sábado, 25 de junio de 2011

Encantamiento 34, 4º parte: Cómo acabar con un dragón sin perecer en el intento.


Mi espalda se chocó contra algo duro mucho antes de tiempo. Ugh, ¡no estoy muerto, pero duele! (el caso es quejarse…)
-¡Alec! –apenas pude escuchar la voz de Nicole entre el estruendo. Una pantalla de magia brillante y blanquecina había parado mi caída. Pude reconocer la esencia de la Flor de Oro en aquella estructura flotante. ¿Nicole acababa de salvarme? Genial, ahora le debo una…
Me incorporé cómo pude y salté a la repisa del edificio, puesto que la magia de la pantalla que me sujetaba se desvaneció en menos de un segundo y no era plan de volver a dejarme caer. Desde allí tuve que escalar como pude. Debía de estar medio en shock porque aún no me dolía nada, a pesar de la de bamporros que ya había recibido.
Nicole observaba con autentico horror al bicho gigante que acababa de zamparse a su héroe (que  pronto te olvidas de mí, ¿no?).
-Saldrá –fue lo único que le dije. Solo era cuestión de tiempo. Volví a tocar la enredadera y ordené a las plantas soltar al dragón, el cual alzó de nuevo el vuelo sobre el edificio.
Sabía el procedimiento a seguir una vez dentro. Evitar los dientes (intentando no prestar atención al asco que da su saliva, eso ante todo). Dejarse deslizar por su garganta, y en el esófago, lograr quedarse anclado para poder reventárselo de un golpe, aguantando la respiración ante la tromba de sangre y los tambaleos del dragón. Eran necesarias varias estocadas hasta lograr hacer más honda la brecha. No pienso describir cómo se siente uno entre la carne de un dragón hasta llegar a uno de sus órganos internos, lo siento; con intentar imaginaros al-que-se-hace-el-héroe en esas condiciones ya es suficiente para vosotros. Allí dentro la sangre a presión te golpea como un martillo del que no puedes huir; se necesitaba mucha fuerza para resistir. Y ahora la explicación de por qué se debe sufrir toda esa penalidad: la única manera de matar a un dragón como este era implosionar su segundo corazón.

El dragón empezó a contonearse de formas extrañas.
Ya casi estaba, podría matarlo y acabar con aquello.
El segundo corazón, en realidad no es un corazón ya que no bombea sangre, sino compuestos que circulan por la sangre y se separan para concentrarse en esta válvula que los expulsa al exterior. El ambiente allí era completamente distinto: una gran cantidad de gas caliente; sustancias inflamables. El-que-se-hace-el-héroe solo necesitaba provocar una chispa para quedar como un héroe; seguro que lo conseguía solo  para salirse con la suya. El problema era el cómo y si conseguiría apartarse antes de acabar chamuscado hasta el tuétano.
Entonces me percaté de que tenía un rebujo en el estómago, me preocupaba si podría o no hacerlo; aunque no estoy seguro de si era por lo primero o por lo segundo.
De repente el dragón gritó y las llamas corrieron por el interior de su cuerpo, envolviéndolo con lenguas de miles de colores. Cayó sobre el tejado de nuestro edificio con un golpe seco y el crepitar ahogó su voz para siempre.  
-¡Vamos! –le grité a Nicole, la única que seguía allí presente, agarrándola de la mano para que corriera conmigo hasta la azotea.
El dragón estaba definitivamente muerto, podía sentirlo. ¿Y el-que-se-hace-el-héroe? (Pero tampoco es que me importe demasiado si no sale; un pesado menos en mi vida). Entre el humo apareció una figura caminando entre aquellas lenguas de vapor. El héroe, ¿quién si no? Sentí una gran desilusión que contradijo a cualquier sensación anterior (esto es raro…). Pos vaya, no la palmo…
Se dejó deslizar por el lomo calcinado hasta el suelo. Tenía la piel completamente enrojecida y escamada pues la sangre del dragón producía urticaria y él había tomado unos cuantos litros.
-¡Robert, ¿estás bien?! –preguntó Nicole con la voz llena de preocupación y alivio mezclados.
-Tranquila, preciosa, no planeó morir por tan poco – Sonrió ampliamente con un poco de socarronería. Sin venir a cuento su aura de elegancia y poder pareció incrementarse (macho, pero si estás hecho mierda). Alzó la mano en dirección a Nicole y ella la aceptó con las mejillas muy rojas para que Robert la besara. Menuda cara de bobalicona se le quedo a la rubia esta.
Un mechón negro le cayó sobre los ojos dorados y dulces al mirar a Nicole. Hasta yo tengo que admitir que estaba guapísimo.
Espero que no haya más dragones en el futuro, con esta experiencia ya he tenido bastante.




miércoles, 22 de junio de 2011

Encantamiento 34, 3º parte: Cómo acabar con un dragón sin perecer en el intento.

