domingo, 27 de marzo de 2011

Encantamiento 27: Incordio con branquias.

Quedaba poco para el límite de la barrera protectora que protegía la manzana del “Trébol de las Cuatro Hojas”. Un trébol de cuatro hojas tallado en el muro de piedra era la primera advertencia. Como me costaba aun interpretar las sensaciones, no me atrevía a acercarme mucho más. No quería liarla, pero desde allí iba a hacer más bien poco...
Yo en un tiempo fui autor de esa misma barrera y sabía cómo funcionaba, pero en el cuerpo de Lena era peligroso usar mi magia. Aún podía fabricarla, pero me arriesgaba a dañar el cuerpo de Lena, que no solo no estaba acostumbrado a sentirla desde dentro, sino que provenía de una estirpe destructora de energía mágica. Su cuerpo podía identificarla como tóxico, producirle una especie de alergia y acabar con los dos. Sería una muerte bastante agónica.
Me mordí los labios. Qué romos me parecían los dientes de Lena en comparación.
Miré el reloj de una farmacia; aun disponía de cinco horas antes del momento crítico.
Unos pasos resonaron en el callejón. Me apreté contra la pared.
-¡Aj, que se me cae! -Me quedé quieto. Esa voz nasal... como para no reconocerla. Esto era demasiado bueno para ser real.

Me asomé. Estaba de espaldas así que no se dio cuenta de que la observaba mientras se peleaba con las bolsas y los contenedores de basura. No necesitaba ver a aquella chica dos veces para reconocerla. Campbell... Era ella, inconfundible; bajita y con ese estilo de lolita con faldas tan abultadas que la hacían parecer incluso con más anatomía de tapón de lo que era, con sus cabellos castaños recogidos con enormes lazos y entre los que sobresalían las aletas laterales de su cabeza así como la piel de anfibio verde y brillante.

Me acerqué. No sabía qué hacer exactamente; si le pegaba un susto acabaría mal y si veía que soy una Guardiana lo mismo.
Puff, que salga como tenga que salir.
-Campbell -intenté usar el tono neutro más habitual en mí.
Ella levantó la cabeza, me miró y se giró. Sus ojos se abrieron como platos. Se arrimó al contenedor. Sabía que haría eso.
Me abalancé sobre ella y presioné las manos para ahogar su grito. Campbell intentó zafarse. La inmovilicé con fuerza y sin sentir remordimiento; solía hacerselo mucho a lo largo del día.
-Cam... ¡Campbell! Soy yo, tranquilízate, soy... Renacuajo -que te estés quieta te digo. Aquel bicho siempre me resultó molesto.
Bloqueé sus extremidades sin esfuerzo. Campbell no era una luchadora; trabajaba para la mafia y convivía con esas cosas pero por sí misma era incapaz de cazarse las moscas.
-Voy a destaparte la boca. No grites o te partiré el cuello -murmuré en la especie de aleta que era su oreja. Yo se lo había advertido, ella decidiría si su inteligencia daba para sobrevivir.
Quité la mano.
-No, iiiih, no he hecho nada. Lo juro -empezó a lloriquearme. Idiota.
Resoplé.
-Campbell, Rana -usé uno de los motes (Rana, Sapo... no son originales siendo ella una chica-anfibio, pero es lo primero que me sale cuando pienso en ella) con los que me solía meter con ella-, mírame. Soy Alec.
-¡Tú no eres Alec, eres una Guardiana, no soy tonta! -¿en serio, no lo eres? Que he vivido contigo...
Claro que esto iba a ser complicado, ya lo había tenido en cuenta. Podía usar la fuerza, por supuesto; pero todo sería más seguro si lograba convencerla. Valía la pena perder tiempo en intentarlo.
-Sí que soy yo. Campbell, sólo mírame a los ojos y te dejaré ir, lo juro por mi alma -las palabras me salieron solas. Un Guardián debía cumplir siempre su palabra; tanto Campbell como yo lo sabíamos aunque no estaba seguro de si eso contaba cuando el alma en cuestión era la de un híbrido. Campbell obedeció, tiritando de miedo. De nuevo, ella no era luchadora, no soportaba el dolor ni el miedo; haría lo que fuera por poder irse.
La miré directamente a aquellos ojos rasgados de iris amarillos. Los rasgos orientales contraídos para ahogar las lágrimas me eran tan familiares que casi dolía. Solo podía pensar: “estúpido anfibio gótico, si no te das cuenta, renuncio y hago que me obedezcas por otros medios, así que haznos un favor a los dos y deja de hacerme perder tiempo inútilmente”. La atravesé con los ojos, concentrando todo mi hastío para transmitírselo. No sabía si funcionaría, si recordaría que yo la miraba de ese modo cada mañana cuando se tiraba sobre mí para despertarme y yo la echaba a patadas; pero lo cierto es que mis sentimientos eran precisamente esos. Un escalofrío recorrió a la pequeña sapo, se agazapó e intentó apartarse; siempre lo hacía cuando la miraba.
-¿Alec... de verdad...? -sus ojos se humedecieron, el labio inferior empezó a temblarle. Intentó huir de mis ojos registrando todo mi cuerpo, bueno, a Lena. Y luego tomó fuerzas y volvió a mirarme fijamente a la cara-. ¿Pero cómo...? –no parecía que fuera a aguantarlo.
-Intercambio de cuerpos -atajé.
Campbell estaba petrificada, se había dado cuenta (o eso creo) de que mi forma de intentar matarla con la mirada era, como mínimo, muy similar a la que empleaba con mi propio cuerpo (menos mal, no sabía si esto funcionaría en mi estado actual. Podemos hablar de milagro). Pero claro, tenía demasiado miedo de equivocarse. Seguía indecisa y si metía la pata todo se iría al garete.

