viernes, 30 de septiembre de 2011

Encantamiento 45, 2ª parte: Hipócritas de usar y tirar.


Me solté de la mano de Nicole de un tirón sin ningún miramiento.
Sí, hubiera quedado muy bien eso de que Nicole se fuera conmigo de la mano, super maravillosa hacía el amanecer, imagen de poderío y tal y cual. Genial para ella. Pero el problema es que me daba cuenta perfectamente de que aquella situación solo podía ir a peor. Tenía que salir cómo fuese de aquel triángulo amoroso o lo-qué-fuera en la que había acabado enredado antes de que me sobrepasara y las consecuencias terminaran por salpicarme en el mejor de los casos si es que conseguía no acabar de mierda hasta el cuello.
-No me metáis a mí en esto –corte los gritos sin sentido que se lanzaban entre ellos y al cielo con la voz gélida-. Yo no tengo nada que ver en vuestros problemas de parejita, así que dejadme tranquilo. –Levanté las manos al cielo en señal de rendición- ¿Sabéis? –me salió cierto tono de asco y desesperación- . Hasta hacéis buena pareja; esta es la segunda vez que la Cucaracha me usa para dar celos a otros hombres (aunque me parezca perfecto si el que se cabrea es Robert, eso siempre es divertido de ver) y este de aquí me usa para autoafirmarse en que es un “héroe” y todo un macho… ¡Patetismo al poder! Y después yo soy el repugnante. ¡Yo no soy de usar y tirar! –les espeté a punto de perder yo también los nervios; mi plan tenía que salir, me estaba jugando otro nuevo puñetazo.
-¿Qué coño dices? –la furia del-que-se-hace-el-héroe se redirigió hacia mí, conmigo no tenía reparos que lo obligaran a contenerse (ostia en 3, 2…).
-Pues lo que oyes: la pura verdad –me crucé de brazos, no iba a dar mi brazo a torcer (aunque puede que acabe con la nariz y algún otro segmento corporal menos recto que antes)-. Ni tu chica es tan perfecta como se empeña en demostrar, ni tú eres tan valiente… -Robert chirrió los dientes. No sé si se enfadaba por lo que decía de él o lo que decía de su preciosa amada, lo mismo solo se enfadaba por enfadarse. Supe que era el momento, tenía que empezar a hacer daño. Tuve que reprimir una sonrisa macabra, pues hacía tiempo que no disparaba a matar-: Por favor, Robert… que te pases la vida intentando demostrar que eres mejor que nadie solo demuestra que tienes una gran inseguridad; es de manual, ¡se nota con solo mirarte! Te has empeñado en ser el “Héroe Salvador” que protege al bien y a los inocentes y blablabla, pero es todo fachada… Eres el que más acojonado está de todos, que ya es decir. Y como necesitas tantas reafirmaciones para mantener tu enorme ego, te está matando que ella no te elija de una vez –según la profecía, él héroe debe liarse con la Cucaracha; que arcadas da semejante imagen-. Pero bueno, ¿qué esperas? Si no se entiende ni ella -mi tono destilaba cierto pesar y condescendencia que hincharon las venas de su cuello. Yo estaba relajado, la ira de Robert ya no me asustaba y de hecho me aburría; era como un crío chico que solo sabe romper las cosas cuando le entra una rabieta. Miré de refilón a la Cucaracha; tenía los puños apretados y con la cabeza gacha hacia el suelo, el pelo no me dejaba verle la expresión. El plan, aparte de ofuscarlos para que no se me acercaran, era buscarles un enemigo común (yo) para que dejaran de discutir entre ellos y pudiéramos irnos de allí (¡que yo no sé conducir, coñe, odio esta dependencia!); pero el único con ganas de eso era Robert (cómo no…). Ya estaba abriendo la boca-. Vas a insultarme –llegué a la conclusión derrotado por la morriña. Me di la vuelta como si nada y empecé a andar colina abajo.
Que pasara de su cara le sentó como un tiro, a él que estaba acostumbrado a que le aplaudieran hasta cuando se sonaba los mocos. Paso de él, es demasiado repetitivo y no tengo ningunas ganas de seguirle el juego, así que no lo pienso hacer.
Ya haría autostop o cualquier cosa de esas, podía apañármelas solo.
Nicole me siguió. Me sorprendí al ver que se ponía a mi altura descendiendo entre las casa improvisadas de chapa.
-¿Vas a retirar lo que has dicho?
Alcé una ceja. –No.
Aguantó en silencio sin levantar la mirada. Robert se harto en menos de tres segundos.
-¡Eres un auténtico mentiroso y..!
-Que te calles, joder, ¿tan difícil es de entender? –en ese momento la voz se le quebró a la Cucaracha y dio hasta pena. Tomó aire, al borde de un ataque de nervios.-Vayamos en la moto –seguía teniendo la cara tapada por la nube de rizos y le salía un tono muy raro; su imagen de mujer autosuficiente y fuerte tirada por tierra a las primeras de cambio (al menos sigue molando cómo le da cortes al-que-se-hace-el-héroe). Debería darle unas palmaditas en la espalda o algo parecido para que se calme; pensé sin darme cuenta-. Si vas conmigo habrá menos posibilidades de que os peleéis y acabéis despeñándoos por cualquier barranco.
La miré unos segundos más en silencio y asentí. Después de que Nicole volviera a mandar a la mierda al-que-se-hace-el-héroe logró que no nos volviera a seguir (MILAGRO, es que aún no me lo creo).
Daba la impresión de que mis actos solo habían conseguido crear más la cizaña, pero me percaté enseguida de lo que había logrado. ¿Que de qué hablo?
Humm, sigo siendo un adorable cabronazo, así que dejaré que lo adivinéis vosotros. ¿O quién sabe? A lo mejor voy de farol. Tendréis que aguantaros y seguir leyendo hasta que me digne a admitirlo…

viernes, 23 de septiembre de 2011

Encantamiento 45, 1ª parte: Hipócritas de usar y tirar.


