretendía un acercamiento para que yo estuviera cómodo y me abriera a él. Intentaba hacerse el simpático a ver si colaba conmigo, lo cual me puso enfermo. “Él” también hacía eso.
-¡Oh, ya caigo! Querrás que te lo prometa… Yo, el médico Guardián Ginneas Jeis Finnekan, te prometo por mi alma que no te haré daño mal intencionado, solo te trataré tus heridas. –Me tendió las manos enguantadas en látex-. Es por tu bien…
Alargué las manos hacia él. Si intentaba algo (lo que sea, como si estornuda y con el impulso se me acerca demasiado) le partiría la cara de un puntapié. Me aseguré de estar en una trayectoria óptima para que la patada lo lanzara contra el pelirrojo desagradecido y así lo inmovilizara mientras me ponía a salvo de las repercusiones.
-Gin –de Ginneas, no me extraña que prefiera acortarse el nombre-, ¿vas a curarle? –preguntó Colyn, hablando por primera vez. No parecía ofendido como lo hubiera estado el “héroe”, solo sorprendido y quizás algo asqueado.
-Sí. Necesitamos que siga de una pieza –para mi juicio, era obvio. No podían permitirse que la palmara antes de matarme ellos.
El pelirrojo se encogió de hombros dando el tema por zanjado.
El medicucho lavó un poco mis manos y apartó con unas pinzas los restos inservibles a un cuenco al mismo tiempo que me examinaba; aunque yo ya lo había hecho. Empezó a enumerar lo que ya sabía: quemaduras graves pero centralizadas, huesos bien, tendones bien…
Seguí estudiándolo, mientras ponía cara de concentrado y Colyn controlaba la habitación con la mirada. Por encima de la camisa de lino y la bata de doctor que llevaba, podía distinguirse dos cicatrices horizontales y paralelas que le atravesaban la garganta justo debajo de la nuez. Era lo más raro de todo el conjunto. Todos los Guardianes tenían marcas y cicatrices de guerra, pero aquel médico no tenía pinta de guerrero. Quizá lo fue en su día pero se retiró para dedicarse a los heridos.
-¿Te duele? –apretó mi muñeca izquierda. Siseé en respuesta. Sonrió de nuevo haciendo que una red de arruguitas apareciera bajo sus ojos. –Eso es bueno, significa que los nervios siguen bien –cómo si no lo supiera.
Apartó el cuenco y las pinzas a un lado y me miró encogiendo un poco los hombros.
-Bueno, dime: ¿Los de tu especie pueden regenerarse?–no utilizó ningún tono para referirse a “los de tu especie”, lo dijo de forma neutra a posta, como ensayado. O lo que es lo mismo: sentía asco por todo lo referido a la magia como yo, pero no le convenía ser sincero y que yo me molestara. Pues le ha salido el tiro por la culata. La verdad es que no me sentí demasiado ofendido como debería. -¿”Qué” eres exactamente? –sí, saben que soy un hibrido y que solo soy medio demonio; se lo he repetido miles de veces, pero les sigue pareciendo raro. En este mundo no proliferan los hibridos, precisamente, y supongo que les interesa saber que especies se han mezclado dándome como resultado. Soy una especie de fenómeno.
-¡Gin! –Llamó alguien-. ¡Te necesitamos, Gin! –los tres miramos en la dirección, una persona se estaba desangrando a chorros en la camilla. Idiotas, ¿por qué lo movían si veían que estaba tan herido? Seguro que solo habían logrado abrirle más las heridas.
Gin dio un salto fuera del taburete y salió corriendo hacía allá, mientras murmuraba una disculpa.
Nos quedamos en silencio. De nuevo, Colyn y yo solitos.
Colyn se retocó el cuello de la chaqueta y al hacerlo un sonido ronco se le escapó de entre los labios. Algo le pasaba en el hombro derecho, lo sabía por la forma de moverlo. Debía de tenerlo herido. ¿Por qué no se lo decía a alguien para que lo curasen? Enseguida lo entendí: porque era algo que no quería que se enterasen, por supuesto. A ver, cuando luchamos con los licántropos parecía estar perfectamente; fue después cuando empezó a moverlo raro…
Oh. Ya veo…
Mi mente maquiavélica se puso en marcha. Esto tenía que aprovecharlo como fuera.
-Te mordieron –confirmé con un susurro. Habría sonreído socarronamente de no haber estado rodeado de tantos Guardianes potencialmente susceptibles. Esto era algo muy jugoso, podía ayudarme mucho en mi supervivencia.
Colyn se giró de golpe.
-¿¡Qué!? ¡No, nada me ha mordido! ¿Qué dices? –pero qué penoso intento de mentirme. La alarma estaba patente en su voz.