-Campbell, de verdad, deja de tiritar -me sacas de quicio cuando te pones así de victimista, ¿no ves que no das pena sino más ganas de pegarte? Tenía que quitarle las dudas-: Sé que te coses la ropa tu misma -esos frufrús, cancanes y puntillas con faldas tan cortas y abultadas las venden en pocos sitios-, que te angustia estar tan plana a tus dieciséis años y que en toda tu vida solo te has liado con dos personas; uno era un demonio de pus -un tipo asqueroso, como cualquier demonio de pus (creo que con la simple mención de la palabra podréis imaginároslo); el único motivo de que acabara con eso en una esquina fue que estábamos de fiesta y Campbell acabó muy pero que muy borracha. Aquella aventura de una noche solo la conocía yo (no soy un mirón, los vi sin querer; de verdad que no quería verlo) y Campbell sabía que me debía que lo hubiera mantenido en secreto entre otras muchas cosas-; y no has tenido ni una sola relación estable a pesar de que sigues con tu convicción de que encontrarás el amor verdadero y tal... -es todavía una niñata, sigue creyéndose casi todos los cuentos que oye-. Cuando llegué aquí, con catorce años y tú tenías doce –creo, sí, teníamos esos-, Cristofino me dejó instalarme en este edificio -hice un gesto en dirección al “Trébol de las Cuatro Hojas”-. Tú fuiste una de las primeras personas a las que conocí; Cristofino te mandó enseñarme el lugar y tú te lo tomaste tan al pie de la letra que estuviste tres meses rondándome como un moscardón -hasta que te mandé a la mierda, aunque sin usar ese tipo de palabras tan directas-. Dos días después de llegar me confesaste -aunque yo no te lo pedí, en realidad no necesitaba saberlo- que eras huérfana como yo y que a ti también te recogió Cristofino de la calle, a los cinco años en una charca del centro Oeste de Japón en la que estabas completamente sola y abandonada y en la que iban a urbanizar -desde entonces le debía la vida y siempre ha trabajado para él, incapaz de saldar la deuda de haberle dado una vida. A mí me pasaba exactamente lo mismo; Cristofino salvó mi vida y por ello se la debo. Me sentí un poco culpable al recordarlo, a pesar de que aquello era algo que nunca olvidaba, siempre presente en mi cabeza. Sabía que Campbell tampoco traicionaría a Cristofino así porque sí, por eso mismo había tantas posibilidades de que esto saliera mal. No, tenía que mantenerme firme, los sentimentalismos no ayudan a arreglar las cosas. Seguí hablando a pesar de que hasta yo era consciente de cómo mi tono de voz se ensombrecía más a cada palabra-. Campbell, soy Alexander, odio que me persigas cuando estoy haciendo cosas y que te tires a abrazarme lloriqueando por tonterías como que un dragón te ha dado un zarpazo en la cara. He pasado cada “Día de Cine Súper Way”, como tú lo llamas, obligado a ver una película sentimentaloide contigo; la última fue “Que llueva para que usemos el mismo paraguas” -era horrible... Pero que realmente horrible... No sé cómo soportaba esas sesiones de lagrimeo todos los meses. -. Sueñas con convertirte en una Idol por lo que te pasas los días cantando y bailando. Recuerdo que me regalaste en las navidades de hace dos años un peluche que tú misma cosiste para mí y que aún conservo sobre la mesilla de noche -entre cinco libros, una lámpara de cerámica, un vaso de batido de fresa (que ya le debe de haber salido moho como siga ahí) y una bufanda de color arco iris-, aquella Noche Buena fue la primera -y única- vez que te di un beso en la mejilla.
¿Tengo que seguir demostrándole que conozco todas las cosas que hemos vivido juntos estos cuatro años? Cuatro años son muchos días y Campbell comete muchas estupideces en un solo día...
Se tiró a mi cuello. Sus bracitos me rodearon con una fuerza sorprendente para provenir de ella que casi me estrangula. Campbell, tan inoportuna como siempre, era un incordio con branquias.
No me gusta que invadan mi espacio vital, con el tiempo que hemos vivido puerta con puerta y trabajando juntos ya debería haberse dado cuenta, ¿no? (Creo que disimulo bien, pero tanto...)
Fui a apartarla, pero... su olor, a charca y humedad, me impregnó las fosas nasales. No me sorprendió, era un olor familiar.
Sentí nostalgia. Si pudiera, habría escupido ese sentimiento. Pero no era el caso.
Me resigné dejando que me abrazara entre temblores y que sus lágrimas resbalaran hasta el cuello de Lena.
-Necesito el hechizo para invertirlo -dije sin cambiar el tono de voz, no me apetecía admitir que el asqueroso hedor de Campbell me... “agradaba”-; está en un libro encuadernado en negro que dejé bajo los pantalones naranjas cuando me fui -a lo mejor se habían desecho de mis cosas, entonces lo tendría crudo.
-Pantalones naran... Sé dónde están.
La aparté un poco bruscamente.
-Campbell, lo necesito. Es urgente.
-Vale -asintió. Ya no tenía dudas sobre mí, haría lo que le dijera. Que inocentemente estúpida y crédula es esta niña-. Espérame aquí.
-No avises a nadie más.
-Pero... -fue a protestar- .Bueno, vale. Pero, Alec, tienes que decirme lo que ha pasado. ¿De verdad...?
¿De verdad has sido tan desagradecido como para traicionar al hombre que te dio casa, protección y comida; que te dio una vida?
-No he traicionado a Cristofino o al menos no era mi intención. Es complicado. Las cosas se liaron, estaba en el peor lugar posible y metí la pata. Kaila aprovechó eso para lograr pruebas que me incriminaran.
-¿Cómo...? ¿En serio, tú, tú has metido la pata? No puedes haber hecho algo tan grave, imposible, no me lo creo. -Empezó a negar con la cabeza, como si me hubiera pillado intentando colarle un trola- Tú eres un sádico hipercalculador, tú no metes la pata jamás -que buena imagen que tiene de mí... aunque en realidad es cierto.
Me reí sin gracia.
-Siempre hay una primera vez... He logrado un trato con los Guardianes después de que se me llevaran preso -le aclaré la situación, quizás porque estaba harto de que todos me consideraran un traidor-. Mientras haga como que estoy con ellos me dejaran vivir; pero yo quiero regresar con Cristofino, ¿entiendes? –Tuve una idea- Campbell, necesito que me hagas otro favor: tráeme algo para escribir, quiero que le des un mensaje de mi parte. Voy a intentar explicárselo...
Parpadeó con cada uno de sus juegos de párpados, dos en total.
-Conociéndote podrías perfectamente estar mintiéndome... -suspiró-. De acuerdo, Alec, lo haré. -Se puso en pie-. Te traeré el libro y algo de escribir... y también algo de ropa, no puedes ir con esos horrible trapos mojados por ahí.




sábado, 26 de marzo de 2011

¡Cadena de premiados!