Robert me lanzó un puñetazo que esquivé rápidamente. En ello empujé a Nicole para que me soltara; no iba a dejar que una lapa se me volviera a enganchar cuando necesitaba movilidad.
-Maldita escoria, demonio cabrón –siguió envistiendo, haciéndome retroceder.
Los del poblado empezaban a acercarse a cotillear. Podían distinguirme como una persona algo borrosa sin interés, pero el-que-se-hace-el-héroe era perfectamente visible y con eso bastaba para darse cuenta de que se estaba montando pelea.
-Cálmate, no ha pasado nada –hablé evitando mostrarme desafiante, alzando las manos en actitud de rendición y manteniendo controlada la posición de sus puños. A diferencia del-que-se-hace-el-héroe, no quería pelear; no tenía ni fuerzas ni ánimos-. Mira, si quieres desahogarte, te dejó que me des un puñetazo. Pero de verdad que solo quiero volver a… -volví a esquivar casi tropezando con unas silletas. Extrañamente, una pequeña parte de mí se sentía culpable y estaba dispuesta a recibir un pequeño castigo físico. ¡Pero si no hay ningún motivo! Puff. Tal vez me lo mereciera por idiota, ¿quién me manda a mí intentar ser diplomático con los demás? La próxima vez no pruebo a esperar y sigo con el plan de llevármela a rastras aunque empiece a gritar, y si alguien se me interpone, pues lo pateo, como si alguien llama a la policía (que viendo cómo es el vecindario, lo dudo mucho).
Pues lo dicho, si así conseguía acabar con esto rápido para poder regresar... Bajé los brazos y cerré los ojos para que al verlo venir no me diera por apartarme. Los nudillos del héroe se estrellaron contra mi cara, lo que me hizo perder el equilibrio y darme de culo contra el suelo. La sangre había empezado a borbotear por mi camisa. Puse una mueca de dolor e intenté parar la hemorragia; me había roto la nariz (mi maravillosa y atractiva nariz recta y lisa…). Por suerte, de momento lo único que sentía era una fuerte presión en forma de hormigueo.
Se paró al darse cuenta de que me había dejado golpear. Pero entonces decidió que para él no era bastante y volvió a abalanzarse sobre mí antes de que pudiera incorporarme. Que no quisiera ir en serio lo había cabreado más, debía de haberle hecho pupita a su orgullo de “macho dominante” como si hubiera sido un desprecio (se me olvidaba que con los neandertales la lógica común no funciona).
-¡¡Para!! –Nicole se interpuso entre nosotros, casi recibiendo el golpe. El-que-se-hace-el-héroe reculó por muy poco, pero enganchó a la Cucaracha por el brazo y la empujó contra el suelo sin ningún miramiento completamente ciego de ira.
Nicole tragó tierra y se golpeó en la cadera ya herida por el accidente de moto. Una exclamación de dolor se le escapó de los labios y la hizo jadear. El estupor recorrió las facciones del-que-se-hace-el-héroe como reacción al dolor de ella; solo entonces “el héroe” se dio cuenta de lo que acababa de hacer y fue a socorrer a su amada (agco gente empalagosa-cretina con la que acabo).
-Nicole, preciosa, yo lo siento –se puso histérico, una voz terriblemente preocupada que no creo que tuviera demasiado derecho a emplear, como si un bicho muy grande la hubiera golpeado en su lugar (repito: agco gente empalagosa-cretina con la había acabado)-. ¿Estás bien? –hizo ademán de ayudarla a incorporarse.
En lugar de dejarse, Nicole le cruzó la cara de una bofetada.
El-que-se-hace-el-héroe y yo nos quedamos estáticos, flipando en colorines.
-¡Aléjate de mí! –su tono herido golpeó con fuerza el orgullo de héroe de Robert, quién siempre se consideró como un protector. Sí, el muy cretino iba por la vida matando al que se cruzara a espadazos rodeado de su brillante ego y creyéndose que lo hacía en nombre del Bien Supremo (de ahí el subidón de ego). Así que tuvo que reprimirse para no verse inundado por el rencor. Una mueca le deformó la cara.
-Lo siento –se forzó a disculparse de nuevo. Se sujetó la mejilla donde empezaba a aparecer la marca roja-, no quise hacerte daño, pero es que esa escoria te estaba…
-¡¡Cállate!! –Le cortó a voz en grito-. No quiero saber más de ti; vas y le pegas la única vez en que no se lo merecía, idiota -insultó al “héroe”. Oh, mi Lucifer, esto no se había visto hasta el momento: ¡¡alguien enfrentándose al chulito del-que-se-hace-el-héroe!!-. No me uses como excusa para poder pegarte de ostias con él; para empezar no soy una criaja debilucha –volvió a hacerse la fuerte con energías recuperadas (esto… ¿no acabas de admitir algo muy distinto, que sola no podías y cosas así…?). Necesitaba demostrarse a sí misma que no lo era a toda costa. Su voz de repente empezó a cambiar, a sonar con un cierto eco. La aura de la Flor engulló a Nicole; tengo la sensación de que, en esta ocasión, Flor y Nicole habían conseguido ponerse de acuerdo en algo.
El-que-se-hace-el-héroe hizo ademan de retroceder, también lo sentía.
-Yo no insinuaba… -empezó a replicar o a excusarse, con el-que-se-hace-el-héroe la diferencia no estaba clara. Aproveché que estaban distraídos y disimuladamente me había vuelto a poner erguido para que no se dieran cuenta y no me metieran más en la pelea.
Nicole seguía gritándole, estaba incluso peor que aquella vez que le cantó las cuarenta a su exnovio Kevin por acusarla de terrorista: -¡Lo haces! ¡Así que deja de creerte con derecho a decidir sobre nosotras! –Nicole, tan enajenada que estaba por la furia del momento, coló el plural de la Flor de Oro sin darse cuenta de que Rob no sabía ni de su existencia dentro de la cabeza de esta (aprovecho para recordar que solo lo sabemos Nicole, la propia Flor y yo). Los miré de uno en otro como si fueran un partido de tenis; insuperable. Esta tía ha empezado a ganar puntos positivos con mucha rapidez-. ¡Estoy hasta las narices de los dos, sois unos gallitos de mierda! –se puso torpemente en pie. Tomó del suelo la garrafa de gasolina que “el héroe” nos había traído y con la otra me enganchó al ver que estaba en pie. Podía leerse perfectamente en la cara de Robert, cuando ella volvió a girarse en su dirección, cómo sufría al ver sus expectativas hechas añicos. Robert estaba demasiado acostumbrado a ganar y a salirse con la suya que no sabía encajar la derrota. Seguro que él ya se había visto llegando hasta nosotros con la gasolina como si fuera agua en el desierto, pensando que por eso Nicole lo volvería a adorar y que de paso podría chulearse un rato al demostrar su superioridad ante mí una vez más. Otra cosa muy desagradable del “héroe” era que también estaba obsesionado con eso de demostrar que era el mejor, todo se lo tomaba como una competición y lo peor es que me había elegido a mí como su rival (que gran honor…); solo hacía falta tenerme en la misma habitación para ponerlo en ese estado de ansia-de-lucha.
Pues que mal le había salido el plan; si es que se veía venir… es tan típico de libro (que lo diga yo, que también me ha pillado de improvisto, no me hace muy verosímil, la verdad)…
Se giró muy altanera y tiró de mí con paso firme a pesar de la cojera, intentando disimular a los ojos del-que-se-hace-el-héroe el tembleque de sus manos.
-¡Nicole, ¿a dónde vas?!
Nicole tomó aire para seguir gritándole, esto no iba a acabar aquí ni mucho menos-: A dónde me dé la gana. Y la escoria –apretó sus dedos de forma casi posesiva alrededor de mi muñeca- se viene conmigo; al menos él es único en esa casa que no conspira para que nos casemos. ¡Y con eso me estoy refiriendo ante todo a la frígida de tu madre, la Doña Reglas de Comportamiento! –acaba de meterse con su madre, joder, ese es tema espinoso. Ahora había posibilidades de que la tomara físicamente hasta con ella, y esto, como pasaba con las monjas de mi orfanato, era proporcional: si a ella la llegaba a golpear, imaginad lo que haría conmigo si me atrapara-. Ah, y si nos sigues, solo conseguirás demostrar que eres un acosador –toma otro gran “zas, en toda la boca”. Empezaba a dolerme hasta a mí por empatía; cómo estaba disfrutando de aquella escena.
El-que-se-hace-el-héroe frenó su avance, sin saber qué hacer. No quería darle la razón, pero tampoco dejarla conmigo. Estaba enfadado y nada acostumbrado a tener que resignarse. El conflicto emocional se distinguió perfectamente dibujado en su cara. Y, finalmente, solo fue capaz de gritar su frustración al ver cómo nos alejarnos.