-Si tú lo dices… -me encogí de hombros-. ¿Fue Girond? –pregunté en voz baja y evitando que pudieran ver mis labios moverse (pueden haber lectores de labios, toda precaución es poca). Girond era el único sangre pura de aquel grupo, el único que podía transmitir la licantropía mediante mordiscos.
Colyn guardó silencio sin mirarme mientras se ponía completamente rígido.
Pero que muy jugoso…

viernes, 18 de febrero de 2011

Encantamiento 19:


Esta vez no me resistí cuando me llevaron a la enfermería. No merecía la pena provocar más peleas.
Era la misma habitación alargada en la que me desperté aquella vez, hace tantos capítulos pero solo un par de días. Dos filas de camillas a ambos lados; una junto a las altas ventanas (por las que salté) y, en la otra, apoyadas en la pared contraria. Las paredes pintadas de estuco amarillo huevo daban cierta sensación de calidez, impropia de casi todas las salas médicas propiamente dichas. Había taburetes dispersos alrededor de algunas camas y armaritos blancos apostados tanto en la entrada como en la pared del fondo. Los catres eran simples colchones que dudosamente superarían los cinco centímetros de grosor colocados sobre estructuras de metal. Me parecieron bastante antiguas, como sacadas de un hospital de los setenta. Como no había ninguna clase de correas o cosas por estilo con las que atarte durante una tortura me tranquilicé un poco a ese respecto.
También obedecí cuando me ordenaron sentarme en una de las camillas del fondo. Colyn se ofreció a quedarse vigilándome mientras los demás iban a ayudar con los heridos. El tráfico de Guardianes por la habitación no había hecho más que ponerse en marcha.
Colyn se apoyó en la pared junto a la cama. Me miraba con mucha regularidad. O al menos lo intentaba, porque los ojos no hacían más que írsele por la habitación. Creo que intentaba contar los heridos, después de todo, aquellos debían ser sus familiares y amigos.
Estudié al Guardián pelirrojo solo por distraerme un poco (y ya que estaba, para intentar calcular su poder ofensivo por si las moscas). Era un tipo grande, pero todos los Guardianes parecían tener ese mismo arquetipo. Los únicos de pequeño tamaño (más bajitos que yo) que había visto por aquí eran Lena y el Canijo Llorón (con las siglas en mayúsculas, que ya va siendo hora de referirnos a su apodo con propiedad y hacerlo oficial). Pero el Canijo Llorón seguramente crecería y sufriría un duro entrenamiento, así que no contaba. Mis queridos lectores, yo también me doy cuenta de que acabo de desvariar de lo lindo. El caso es que creo que era tan amplio de espaldas como el “héroe”, pero carecía de la elegancia caballeresca de éste y Albert (ellos prácticamente eran sex-symbols, todo sea dicho). Era mucho más rudo de facciones, con la nariz torcida, seguramente rota; y el ceño muy fruncido (¿sería esa su forma natural o es que pone cara de asco?). A parte del físico esculpido de gimnasio no tenía mucho encanto.
Seguía con la chaqueta de cuero subida hasta arriba, lo que a mí me seguía pareciendo demasiado raro.
Los minutos pasaron. Yo intenté aclarar mi cabecita, mi plan de supervivencia a partir de ahora, cómo podría volver con los Seamair y revisar el estado de mis manos, es decir, llegaba el momento del AJS (Análisis de la Jodida Situación).
“Eso” seguía sin poder explicarlo. Una cosa luminosa que había emergido de mi interior y había acabado con mis brazos y los vampiros… Sin embargo no parecía haber hecho ni cosquillas a uno solo de los Guardianes. Luz.
Los Guardianes encontraron un arma destrozada a mis pies y enseguida llegaron a la bastante lógica explicación de que yo, mediante mi magia, había logrado desestabilizar una de sus armas y expulsar la Luz que contenía en su interior. Como era solo medio demonio, su energía solo me destrozó aquellas partes de mi cuerpo que estaban más cerca del artefacto, mis brazos, mientras los vampiros habían muerto por completo. Despues de todo los humanos sufrían heridas graves (normalmente mortales) con la exposición directa a la Luz, pero no morían de inmediato. Sí, muy lógico; salvo que no es cierto.
Yo no podía haber producido Luz, es antinatural; para empezar tendría que haberme matado. Una cosa es que hubiera venido de fuera (mi piel tiene cualidades humanas así que resiste la luz ultravioleta del sol (los demonios son delicados a la luz solar) y, medianamente bien, la exposición a la Luz), pero de dentro... Intenté recordar algún tipo de rumor o historia que hablara sobre cosas parecidas. Lo bueno de trabajar en un bar es que era muy fácil fisgar en las conversaciones, y si se trataba de clientela mágica de cientos de años, era hasta entretenido.
