sábado, 30 de abril de 2011

Encantamiento 30: Regreso y enlace para “Encantamiento 31”.

Nos unimos las manos con una cuerda de pelo de unicornio con el poseedor de nuestro propio cuerpo y bebimos la pócima que yo había preparado  aún caliente. Al recitar unas palabras, la magia empezó a bullir en nuestros estómagos y las luces giratorias nos rodearon logrando incrementar la sensación de mareo.
Luego, todo se calmó. Todas las sensaciones se restablecieron, volvían a ser iguales a cómo eran antes de estar en el cuerpo de Lena. Incluso sentía el dolor de la pierna herida como estaba acostumbrado a sentirlo. Era agradable volver a ser uno mismo. La paz de aquel primer momento era insuperable, mis queridos lectores.
Todos estábamos cansados, así que decidieron que nos fuésemos directamente al cuartel y allí enviar a una patrulla a limpiar los restos (no tenían ningún teléfono a mano).
Gin había sido tan prevenido de traerse un botiquín médico en el coche (¡un fuerte aplauso para esté medicucho con un nombre completo tan complicado!). Yo mismo me cosí la pierna y ayudé a Gin con las heridas de los demás; se me daban bastante bien esas cosas médicas. Gin estaba preocupado por el golpe que Lena (cuando yo estaba dentro de ella) había recibido en la nuca y que podía provocarle una conmoción.
Por suerte, estábamos tan cansados que no teníamos ganas de discutir. Cosas como que yo me había escabullido sin avisar a nadie, que hubiera vestido a Lena de “punk lolita” (aunque la verdad, no estoy del todo seguro de que eso sea punk), las explicaciones que tendría que dar sobre que mi prima había intentado matarnos a todos o de dónde había sacado la ropa y el libro de conjuros. Incluso nos habíamos enterado abiertamente de hasta qué nivel llegaba el historial amoroso de Lena…
Hablando de Lena, ¿eso querría decir que nunca ha tenido un novio? ¿O ha tenido solo amores platónicos? ¿O habrá tenido algún lío muy puritano? A lo mejor es que directamente no creía en el amor o deseaba hacerse monja. Ey, queridos lectores, que no quiero saberlo en plan cotilla, en serio. Lo que pasa es que ese tipo de cosas son muy importantes a la hora de entender el comportamiento de una persona y cómo podría reaccionar a distintas situaciones; una persona se mueve por su manera de pensar.
Seguí haciendo ver que ojeaba las páginas del cuaderno de conjuros recientemente conseguido.
Y luego estaba lo ocurrido con Albert.
Los dedos se me crisparon.
    En la Iglesia, mientras preparaba la pócima tuve que apartarme   porque su olor se me estaba atragantando en la garganta. Me senté en uno de los bancos e inevitablemente había mirado el cadáver de Mikie que tenía al lado; un cuerpo irreconocible y calcinado (si exceptuamos la ropa que tenía un fuerte hechizo para ser ignifuga y se mantenía como los chorros).
    -Era buena persona; me ofrecía caramelos de café... –había comentado con un suspiro sin darme demasiada cuenta. Mikie siempre se compraba la bolsa de caramelos de todos los sabores, pero como el café no le gustaba, se los encasquetaba a quién podía.
       Sin duda mi estado de ánimo se había desplomado por debajo del umbral de la dignidad. ¡Pero si había aguantado muy bien hasta ese momento, mierda! Quería desesperadamente volver a mi cuerpo capaz de saltar desde palcos de veinte metros y correr a toda velocidad sin problemas y ver bien en la oscuridad con los dos ojos y quería volver a tener mis colmillos y estar con mis piernas largas y resistentes. Fue entonces cuando sentí el ojo ardiendo y las mejillas húmedas. En ese momento no supe lo que me pasaba exactamente pero enseguida me puse a pensar en que me habían rociado con ácido los ojos.
      Recuerdo perfectamente que me ordené parar, y recuperando la compostura, me obligué a aplacar a esos pensamientos caprichosos y poco útiles que habían aprovechado para hacerse hueco y extendí una nueva oleada de cuerdas para someter los músculos de Lena a mi voluntad.
     Había vuelto andando con paso firme hasta la pila bautismal dónde se preparaba el brebaje (no necesitaba fuego, una suerte) aguantando la respiración para no marearme.
Logré que mi voz saliera tan insensible como lo habría hecho de estar todavía en mi cuerpo al anunciarles que le quedaba poco a la pócima. Había mirado hacia arriba al sentir la presencia de otra persona cerca. Gin estaba curando a los otros... Era Albert.
     -Alexander... Muchas gracias, me has impresionado -sentía los músculos flojos y mi expresión se convirtió en una mueca. No sabía cómo reaccionar a esas palabras de Albert; aquello era demasiado raro.
      Con el dorso de su mano me limpió… las lágrimas. Me sorprendí al descubrir aquellas gotas incoloras sobre su piel. Mi cuerpo carecía de lagrimales, era uno de los rasgos que heredé de mi estirpe demoníaca. Por consecuencia, yo nunca había llorado, nunca. La primera vez que lloriqueaba en mi vida y no sé si sentirme orgulloso.
Pero volvamos a este todoterreno de cristales tintados; después de todo, no es una historia tan importante…
Aunque había sido, sin duda, rarísimo. Nadie había sabido muy bien cómo reaccionar (Colyn y Lena habían estado un poco distraídos con Gin, pero éste y Robert lo habían visto de pleno). Por patético que suene, por muchas vueltas que le diera me seguía pareciendo incomprensible. Entendía que me hubiera abrazado porque necesitaba sacarme lejos de los demonios rápido y no podía andarse con remilgos como el asco (porque entonces podría haber muerto y ninguno de sus Guardianes, incluido su hijo, podría regresar a su cuerpo); la situación lo exigía. Pero que me hubiera secado las lágrimas... (por no mencionar que aún se me hace raro la idea de que yo haya llorado por primera vez en mi vida por  haber estado en un cuerpo que sí tiene lagrimales. Es una sensación también muy rara...).  No sabía si lo había hecho porque el que lloraba era el cuerpo de Lena o... porque quien lloraba era yo.
Me mordí los labios y miré el asiento delantero, donde Albert descansaba mirando por la ventanilla.
Ya podría haberse estado quieto y no complicarlo todo de esa manera.
Y más cabos sueltos... De momento no tenía suficientes datos para saber qué era exactamente lo que Kaila buscaba conseguir con las Puertas del Infierno ni lo que necesitaría para ello o si lo hacía siguiendo órdenes de Cristofino; aunque tenía una cierta idea. Debía de estar siguiendo órdenes porque ella no se atrevería a hacer cosas tan importantes como aquella sin la aprobación de sus jefe por muy chulita o poderosa que fuera. Estaba casi seguro de que buscaba un beneficio, eso era obvio, algo suficientemente grande como para arriesgarse a alterar las leyes del mundo que prohibían la apertura de las mismas. Y tendría que seguir investigando qué ingredientes necesitaba para hacerlo… No podía hacer otra cosa que resignarme a darle más vueltas por el momento.
La cabeza de Lena se apoyó en mi hombro. Me puse rígido en el acto. Lena estaba rumiando medio dormida. Se le cayó uno de los cascos y el sonido de un maxi sólo de guitarra inundó la parte trasera del vehículo (no sé cómo puede dormir con eso tan fuerte). Bueno... en ese caso no pasa nada, no hace falta que reaccione de ninguna manera...
Me encogí sin darme cuenta. Por muy Lena que fuera seguía sin gustarme que invadieran mi espacio vital de buenas a primeras.
Miré en otra dirección. Colyn me estaba mirando de pleno con una ceja levantada. Pi-lla-do.
¡Dignidad, rápido, estés donde estés, vuelve!
No tan deprisa. ¡Que no he hecho nada! Lena está tirando a dormida y se ha apoyado en mi hombro y yo me he encogido, ¡ya está! (Bendita mi cara ilegible de póquer que evita que de verdad me meta en más de un embrollo)
Le rebatí con la mirada, sin necesidad de usar la asesina, y al cabo de cinco segundos se vio obligado a mirar para otro lado.
Y yo que pensaba que mi vida era rara... Dónde me he metido.