Nicole no gritó de puro milagro, supongo que la impresión la dejo sin voz. Estaba colgando con más de cuarenta metros bajo sus pies de mi muñeca y porque yo me había apresurado a engancharla antes de que se pudiera matar. Terror, eso es lo que apareció en sus ojos, justo lo que buscaba. La luz dorada se volvió más viva en sus piernas. Tenía que hacer mucha fuerza para que no se me escurriera, aquellos tatuajes ciertamente la hacían más pesada. Era el momento, podía sentir la energía de la Flor de Oro mostrándose en grandes cantidades para intentar salvar a su huésped y a ella misma. Primera parte del plan, completada con éxito.
Me concentré en mi propia energía, tenía que despertar todo mi poder del letargo. Me ardía la mano, el metal de las esposas parecía haberse vuelto candente; no me extrañaba. Esperaba dolor y lo soporté sin problemas. Forcé más mi magia, la cual luchó por hacer grietas en aquella barrera.
Lo conseguí; su cierre crujió y me sentí libre. El torrente de vida corriendo de nuevo por mis venas calmó cualquier dolor.
Agarré a Nicole en brazos y nos dejé caer al suelo firme de la habitación.
 -¿¡Por qué cojones me has hecho eso, qué querías!? –la voz apenas le salía. Permití que se bajara aunque las rodillas le temblaban mucho. Me empujó pero lo único que consiguió es que yo me quedara plantado en mi sitio mientras ella trastabillaba hacia atrás y acababa de culo contra el suelo. Unas pocas lágrimas habían aparecido en las comisuras de sus ojos.
-Necesitaba mucha energía para provocar un cortocircuito –comenté arrojando sin dificultad el aro metálico fuera de mi muñeca. Si una de las dos no estaba, no funcionaba; ya me lo explicaron, tenía sus puntos débiles, igual que las anteriores aunque fueran más moderna. Llevaba mucho tiempo pensando en ello, aquel aparato debía de tener algún tope de tolerancia; el truco era producir tantísima magia como para que no pudiera soportarlo y se rompiera. Y eso había hecho, forzar a la Flor de Oro para que intentara protegerse y fabricara el exceso de magia que yo necesitaba, ¿precisa de más explicaciones?-. Después te lo explico. Ya te recompensaré, lo prometo –le sonreí con una de mis expresiones más encandiladoras guiñándole un ojo. Ella me puso mala cara; tampoco me extrañó.
El dragón me daba la espalda, mejor. No se había percatado de mi poder, el cual me rodeaba enrareciendo el aire y deformando mi aspecto de aquella manera tan magnificente que a estas alturas mis queridos lectores ya deben conocer.
Me acerqué al boquete en la pared. Tenía tierra y hojas del invernadero en la ropa y el pelo; con eso bastaría. Me arranqué las pequeños vegetales y los coloqué con mimo en el suelo para que tuvieran dónde arraigar. Les insuflé magia desde mis manos (ya veréis cómo mola lo que planeo hacer).
Los pequeños restos vegetales vibraron y empezaron a crecer a un ritmo acelerado. Se dividieron en decenas de raíces, incrementando su grosor, expandiéndose por todo el suelo y ascendiendo metros y más metros. El río de mi magia corría desde mis dedos hasta su corteza y de allí directa a las copas. La estructura firme empezó a levantarse y rodeó las patas del reptil siguiendo mis órdenes.
Dar magia, tu propia vida, a otro ser vivo siempre es una sensación extraña. Es como si os atara y peligrara con absorberte si no se tiene cuidado.
Un rugido ensordecedor soltó el dragón al darse cuenta de que algo lo agarraba e intentó alejarse. Volvió a rugir con furia, ya no podía alzar el vuelo.
Robert dejó lo que estaba haciendo y se giró en mi dirección. La cara que puso al verme era para echarle una foto (ahora que lo pienso, podría aprovechar y sacársela con el móvil).
-Un poquito de ayuda no os vendrá mal –sonreí socarronamente. El-que-se-hace-el-héroe frunció el ceño. Encima de que vengo a facilitar las cosas…
El dragón intentó liberarse con zarpazos, pero cada vez que  quebraba una rama, otra se enroscaba a su alrededor mientras el resto seguía trepando por su cuerpo. Aún así no se rindió (testarudo) y siguió sin cesar, luchando por rebatirse sin lograr liberar las patas, incluso usando su fuego. Inútil, yo (con mis plantuchas) era más fuerte. Peor para él si quería gastar sus fuerzas en vano.
Sus ojos de color rubí se fijaron de repente en mí (por la expresión reptiloíde que me puso no parecía hacerle mucha gracia mi intervención). Sin más ni más intentó golpearme con su cola la cual aún no había inmovilizado (vaya fallo mío…). Salté unos tres metros fuera de su alcance. Este movimiento me obligó a interrumpir el contacto físico con la planta, y con él, el riego de magia y mis órdenes; pero mis ramas siguieron fuertemente apretadas.
Su rugido hizo caer pequeños casquetes al suelo que esquivé a la carrera.
Subí de un salto a su costado.
La cola volvió a intentar darme y se golpeo a sí mismo con sus pinchos (¡ja-JA!).
Concentré toda mi energía destructora en las manos y las lancé como dos latigazos que rompieron escamas. La sangre salpicó todo a su alrededor y aquellas gotas escocieron al alcanzarme contra la piel.
-¡¿Lo cubro?! –pregunté a voz en grito mientras corría en zigzag para evitar que tanto movimiento del bicho me tirara al vació. Podía cubrirlo con una barrera para volverlo invisible a los humanos; aunque a estas alturas toda la ciudad debía haberse percatado de que un bicho te tres toneladas y con escamas revoloteaba entre los rascacielos.
-¡Hazlo! –obedecí y una burbuja de magia rodeó al ser extrayendo gran parte de mis fuerzas; al menos no incrementaríamos más el daño (quién sabe, puede que todavía habiera alguien que no lo haya visto). A lo mejor esto evitaba que el ejercito intentara dispararnos si no saben dónde estamos (porque es muy obvio que si un monstruo ataca, vienen policías y militares, ¿no?).
Dio otro giró inesperado y me resbalé estampándome de costado (ay, mi hombro). Por poco no pude volver a ponerme en pie para evitar caerme. Subirse a un bicho viviente volador tienes sus peligros, como habréis observado.
Hice un corte a lo largo de su zarpa para evitar que me aplastara de un manotazo.
Jadeé con fuerza el único momento de descanso que me dejó antes de volver a dar giros sobre sí mismo sin ton ni son con la intención de quitarnos de encima. Las escamas pulidas tenían muy bajo índice de rozamiento, en definitiva, eran muy resbaladizas (¡que no somos pulgas, no tenemos con qué engancharnos!).
No podíamos seguir así. Solo había una manera de matar a este tipo de dragón y atravesando la piel íbamos a tardar mucho.