¿Podía ser energía solar que se me había descontrolado? No, no se parecía en nada, absolutamente en nada, a ese tipo de magia. En realidad no se parecía a ningún tipo de magia que yo hubiera sentido en la vida, producirla ya ni hablamos.
Ahí estaba de nuevo la cuestión infranqueable, volvía a atascarme en el mismo punto: nunca había sentido nada parecido, tampoco oído mencionarlo (esto empieza a ser repetitivo). ¿Entonces qué podía ser? Que yo hubiera producido un nuevo tipo de energía era, perdonad que me ría, más que improbable.
Bueno, yo ya había sobrevivido a tener Luz dentro del cuerpo antes…

miércoles, 16 de febrero de 2011

Encantamiento 18: Traidor sin hogar.


Apartaron al canijo de un tirón. Me sorprendí cuando el niño se resistió a dejarme, quejándose y pataleando mientras se lo llevaban. Por mí podía quedarse mientras me sirviera de escudo humano.
No les repliqué nada, ni ingenioso ni hiriente. Al contrario, decidí que era más conveniente hacerme el débil y dócil. Aprovecharía el momento antes de que cerraran mis esposas para morder al Guardián que me las ponía y entonces patear al otro que tenía al lado, cubrirme con toda la magia que me quedara y correr a las ventanas como hice la última vez (sigo sin ver la puerta…). Justo cuando un grupito apareció dando voces de nuevo en la sala.
-¡Jefe, miré a quién tenemos! –Automáticamente todos nos giramos a ver a quién tenían. Arrastraban a un vampiro en muy mal estado físico, atado de brazos y con cadenas en los tobillos.
Clack. Los aros de las esposas se cerraron alrededor de mis muñecas. No habían tenido ni siquiera la consideración de no ponerme las esposas en las muñecas quemadas; el contacto del metal con mi carne reavivó mis nervios sensitivos, justo en el peor momento. Me mordí el labio para permanecer en silencio. Mi magia se reprimió en el acto; acababa de perder la oportunidad. Con cierta rabia asumí que tendría que resignarme y esperar, y que en la enfermería solo se curase a la gente…
-¡Es uno de sus líderes, dirigía el asalto! -Obligaron a su preso a arrodillarse en el suelo mientras a mí me hacían levantarme. Le miré fijamente, tenía el presentimiento de que esto podía interesarme (ya que he perdido la posibilidad de escapar…).
-¿Eres realmente uno de los líderes de este asalto? ¿Habéis venido para rescatar a Neiberak? –le habló Albert. Esperó a que contestara pero el vampiro no lo hizo. –Es eso… -ya no le preguntaba, acababa de clasificarlo como obvio.
-¿Para qué preguntáis si vosotros mismos decidís las respuestas? – el vampiro puso una expresión contrariada. ¡Yo también quiero saberlo! Sabía que escuchar esto podría revelarme cosas útiles…
El-que-se-hace-el-héroe le cruzó la cara con un puñetazo. ¿Eso es una respuesta?
El vampiro escupió sangre. Al abrir los ojos en mi dirección, estos se encontraron conmigo.
-Oh… si es el híbrido traidor –sonrió al reconocerme (siempre es agradable encontrar conocidos en territorio hostil, así puedes tener información extra sobre una de las cartas del juego). Yo también le conocía, era un gran aliado de los Seamair. Nunca hablamos directamente y tampoco es que fuera un jefe de muy alto rango, pero solía hacer de portavoz de su aquelarre con nosotros.
Sentí que dejaba de respirar. ¿Traidor? ¿Otra vez? Era lo mismo que había dicho el Convertido loco, quizás no había sido una ocurrencia suya. No iba a permitirme seguir sin saberlo, esta posiblemente era mi única posibilidad de saber qué ocurría realmente. Debía enterarme.
-¿Traidor? ¿A quién se supone que he traicionado? –le espeté. Me resistí a los tirones de los Guardianes.
Abrió sus ojos de iris rojos. -¿No lo sabes? Tú eres Alexander Derek, el brujo, ¿no? Qué curioso, tus señores Seamair, bueno, ex-señores, se cabrearon mucho cuando Kaila Seamair les enseñó las pruebas en tu contra. Yo estaba allí presente –aseguró-; eran unas pruebas muy buenas, si me lo permites.