viernes, 16 de septiembre de 2011

Encantamiento 44: Posesiones corporales a tiempo parcial.

//Pues este capitulazo está dedicado a mi "esposa" Mery; tú si que eres una lianta aunque te hagas de querer (ni yo mismo me explico cómo lo consigue). No cambies (lo que venga después podría ser aun peor) y no me pegues muy fuerte cuando leas esto//

Me quitó la mano del brazo como si le hubiese quemado. Alcé una ceja sin quitarle los ojos de encima, esto estaba siendo muy raro, pero también entretenido. La cara de Nicole se puso arrebolada  como un tomate debido al bochorno. Su expresión era un poema: parecía no aclararse entre si estaba furiosa o asustadísima con que las piernas se le siguieran moviendo solas. Hasta este nivel llegaba el control de la Flor que podía dominar su cuerpo; darse cuenta debía de ser lo que la horrorizaba tanto. Y ella se estaba resistiendo, de ahí tanto espasmo. Volvió a tropezarse y caer hacia delante, hacia mí, pero me aparté y se dio de bruces contra una mesa (¿os pensabais que la cogería en brazos a lo princesita y su caballero? ¿En serio, qué coño os habéis fumado para pensar que yo iba a malgastar tiempo y energía en algo como eso?).
-Agh –parece que le dolió en borde metálico contra el estómago-. ¡Flor, por favor...! –empezó a suplicarle, la voz se le quebró. Volvió a hacer un esfuerzo hercúleo para mantener en pie su dignidad y no derramar más lágrimas.
Pero las piernas volvieron a ponerla en pie a pesar de que trató de engancharse a la mesa. Nicole me recordaba un poco a un pulpo… o a una araña con solo dos patas borracha. Menos mal que mi barreara la mantenía invisible a ojos de los demás, porque daba el cante de una manera…
Nicole consiguió tirarse a sí misma al suelo, una manera poco ortodoxa para que no la llevara dando tumbos de un lado para otro. Se revolvió en el suelo; Flor quería levantarla. Acabó venciendo el espíritu. Nicole chilló de frustación, se le estaban poniendo los ojos brillantes.
¿Intervengo? Humm, perdemos tiempo, pero creo que dejaré que siga dándose de ostias.
-¡Kyiiiaaah! –se abalanzó contra mí (antes hablo, antes la cago; con lo entretenido que era…), sus brazos en alto apuntando hacía mi cuello. ¿Pretendía estrangularme? Reaccioné automáticamente agarrando con fuerza sus brazos. Pero siguió insistiendo, intentando desasirse. Le hice una llave, obligándola a quedar de espaldas y bloqueándole los brazos contra el cuerpo, convertí los míos en barrotes para que no se moviera. Mis brazos se adaptaron rápidamente a su perímetro, tuve la suerte de me venía bien de altura (no me tenía que agachar ni estirar). Mi costilla rota se quejó, pero la ignoré y con una pierna le golpeé en los tobillos para que perdiera de nuevo el equilibrio y no intentara patearme. Nicole recibió con sorpresa cuando la acerqué a mi pecho pero Flor no cesó en su intento y se contorsionó al mismo tiempo que la Cucaracha le suplicaba que parase. Ni siquiera yo entendía qué buscaba con ese comportamiento (aparte de hacerla sufrir y humillarla, claro está).
-¡Para, para! No me hagas esto, devuélveme el control –seguía siendo la Cucaracha quien hablaba-. ¡De acuerdo, sí! –admitió medio en gritos a las exigencias que le imponía-. Sí, tengo miedo; no sé qué voy a hacer –un gemido se le escapó de la garganta y nuevas lágrimas aparecieron en sus mejillas-. Esto me supera y ya no puedo más; s-sola no puedo. Pero, maldita sea, sabes que estoy harta de parecer patética y de ir arrastrándome por todos lados y de dejar que me engañen… Nada de esto me había pasado antes y no sé cómo reaccionar… Pero no lo hagas más difícil de lo que es, jo-joder.
Dejó de luchar tan rápido dijo esas palabras. Nicole se dejó colgar, lánguida, dentro de mis brazos, los cuales seguían aferrándola con la misma eficacia.
Resoplé. De modo que el parasito solo quería que dejara de hacerse la fuerte. Vale que no le venía mal una cura de humildad, pero se había pasado un poco con la escenita y ahora me cargaba al mí el muerto lloroso. Con la gracia que me hacen las lágrimas…
Sus dedos se agarraron a la tela de mi camisa otra vez al darse cuenta de que podía simplemente soltarla y dejar que se diera de morros contra el suelo (vaya por Belcebú, justo lo que iba a hacer). Fruncí el ceño, podía probar a empujarla.
Nicole siguió apretando la cara contra su hombro. Sentía cómo se le estremecía la espalda al sollozar en silencio, pero aún con lo que acababa de pasar seguía siendo demasiado orgullosa como para dejarme ver cómo lloraba. Creo que entendía cómo se sentía la Cucaracha, todo esto que nos pasaba también estaba logrando que yo me sintiera y me comportara como un imbécil sin pretenderlo y lo odiaba.
Seguía llorando sin poder reprimirse a pesar de que hizo un par de esfuerzos (al menos lo intentaba).  
Se me revolvió el estómago. Me desagradaba. No me gustaba que la gente se pusiera a llorar delante de mí. En momentos como este era yo el que sí que no sabía cómo reaccionar y eso me enervaba.
Gruñí empezando a malhumorarme. Interpretó muy bien, por eso da la impresión de qué sé ser amble con la gente; pero no es cierto. No me gustaba hablar ni tocar a las personas si no era necesario (a estas alturas ya deberíais de saberlo). Lo que pasa es que la gente es previsible y sé darme cuenta de lo que esperan y de lo que quieren conseguir: sus debilidades. Y que sea tan fácil es tan aburridamente predecible como suena. Pero mi especialidad era golpear donde les duele hasta que se derrumban. Lo contrario… He leído muchos libros en mi vida (ya sé que soy un poquillo (bastante) friki)… solo por eso sabía que se suponía que tenía que intentar consolarla, pero no cómo conseguirlo. Joder, yo no voy lloriqueándole a nadie, así que nunca habían tenido que hacerlo conmigo. Es mucho más fácil atacarlas, conseguir que no se me acerquen. Agh, odio no saber qué hacer, no tener un plan es lo único que realmente me puede sacar de quicio y alterarme los nervios por completo. Justo como ellas están consiguiendo hacer ahora mismo. Sé que es contradictorio: me aburre saber todo lo que va a pasar, pero no soporto el no saberlo.
Podía probar a empujarla otra vez y, si eso no da resultado, me esperó un poco a ver si se calma, que si no lo hace, pues me la llevo a rastras tal cual. Decidido, a su manera era un plan.
-¿¡Qué estáis… haciendo!? –giramos la cabeza reconociendo la voz.
A Nicole se le desencajó la cara. Ayayay, no, en el peor momento posible; cuando menos conviene que aparezca ¡es cuando tiene que llegar!
Había programado mis barreras para ocultarnos de humanos y demonios, así que nos había pillado de pleno. Sabía lo que parecía: que Nicole estaba llorando mientras la abrazaba, y casi parecía que ella me estuviera correspondiendo.
-¡Rob… Robert! ¡No-nosotros no…! –la lengua se le quedó pillada.
Arrugó una hoja que llevaba en la mano, en la otra traía un pequeño bidón de gasolina. Tenía los músculos de los hombros tensos. Las venas del cuello del-que-se-hace-el-héroe empezaron a hinchársele rápidamente, como cuando la ira iba a dominarlo y deseaba destrozar a golpes a su adversario. Me miraba fijamente.
Maldita sea, ¿es que el destino se ha empeñado en hacerme morir? En serio, qué problema hay conmigo, ya va siendo hora de que me entere, ¿no?