-¡¡Escoria!! –me giré a la llamada del-que-se-hace-el-héroe, se había convertido en mi mote particular- ¡Hay que atravesarle el corazón! –Ya lo sé, ¡no nací ayer!- ¡Distráelo para que me acerque!
-¡Vale! –Si no hay más remedio; el trabajo es el trabajo…-¡Lagartija, estoy aquí! ¿¡No piensas hacerme nada, pusilánime!? –le grité a aquella bestia en el más arcaico demoniaco. Casi todos los dragones sabían esa lengua, no solo gruñen. Ya casi no me quedaba aliento pero conseguí vocearle los primeros improperios que se me ocurrieron. Sus ojos rojos se voltearon y me miraron fijamente-. Sabes que yo soy la peor amenaza; si puedes conmigo, podrás con él. Dejemos las cosas claras: es a mí a quién tienes que matar…
El dragón se revolvió para abalanzarse sobre mí, tal cual esperaba que hiciese. Pero joder, sí que se lo ha tomado en serio.
Crucé los brazos sobre el pecho para extraer toda la energía posible de mi cuerpo. El dragón abrió la boca y una rafa de fuego me envistió. Me rodeé con uno de mis potentes escudos, aun así la fuerza me hizo tener que hincar los pies y amenazaba con hacerme retroceder. Redirigí magia al final de mis piernas y empecé a avanzar haciendo que las escamas de su piel estallaran en trozos sangrientos a cada pisada. Sin Lena y el colgante cerca y después de haberle robado algo de magia al parasito de Nicole, por no hablar de que estaba liberando toda la magia que había acumulado durante estas semanas portando las esposas, mi poder estaba crecido; me sentía drogado de energía.
La ráfaga de fuego se acabó y aproveché para correr antes de que preparara la siguiente. Lancé una descarga que acertó en un ojo y lo cegó a medias.
-No puedes conmigo, asúmelo –me reí de él (o ella, no me he fijado lo suficiente para saberlo) con una mirada baja y tétrica.
Apenas podía mantener controlada visualmente  la posición del héroe, pero parecía estar teniendo ciertos problemas para no resbalar al trepar por las púas del cuello con tanto traqueteo. Es curioso pero tengo la sensación de que siempre acabamos peleando juntos (yo protegiéndole y él llevándose la gloria de todo; qué puto asco).
Salté en cuanto se activaron mis reflejos. Una flecha se clavó en la piel del dragón en lugar de en la mía. ¿Qué coño? No pude evitar pensar automáticamente en Lena, pero ella no podía ser porque no estaba aquí. Ni siquiera era una flecha de Luz como la de los Guardianes.
Siguieron las envestidas. Esto es malo, luchar contra más oponentes, obviamente, lo dificulta todo. Lo único bueno era que cada vez que yo las esquivaba el dragón sufría el ataqué. Pude identificar al francotirador; una persona completa y herméticamente de negro agazapado en la azotea del edificio colindante. Parecía de la SWAT, pero los cuerpos de seguridad humanos ni de coña iban a usar flechas.
El bicho sobre el que estaba subido volvió a girar sobre sí mismo (¡cabronazo, deja de hacer eso, ¿no ves que funciona?!). Me aparté de a trayectoria de la flecha, pero me puse en el camino de una de sus alas. Esta vez no puede esquivarlo.
Por si os interesa: los aletazos duelen.
Pero lo verdaderamente importante ahora no es eso, sino que me caía desde una altura de ciento y pico pisos, no hay nada debajo que amortigüe la caída, no sé volar y las leyes de la física van completamente en mi contra.
El aire que cortaba al precipitarme me ensordecía completamente y de haber tenido lagrimales es obvio que se me hubieran saltado las lágrimas por la velocidad. De repente mi cerebro parecía ir tres veces más rápido de lo normal y al mismo tiempo se habérseme quedado atascado.
Intenté lanzar cuerdas de energía que me engancharan a algo, pero iba tan rápido que no daba tiempo a que se pudieran agarrar a nada sólido.
Las posibilidades de que muriera en combate o similares siempre fueron altas teniendo en cuenta mi trabajo, así que no me pillaba tan de improvisto. Además, nunca me gustaron las grandes alturas, precisamente por el miedo a caerme. No era el simple dolor del golpe, el cómo los órganos en tu interior se aplastaban entre ellos y los huesos perdían su función protectora al romperse y a veces hundirse hacia dentro pasando a actuar como verdaderos cuchillos empujados por la presión contra una superficie sólida; es que siempre pensé que una buena altura sería capaz de matarme. Quiero decir que yo puedo curarme, me cuesta, pero soy capaz de sobrevivir a muchas cosas; pero si mi cuerpo queda completamente deformado y diseccionado, si no fuera posible determinar donde esta cada cosa... Lo único que no entiendo es qué coño hago cavilando sobre estas cosas en momentos como este, a punto de morir. ¡Si lo voy a comprobar en seguida!
Solo pude ver una última cosa más: como el héroe clavaba su espada en el ojo sano del dragón con una floritura (me daría pena el pobre dragón si no hubiera intentado matarme) y, como al dar un salto, el dragón se lo tragó de un bocado.
¿Y esto se titula “Cómo acabar con un dragón sin perecer en el intento”? Ya podéis ir preparando vuestras demandas por estafa.