La presión en mis colmillos aumentó. Volví a resistirme cuando intentaron llevarme a rastras. Aparté al Guardián sin mote de un empujón sin pararme a pensar mucho en lo que eso podría suponer a mi imagen de “chico simpático, guapo y bueno” (parece una tontería, pero esa imagen me ha librado en más de una ocasión, ni se os ocurra subestimarme). En este momento tenía prioridades mayores.
Me desplacé con facilidad en un abrir y cerrar de ojos hasta el vampiro, no necesité dar demasiadas zancadas. Al cerrarse en torno al cuello de la camisa del vampiro, mis manos produjeron un sonido muy desagradable, como el de una esponja expulsando líquido o unas ventosas; pero me aguanté.
-¿Y con quién se supone que los estoy traicionando? –me costaba mantener el tono inexpresivo debido a esa misma presión que ejercían mis mandíbulas.
-Con los Guardianes –contestó como si dijera que el cielo es azul. ¿¡Otra vez la misma tontería!?- Parece que no es así –puntualizó al fijarse en mis esposas-. Pero tampoco creo que importe mucho, a estas alturas ya han puesto el precio por tu captura, estas en la lista de todos los cazarrecompensas del país. Vi como el propio Cristofino ponía en marcha todo el dispositivo de búsqueda y captura –le miré fijamente a los ojos. Una de las cualidades vampíricas por excelencia era que al mentir, irremediablemente, derramaban lágrimas de sangre por los ojos. Pero los ojos de aquel vampiro estaban secos.
Totalmente secos.
Ni una sola lagrimilla a la vista.
Mis dudas se desvanecían y con ellas cualquier rastro de esperanza que me hubiera permitido mantener. Y ya todos sabemos lo que se siente, lo que duele, cuando rompen tus esperanzas; no es necesario explicarlo con palabras.
No era mentira: ese vampiro había estado allí y sabía que pensaban que los había traicionado. Era cierto que mi propia… familia… pretendía acabar con mi vida. Asumí toda la verdad como un trago amargo, no queriendo que ninguna clase de emoción aprovechara para dominarme. No podría volver, ya no; aunque me escapara de los Guardianes estar ahí fuera con medio mundo mágico buscándome era incluso más peligroso.
Pero aun así, creo que me puse triste. No, esa no es la palabra. No llegaba a ser tan fuerte. Era decepción; incluso con mis esfuerzos por no apegarme a nada, sin darme cuenta me había hecho ilusiones, creí haber encontrado un lugar al que llamar “hogar” y resultaba que me había vuelto a equivocar.
El sol empezaba a emerger en el horizonte. El vampiro se retorció, pero yo no le solté. Seguí muy quieto y agarrando su cuello como un grillete. Me suplicó algo a lo que yo no preste atención. Parecía nervioso, aunque no me importaba.
Sentirme así sólo era culpa mía, lo sabía. Ahora tendría que encargarme de desechar todas esas distracciones llamadas sentimientos lo antes posible. No me harían ningún bien guardarlos, y además, no los quería. Mis queridos lectores, no os pongáis en plan “pobrecillo” o “menudo monstruo sin corazón”; no son más que puro lastre que me hacía cometer errores y ponerme en peligro sin necesidad, como bien he podido demostrar en estos pocos días.
El rabillo de mi ojo captó una luminosidad pálida. Fue creciendo poco a poco. El vampiro me insultó; ni me inmuté.
Estaba demasiado concentrado en mis cosas. Que su cuerpo se incendiara de golpe, que gritara, se retorciera entre mis manos pidiendo auxilio no me  interesaba lo más mínimo.
Apenas escuchaba su lamento.
Solo le dediqué una pequeña mirada cuando intentó golpearme. La piel se le caía a tiras, la carne se desgranaba y en poco tiempo solo sostenía un montón de huesos arenosos con ropa entre mis manos.
No sabía que faltara tan poco para el amanecer. Lo dejé caer, los huesos se rompieron casi todos. Que poco había tardado, resultaba sorprendente la verdadera efimeridad de los cuerpos de los vampiros.
Los Guardianes miraron el polvo que se mezclaba con el resto de cenizas. Restos de vampiro entre miles de otros restos de vampiro. Ellos tampoco lamentaban mucho la perdida.

miércoles, 9 de febrero de 2011

Encantamiento 17: Al fin un punto positivo.


Todo se acabó tan rápido como vino. Fue como la pólvora: se prendió, se extendió rápido, destruyó con todo lo que pudo y se acabó. Todo muy llamativo pero así de sencillo.
La luminosidad remitió hasta tal punto que ni las lámparas parpadeantes alumbraban lo suficiente.
La habitación estaba en completo silencio. Ya nadie peleaba, mucho menos hablaba. Ni siquiera se atrevían a respirar. Creo que contenían el aliento.
