martes, 22 de marzo de 2011

Encantamiento 26: Los componentes del individuo, cuerpo y alma.

El mundo daba vueltas. Luces caóticas que me hacían daño en los ojos giraban a gran velocidad dejándome con la sensación de estar en una montaña rusa. Mis pies seguían sobre el suelo, pero las vueltas me mareaban. Había una bomba; recordé y corrí hasta la puerta más cercana. No podía distinguir nada con la claridad suficiente, nada permanecía tanto tiempo quieto como para que eso fuera posible.
Tic, tac. Bum.” Una cacofonía muy ridícula que fui capaz de distinguir por encima del estruendo de mis pulsaciones. Mis pies ya no estaban en el suelo.
Perdí la consciencia a ratos. Los colores y estar perdido en medio de la oscuridad... Esas sensaciones se fueron alternando cada vez más rápido. No encontraba raciocinio allí, solo podía dejarme arrastrar por aquella marea.
Me ahogaba. 
El aire se escapó de mis pulmones sin permiso y agua salubre penetró en ellos. Mi cuerpo intentó reaccionar, se volvió loco y desobedeció todas mis órdenes. Aunque yo ya me había dado cuenta de dónde estaba y de lo qué debía hacer, él no. Buscaba aire pero cada vez que lo intentaba más agua me entraba en los pulmones. Los músculos no me obedecían, ¿porqué seguían intentando respirar si yo les decía que pararan? Respiró más fuerte, los bronquios se me abrasaron. Algo iba mal, no reaccionaba. Esa sensación oprimente en el pecho se hizo insoportable.
Forcé las extremidades para patalear; tampoco reaccionaron. El miedo empezó a invadirme; tenía que salir de allí.
Pronto la falta de aire acabaría conmigo.
Logré abrir los ojos tras una ardua pelea en la que me debatí con el simple hecho de saber dónde de aquel caos estaban. No podía distinguir el arriba del abajo. El agua estaba verdosa, turbia.
Tenía la cabeza embotada. El cómo había acabado de una habitación bastante seca a estar ahogándome no importaba ahora. Debía encontrar la manera de que mi cuerpo respondiera o...
Luz. Bajo mi cabeza. La superficie. 
Luché con más fuerzas. Necesitaba volver al mando de esa masa de carne. La sensación de control volvió, fue como atar unas cuerdas a los distintos puntos del cuerpo y tirar con fuerza de ellos; como si moviera un títere. Me estaba moviendo, era muy torpe, pero la superficie ya estaba cerca. 
Un último esfuerzo. Agarré algo fuera del agua. Unas raíces ásperas. Ya casi...
Tiré de ellas. Sentía los brazos de gelatina. Me propulsé fuera del agua. Lo primero de lo que fui capaz de hacer fue dejarme caer sobre la hierba vomitando agua. La tos me estremecía, más fuerte que yo. 
Respiré con fuerza el aire tibio de la noche. El pecho me dolía. Pero era un dolor raro que yo no había recordado tener jamás. Claro que dolía, pero se sentía amortiguado y con reverberaciones, como si todos los dolores se mezclaran sin ton ni son.
Volví a perder el control. Esas cuerdas que me sujetaban perdieron fuerza hasta deshacerse y el cuerpo se me quedó laxo y abatido sobre aquella tierra húmeda. Seguía sintiéndolo como dormido e insensible. Y no era por el agua. 
No podía escapar de esa sensación de intrusión, todo lo que me llegaba me resultaba ajeno. Sabía que la hierba era hierba, que el agua sabía a barro y que lo que sonaba en aquellos arbustos eran grillos, pero al mismo tiempo era completamente distinto.
No reconocía ese cuerpo; había algo que me hacía rechazarlo, yo no debería estar ahí dentro...
Recordé automáticamente lo ocurrido en la habitación aquella. La bomba, las luces giratorias, lo que me costaba controlar mis movimientos y el sentimiento de rechazo. Oh, no.
Me puse erguido; el efecto no se disipó.
En el horizonte se veía a primera vista cómo el edificio se había convertido en una columna en llamas. Se había incendiado; el sonido, el “tic, tac. Bum”, que había escuchado debió ser eso, claro. Y la onda expansiva me había lanzado por la ventana de cabeza al río, el cual se me había arrastrado lejos de allí. Eso es lo que había ocurrido.
¿Y los demás? Fui a rebuscar en los bolsillos el móvil cuando me di cuenta de que aquella no era mi ropa. Esto solo corroboraba mi teoría. 
No llevaba mis botas y aquellas piernas eran demasiado cortas para ser mías. Me palpé el pelo: estaba todavía caliente en el lado izquierdo y las cenizas  en las que se había convertido ese lado me mancharon las manos. El agua debía haber apagado las llamas antes de producir daños a la cabeza y aún así era demasiado largo para ser el mío. En la cara sentí unas cicatrices sobre el parpado. No importaba lo que me esforzara, no podía ver por la derecha.
Aguanté la respiración y me levanté sin más miramientos la camiseta hasta las axilas. 
La prueba incuestionable; genial, estaba en el cuerpo de una chica. Más concretamente en el cuerpo de Lena…
E imagino que mis queridos lectores no se están enterando de casi nada, pues… El frasco que nos lanzó el dichoso jusjus contenía un hechizo por el cual los dos componentes de un individuo, alma y cuerpo, se habían separado (seguramente el bicharraco ni sabía para qué servía). Si un cuerpo se queda vacío, o muere o se convierte en zombie. Y si un alma no habita ningún cuerpo se convierte en un espíritu errante. Separados no pueden “vivir”. Por ello, para preservar la vida de ambas partes, pero sin poder volver al cuerpo propio, las almas habían ocupado el primer cuerpo libre que encontraron. En mi caso, el de Lena. Por eso no conseguía controlar los movimientos y lo sentía todo tan extraño...
Me puse en pie a pesar de que quería vomitar (esto se me estaba haciendo muy desagradable). Oteé con el único ojo. Sin duda el agua me había arrastrado muy lejos. Desde aquí solo podía distinguir el techo en llamas del edificio.
Un alma no podía habitar otro cuerpo por mucho tiempo, ya que acabaría muriendo o, en el mejor de los casos, acabaría atrapado en el cuerpo que ocupase. Bien, con el hechizo tan reciente aún contaba con unas seis horas. Necesitábamos un hechizo de “reseteo” para invertir el efecto, pero estos eran muy complicados; no se encuentran así como así. 
Empecé a plantearme muy en serio el que los Guardianes pudieran conseguirlo. Por mucho dinero que diesen, ningún ser mágico (y no todos saben hacerlo) estaría dispuesto a ejercer su magia por las buenas.
Yo tenía justo el hechizo necesario, justo para estos casos. Pero estaba en el “Trébol de las Cuatro Hojas”.
¿Cuánto tardarían en encontrar y sobornar u obligar a alguien a liberarnos? ¿Cuánto tardaría yo en ir hasta la taberna y volver?
Contra: no podía ir por allí. Aunque no me reconocieran en el cuerpo de Lena, ella era una Guardiana de la Luz.
Pro: era mi oportunidad para contactar con los Seamair y empezar a negociar mi vuelta...
Bien, esto es a lo que llamo yo estar entre dos opciones importantes. Suspiré. 
Decidido.
Me bajé la camiseta y empecé a andar sin volverme, en dirección contraria del edificio en llamas.



No hay comentarios:

Publicar un comentario