lunes, 12 de septiembre de 2011

Encantamiento 43, 4ª parte:


Abrí la puerta de la caravana y descendí los pocos escalones. Nicole estaba allí sentada, con la espalda rígida y la mirada fija. Tenía los ojos un poco hinchados y las mejillas enrojecidas y húmedas todavía. Al verme aparecer se apresuró a frotarse la cara en un vago intento de ocultar sus últimas lágrimas.
-Deberíamos buscar gasolina.
-¿Con quién has hablado? –ignoró lo que le había dicho.
-Con alguien. ¿Qué te ha contestado a tu pregunta?
Los dos nos quedamos en silencio. Ella sabía que yo había hablado con un demonio y yo que ella se estaba convirtiendo en uno. Sin necesidad de palabras, nos dábamos cuenta de la información tan peligrosa que tenía el otro.
Dejé que ella fuera la primera en hablar:
-Diles algo y se enteraran de tu amigo.
No respondí, tampoco hacía falta que habláramos del mutuo chantaje; no era el primero que compartíamos: yo no hablaba de la Flor ni de lo que le estaba haciendo y ella no contaba lo de mi contacto. Ah, y ambos manteníamos en secreto que nos conocíamos de antes de vernos envueltos en todos estos líos con los Guardianes y que habíamos escuchado conversaciones sobre nosotros cuando no deberíamos y que luego me había besado y… ¿pero qué digo? Mi relación con Nicole se basa en mantener cosas en secreto y en intentar coaccionar al otro con esos datos.
-Vámonos.
Pero ella no se levantó.
-Me echaran. Si lo supieran me echarían, ¿o harían algo peor conmigo, con nosotras?
-…Posiblemente –los Guardianes destruían demonios; ya les estaba costando bastante tenerme a mí entre sus filas.
-Esto haría que dejara de interesarle a Robert –se rió sin ganas.
-¿Es que te sigue importando lo que ése piense de ti? -¿incluso después de enterarte de que solo iba detrás de ti por una profecía?
-No tengo a más sitios a donde ir que su casa, tú mismo me echaste en cara todo lo que sacrifiqué… para nada –se levantó y se sacudió el polvo de los vaqueros; creo que era la primera vez que no la veía con una falda de tubo puesta. Como buena chica metropolitana y, ante todo, para conseguir mantener su tipo de presentadora cañón, Nicole había sido usuaria del gimnasio más cercano a su apartamento; de modo que, a pesar de los palizones que se estaba dando con los Guardianes y del cansancio, se le notaba un cuerpo atractivo bajo aquellas ropas robadas de mala calidad. Era algo evidente para cualquiera que la mirara, así que no iba a negar que Nicole era guapa incluso con esos pelos de loca que se le quedaban. Yo no le daba demasiada importancia al aspecto físico (mis ex eran en cuanto a complexión bastante distintos entre ellos, ya que hablamos del tema; Campbell puedo deciros que es verdad). Lo veía sin demasiado mérito; se tiene materia prima o no (muy arbitrario para mi gusto), lo que hagas a partir de ahí es cosa tuya. Y eso nos lleva a las modas, que van cambiando constantemente se refirieran al aspecto, la ropa o la música; dejarse arrastrar por ellas como hacía la obsesa de la ropa del Renacuajo me parecía un sinvivir porque jamás lograbas estar siempre a la última (era sencillamente imposible si cada semana te tenías que comprar una cosa nueva o cuando empiezan con que “está de moda no ira a la moda”, más imbéciles y no nacen) y acaban comiéndote el cerebro los complejos que solo sirven para hacerte sentir mal con tu propio cuerpo. Yo prefería ir a mi bola, pero este no era el caso de la mayoría de la población que sí le daban importancia (por mucho que lo nieguen, siempre serán frívolos y materialistas, es casi imposible no serlo en la sociedad actual). Pero bueno, el aspecto externo de una persona es muy útil para lograr sicoanalizar al sujeto (clase social y grupo al que pertenece, nivel educativo, intereses…),  y así ver los puntos débiles de una persona, pero, además, podía emplearlo para manipular (el archiconocido Poder de la Sugestión). No tenía ningún problema en reconocer que yo era y sigo siendo un falso, usaba la técnica de hacerme pasar por el “chico guapo y simpático” o la del “guapo misterioso” para salirme con la mía siempre que lo necesitara. Y es que de pequeño yo no era como ahora, no era en absoluto apuesto y tenía incluso peores pulgas (en realidad no, pero es que aprendí a disimularlas); entiendo perfectamente como pueden variar las cosas según la impresión que des y la verdad es que tuve suerte en cambiar al crecer.
Eché a andar tras comprobar visualmente que no comenzaría a llorar de un momento a otro, podía aguantarse perfectamente hasta estar a solas.
¿Y que a qué venía toda esa perorata sobre lo que yo pienso? Pues para que se os metiera en la cabeza de una vez que, sí, Nicole era guapísima y me daba perfectamente cuenta, pero que no me llamaba la atención en ese sentido.
Me daba exactamente igual. Y además, Lena ni siquiera podría entrar en el espectro de “mona” de los arquetipos de belleza actuales si nos ponemos en este plan.
Caminamos el uno junto al otro en silencio. Nicole iba cabizbaja, pensativa. Debía estar conversando con la Flor, pues cada cierto tiempo ponía expresiones de desacuerdo o suspiraba en silencio. No dije nada, no quería saber más del asunto. Puede que el caso de Nicole fuera particular y solo por eso alentaba algo mi curiosidad, pero estaba claro que por el momento nada interesante iba a pasar. No merecía la pena prestarle atención a algo que se repetía constantemente.
Unos niños pasaron a nuestro lado y empujaron a Nicole, quien, tan distraída como iba, perdió el equilibrio. Para recuperarlo, se asió a la manga de mi camisa.
Alzó la mirada, con los ojos aun enrojecidos. No cambié ni mi cara ni la postura, a excepción de que había bajado la cabeza para ver si se estrellaba.
-Lo siento –se disculpó y apresuró a separarse y seguir andando. Ella, por ejemplo, no podía evitar dejarse influenciar por el exterior aunque supiera perfectamente que debiera tomarlo como algo superfluo; yo le interesaba exteriormente por muy mal que a tratara. Le estaba costando mantener la dignidad y su fachada de presentadora del noticiario, se notaba a la legua. Frunció el ceño y giró la cara para que no me diera cuenta de que se ofuscaba con algo que le decía la Flor. De repente hizo un aspaviento muy raro y las piernas se le cruzaron, casi pegándose un ostión contra el suelo; entonces la rodilla derecha se le dobló. Nicole chilló asustada y volvió a enganchárseme a falta de más cosas sólidas cerca.
Jadeaba. -¿Qué..? ¡Flor, NO, PARA!