Aún no me parecía del todo real. Era más fácil imaginarlo como un vago recuerdo de algo ocurrido hace mucho tiempo y a otra persona, aunque luchaba contra esa sensación.
Lo único que osaba romper ese mutis generalizado era mi fuerte respiración. Aún sentía que me ahogaba, necesitaba más aire.
Sabía que debían de estar mirándome todos los supervivientes de la batalla. Podía sentir sus ojos clavárseme en la piel sin necesidad de levantar la cabeza. Cerré los ojos con fuerza y apreté los colmillos contra mi labio inferior. Debía recuperar la calma.
Mi cabeza seguía sin entender. Estaba hecha un lió, y por tanto, yo también. Demasiadas preguntas ahí apretujadas como para lograr fijarme solo en una. Tenía que tranquilizarme y pensar con calma.
Hice un esfuerzo por organizarme de manera coherente (mi interior siempre sería un poco caos, ya lo tenía asumido; pero intentaría esforzarme con la capa más superficial, lo único que aún se podía arreglar). Me sentiría mejor sabiendo qué hacer a cada momento. Primero, concentrarme en el estado de mis manos. El dolor había llegado hasta tal punto que había perdido la sensibilidad. Siendo lógicos, si todo el dolor anteriormente mencionado se había concentrado en mis manos seguramente con los daños había pasado lo mismo. Sólo esperaba que el grado de dolor y daños, del mismo modo, no fueran a la par. Porque entonces debían estar horribles… No quería quedarme manco (dudo que nadie quiera, la verdad), eso solo resultaría un engorro para mi trabajo; necesitaba las manos para manejar mi magia. Y si no servía para trabajar… mejor no saber tampoco que sería de mí (a lo mejor Cristofino se apiadaba, él siempre era muy benévolo…).
El niño aplastado en mi barriga se movió un poco, separándose. No fui capaz ni de pensar en lo irónico que era que se quitara precisamente ahora (¡sí que debo de estar mal!).
Yo miraba al suelo de modo que cuando alzó su cabecilla, me crucé con sus ojos dorados. Estaban brillantes después de tanto lagrimón, con los parpados rojos e hinchados. Unas pequeñas motas grises en sus iris despertaron un poquito mi atención por el contraste que suponía con ese fondo color dorado. Había algo no humano en ellos, me di cuenta enseguida; pero tendría que interesarme más tarde.
-Gracias –susurró muy bajito aunque en la habitación se oyó claramente entre tanto silencio- … me salvaste, muchas gracias. –Hizo una pequeña pausa tomando aire-. Si… si pudiera hacer algo por usted…
-Ya –me interrumpí al escuchar lo rota que sonaba mi voz. Intenté aclararla y con un tono mucho más parecido al mío continué la respuesta, logrando sacar una pequeña sonrisa-: veremos.
El pequeño asintió y se movió fuera de mi pecho. Yo seguía con los brazos en alto, incapaz de moverlos. Tenía la estúpida sensación de que cualquier ligero movimiento los quebraría. El niño miró un poco por encima de su hombro y ahogó una exclamación.
Tragué saliva dudando de querer saberlo de verdad.
-¿Tan mal están? –Oh, mierda, por favor, que las siga conservando-. ¿Tengo aún las manos enteras o les falta algo?
El pequeño dudó de nuevo, una inquietud que se transmitió hasta mí.
-Están… enteras –respiré un poco más tranquilo-, pero…
¿Pero qué? Maldita sea, no me dejes así, niñato. ¿Qué les ha pasado? No será para tanto. Agh, odiaba ese momento de tensión, el redoble de tambores propio antes de descubrir la verdad se me estaba haciendo demasiado largo.
Habría que dar el paso.
Levanté la cabeza aun reprimiendo el miedo y me miré. Estaban quemadas. Más concretamente: calcinadas. Aún podía distinguirse su forma; los dedos extendidos, con los huesos debajo de aquella cobertura roja y negra que era la carne de mis brazos. Como iba en manga corta podía distinguirse perfectamente a mitad del antebrazo dónde la piel se despellejaba y ennegrecía. Cómo había perdido su apariencia lisa para remplazarlo, en un salto casi brusco, con algo que a mí, la verdad, es que me recordaba a un montón de hilo enredado.
Lo estudié un buen rato con ojo clínico; cada trocito de piel, cada mínima gotita de sangre. Pero prefiero no daros demasiados detalles a vosotros.
No era para tanto, me dije, los huesos habían aguantado, los tendones seguramente también. Si mantenía la estructura podría recuperar la movilidad sin demasiados problemas. Solo necesitaban curarse las partes de carne quemada y ya por último formar nueva piel. Restituir el flujo sanguíneo sin desangrarme quizá sí que sería un tema peliagudo de contrarrestar (en definitiva: es tan malo como suena).