viernes, 17 de junio de 2011

Encantamiento 34, 2º parte: Cómo acabar con un dragón sin perecer en el intento.


La mano de Nicole temblaba, pero ella se reprimía con fuerza sobrehumana para evitar que yo me diera cuenta. Decidí que no le diría nada hiriente y ya usaría esto en algún otro momento más oportuno.
Los rugidos eran muchísimo más fuertes ahora y hacían parecer a las paredes de gelatina; daba miedo de que se derrumbaran también (ya hemos tenido suficientes derrumbes por aquí, héroe de pacotilla, más te vale controlarte un poco o te asaré con ajillos).
Sin duda, lo peor del invernadero era que estaba en la zona más alejada y solitaria de todo el edificio (perfecto para morir sin que nadie se entere). Pero, a pesar de lo lenta que era Nicole y de lo apartado que se encontraba, pronto llegamos a las salas comunes. Estas estaban desiertas, pues todos los Guardianes (que no es que fueran muchos) se encontraban en el exterior luchando con el dragón. No hacíamos más que encontrarnos con pasillos cortados (resulta ligeramente frustrante) y cada vez nos veíamos más obligados a hacer un rodeo mayor con el que acercarnos al exterior (zona de peligro por dragones).
Las escamas del inmenso reptil se veían a través de las cristaleras rotas todo el rato en movimiento y sus alas atronaban al cortar el aire. Una asquerosa sensación de nerviosismo me echaba su aliento sobre la nuca y me mantenía en constante alerta, repitiéndome que en cualquier instante entraría en peligro inmediato. Mi paciencia se estaba colapsando y muestra de ello es que ya tenía sangre por toda la boca de tanto apretar con os colmillos; aunque Nicole no se dio la más mínima cuenta de este detalle porque yo corría delante (arrastrándola) y me guardaba de que no me pudiera ver la cara. Alargar esta situación la volvía totalmente insoportable (casi prefiero que nos ataquen para que cambie un poco (PD: no hablo en serio, lo que me faltaba era tener que luchar con dragones…)).
Nos paramos en seco. Mierda, no había escaleras, ¿y ahora cómo bajábamos? (Lo que yo decía: LIGERAMENTE frustrante)
La pared saltó por los aires. El dragón introdujo de repente sus fauces en la sala (¡joder, qué susto!) y le pegué un codazo sin mala intención a Nicole cuando saltamos hacia atrás para no caernos.
El brillo de una espada al intentar clavarse en una de las patas me deslumbró; su portador falló y rodó para evitar ser aplastado.
-¡Es Robert! –Nicole también se asomó, sus ojos seguían al cuerpo tan bien esculpido y refulgente por el sudor del combate (más que el combate, por la paliza que le está pegando). No jadeaba y cada movimiento que hacía parecía estar tan cargado de fuerza y ser tan atlético y coordinado… (los anabolizantes hacen milagros). El aliento cálido del dragón hacía ondear su pelo negro como la noche alrededor de sus pómulos prominentes y su sonrisa prepotente.
Tenía de nuevo la mirada de cazador.
-Avisa si necesitas un cubo para las babas –le comenté con tono seco mientras mi mente rebuscaba mediante mis ojos algo en aquella habitación que me sirviera-. Nicole, podrías manipular el poder de la flor.
-¿Eing?
-Ahora está fusionada contigo, ¿no? –hablé rápido porque no me gustaba eso de estar quietecito y desprotegido a solo veinte metros de unas fauces de tres metros de anchura- Podrías acceder a ella y pedirle que use su magia -antes, cuando se enfadó, su luz brillo con más fuerza-. ¿Te ves capaz de hacerlo a voluntad?