Hola, hola, mis queridos lectores; resulta que hace poquito me metieron en una cadena al premiarme (¡¡no me olvido nunca de ti, Yary!!) y ahora me toca a mí continuarla diciendo 2 verdades y 3 mentiras y decir los 10 blogs que más me gustan, que son estos:




Veamos, esto es difícil, ¿2 verdades?:

-Mi apellido, Seamair, significa trébol en irlandés.


-Tengo las orejas puntiagudas porque la estirpe demoniaca de la que provengo es irlandesa y, según dicen, todos los habitantes de ese islote y provenientes de la cultura celta en general llevan en sus venas restos de sangre de Leprecaun (parecidos a los duendes). Así que todos los que provienen de allí tienen orejas de duende (cacho explicación para una gran verdad xD)



¡Y tres mentiras (esto es mucho más fácil)!:

-¡En realidad estoy locamente enamorado de Robert, el-que-se-hace-el-héroe!
-En realidad apoyo la causa de los Guardianes y quiero ser como ellos.
-Nunca me han torturado.


Y no sé si esto será aclarador para alguien (para mí que no mucho) pero estoy bastante feliz por este reconocimiento que ha recibido mi pequeño blog. Gracias a los que leen mi vida, me voy que si no Colyn me capa con la sosa caustica (tiene un humor de perros… xD).
Comentad si eso, que tanto no cuesta (a no ser que estés paralíticos o algo… en ese caso os perdono y os deseo una pronta recuperación).



Ahora, todos los que he premiado tendrán que hacer lo mismo: decir los blogs que más les gustan, contar dos verdades y tres mentiras y pedir que a los que ellos premien también repitan el proceso ^^

Atte: Alexander Derek Seamair.

martes, 22 de marzo de 2011

Encantamiento 26: Los componentes del individuo, cuerpo y alma.

El mundo daba vueltas. Luces caóticas que me hacían daño en los ojos giraban a gran velocidad dejándome con la sensación de estar en una montaña rusa. Mis pies seguían sobre el suelo, pero las vueltas me mareaban. Había una bomba; recordé y corrí hasta la puerta más cercana. No podía distinguir nada con la claridad suficiente, nada permanecía tanto tiempo quieto como para que eso fuera posible.
Tic, tac. Bum.” Una cacofonía muy ridícula que fui capaz de distinguir por encima del estruendo de mis pulsaciones. Mis pies ya no estaban en el suelo.
Perdí la consciencia a ratos. Los colores y estar perdido en medio de la oscuridad... Esas sensaciones se fueron alternando cada vez más rápido. No encontraba raciocinio allí, solo podía dejarme arrastrar por aquella marea.
Me ahogaba. 
El aire se escapó de mis pulmones sin permiso y agua salubre penetró en ellos. Mi cuerpo intentó reaccionar, se volvió loco y desobedeció todas mis órdenes. Aunque yo ya me había dado cuenta de dónde estaba y de lo qué debía hacer, él no. Buscaba aire pero cada vez que lo intentaba más agua me entraba en los pulmones. Los músculos no me obedecían, ¿porqué seguían intentando respirar si yo les decía que pararan? Respiró más fuerte, los bronquios se me abrasaron. Algo iba mal, no reaccionaba. Esa sensación oprimente en el pecho se hizo insoportable.
Forcé las extremidades para patalear; tampoco reaccionaron. El miedo empezó a invadirme; tenía que salir de allí.
Pronto la falta de aire acabaría conmigo.
Logré abrir los ojos tras una ardua pelea en la que me debatí con el simple hecho de saber dónde de aquel caos estaban. No podía distinguir el arriba del abajo. El agua estaba verdosa, turbia.
Tenía la cabeza embotada. El cómo había acabado de una habitación bastante seca a estar ahogándome no importaba ahora. Debía encontrar la manera de que mi cuerpo respondiera o...
Luz. Bajo mi cabeza. La superficie. 
Luché con más fuerzas. Necesitaba volver al mando de esa masa de carne. La sensación de control volvió, fue como atar unas cuerdas a los distintos puntos del cuerpo y tirar con fuerza de ellos; como si moviera un títere. Me estaba moviendo, era muy torpe, pero la superficie ya estaba cerca. 
Un último esfuerzo. Agarré algo fuera del agua. Unas raíces ásperas. Ya casi...
Tiré de ellas. Sentía los brazos de gelatina. Me propulsé fuera del agua. Lo primero de lo que fui capaz de hacer fue dejarme caer sobre la hierba vomitando agua. La tos me estremecía, más fuerte que yo. 
Respiré con fuerza el aire tibio de la noche. El pecho me dolía. Pero era un dolor raro que yo no había recordado tener jamás. Claro que dolía, pero se sentía amortiguado y con reverberaciones, como si todos los dolores se mezclaran sin ton ni son.
Volví a perder el control. Esas cuerdas que me sujetaban perdieron fuerza hasta deshacerse y el cuerpo se me quedó laxo y abatido sobre aquella tierra húmeda. Seguía sintiéndolo como dormido e insensible. Y no era por el agua. 
No podía escapar de esa sensación de intrusión, todo lo que me llegaba me resultaba ajeno. Sabía que la hierba era hierba, que el agua sabía a barro y que lo que sonaba en aquellos arbustos eran grillos, pero al mismo tiempo era completamente distinto.
No reconocía ese cuerpo; había algo que me hacía rechazarlo, yo no debería estar ahí dentro...
Recordé automáticamente lo ocurrido en la habitación aquella. La bomba, las luces giratorias, lo que me costaba controlar mis movimientos y el sentimiento de rechazo. Oh, no.
Me puse erguido; el efecto no se disipó.
En el horizonte se veía a primera vista cómo el edificio se había convertido en una columna en llamas. Se había incendiado; el sonido, el “tic, tac. Bum”, que había escuchado debió ser eso, claro. Y la onda expansiva me había lanzado por la ventana de cabeza al río, el cual se me había arrastrado lejos de allí. Eso es lo que había ocurrido.
¿Y los demás? Fui a rebuscar en los bolsillos el móvil cuando me di cuenta de que aquella no era mi ropa. Esto solo corroboraba mi teoría. 
No llevaba mis botas y aquellas piernas eran demasiado cortas para ser mías. Me palpé el pelo: estaba todavía caliente en el lado izquierdo y las cenizas  en las que se había convertido ese lado me mancharon las manos. El agua debía haber apagado las llamas antes de producir daños a la cabeza y aún así era demasiado largo para ser el mío. En la cara sentí unas cicatrices sobre el parpado. No importaba lo que me esforzara, no podía ver por la derecha.
Aguanté la respiración y me levanté sin más miramientos la camiseta hasta las axilas. 
La prueba incuestionable; genial, estaba en el cuerpo de una chica. Más concretamente en el cuerpo de Lena…
E imagino que mis queridos lectores no se están enterando de casi nada, pues… El frasco que nos lanzó el dichoso jusjus contenía un hechizo por el cual los dos componentes de un individuo, alma y cuerpo, se habían separado (seguramente el bicharraco ni sabía para qué servía). Si un cuerpo se queda vacío, o muere o se convierte en zombie. Y si un alma no habita ningún cuerpo se convierte en un espíritu errante. Separados no pueden “vivir”. Por ello, para preservar la vida de ambas partes, pero sin poder volver al cuerpo propio, las almas habían ocupado el primer cuerpo libre que encontraron. En mi caso, el de Lena. Por eso no conseguía controlar los movimientos y lo sentía todo tan extraño...
Me puse en pie a pesar de que quería vomitar (esto se me estaba haciendo muy desagradable). Oteé con el único ojo. Sin duda el agua me había arrastrado muy lejos. Desde aquí solo podía distinguir el techo en llamas del edificio.
Un alma no podía habitar otro cuerpo por mucho tiempo, ya que acabaría muriendo o, en el mejor de los casos, acabaría atrapado en el cuerpo que ocupase. Bien, con el hechizo tan reciente aún contaba con unas seis horas. Necesitábamos un hechizo de “reseteo” para invertir el efecto, pero estos eran muy complicados; no se encuentran así como así. 
Empecé a plantearme muy en serio el que los Guardianes pudieran conseguirlo. Por mucho dinero que diesen, ningún ser mágico (y no todos saben hacerlo) estaría dispuesto a ejercer su magia por las buenas.
Yo tenía justo el hechizo necesario, justo para estos casos. Pero estaba en el “Trébol de las Cuatro Hojas”.
¿Cuánto tardarían en encontrar y sobornar u obligar a alguien a liberarnos? ¿Cuánto tardaría yo en ir hasta la taberna y volver?
Contra: no podía ir por allí. Aunque no me reconocieran en el cuerpo de Lena, ella era una Guardiana de la Luz.
Pro: era mi oportunidad para contactar con los Seamair y empezar a negociar mi vuelta...
Bien, esto es a lo que llamo yo estar entre dos opciones importantes. Suspiré. 
Decidido.
Me bajé la camiseta y empecé a andar sin volverme, en dirección contraria del edificio en llamas.