Ahora debía hacer un pequeño sondeo de qué me harían los allí presentes y prepararme por si debía escapar.
Todos en la sala permanecían en silencio todavía. Me sorprendió que ya no pelearan, pero más me llamo la atención la cantidad de gente que había desaparecido de repente, al menos la mitad. Antes había dos esencias vivas en la habitación, es decir, dos auras: la de los Guardianes y la de los demonios vampiros. Ya solo se sentía una. No había vampiros, ni uno solo. En cambio el suelo estaba lleno de cenizas, casi parecía un desierto. ¿Yo había acabado con ellos? O mejor dicho: ¿“Eso” los había destruido?
Todo apuntaba a que sí (al fin un punto positivo).
Miré discretamente los rostros llenos de mugre, sudor y cicatrices de los Guardianes. No pude mirarles directamente a ninguno de ellos porque cada vez que lo intentaba me cruzaba con un par de ojos clavados en mí. No parecía que fueran a atacarme (aunque se lo estaban pensando). Puede que no se atrevieran porque uno de sus niños (el canijo llorón) seguía a mi lado y temían herirle. Cambié de opinión automáticamente: este bulto lloroso me puede ser útil después de todo.
La voz de Albert resonó para poner fin al silencio (recordad que aunque yo me explayo, en la realidad todo sucede un poco más rápido).
-¿Qué hacéis parados? Josh, Paul; id a comprobar el estado en las habitaciones del ala Norte. Vinged y vosotros, habitaciones Este –organizó a dos equipos más dando muestra de sus dotes de mando; uno para revisar el Este y el que se debía quedar allí con él. Todos los supervivientes se pusieron en marcha en la casa en un santiamén, reviviendo de golpe con la voz profunda de Albert. Sólo quedamos yo, mi “padre”, el “héroe”, el canijo llorón, reconocí al pelirrojo desagradecido (Colyn, creo que se llama Colyn) y dos Guardianes más.
-¿Y con él qué hacemos? –preguntó uno de los desconocidos (aun no le he puesto mote) que se quedaron en el vestíbulo nada más desaparecer el grupo “Sur ” por la puerta. Parecía dudar un poco sobre si preguntar pero, según indicaban sus miraditas nerviosas, el miedo a que yo le hiciera algo al canijo llorón era más fuerte.
Albert dirigió sus ojos en mi dirección por primera vez en todo este tiempo. La ira volvió a encenderse en mis entrañas, pero pude mantenerlo como un incendio controlado.
-Ponedle unas esposas especiales y llevadlo a la enfermería, Gin se encargará de él -¿encargarse? Mantuve la calma. ¿A qué quería referirse con “encargarse”? Automáticamente empecé a comparar todos los utensilios propios de una enfermería, jeringas, bisturís, tijeras; con sus posibles aplicaciones de tortura. Eran demasiados.

jueves, 3 de febrero de 2011

Encantamiento 16: “Eso” dentro de mí.


Sé que me estaba cayendo, solo eso. Cuando volví a abrir los ojos estaba en el suelo.
Intenté situarme en el espacio, pero todo daba vueltas. Solo veía formas borrosas moverse a mí alrededor. Sonidos de metal y gritos que no lograba ubicar. ¿Qué? Estaba completamente perdido. El puñetazo debía de haberme afectado al oído interno, que suerte la mía.
¿Y el-que-se-hace-el-héroe? ¿Qué había visto que le causo tanto efecto? ¿Me había abandonado, estaba muerto o pensaba que el muerto era yo? ¿Habría alguien por ahí con quien tuviera una mínima oportunidad de aliarme (tendría que ser un Guardián)? ¿La salida, dónde andaba? Nada. No sabía responderme ninguna de las cuestiones.
Intenté respirar con calma. Tenía que reponerme rápido, seguía en medio de una batalla.
Al abrir los ojos de nuevo la cosa se aclaró un poco.
La batalla parecía estar llegando a su fin si teníamos en cuenta la diferencia de número entre vivos y cadáveres que quedaban en el vestíbulo.
El héroe estaba asestándole el golpe de gracia al vampiro que me golpeó (lo reconocí porque le faltaba un brazo). Salió corriendo sin mirar atrás. Segunda pregunta respondida: ¡me dejaba allí tirado!
-¡Es-espera! –reprimí la rabia que me daba tener que pedirle ayuda. Me resultaba vergonzoso estar tan mal como para tener que recurrir a alguien, pero era muy poco probable que alguno de los demás Guardianes hubiera presenciado nuestra “alianza”, así que corría el riesgo de que cualquiera me intentara aniquilar. No se volvió, quizá no me oyó. Quizá.