-¿Qué? Yo no… ¿Cómo...? ¡No sé cómo hacer eso! ¿Cómo se lo voy a pedir?
-Por favor, Nicole, me he dado cuenta perfectamente de que eres capaz de interactuar con ella –antes le estabas gritando. Gesticulé para dar más énfasis a la obviedad ignorando completamente el jaleo que teníamos delante.
Nicole se quedo en silencio.
-¿Lo sabes…?
Humm, no me va a ayudar. Puff, lenta. Pues en ese caso…
La empujé al precipicio.

sábado, 11 de junio de 2011

Encantamiento 34, 1º parte: Cómo acabar con un dragón sin perecer en el intento.


-Casi… casi me mata –Nicole comentó saliendo del shock (Oh, ¿en serio?, estás hecha una gran Sherlock). Las paredes volvieron a temblar peligrando con seguir cayéndose-. ¡A…Alec, me estás aplastando! –me echó su aliento sobre el cuello.
Me di cuenta entonces de que era verdad y me levanté. Uy, con lo poco que me gusta la invasión del espacio vital tan por las buenas, qué mal ejemplo doy.
Una zarpa del dragón se apoyó en el balcón del invernadero, arrojándolo al vació (al que le pille debajo…). El suelo empezó a inclinarse hacia un lado. ¡Oh, oh!
Agarré con fuerza a Nicole y salí corriendo de allí sin parame a pensar (¡cómo para pensar está la cosa! (Dios, yo acabo de decir eso; YO)). Los escombros cayeron sobre todo el centro de la sala. Salté dentro del pasillo casi teniendo que derrapar para no estamparme contra la pared (casi porque fue inútil y me la acabé comiendo) y arrastré a Nicole detrás. Polvo y pequeñas piedrecitas salieron disparadas desde la puerta.
Seguí corriendo con Nicole enganchada a mi mano. Las paredes no dejaban de estremecerse y morir aplastado no es que fuera precisamente mi sueño hecho realidad. Nicole trastabillaba y no respondía a los tirones que le propinaba. Me estaba retrasando.
Un nuevo temblor especialmente fuerte logró que mis pies resbalaran por la escalera y ella cayera sobre mí.
¡Joder, ¿es que solo puedo meterme en problemas?!
Nicole empezó a toser y jadear todo junto. Yo es que sencillamente había dejado de respirar.
Un momento, ya no tiembla nada. Nos quedamos en silencio, como esperando que aquello se pusiera en marcha de nuevo de un momento a otro.
-A---ay.
-Nicole, ¿qué te ocurre? ¿Quieres que nos matemos? –en momentos de riesgo no estoy para bromas, te lo advierto (LA MATO, LA MATO Y DIGO QUE FUE UN ACCIDENTE; NO RESULTARÁ DIFÍCIL QUE LO PAREZCA).
-No, no es eso. Es que no puedo mover las piernas, me pesan mucho –le puse mala cara-. ¡Es por culpa de la maldita Flor! –se revolvió y quitó las vendas que le recubrían las piernas. Miré fijamente lo que me exponía; una especie de tatuajes, mezcla de espirales y representaciones florales, como hojas alargadas que se iban enrollando y dividiendo mientras trepaban, habían aparecido en la piel de Nicole. Aquellas marcas parecían tener vida propia, moviéndose pausadamente sobre ella como una serpiente y brillando con luz propia.
Así que ése es el resultado del proceso de parasitación de la Flor de Oro.
Los dibujos siguieron moviéndose sin prisas, haciendo que la iluminación fuera cambiando con ellos.
Empecé a mirarla de arriba abajo, aunque era difícil porque estábamos muy cerca. Tenía la falda desgarrada por haber salido corriendo tan rápidamente entre los arbustos y la tierra y suciedad que allí dentro proliferaba en forma de nubecillas y todo lo cubría estaba haciendo mella sobre ella, volviendo opacos sus rizos. 