lunes, 5 de septiembre de 2011

Encantamiento 43; 3ª parte: Secretos y mentiras, segunda parte.


Cristofino volvió a usar una expresión facial de tristeza muy de tipo manga y algo artificial empleada en la realidad, aunque a él le sentara extrañamente bien.
-Así es, los dos tenéis pruebas de sobre en contra. Así no puedo juzgaros, no de momento. Ya sabes cómo son los negocios. Os voy a estar vigilando, ya lo sabes.
Lo sabía. Tenía mucha suerte de que se tratara de Cristofino y no de cualquier otro. Él era de lo más liberal que te podías encontrar, era agradable y benevolente a nivel personal; pero cuando se trataba temas de la mafia resultaba increblantable y firme a la hora de impartir justicia, la objetividad era su fuerte.
-Lo sé; Me encontré con el general Strauss Muggen.
-Anda la osa; ¿y qué tal? Ése es un poco bestia.
-Ordenó que me mataran y me tiraron un montón de zombis encima –pues sí, era un poquillo bestia. Un pitido empezó a advertirnos de que el presupuesto de la llamada se acababa. -¿Para qué son las almas?
-Humm, las necesitamos. Digamos que podrían ser nuestra única baza para tener una ventaja cuando las Puertas del Infierno se abran; debemos prepararnos –Cristofino también se aceleró al hablar.
-¿Necesitan a una virgen Guardiana para sacrificarla?
-Sí, mi querido chico, así es. Cada vez que las Puertas se abren, debemos ofrecer nuestros sacrificios me sonaba haber oído algo sobre ese ritual antes-. Tu prima Yelly también ha sido exigida como sacrificio –Yelly era la hermanastra de mi amigo Yell, ni siquiera había cumplido catorce años, pero desde su nacimiento se vaticinó que tendría que permanecer virgen y pura para su sacrificio.
-Y eso será este Samhain…
-Eso me temo. 
-¿Por qué los vampiros buscaban la Luz de los Guardianes?
-Sus reservas son limitadas t creemos que tal vez... Que la suerte te acompañe, mi querido chico.
La neblina negra se tragó la imagen de mi tío. Llamada finalizada.
Samhain no es otra cosa que el autentico nombre de Halloween, la fiesta celta del cambio de estación que da paso a un nuevo año. Presioné la bola contra mis labios (pienso llevármela). En otras palabras, quedaba menos de medio mes para lo que tuviera que pasar: que las Puertas del Infierno se abrirían.
Volví a entrar en la sala y me paré a admirar la exposición de plumillas y frasquitos de pócimas.
-Tu amiga ha salido a tomar un poco el aire.
-Oí el portazo –tomé disimuladamente uno de estos últimos al tiempo que me giraba-. ¿Sabe si se encuentra bien? –fingí interesarme como un pretexto para volver a acercarme a la gitana, para mantener una conversación. Me senté en la silla de nuevo, a petición de la mujer.
-No sabría decir, las noticias parecieron sorprenderla.
-Entiendo –entonces fingí un pequeño y repentino ataque de tos. Empecé a aclararme la garganta sin exagerar para que se creyera que de verdad me molestaba y quería que parase.
-Ahora te sirvo una copilla, jovenzuelo –sus buenos modales la apresuraron a servirnos a ambos un aguardiente en nuestras respectivas copas. Tomé la mía y fingí beber dándole las gracias. Luego la sostuve por debajo del nivel de la mesa para poder verter unas gotas de la pócima que acababa de sustraerle.
-Tiene cuadros interesantes aquí dentro –simulé prestarles atención a las paredes. Ella elevó la mirada hacia dónde indicaba y aproveché para apoyarme en la mesa y dar el cambiazo de los vasos en apenas unos segundos (también uso esta técnica cuando juego al póquer, el truco está en hacerlo lo suficientemente rápido).
-Gracias… -volvió a coger la copa que yo le había cambiado y tomó un trago. La miré fijamente, esperando. Ella repiqueteó los dedos en el cristal, inquietándose-. ¿Pasa algo?
-Nada… Dígame, ¿suele recibir visitas aquí? –seguí mostrándome serio.
-Jaja, ay, ojala. Los demonios no saben ni que existo y los humanos de aquí piensan que estoy maldita. Sucios esperpentos de la naturaleza…
-De modo que si algo le pasara… ¿nadie lo sabría? –moví el contenido de mi asqueroso vaso.
-No… -el horror se extendió por su cara al darse cuenta de lo que pasaba. No había pretendido decir eso-. El elixir de la verdad…
Intentó levantarse para hacer un hechizo o atacarme, pero chasqueé los dedos y los reposabrazos de su silla se retorcieron cobrando vida y rápidamente le ataron los brazos. Apreté hasta oír el chasquido de los huesos; mejor asegurarse de que no moviera los dedos para hacer ningún hechizo.
-Exactamente –resulta muy útil y complicada de preparar, así que creo que me la llevaré-. Si yo, por ejemplo, le cortara el cuello, ¿nadie se enteraría?
-No, nadie me visita. Y… la basura taparía el olor –admitió sin poder evitarlo. Asentí, era justo como yo había supuesto.
-¿Sabe alguien que estamos aquí?
-No, tu barrera me hizo ignoraros hasta que la deshiciste. C.Lence la adivina me dijo que insistiera hasta que bajaras la barrera y solo entonces pude verte –de nuevo, todo había pasado como yo creía; predecible.
-Muy bien. Entiéndalo, es mejor que nadie pueda seguirme el rastro y algún Demonio de la Locura podría leerle la mente si sigue viva –Kaila por ejemplo… Me levanté dejando el vaso en la mesa-. Pero antes, ¿qué cosas de valor guarda por aquí? –volví a echar un vistazo distraído sobre la cantidad de tratos que almacenaba. Con tanta mierda, podría haber hasta petróleo ahí enterrado.
-Maldito bastardo mestizo…
-Tch, tendré que buscarlo yo mismo –moví la mano y su cabeza saltó lejos del resto del resto del cuerpo. La sangre empezó a chorrear, formando un pequeño charco viscoso a sus pies.