martes, 15 de marzo de 2011

Encantamiento 25: Jusjus, la mejor mascota posible (y una mierda).


Pues, “Abu”, ya sé que no lees esto, pero como te quiero (aunque tú a mí no ¬¬) te lo dedico tanto a ti como a esas galletas que siempre me restriegas que haces sin venir a cuento y que nunca me traes xD




Unos golpes en la puerta hicieron que levantara la vista del portátil (si Colyn veía que estaba jugueteando con las cosas del muerto en lugar de limpiar me capaba; pero es que hacía siglos que no me pasaba por algunos blogs (¡¡La maldita autora de “La asquerosa vida de Rose Darling” dice que ya no sube, será...!!), y yo no soy tan imbécil de meterme en redes sociales ni en servidores que pidan datos y dónde puedan localizarme (sí, pueden hacerlo; el mundo de la tecnología es así de inseguro, mis queridos lectores; aceptadlo)).
Me quedé estático hasta que la voz de Lena se produjo al otro lado de la puerta principal.

Cerré a toda prisa el ordenador y salté del sillón atusándome inconscientemente la ropa y el pelo para ordenarlo, cosa que en el acto me pareció inútil porque. Mejor me quedaba con el estilo despeinado y natural que por algo es el que mejor me sienta (y es el más sencillo del universo en mi caso; luego hay gente que se tiene que pasar horas delante del espejo para dejarlo “casual” y, bueno, no sé porqué me pongo ha hablar de estas cosas…). Sacudí la cabeza y todo volvió a su estado atractivo en el acto (ya dije que en mi caso es súper sencillo, no me hacen falta peines). Normalmente no me preocuparía así por mi aspecto; me siento imbécil.
Fui hasta la entrada aguantándome el patetismo extremo y la vergüenza que me daba comportarme así. Allí estaba el-que-se-hace-el-héroe cerrando la puerta mientras Lena se quitaba el abrigo.
-¡Hola, hola, chicos! –ya me estaba acostumbrando a su espectro de voz más bien agudo y taladrante.
-¿Qué haces aquí? Deberías estar descansando -le dijo Colyn. Lena había participado en la misión que estábamos limpiando; Colyn tenía razón, se supone que debería estar descansando.
Lena rió haciendo que ese sonido se me clavara en los tímpanos.
-Eso puedo hacerlo aquí igual que en el cuartel -se sentó en el sofá para tranquilizarnos-, Además -sacó un táper de su bolso de arpillera-, ¡os he traído galletas!
El-que-se-hace-el-héroe alzó una ceja. -¿Tú, galletas?
-Ey, un poco más de confianza que yo no uso matarratas -¿por qué diantres ha desviado la mirada medio segundo hacía mí?-. No, no son mías. Me las dio tu madre para vosotros -las pasó para que Colyn y Robert cogieran y en el acto guardarlas. Solo estaba a dos pasos y me acaba de ignorar a lo bestia; como que me siento un pelín marginado…
Me esclafé en el sillón orejero de color malva fosforito que tenía al lado. Obviamente no iba a dejar que mi cara de póquer se descompusiera ni un milímetro.
En momentos como este se hacía más evidente que me excluían; no era nada nuevo, yo jamás pertenecería a su grupo. Ellos tenían un pasado en común ya que habían crecido juntos, sus familias se conocían, también compartían ideales (prejuicios) y ese tipo de relación tan consolidada con chistes privados y miríadas de anécdotas y más chorradas por el estilo. Cuando empezaban a hablar era inútil que intentara seguir la conversación (bien, Alec, ahora lo único que queda para no sucumbir al aburrimiento es limpiar, mirar las motas de polvo o aburrir al personal).
Toca aburriros con mis penas y embrollos mentales: Yo también compartí mucho con Lena, estuvimos varios años teniéndonos solo el uno al otro, ¿por qué Lena no podía recordar eso? ¿Acaso para ella no significó nada? Me sentía impotente ante la rabia que me producía. Odiaba sentirme así, en realidad Lena conseguía que sintiera demasiadas cosas que yo no quería sentir.
-¿Quieres? -me giré para observar la galleta que Colyn sostenía frente a mi cara. ¿De verdad me la estaba ofreciendo?
Las tripas me temblaron en una más que evidente suplica para que la aceptase bajo pena de muerte por inanición (creo que exagero después de todo hoy he desayunado; asquerosas y nutritivas gachas, pero he desayunado).
-Gracias -añadí antes de cogerla y lavármela a la boca (¿qué, estómago, ya estás contento? (por dios, sí que estoy mal, ya hasta hablo con mis órganos internos)). Así que éstas eran las galletas caseras de la madre del-que-se-hace-el-héroe; y la mujer a la que Albert le puso los cuernos con la mía. Humm, parece que la imagen se perturba un poco si añades información, y no precisamente para bien. Estaban riquísimas.
El pequeño puente de unión en forma de galleta entre el grupo de Guardianes y yo se disolvió tan rápido como se formó y yo volví a quedar apartado de todos.
No tenía muchas ganas de analizar mi vida, ya me aburría repetir siempre la misma película. Bueno, ahora tocan las motas de polvo…
La tarde se fue deslizando pesada y lenta a lo largo de los cambios de conversación de los Guardianes. Yo solo escuchaba trozos, en especial si salían a tema grupos de mafias o simplemente que Lena tomaba el control sobre la conversación.
-¿Habéis oído eso? -me senté recto y estirado como un felino al acecho. Más que oírlo había sido sentirlo. Lo sentía en la piel y en el aire. Subí los pies sobre el sillón en cuclillas para tener una mejor panorámica de todo el suelo.
-¿Qué...? -les mandé callar antes de que protestaran y agudicé mis orejas puntiagudas. Estaba en tensión, preparado para que cualquier cosa me atacara. Ahora sí que podía oírlo: seis patitas con garras como las de una rata.
Cogí el teléfono, lo primero que pillé; lo tiré contra la estantería sin pensarlo dos veces. Los libros y trastos se cayeron y un jusjus (ahora tuerto) chilló.
¿Es que la gente no entiende que las mascotas con dientes afilados y que expulsan veneno tienen que estar guardaditas en sus jaulas? El jusjus es una especie de... nogmo por así decirlo; mide 25 cm, y parece una rata llena de tumores de lo fea que es; vamos, la mejor mascota posible (y una mierda).
El bicho peludo me miró muy mal y rumiando cosas sobre mis antepasados (saben hablar, mal, pero saben).
-Jujusjusjus -resopló como si riera (de ahí el nombre)-, estúpidos, asesinaron a mi amo y yo acabare con vosotros -regurgito un frasco (que asco) y un interruptor (aún más asco)- ¡Hay una bomba! -y pulsó el interruptor lanzándonos además el frasco.
Oh, oh. Esto no pinta muy bien.


sábado, 12 de marzo de 2011

Encantamiento 24: Dos semanas después.