Resoplé.
Menuda mierda. Bueno, supongo que podría no tenérselo muy en cuenta. No es del todo culpa suya después de todo. Aunque podríamos haber muerto.
Me la aparté con un gesto seco y algo duro, aunque dudo que le hiciera daño, y me puse en pie.
-Bien, ya parece que está calmándose un poco. Los Guardianes deben de haber atacado al dragón y éste habrá alzado el vuelo –ahora que lo pensaba, tenían pocos efectivos disponibles (ni siquiera Albert estaba allí) pues las reuniones por las que se habían reunido en la Base Central habían terminado hacía un par de días y todos habían vuelto a sus respectivos hogares. Espero que con los que eran ahora puedieran derrotarlo…-. Tenemos que ir rápido a alguna zona segura –Cagando leches, que con lo gafe que soy es obvio que las cosas no harán más que empeorar. ¿Y habrá de eso (sitios seguros, que gafes ya sé que hay) por aquí?
-D…de acuerdo. Robert dijo que el sitio más seguro era la Sala 525 –dijo con tono de noticiero, muy eficiente y serio-; ni un tornado podría con ella y que si pasaba cualquier cosa me refugiara allí –gracias, el-que-se-hace-el-héroe, si vas a poder ser útil y todo.
-Vamos –hablé con mi voz fría y le tendí la mano para que ella hiciera lo mismo-. Tengo órdenes de no hacerte daño, ¿recuerdas?
Me miró a mí, miró mi mano con ojos recelosos. Sus ojos de color chocolate tenían un brillo extraño, como si dudaran de pedirme ayuda, agradecerme lo que acababa de hacer por ella o huir de mí. Tanta emoción parecía haber sido mucho para Nicole.
No hice nada más que quedarme allí de pie esperándola en completo silencio y sin mostrar nada más que mi cara de póquer. Sabía cómo era. Nicole podía ser muy testaruda e impulsiva en el primer golpe, pero después era una de las personas más razonables y (supongo) inteligentes que conozco; los hay que ni con gritos ni por las buenas, ni por las mejores, ni por las peores aceptan que de verdad necesitan algo y se tragan el orgullo (y normalmente estos individuos siempre salen perdiendo y yo acabo consiguiendo lo que quiero aunque me cueste más).
Suspiró y finalmente tomó mi mano.

jueves, 2 de junio de 2011

Encantamiento 33: Zas; principio de una odisea.