viernes, 2 de septiembre de 2011

Encantamiento 43; 2ª parte: Secretos y mentiras, segunda parte.

//A la escritora y madre de Yary Speit; una persona maravillosa con una gran fuerza de espíritu que siempre logra poner buena cara al mal tiempo. Porque te lo mereces, este capítulo extra de hoy te lo dedico a ti.//


La imagen de mi tío Cristofino apareció entre la nube negra. Acercó la cara para mirarme y la superficie cóncava deformó la apariencia de sus relucientes ojos verdes. No importaba, sabía cómo eran; verde claro que se volvía cada vez más amarillento conforme se aproximaba a la pupila, resultaban como el cristal siempre que los mirabas, vidriosos, como si no precisaran enfocarte para saber todo lo que necesitaban de ti.
-¡Alec! –En su voz se distinguió la sonrisa sin necesidad de mirar su reflejo en el cristal- Buen día, ¿estás bien? Se te ve cansado -se preocupó por mí. Su tono era amable, casi maternal.
-Tío –hice un pequeño gesto con la cabeza sin ninguna efusividad para responder el saludo; tiempo atrás me había esforzado ponerme a la par con él en ese sentido de ser tan sumamente alegre, pero ya me daba por vencido, no me salía natural y él se daba cuenta. Ambos hablábamos en demoniaco-. ¡Ja! De repente me he convertido en el chico más solicitado de toda la Orden –mi voz destiló cierta amargura.
-Ya veo… Los tiempos que corren son desesperados –y que lo digas…- Debes de estar atareadísimo; siento darte tanta guerra.
En la otra habitación se escuchó claramente un portazo, lo que me hizo alzar la vista en esa dirección. La Cucaracha se había ido prácticamente corriendo al exterior. Eso es que se iba a poner a llorar y no quería que la viera.
-¿Alec? –llamó mi atención. Volví a mirar la bola de cristal; no pasaría nada grave porque se desahogara un poco antes de aparecer yo (o, conociéndola, se desahogaría conmigo).
-¿Estás detrás del movimiento de los “Sgaret na’edna”? –pregunté sin tapujos por ese movimiento radical que estaba armando tanto alboroto en Irlanda; no había tiempo para remilgos, tenía muchas preguntas.
-Sí, veo que te diste cuenta –rió, siempre le divertía cuando acertaba alguno de sus planes-; aunque de momento no es más que un proyecto. Tu tío-primo Jell se está encargando de él en mi nombre.
¿Yell, en serio? Humm, sabía perfectamente lo destructivo y decidido que realmente podía ser a la hora de la verdad, pero su aspecto despistado y blandengue no solía inspirar demasiado respecto al resto de personas, por mucho que ya hubiera cumplido un milenio y se hablara de concederle título de diablo (los diablos son demonios de más nivel, más poderosos y malignos). Sabía que habría tenido desde el primer día sus problemas para hacerse obedecer y que no intentaran sustituirle por la fuerza, pero estaba seguro de que mi compañero de borracheras se las arreglaría.
-Les he hablado a los Guardianes sobre los Seamair –era una de las condiciones para que no nos mataran a mí y a Campbell.
Asintió, lo había supuesto y lo aceptaba.
-¿Qué les has dicho? –su tono se mesuró un poco, como recordando de que había asuntos importantes que tratar.
-Saben que tienes buenas relaciones con los vampiros que los atacan y que debió ser un Seamair quién poseyó al dragón –fui yo quién llegó a esa conclusión.
-Y así fue.
-Y quieren saber dónde está el centro de operaciones. Les he dicho que en Irlanda y que yo he estado, pero que solo fui a través de un portal así que no sé cómo más llegar –en realidad el bar del Trébol de las Cuatro Hojas se encontraba en una especie de limbo, en ningún emplazamiento en concreto, y disponía de varias puertas repartidas por el globo desde las que acceder a única y misma taberna. Podías entrar por la que estaba en Nueva York, atravesar tranquilamente el bar y salir por otra puerta a las calles de Hong Kong. En realidad conocía bien el sistema de entradas de tanto usarlas para mis “trabajillos”.
-Jaja, en ese caso creo que no has dicho toda la verdad –volvió a reírse divertido. Cristofino era un tipo alegre que sabía muy bien separar el trabajo de lo personal incuso aunque trabajaba con la familia y a veces tuviera que cargarse a alguien-. Gracias por la información; creo que no las cambiaremos de lugar por el momento -se refería a esas puertas dimensionales-, mejor que puedas venir si la cosa se tuerce –inclinó la cabeza hacia un lado cerrando los ojos con expresión de portada manga; se parecía mucho a Campbell y lo cierto es que no sabía quién había influenciado a quién-. ¿Qué más?
-Me pidieron nombres y lugares de reuniones; aun no se los he dado.
-De acuerdo… supongo que podemos arreglarlo –suspiró-. Te daré una lista. Mata a quién tengas que matar cuando sea necesario… incluso si es uno de tus familiares. No me extrañaría que algunos quisieran ponerte fin. Creo que también te pasaré una lista de a quien prefiero que no mates. Por cierto, ¿y Campbell? –Hizo un margen en la charla de negocios para lo personal- Ya sabemos cómo es esa niña; se prestó voluntaria, pero aun así me preocupa… -empezó a mecer su barba de chivo con los dedos, su tono en verdad sonaba preocupado. Se volvía incluso más maternal cuando se trataba de aquellos a los que él había criado desde pequeños. Para Cristofino era una practica habitual eso de recoger niños abandonados y cuidarlos como propios; él solito conformaba una entidad de acogida, pero sin ser tan frío como los servicios sociales, aunque suene increíble.
-Está bien… -si se metieran con ella o le hicieran daño ya hubiera venido corriendo a llorarme-. Ya me encargo de que no se meta en líos –tengo que hacerlo en el poco tiempo libre que me queda, al final nunca descanso.
-Alec, realmente me dolió la idea de que nos hubieras traicionado. Yo no me lo podía creer, te conozco desde pequeño –en realidad desde adolescente- y eres de los que saben lo que les convienen. Pero espero que entiendas lo que hice –poner una recompensa por mi cabeza-; no estás bien visto, ya sabes, de haber sido otro puede que no hubieran sido tan incisivos, pero se pusieron como perras rabiosas y debía evitar un enfrentamiento –se estaba refiriendo a los demás miembros de los Seamair y aliados; de haber sido yo un pura sangre en lugar de un hibrido me habrían rescatado y llevado ante ellos para preguntarme y habrían buscado pruebas en lugar de emitir directamente la orden de búsqueda y captura vivo o muerto (recientemente ha cambiado y ya solo me quieren vivo, mejora un poco)-. Lo que me dijiste de que Kaila te tendió una trampa con los licántropos me cuadra, pero no consigo entender qué pasó para que acabaras tan liado con esos Guardianes. Tú eres más listo que eso… -me miró fijamente a los ojos-. Ya sabes que te prometí que nunca te leería la mente y pienso mantener mi promesa –los Seamair, los únicos Demonios de la Locura de esta dimensión, famosos por sus habilidades de control mental. Podían meterse en la mente de otros y crear pesadillas, tomar el control sobre sus cuerpos e investigar en sus recuerdos y tomar posesión de ellos… además de que luego se alimentaban de las esas almas a las que atormentaban.
Me quedé en silencio; prefería que no lo supiera (demasiado vergonzos admitir que había sido tan idiota de confiar en una chica porque me gustara). Mis barreras de protección eran de las mejores que existían (incluso mejores que las de mis familiares más ancianos que sí saben usar todas esas técnicas de control mental) y mantenían alejados de mis pensamientos a cualquier ser que lo intentara (aunque expulsar a alguien de tu cerebro duele un poquitín). Pero si había alguien lo suficientemente poderoso para lograr romperlas, ese era Cristofino
-Ni yo lo entiendo bien. –Me quedé un momento en silencio- Está jugando a dos bandas, ¿verdad? –confiando en Kaila y en mí al mismo tiempo.
Sonrió con tristeza. 

Encantamiento 43; 1ª parte: Secretos y mentiras, segunda parte.