Sentí el metal de una espada caer sobre mí más que verlo. Me aparté apresuradamente arrastrándome. No sé si era vampiro o Guardián, pero no tenía intenciones de dejarme matar. Mis sentidos se estaban recuperando pero funcionaban a saltos, un momento escuchaba al siguiente solo interferencias y más de lo mismo con el resto. Todo esto me restaba muchas posibilidades, me daba cuenta.
Seguí al héroe por pura desesperación. Pero antes me lancé contra lo primero firme que vislumbre: una columna. Llegar hasta allí fue apoteósico. Al menos ya tenía experiencia en recibir palizas (menudo consuelo…).
Al agarrarme a ella solo logré la sensación de que el mundo se inclinaba más de lo normal sobre su eje, eso o que el edificio se derrumbaba.
El que me intentó matar estaba desaparecido (que siga así) y nadie parecía tener tiempo para hacerme caso. Al fin un pequeño momento de calma, menos mal. La salida, tenía que encontrarla (¡ya llevó un montón de capítulos buscándola, maldita sea! ¡Ni que fuera la entrada a la cueva de los cuarenta ladrones!).
No vi la salida, pero sí al “héroe” (el muy capullo). Estaba machacando a una de tantas sanguijuelas. Lo primero en que me fijé fue que ya no reía, la rabia en su rostro era palpable. Le hinchaba las venas del cuello y le hacía golpear con más fuerza con sus espadas. Asustaba un poco.
Pateó el cuerpo del vampiro, convirtiéndolo en cenizas un poco más rápido que si lo hubiera dejado desintegrarse solo, para apartarlo de su camino. Golpeó la puerta que tenía enfrente para tirarla abajo. ¿Qué habría ahí dentro?
No tuve que esperar mucho para averiguarlo. Un niño pequeño salió corriendo y se enganchó a las caderas del héroe. Recordé esa cabecita de niño que vi en el capitulo diez (madre de Dios, que pocos capítulos desde que me presente aquí…) aunque no le presté mucha atención entonces, se parecía muchísimo. Un momento, si esta era la habitación en la que estaba asomándose el niño cuando llegué, ¡la salida tenía que estar cerca! Intenté buscarla. A ver, si cuando vine vi esta puerta a la izquierda, desde esta perspectiva…
-¡Robert! –sollozó el pequeño. A lo mejor ese era el nombre autentico del que-se-hace-el-héroe. La verdad es que los nombres no son lo mío… (de ahí que use tantos motes)
-Gigi, nos vamos –ordenó con su tono duro aferrándolo con fuerza. Al girarse me vio en la columna enganchado.
Nos miramos. Un silencio incómodo; no tenía nada que decirle.
-Haz la pantalla esa otra vez –me ordenó.
-Existe una cosa llamada pedir por favor, ¿sabes? –Le espeté sin ocultar lo mucho que me tenía hasta las narices-. Y ahora mismito no puedo.
-¿Cómo que no puedes? –me atravesó con la mirada de una manera que casi podría haberme matado. Algún día a lo mejor lograba alcanzar mi nivel en miradas asesinas, pero solo a lo mejor.
-El golpe me afectó al oído interno, estoy mareado. –La explicación no pareció gustarle una pizca. Se acercó dando tumbos con el niño colgado hasta quedar a unos centímetros de mi cara y colocando la punta de su espada en mí yugular dijo:
-He dicho que lo hagas.
Genial, ahora me amenaza.
-Y yo que no puedo. Mareado no me concentro bien.
-Pues lo vas a hacer mareado o no. –clavó un poco la punta. No iba a entrar en razones, se veía en su cara de loco. Me aparté un poco de el-que-se-hace-el-héroe, su invasión de mi espacio vital era un tanto repulsivo.
Resoplé y respiré hondo intentando tomar fuerzas. Me aparté de la columna y casi me mato, pero solo casi. Extendí las manos a ambos lados. Por suerte estábamos un poco protegidos por la columna y el pasillo así que no nos veían ni intentaban atacarnos. Lo había hecho en situaciones peores, solo necesitaba sacar las energías necesarias. La magia se apelmazó alrededor de mis manos, creció y nos rodeó como en un huevo. No era tan buena como la anterior pero funcionaría.
Nos pusimos en marcha sin decir nada más, el niño bien agarrado a Robert y yo siguiendo de cerca a los dos primeros. La verdad es que me entraron ganas de dejarlos fuera de la barrera para que los mataran, pero eso iba en contra de mi plan… ¡Hay que sacrificarse por la causa!