Una fotiscula, una fotiscula. No veía la dichosa plantita por ningún lado. Gin me había mandado buscarla al invernadero (hasta invernadero tienen, si es que… con la de niños que mueren de hambre a diario. Al menos podrían comprar una play para que no me aburriera tanto.) ya que, como parte de mis horas extras de trabajo, debía ayudarle (WII, FIESTAAAA).
La puerta del invernadero se abrió y cerró al entrar alguien. Allí detrás de tanto arbusto no se me veía, pero yo enseguida identifiqué la melena rubia que esquivaba todo lo rápidamente posible las múltiples macetas y raíces del suelo. Era la humana medio secuestrada a la que rescataron porque fue parasitada por un ser mágico llamado Flor de Oro (por si alguien no se acuerda de la historia).
-Por favor, cállate, cállate. “Tú” no deberías estar aquí, no puedes ser real –hizo una pausa. Fruncí el ceño. No me estaba hablando a mí y allí no había nadie más... Me quedé en silencio. Algo raro parecía sucederle, no era normal verla tan nerviosa. Suspiró.- ¿Por qué a mí? Por favor, vete; ¡quiero que todo sea como antes!
Yo también me preguntaba con quién se suponía que estaba hablando, mis queridos lectores. Yo podía ver fantasmas y allí no estábamos más que ella, yo y las plantas. Hablaría consigo misma… (alguien se volvió taruumbaaaa).
Se dejó deslizar por una pared hasta el suelo. Apoyó la cabeza en las rodillas y se abrazó las piernas, vendadas en su totalidad.
-Lo sé, lo sé… -replicó como si alguien le estuviera echando una charla-. En realidad no quiero que sea como antes… ¡ay! Sabes lo que quiero decir –se estiró de sus tirabuzones como una desquiciada. Un pequeño nudo se le formó en la garganta 
Ugh, no me apetece quedarme a escucharla llorar precisamente, podría tirarse allí la tira tiempo (y no voy a aparecerme por las buenas en mitad de su llantera, va quedar espantosamente mal).
Para ir a la puerta no hay otra que pasar delante de ella. Me dí cuenta de que volvía a morderme los labios (maldita manía) cuando presioné mi piel con tanta fuerza con los colmillos que volví a sentir el sabor de la sangre en la lengua. Así que si tengo que irme, mejor que sea ahora (queda menos mal). Me relamí la sangre y dudé una última vez antes de dar la vuelta al madroño tras el que me ocultaba, apareciendo ante ella. Ella pegó un brincó al ver movimiento y se frotó los ojos por si había lágrimas antes de ver que era yo.
-¡Tú! –que manía de saludarme de esa manera cada vez que me ve.
-Hola, me alegra que te acuerdes de mí –hice una pausa mientras me acercaba dando un rodeo.
Bien, ha llegado el momento, no queda otra, ha de hacerse, desvelemos el misterio (es que quería crear intriga, ¿se nota mucho?)…
Chacha-chachan (redoble de tambores, estirando la cosa como un chicle…): la humana parasitada no es otra que… NICOLE GOLDS. ¡TARAN!
¿Qué el nombre de Nicole no os dice nada (os meto)? Aiiiiiiiiiiish. Ella era la periodista que intentaba desvelar el secreto de la magia ante toda la humanidad y a la que me encargaron fastidiar para evitar que pudiera publicar cualquier cosa relacionado con aquello; mi último trabajo pendiente. Y para los que singan sin acordarse: “Encantamiento 6”; que es muy tedioso tanto repetir.
Ella no me quitaba los ojos de encima. Creo que me odiaba (tenía sus motivos).
-No hemos podido hablar mucho; no me saludaste -bromeé.
-Ni tú a mí –es que no me apetecía que me relacionaran con ella y me preguntaran de qué la conocía. Por eso la había estado ignorando todo el tiempo.
-Cierto –hice que me distraía con la cantidad de tierra que había en una mesa. Aunque no hubiéramos hablado ni nos cruzáramos ni nada, obviamente un poco de curiosidad sí que sentí de verla allí. Me hacía gracia la ironía del destino y es que, vaya, vaya, fue desaparecer yo y seguir con sus investigaciones sobre el mundo mágico, incluso se arriesgó a subir hasta una mina abandonada ella solita. Pues que buen filón (¡chiste malo!) había ido a encontrarse: una Orden de protectores divinos que lucha contra los demonios. Podía darse por satisfecha salvo por el pequeño detalle de que no saldría de aquí hasta que le extirparan el vegetal mágico ése; qué penita. Su espíritu periodístico (de cotilla metomentodo, no nos engañemos) se la había jugado que no veas.
-¿Me estabas espiando? –rebatió refiriéndose a cuando ella había entrando mientras yo estaba buscando la fosticula.
-No, estaba buscando una dichosa planta curativa cuando apareciste. He tenido la decencia de intentar irme antes de que echaras a llorar. Por cierto, ¿no habrás visto una fostícula?