Habían pasado pocos minutos desde el amanecer y los rayos del sol se filtraban por los cristales dentro de la habitación.
Aquel loft estaba en las afueras, en una zona abandonada y en decadencia, pero poseía muy buenas vistas del río. De hecho pasaba justo bajo mis pies.
Dejé que el astro incidiera sobre mí para calentarme con su pobre luz. 
-Alec, ¿podrías dejar de mirar las motas de polvo? –me espetó de malos modos el pelirrojo desagradecido, Colyn. Me aparté con un suspiro. Cierto, estaba aquí para trabajar. Al menos él usaba mi nombre y no me decía cosas tipo “escoria” o “gusano callejero” como el-que-se-hace-el-héroe.
Me giré. La tarea no estaba ni a la mitad. El cadáver de un minotauro de dos metros y medio no es fácil de limpiar.
No estaba muy de ánimos, aquello me aburría. No era la primera vez que limpiaba la escena de un asesinato o “rastros de batalla” como aquí los llamaban, en realidad lo había hecho miles de veces con los Seamair. Los Guardianes tenían la cosa organizada de manera que un grupo mataba a los delincuentes mágicos o los apresaban y otro grupo venía detrás a limpiar los estropicios. Desde que acepté ese contrato, limpiar muertos era lo único que hacía (¡¡¡Viva la vida loca!!!, y que se note la ironía).
Sí, mis queridos lectores que no leyeron “Encantamiento 23”, acepté, claro que acepté, ¿qué iba a hacer si no? La otra opción era que me mataran.
No me arrepentía del todo, o al menos me hacía responsable de lo que decidí. No fue difícil: nos hicieron firmar un contrato para la adivina y otro para mí. Y como no soy estúpido, me había asegurado de releer rápidamente una y otra vez el mío hasta lograr memorizar cada coma del documento antes de escribir con sangre (si ellos creían que era necesario… La sangre tiene sentido si el contrato es mágico, aunque no había ningún tipo de magia por el que vincularme al papelejo aquel; fue un poco inútil. En cosas como esa se nota lo incultos que son con respecto a la magia) mi nombre en varias casillas y líneas de puntos para que me quitaran de una vez las abrazaderas de aquella silla tan horrible; estar atado solo traía malos recuerdos que tanto me esforzaba en olvidar; me recordaba a “él” y sus “curas”.
Con el papeleo finalizado pasé a ser considerado un “Guardián más” (entre comillas porque eso no se lo cree nadie). Era perfectamente consciente de que tendría que pagar un alto precio con ese contrato, pero me resignaba.
Estaba vivo habiendo sobrevivido a un juicio de los Guardianes: algo inaudito. Ya no había más vuelta de hoja, al menos para lo que a mí respecta; no importaba lo que tuviera que hacer, sobrevivir siempre estaba por encima de cualquier sacrificio. Siempre.
Sé que no hago más que reafirmarme en lo mismo, lo siento, es que estoy intentando labarme en el cerebro.
Yo soy de los que se calientan bastante la cabeza y como no podía ser menos, lo había pensado y ya tenía un nuevo plan: ahora contaba con la protección de los Guardianes, ellos me protegerían y yo les ayudaría hasta conseguir algo lo suficientemente jugoso con lo que ganar mi vuelta con los Seamair. Quiero decir, que si actuaba como un aliado y me ganaba su confianza, quizás podría llegar hasta algo importante para comprar el perdón de Cristofino. Un arma, la destrucción de los Guardianes, cualquier cosa que le demostrara que seguía siendo fiel a él.
Sí, aún quería volver con ellos a pesar de que me buscaban para acabar conmigo. Los conocía y una vez que demostrara que todo había sido una trampa de Kaila volvería a ganarme su respeto. El quid de la cuestión era encontrar algo con lo que demostrárselo.
Tendría que tener mucha paciencia con mis nuevos protectores...
Me recliné contra el cristal y seguí dejando que Colyn se peleara con la moqueta (mira que soy generoso, no puedo quitarle toda esa diversión al pobre). El-que-se-hace-el-héroe estaba también en ese grupo de limpieza, podía escuchar el sonido de sus pesados pies tres habitaciones más lejos.
Pero sigamos con la historia de estas dos semanas tan... ¿interesantes? (por llamarlas de alguna forma). Tras instalarme y superar los primeros “roces” con mis nuevos compañeros, se instauró la rutina. Mis horarios de sueños se trastocaron (como si no tuviera ya suficiente con mis problemas de insomnio) pasando a realizar todas las actividades en horario de día, justo cuando yo dormiría de haber seguido en el Trébol de las Cuatro Hojas. Las jornadas empezaban siempre a las cinco, con los golpes de Colyn contra mi puerta. Dos veces al día me paseaba por la enfermería a que me cambiaran las vendas (Gin seguía un poco decepcionado a pesar de que me estaba curando más rápido que un humano medio; no sé qué se esperaba que pasara exactamente, ¿que se me cayeran y me crecieran unas manitos nuevas?). Hablando de eso, ya podía mover las muñecas y cerrar algunos dedos sin morirme de dolor ni desangrarme (lo cual ayudaba a mejorar mi ánimo). Lo más alentador eran mis nuevas esposas. Estas no estaban unidas físicamente, no tenían la cadena que me quitaba tanta movilidad aunque el efecto sobre mi magia era el mismo: la reprimía e inutilizaba por completo (creo que funcionaban como el Wifi o el Bluetooth pero no me supieron o no me lo quisieron explicar). La sensación de libertad era maravillosa. ¡Al fin podía hacer movimientos de 360 grados con los brazos!
Mi vida social se podía decir que estaba, como mínimo, en coma profundo. Los momentos de socialización eran muy escasos, porque, aunque estuviera en lugares públicos seguían tratándome como a una escoria diabólica (el-que-se-hace-el-héroe sin ir más lejos). O no me hablaban o usaban malos tonos (algunos seguían desenvainando sus espadas…).
Además mientras no estuviera en la “celda” (sigo sin acostumbrarme a llamar a ese cuartucho como un espacio de vivienda) debía seguir a Colyn de un lado para otro. Prácticamente tenía prohibido separarme de él, en cuyo caso no se responsabilizaban si acababa con un miembro menos. Como había sido una orden directa de su superior, éste siempre me estaba controlando, pero enseguida me acostumbré.
Miré la habitación de arriba abajo, no era fea, aunque había esqueletos de ninfas que yo nunca habría elegido para la decoración (queda demasiado recargado). Y otra vez a mi compañero. Desde luego... qué mal se le daba hacer saltar la sangre de la moqueta. Esta tarde iban a venir los de la constructora para revender el piso “que había quedado libre”, no creo que les hiciera mucha gracia encontrarse al antiguo inquilino con como veintitrés flechas atravesándole (Lena…).
Con Colyn las cosas estaban raras (y que yo, precisamente yo, tenga que usar ese adjetivo calificativo...). Estaba intentando llegar a un trato con él, pero las cosas estaban tardando más de lo que me gustaría en llegar a donde quería.
Estaba convencido de que yo era la única persona que sabía lo de su licantropía (seguro que no se lo dijo a nadie, no se atrevería). Incluso había logrado convencerle en una de esas con unas medicinas robadas de la enfermería (no le hizo mucha gracia saber de dónde las había sacado pero es que tampoco podía perdirlas por las buenas, habrían preguntado) de que me permitiera curarle la herida porque no podía ir por ahí con un mordisco abierto que se le podía infectar. Estaba lo suficientemente desesperado como para aceptar mi ayuda, pero era tan cabezón que no me escuchó en nada más.
Me mordí el labio distraidamente. Debía sacar provecho de mis conocimientos sobre él como fuera, era una baza demasiado buena como para no aprovecharla.
-¿Qué te harían de saber que Girond te mordió? –volví a la carga. ¿Lo matarían o sencillamente lo echarían de la Orden?, después de todo son cazadores de demonios...
Colyn dejo caer la bayeta húmeda sobre el tobillo del tipo muerto, siempre se le ponía cara de enfermo cuando sacaba el tema (ya va siendo hora de que te acostumbraras, ¿no? Que hay por lo menos un 40% de posibilidades de que te pases la vida así) -¡Nada me mordió!
Le miré fijamente sin llegar a usar una de mis autenticas miradas asesinas. De nuevo intentaba negarlo frente a todas las evidencias.

-Bueno –que paciencia…-. Pero por si acaso fue Girond –el pura sangre-, ya sabes lo que te pasará la próxima luna llena; faltan una semana y cinco días –ya había hecho el cálculo (cae el 6 de Octubre), pero seguro que él también, cualquiera en su situación lo habría hecho.