***
Llegamos sin complicaciones.
Yo mismo desperté a Lena y aprovechando el momento intenté hacerme el amistoso recibiéndola con una amable y preciosa sonrisa. -Ya hemos llegado.
Ella me gruñó y salió del coche de un salto. Tuve que contenerme para no rebotarme con ese comportamiento y hacer algo muy infantil como ponerle la zancadilla.
Hablando de comportamientos infantiloides: Robert estaba mucho más hosco conmigo de lo normal (por su culpa casi me topo contra la columna del garaje cuando me empujó al pasar). ¿Sería porque su padre me había “felicitado”? ¿Estaba celoso por eso? Anda ya...
-Ya hablaremos mañana -fue la sentencia de Albert para que, como decía mi antiguo compañero del Trébol de las Cuatro Hojas Gersey, cada mochuelo se fuera a su olivo.
Pero no. Cuál fue mi sorpresa cuando la adivina C.Lence y su nuevo discípulo, Gigi Canijo Llorón, aparecieron dando un portazo entre los coches (que tienen unos cuantos, ya que estamos). Nos giramos hacia la mujer quién se plantó frente a nosotros en un santiamén; en cambio, Gigi tuvo que correr para estar a la altura de la adivina.
-Al fin llegáis –empezó a decir. Su aspecto siempre era igual de poco usual, pensé. Costaba verle los rasgos ya que estaban como difuminados (si no me dedicara a lo que me dedico eso me habría parecido inquietante). Incluso llevaba la ropa de color rosa pastel resaltando así su aspecto blanquecino. Parecía desteñida.
-¿Qué ocurre? –Albert se puso en alerta de inmediato. Fruncí el ceño temiéndome lo peor, ni de coña me voy a tragar que estaban aquí a estas horas solo para recibirnos. ¿Es que aquí no se descansa nunca?
-Sé dónde está la Flor de Oro.
Obvio que no. Esto más que un capítulo en sí parecía un enlace para el "Encantamiento 31"; así que... LEED Y COMENTAD U OS MALDIGO PARA EL RESTO DE VUESTROS DÍAS.

3 comentarios:

  1. Ohhhhh está súper súper súper intriganteee!!
    Como me he podido reir ... pero solo con este no, con todos!! Eres genial!!!
    ajjaajaj sigue ya GAMUSINO!!xD
    me encantaa....
    espero el sigueinte con ANSIASSSSSS!!!!

    ResponderEliminar
  2. Me encanta la historia y todo eso pero... *critica constructiva -> ¡no te la tomes a mal!* a veces cometes discordancias, revísalas! =)

    ResponderEliminar
  3. ^^ me encanta tu historia estoy requete enganchada a ella!

    ResponderEliminar