Llegamos a las afueras de una ciudad, cerca de la estación de ferrocarriles, donde se asentaba un poblado chabolista. Había carteles de “se busca” en muchas paredes, invisibles a los humanos pues eran criminales del mundo mágico. Mi foto aparecía entre ellos con los anotaciones de “muy peligroso; atrapar con vida” debajo de mi foto. No sabría decir cómo me sentía al verme con semejantes marcos; una mezcla de orgullo al ser reconocido, de tristeza y de odio hacia Kaila.
Conseguí convencer a Nicole de que aceptara unas prendas de ropa robadas, pues recuerdo que hacía un frío que pelaba. A mí me buscaban y Nicole era famosa (salía en el telediario, por si no os acordáis) y estuvieron a punto de reconocerla unos fans del poblado; más motivos para ocultar bien nuestras caras.
Luego quemé la ropa sucia; había que ser muy precavido con estas cosas. Fue un gran alivió confirmar que no teníamos cortes abiertos, no era posible que nos hubiéramos infectado. Sin embargo yo me había roto una costilla, ella cojeaba y estábamos llenos de moratones; dos par de cristos cada uno.
-¿Y ahora que hacemos? –Nicole seguía a la defensiva y hablaba con tono criticón. Me estaba pensando seriamente dejarla allí tirada.
-Mira, ya he hecho bastante hasta ahora –desagradecida- para tener que estar soportándote a ti también –le espeté con mi tono frío. Se comportó como si le dolieran las palabras, aunque intentó hacer ver que no era así.
-Yo fui quién te rescató –se cruzó de brazos.
-Sí, e hiciste que los vampiros me localizaran al llamarme al móvil. Si no hubieras hecho eso, no hubiera precisado de un rescate –le dejé las cosas claras.
-Fue C.Lence quién me dijo que te llamara.
-Siempre consigues que sea otro el culpable –que cacho habilidad, la verdad-. Podrías haberla ignorado –me incliné hacia ella frunciendo el ceño.
-¡Creía que te ibas a morir! –y la idea la había asustado tanto como para correr a telefonearme; me di cuenta. Nos había hecho caer en la trampa de la adivina.
Fui a abrir la boca para replicarle algo, pero un escalofrío me interrumpió.
-¿Desea la parejita que les eché las cartas…? –una gitana acababa de plantarse a nuestro lado. Hablaba al aire a pesar de tenernos delante. Era debido a que mi barrera de protección hacia que se nos viese pero obligaba a ignorarnos; conseguía que ni siquiera se dieran cuenta de la falta de interés que sentían por mirarnos (una maravillosa obra de arte que estoy intentando patentar y que jamás encontraríais en ningún otro lado). La miré fijamente escrutando su aura. Era una demonio, seguramente vendedora de hechizos igual que yo (hacen magia para otros a cambio de dinero).
-No, gracias y no somos parejita… -empezó a despedirla Nicole a pesar de que, aun pudiendo escucharnos, olvidaría las palabras en el acto por no intentar retenerlas.
Había algo raro… Deshice la potente protección.
-Si es gratis… –la corté sin prestarle la más mínima atención, lo que consiguió que la Cucaracha me mirara con aún más rencor.
-Jaja –las arrugas de la cara se le hicieron más profundas; debía ser realmente vieja si tenía arrugas siendo un demonio-, nada es gratis en este mundo; tú deberías saberlo mejor que nadie, hibrido. Aunque tenéis la suerte de que ya hayan pagado el servicio en vuestro nombre.
-¿Y quién se tomó esa molestia?
-Ah, una antigua y poderosa adivina… -C.Lence…- y un diablo pelirrojo.
¿Un diablo? ¿Podía ser…? El instinto me decía que sí.
-Aceptamos.
Tomé la mano de Nicole antes de que fuera a rechistarme y tiré de ella para seguir a la gitana.
-¿Qué haces? ¡Podría ser una trampa…! –me susurró en el oído al tiempo que la gitana nos servía unas bebidas.
-Cierto…
-¡Alec! –me recriminó a la desesperada.
Nos llevó a su caravana. Por dentro no tenía el aspecto que se podría esperar de una casa sobre ruedas, ni mucho menos, sino una sala circular con bóveda, llena de estanterías y objetos extravagantes que yo conocía pero Nicole no. Nicole miraba en todas direcciones entre horrorizada y maravillada con el sitio a donde la había arrastrado.
-¿Aguardiente? –nos puso unos mugrientos vasos delante. Nicole los miró sin poder disimular el asco.