Cuadró la mandíbula.
-Ni se te ocurra…
-No se lo voy a decir a nadie. Y tampoco creo que me creyeran, aquí cuenta mucho más tu palabra que la mía –intenté tranquilizarlo.
-Tú no digas nada o te las veras conmigo -frotó con fuerza solo logrando que se extendiera aún más el manchurrón-, te lo puedo asegurar –qué poco amigable era siempre...
-Podría ayudarte… Encubrir todo lo relacionado con tu “posible” licantropía -después de todo, aun no era seguro que se convirtiera en un hombre lobo.  Durante la conversión podían pasar tres cosas: que la superara con éxito y se hiciera un licántropo, que no saliera bien y enloqueciera con la sed de sangre/carne o que no la pudiera pasar y muriera... Y él, ¿qué esperaba que pasara? ¿De verdad seguiría viviendo como un hombre lobo con su creencia tan fuerte de que deben morir? Bueno, a mí no me importa demasiado, la verdad-; las heridas, evitar que otros Guardianes se enteren (piensa que aún no se lo he dicho ni insinuado a nadie), el temita de la conversión…
Me miró fijamente, esto tenía que ser algo bueno porque nunca lo hacía.
-¿A cambio de qué?
-Sencillo: a cambio de que me protejas. Ya te habrás dado cuenta de que no soy Miss Popularidad precisamente -no sé porqué si soy guapísimo y el alma de la fiesta (perdonad que me ría tanto con esa última parte). Sin comerlo ni beberlo ya me he metido en tres peleas y casi me atraviesan con una lanza en una de ellas-. Mira, sé perfectamente (y tú debes saberlo también ya que estuviste allí) que hay gente muy en contra de que yo esté aquí y que planean matarme y que parezca un accidente diga lo que diga ese contrato que firmé -y no lo ocultan demasiado bien, todo sea dicho-. Y para eso te necesito –seguí explicando aprovechando que no me mandaba a la mierda todavía-, necesito que seas mi “guardaespaldas”, por así decirlo, que apacigües a los más violentos y que si estoy apurado lidies de mi parte en las peleas. No es mucho, ¿no te parece? De hecho solo estarías contribuyendo a que el contrato se cumpliera.
Se quedó pensándolo.
-¿Solo eso?
-Solo eso –asentí.
Suspiró. Oh, dios, ¡milagro! Sabía que en cuanto dejara de ser tan idiota vería que yo llevo razón.
-De acuerdo –tendió una mano que acepté rápidamente y aun sonriendo. Ambos realizamos la promesa (él especificando que podría matarme si yo no cumplía lo mío).
-Anda, quita. Para la sangre de los intestinos hay que usar limpia-cristales mezclado con lejía –sienta tan bien conseguir lo que quieres que creo que limpiaré para los Guardianes y todo.

viernes, 11 de marzo de 2011

Encantamiento 23 (Solo para quienes quieran leerlo): una charla no muy amena.

Bueno, estaba vivo; me dije. Pero aun así el cansancio era más fuerte que mi posible alegría.
La habitación 109 estaba en el área Norte y era necesario atravesar muchos pasillos hasta llegar. Muchas puertas estaban numeradas como en los hoteles; debían tener esa misma función.
Me di cuenta en seguida que al contrario que las demás, ésta se cerraba por fuera. No me quejé, no esperaba que me trataran como un rey, precisamente.
Encerrado allí dentro solo podía mirar fijamente cada una de las cuatro esquinas. La habitación era algo pequeña, de forma cuadrada y tan uniforme que me sentía como encerrado en un cubo, con las únicas aberturas de una puerta y una ventana rejada, justo enfrente. No había decoración de ningún tipo a no ser que contáramos la presencia de la moqueta gris. Una cama y un armario empotrado pero sin puertas.
Era deprimente, perfecta con mi estado de ánimo.