Un Guardián cayó erróneamente sobre nosotros. Se precipitaba un poco a cámara lenta, o eso me pareció, pero a lo mejor es que solamente seguía un poco afectado por el golpe. El “héroe” y yo nos dimos cuenta de que si tocaba la barrera acabaría peor que mal. A mí me daba lo mismo, pero al héroe parece que no tanto.
-¡Quita la barrera! ¡Quítala! –me ordenó medio histérico. La hice evaporar en el acto siguiendo órdenes. El Guardián se estampó contra el suelo, la parte de atrás del pelo se le chamuscó pero nada más.
Un vampiro venido de dios sabe dónde se abalanzó sobre el-que-se-hace-el-héroe. El “héroe” empujó al niño hacia atrás para quitarlo de en medio y cayó al suelo con el vampiro encima. Su arma salió disparada hacía no se sabe dónde. Este sitio es muy grande o sigo muy mal de la vista porque no paran de aparecer y desaparecer cosas.
El pequeño corrió y se me enganchó a mí, rodeándome con sus pequeños bracitos la cintura y hundiendo su gimoteante cabecita en mi tripa. Intenté apartarlo tirando de sus hombros, pero era como el vampiro loco, peor que una lapa. No sabía dónde meterme. ¿¡Por qué tenía que venir a refugiarse precisamente a mí!? Volví a intentar empujarlo con una patada (o dos, o tres…). Tendría que haberle golpeado con más fuerza, nos habríamos salvado antes. Agh, no se quitaba, ¡que alguien le pegue un espadazo a ver si se suelta!
Vi dos vampiros correr hacia nosotros, uno venía del frente y otro por la derecha. Retrocedí, pero la coordinación entre el canijo llorón y yo fue nula. Caí arrastrado por el pequeño; fue como si me hubieran enganchado un peso muerto. No había nadie que pudiera ayudarnos cerca y el “héroe” ya tenía bastante con lo suyo. No había tiempo para nada, debía quitarme de ahí de inmediato, con o sin niño. Me incorporé de rodillas en el suelo a toda velocidad pero el canijo volvió a efectuar de peso muerto tirando hacia abajo cuando intenté levantarme.
Genial, iba a morir por ese canijo llorón. ¿Pues sabes qué? ¡Me niego! Levanté una mano hacia cada vampiro. Mis niveles de magia se sentían muy bajos, había utilizado demasiada. Lo primero que pensé era en que tenía que acabar con ellos rápido y del todo, no tenía magia suficiente para varios golpes. La energía solar… eso los desintegraría. Yo era capaz de producirla en pequeñas cantidades. Podría usar la magia que me quedaba antes de desmayarme para acabar con todos los vampiros que nos rodeaban. No lo dudé.
Energía solar. Luz solar. Necesito esa luz. La necesito para sobrevivir.
Los vampiros se cernían ya sobre nosotros. Centímetros nos separaban y mi magia no se formaba…
Ese cosquilleo… Apenas podía concentrarlo en mis manos.
Sabía que la muerte se acercaba a cada segundo. ¿Sobreviviría si me cortaban la cabeza y me despedazaban? Probablemente no; no quería saberlo. Tenía que hacer algo o me matarían.
El pensamiento se volvió más desesperado.
Necesito… ¡luz! Por favor, poderes no me falléis ahora, la necesito. ¡NECESITO ESA MALDITA LUZ!
Algo en mí se abrió como un cofre, un clic que descubrió algo que ni yo sabía que contenía.
Quise gritar. En realidad estaba gritando aunque no me daba cuenta. Qué queréis, estaba un poco distraído…
Pasé de no poder concentrar mi magia a ahogarme con en ella en menos de un segundo.
“Eso” no era la sensación cálida, no era la presión agradable que me producía la magia en las venas. Era un torrente, me estaba destrozando, sin dirección, sin mesura. Pero también eran llamas. Ardía y ni siquiera era cálido. ¡Córtenme los brazos, córtenmelos!, quería suplicar pero no podía. ¿Qué era “eso”? No lo había sentido nunca, ¿qué me pasaba, por qué me salía de dentro? No tenía sentido, yo nunca habría hecho nada que me pudiera dañar, no inconscientemente. ¡Tengo instintos de supervivencia, unos muy fuertes! Pero “eso”… no tenía sentido. Yo lo estaba produciendo, me daba cuenta, pero no podía controlarlo. Me superaba. Me estaba matando.
No podía pensar. Era como si me hubieran desconectado el cerebro. Pero podía verlo: una luz blanca en mis manos, en mis brazos. “Eso” era lo que me quema, lo que fuera que me destruía también producía esa luz.  El resplandor aumentó, se incrementó. Lo hizo desaparecer todo a mis ojos. Todo menos el dolor.