Se sentó al otro lado del escritorio y nos ofreció sentarnos en las silletas de plástico que estaban enfrente con un gesto de la mano antes de apoyar la barbilla sobre ambas manos.
-Gracias. Bien, ¿y por qué servicios han pagado exactamente? –le rasqué un poco la roña y me lo bebí de un trago para no hacerle el feo; la raza de demonios a la que pertenecía la comerciante de hechizos era famosa por ofenderse con la falta de cortesía (aunque es evidente que no por la falta de higiene).
-Una consulta para ella… y una llamada para ti –sacó del cajón del escritorio y me lanzó una pequeña esfera de cristal al pecho que atrapé al vuelo. Era del tamaño de mi puño, con grabados en demoniaco en la parte inferior y, como si fuera nieve, un denso humo negro se agitaba en su interior-. El diablo dejó la llamada preprogramada.
-¿Solo una?
-Así es –asintió a mi pregunta. Pues no es que le hubieran pagado mucho-. Puedes hacer tu llamada en la cocina; es mejor tener intimidad. Esta preciosidad podría hacer su pregunta sobre ti y no estaría nada bien que lo supieras.
Nicole dio un pequeño respingo al ponérsele las mejillas de color rojo.
-¿Cómo? ¡No, no pienso preguntar sobre éste! ¿¡Para qué iba a querer hacer eso!?
Alcé una ceja pero no le dije nada mientras me levantaba, bola de cristal en mano, y salía de la habitación. Me metí en un sitio lleno a rebosar de cacerolas suponiendo que esa debía de ser la cocina a falta de más opciones. Me acerqué la bola y marqué para llamar, ya estaba muy acostumbrado a todos sus usos; las bolas se usaban, más que para ver el futuro (eso solo pueden hacerlo los adivinos y ellos no precisan de estos objetos para conseguirlo), como teléfonos con videollamada que no pueden ser pinchados (línea segura). Empezó a sonar el timbré de llamada, igual que en cualquier otro teléfono. Pero no contestaba y aún podía escucharlas hablar; era demasiada tentación para alguien que no siente remordimientos por espiar.
-Haz tu pregunta. ¿Es sobre ese apuesto hibrido? –preguntó con tono pecaminoso.
-¡No, en absoluto! –se apresuró a negar con demasiado énfasis como para resultar natural.
-¿Sobre otros hombres de tu vida…? –La comerciante de hechizos se quedó callada, seguramente observando el rostro de la Cucaracha-. O tal vez tus dudas no tengan solo que ver con el amor…
-Yo… nosotras –corrigió al incluir también a la Flor de Oro. La voz le temblaba un poco y titubeaba, cosa que jamás le había visto hacer antes-. Necesitamos una manera de separarnos.
Un pequeño silencio.
-¿Deseas que deje de parasitarte? –llegó a la conclusión.
-Exactamente –Nicole debió acompañar su respuesta de un asentimiento de cabeza que hiciera botar sus rizos.
La demonio suspiró con pesar; pude sentir incluso a través de las paredes como ese gesto golpeaba en lo más profundo las fuerzas de la Cucaracha.
-No es posible…
-¿Cómo…? ¡No puede hablar en serio, tiene que haber alguna forma, algo que…!
-Lo siento, muchacha –la cortó sin ningún tacto-. Llegáis demasiado tarde. Ya no sois dos, sino una. El proceso de sincronización está ya muy avanzado; no se puede volver atrás.
-Entonces… esto… ¿esto que nos pasa empeorara?
-Depende de lo que entiendas con empeorar. El demonio se hará más fuerte día a día, como ya lo has visto crecer, y eso te cambiara a ti también. Pero no te angusties, se te hará más fácil; pronto dejaréis de sentiros como entes distintos; seréis un todo –habló como si la felicitara; un “felicidades, va a ser mama” a una patinadora sobre hielo a la que solo le quedan nueve meses para los últimos torneos antes de ser demasiado mayor para competir  y con los que poder alcanzar suficiente fama como para poder jubilarse en paz o quedarse en la ruina (definitivamente, veo demasiado cine típico americano).
-No, no, esto no… -suspiró con fuerza. Su racionalidad la obligaba a aceptarlo, pero no era capaz-. ¿Qué es lo que… me hará a mí? –la derrota y la desesperación se colaron en su voz. Estaba en shock, sin terminar de creérselo.
-¿No te has dado cuenta ya? Te está convirtiendo en un demonio.
En ese momento, la bola de cristal dejó de comunicar: -¡Perdoooooooooón, perdón, cordones desatados! ¡Cristofino Seamair al habla!