Me senté en la cama y miré las manchas extrañas del techo buscándoles parecido con personajes (encontré a Lukas Silver –de “La asquerosa vida de Rose Darling”-, aunque si mirabas desde otro ángulo parecía una patata con alas; a Yary Speit bailando claqué; a Voldemort con tutú…). Era incómoda.
Me pregunté si aquella sería mi habitación mientras estuviera allí y cuánto duraría la propia estancia con los Guardianes.
El futuro estaba muy gris. Me vendría muy bien tener por aquí a esa adivina.
Pasaron treinta y tres minutos desde que me metieron aquí, según pude contrastar por la luz que entraba por la ventana. Al menos era mejor que la celda.
La falta de sueño empezaba a hacerse presente, pero no podía pegar ojo. Mis problemas de insomnio no eran nada nuevo en mi vida, así que hice lo que siempre hago: permanecer tumbado sobre la cama en la posición más cómoda que encontraba con los ojos cerrados y pensar en mis cosas.
Aun así no tuve fuerzas  suficientes como para volver a pensar en “eso”. Posiblemente tendría que ver con el periodo de dos años que pasé fuera del orfanato y todo aquel era un tema demasiado espinoso.
La puerta se abrió y Albert entró en la habitación, sentí su presencia sin necesidad de girarme para verlo. Fue por esa aura por la que siempre sospeché de que no era humano. Quizá debería haberle preguntado alguna vez en lugar de ignorarlo como si no tuviera importancia. No sé, ahora sé que fue inapropiado por mi parte actuar así. 
No quise mirarlo, el odio no me lo permitía. Si le miraba sabía que tan solo lograría que la ira volviera a prender, que todo ese resentimiento me dominara y no sería capaz de controlar mis actos. En definitiva: tan solo lograría empeorar las cosas.
Cerró la puerta detrás de él. Cruzó los brazos sobre su musculoso pecho y empezó a mirar las bolitas de la moqueta. ¿A qué esperaba? Yo no iba a iniciar una conversación con él ni de casualidad y lo sabía. Durante todos estos años siempre fue así: yo me callaba intentando ignorarle y él intentaba hablar conmigo cuando desearía poder ignorarme.
-Hace mucho que no te veo –habló por fin. Su voz siempre era tan profunda y vacía, era extraña la forma en que calaba dentro de tu cabeza. Querías obedecerla sin saber por qué, incluso aunque jamás mostrará un ápice de sentimiento. En realidad nada en él mostraba sus emociones; de nuevo, creo que eso lo heredé de él.
No contesté. En realidad solo hace un par de minutos que hemos estado juntos.
-No vas a responderme –es que no has hecho ninguna pregunta. Permaneció un instante en silencio-. Has crecido mucho –casi lo decía como un chiste.
El guión entre nosotros siempre era el mismo. Intentaba hablarme y como yo no decía nada siempre comentaba que “has crecido mucho”. Siempre la misma frase, siempre el mismo tono. Quizá unas palabras tan inofensivas  no me harían odiarle tantísimo sino cobraran otro sentido cuando las decía él. ¡Claro que siempre que me veía estaba más alto, lo más lógico es que de un año para otro que me visitaba yo creciera! Lo odiaba tanto por eso mismo: que dejara que pasaran tantísimos meses entre visita y visita, periodos muy largos para cualquiera en los que ni se molestaba en escribirme.
Siempre me entraban ganas de reír cuando soltaba la frase de “has crecido”, lo raro habría sido que no creciera. ¿Acaso esperaba que cada vez que él desapareciera mi vida quedara en pausa hasta su vuelta? Pues no era así, se siente, pero él no tenía más merito en mi existencia que el de cultivar mi odio. Sé existir sin él. (Que nadie saqué el tema de que gracias a él fui concebido porque ya lo sé)
Mis pensamientos siempre destilaban un gran odio si él andaba cerca. Tenía que controlarme o acabaría envenenándome con ellos.
Suspiró. Creó que no soportaba estos encuentros porque yo nunca se lo ponía fácil. Que se joda como todos.
Siguió con su monologo: -Creía que estabas muerto.
Tenía que decirlo…
Hacía unos cuatro años o así, cuando yo cumplí catorce, huí de ese orfanato dónde me tenían retenido, ya os lo dije, mis queridos lectores. Pero mi huida fue algo más accidentada de lo previsto: el orfanato se incendió. Yo casi quedé atrapado en las llamas, pero logré escapar antes de que la caldera de gas hiciera estallar el edificio por los aires; nadie más, ninguno de los demás habitantes del centro tuvo esa suerte.