-Decencia… -encima de que esta vez sí que es verdad… Nicole no estaba tan peleona como acostumbraba a mostrarse delante de mí. Y aunque seguía vistiendo su típico conjunto de blusa y falda gris tampoco tenía ese aspecto tan cuidado y profesional que la caracterizaba. De hecho estaba casi seguro, un 85%, de que había entrado aquí con la única intención de esconderse y no ser encontrada.
Entrecerró los ojos mirándome y negó la cabeza como diciendo “no merece la pena contestarle, me va a seguir sacando de quicio”.
-Y bien, ¿con quién tenías esa interesante charla?
-Estaba hablando sola, ¿vale? –volvió a ponerse a la defensiva repentinamente.
-Sí, claro… Discutías contigo misma.
-Pues dime tú, ¿es cierto lo que me contaron de ti? –me cortó intentando cambiar de tema sin ningún tacto. Resoplé. De acuerdo, seré benevolente y dejaré el tema de tu posible locura para otro momento (¿ves como un poquito buena persona sí que soy? Pienso destrozarte luego y no ahora; siéntete agradecida). ¿Y qué te contaron?; pregunté con la mirada-. Que eres un monstruo como contra los que ellos luchan, un demonio. Pero que debieron aceptarte debido a una profecía. Y que encima eres buscado en el mundo mágico porque piensan, debido a una especie de malentendido, que traicionaste voluntariamente a tus jefes; cosa que personalmente no me extrañaría que hubieras hecho queriendo. Y también que ahora no puedes usar tu magia y tienes que obedecer todas sus normas, como la de no matarme. ¿Es cierto?
Ondia, pues qué bien me ha venido su intervención; ¡he aquí un mini súper reducido resumen de la historia en lo más básico!
-Es verdad –para mi desgracia.
-¿En serio?
-¿No te vas a fiar de mi palabra?
-No -¿entonces para qué me preguntas…? -Para empezar ni siquiera puedo creerme que tú me acabes de responder algo. -Frunció el ceño-. ¿Te estás haciendo el simpático? –en realidad me estoy haciendo el “no amenazador”, pero en comparación con la forma en la que me comportaba con ella antes….- Pues que quede claro, no me pienso fiar un pelo de ti por mucho que ahora trabajes para los Guardianes; no me creó que tú te vayas a dejar mandar tan fácilmente.
Me encogí de hombros. Pos vale, adelante, haz lo que te dé la gana. Ya ves lo que me importa.
Me fui acercando a la puerta en silencio, no se me ocurría ninguna forma delicada de sacar el tema (como hemos estado sacando temas con tanta delicadeza hasta ahora…). Pues al cuerno:
-¿Les has dicho algo de mí? –bien, dejémonos de tonterías y vayamos al grano.
Frunció el ceño. –No.
-Pues sigue sin decirles… por favor –odio tener que pedir cosas, demuestra mi propia debilidad.
-¿Y por qué iba a hacer eso? ¿No quieres que se enteren de cómo te dedicabas a joderme la vida? –me amenazó. ¿Ah, sí? Tú has empezado esta vez.
-Porque entonces yo podría hablarles de lo que yo sé de ti. Podría, por ejemplo hablarles de Kevin, TU NOVIO. –Las mejillas se le tiñeron de rojo y una expresión de horror se instaló en su cara. Vaya, entonces mis suposiciones eran ciertas: no había cortado con él-. Te he visto con Robert coqueteando; se comporta muy caballerescamente contigo, ¿verdad? –sonreí ampliamente de una forma en que, de más jóvenes, siempre hacía llorar a Campbell- Seguro que le interesa saber que ya estás con alguien…
-¡Ni se te ocurra! Canalla; eres lo peor -pero si solo te he pedido que no digas una cosa, eres tú la que se puso en este plan.
Resoplé. -Serás cara dura. ¿Estás ligando con “el héroe” de las narices mientras tienes novio y después te atreves a juzgarme a mí?
Se quedó callada respirando con fuerza. ZAS, en toda la boca. Me encanta poder callarle la boca a esta tía.
Una extraña sensación empezó a emanar acompañado de un leve resplandor a través de los vendajes de Nicole. Magia; el parasito.
El aire se me atrancó a medio camino de los pulmones. Un escalofrío me recorrió la espalda, sentía la piel de gallina. Peligro. Pero no era Nicole sino fuera.
Las paredes y el suelo, todo tembló.
-¿Qué, un terremoto? –preguntó mirando al techo.
Una maceta del techo se soltó de su enganche. Empujé a Nicole para que no se estrellará contra su cabeza (que muriera siendo yo el único presente no ayuda; seguro que se inventan cosas en mi contra).
Volvió a temblar, en el suelo salió una grieta y la palmera que teníamos al lado casi nos aplasta. No sé bien cómo acabamos en el suelo, pero al menos estábamos de una pieza.
Unas escamas brillantes refractaron la luz en nuestra dirección desde el exterior del edificio.
Un dragón… ¿Qué coño? ¡Un dragón está atacando el edificio!  
Humm, eso será difícil de encubrir…