Los muertos se contaron por decenas, estaban irreconocibles. No esperaban supervivientes así que cuando no me encontraron, supusieron que estaba entre aquellos muertos. Como es evidente, a Albert, mi padre biológico, le comunicaron la trágica noticia. Me pregunto si se alegro de haberse quitado tal obligación: yo.
Pero a lo que a mí respecta aquello fue una increíble suerte, como pensaban que estaba muerto nadie me buscaba y yo podía empezar una vida desde cero, sin el miedo a que me hicieran volver a ese antro.
Fue la primera vez en que creí saborear la libertad.
Me erguí un poco sobre la cama.
-En realidad sí que he muerto, pero ahora me aparezco en espíritu para darte un mensaje desde el más allá: “morirás dentro de siete días. Salva a la animadora, salva al mundo.”
Se me quedó mirando muy seriamente, aunque todo en él se hace muy seriamente.
Al cabo de un rato llego a la conclusión: -No es verdad.
-¿Quién sabe? –dije encogiéndome de hombros bastante molesto. Una de tantas cosas que no me gustaban de él era su nulo sentido del humor.
-No lo es –suspiró de nuevo y zanjó el tema por completo.
Y aquí llegaba el momento después de mi intento de chiste hundido en el que iniciábamos una conversación forzada o al menos lo intentábamos:
-¿Vas a decirme qué es lo que paso?
-¿Qué más te da? Sigo aquí, así que debería bastarte –debería, pero seguro que solo quieres morirte o que me maten para no tener que volver a soportar la carga de un hijo ilegitimo. Desearías que siguiera muerto como tú creías, ¿verdad?; quería espetarle pero no sentí las fuerzas como para hacer que esas palabras salieran de mis labios. Hay cosas a las que prefieres no obtener respuesta, aunque ya la sepas.
Esperó un buen rato para contestar, como si formar las palabras le costará un gran esfuerzo. Aunque también se estaba asegurando de que nadie pudiera escucharlas, era evidente.

-Eres mi hijo; me importa –escupió las palabras. No eran sentidas, lo notaba. La ira volvió a amenazar con explotar. No quería mirarle. Cansino. ¿Por qué me seguía haciendo esto incluso ahora?- No sabía que eras… así, no me lo habías dicho.
Tú tampoco me dijiste que eras un Guardián (aunque yo sí lo había intuido). Como yo era una mezcla tan rara a algunos les costaba detectarme (no entro en los parámetros normales).
-¿Qué vais a hacer conmigo?
-Serás tratado como… a uno más –ja, sí, claro y yo me lo creo-. Siempre que tú respetes nuestras leyes y trabajes con nosotros – ¿“con” o “para” vosotros?-. Hemos tenido muy en cuenta tu… comportamiento reciente con nosotros.
Lo cierto es que había logrado un buen repertorio de buenas acciones en poco tiempo (normalmente es al contrario).
Volví a mirar las formas del techo. Ahora me parecía un pulpo zombie gigante.
-Me gustaría quedarme –y lo decía en serio, fuera solo había enemigos y cazarrecompesas que querían el precio por mi cabeza. Me gustase o no, los necesitaba para mi plan.
Albert pareció sorprendido por primera vez desde que había llegado allí. –Ah.
Esto es muy aburrido…
-Nunca me hablaste de tu hijo. Tienes más, ¿no? No hace falta que lo respondas –sonó más educado de lo que era. En realidad no quería saberlo, había preguntado por preguntar.
-Sí… cuatro. El mayor murió, a Robert ya lo conoces, es el segundo; el tercero está en otro país y el pequeño aquí, se llama Gigi, lo salvaste -¿El Canijo Llorón es también mi hermanastro? No me sentía especialmente sorprendido.
-¿Y tu esposa? –otra pregunta que no sé por qué hago.
-También está aquí. –Se quedó en silencio mirando el suelo, luego alzó la cabeza para fijarse en mí. Ciertamente tenía el mismo tono de iris que el-que-se-hace-el-héroe, dorado tirando a amarillo - Y… ¿tienes novia o… novio? –negué con la cabeza. Las relaciones no se me daban bien-. ¿Hijos?
-Soy estéril –le corté. Todos los híbridos lo eran, debería saberlo. Lo mismo pasa con los adivinos o los Convertidos, ahora que lo pienso aunque no venga a cuento. Por mucho que lo intente, no conseguiría hijos si no es adoptando. Y, sinceramente, no tengo ninguna necesidad de buscarme ese tipo de problemas. Supongo que por eso los híbridos estamos tan mal vistos, no ayudamos en nada perpetuar la especie, somos un lastre-. ¿Y tú tienes alguna amante? –le pregunté con tono inocente pero deseando con todas mis fuerzas hacer daño. Mi madre era su amante, ¿por qué no habría de buscarse una nueva?
-No… -fue a decir algo más, pero no lo hizo.