sábado, 29 de octubre de 2011

Encantamiento 47, 2ª parte: Que no todo son golpes y escenas de acción.


Era obvio que el Canijo sentía una tremenda curiosidad hacia mi persona. Él nunca antes había visto un demonio tan de cerca (aunque yo solo soy medio, y la Rana… da risa o pena según lo mires)  y parecía que no se le pasaba la sorpresa de ver que yo no echara humo, ni tuviera garras o comiera carne cruda como un poseso y eso tipo de cosas de las historias que le habían contado desde pequeño para ir poniéndolo en contra de lo mágico. Por no hablar de que yo le había salvado la vida en una ocasión (y en consecuencia yo me había quemado los brazos con Luz. Conclusión: no pienso volver a repetirlo si no me pagan un millón de dólares o más).
El adivino tampoco me caía demasiado bien; los críos tienden en su mayoría a ser unos cansinos caprichosos y él lo cumplía en el sentido de mirarme todo el tiempo y seguirme aunque no se me acercaba (es bastante incómodo si no estás ya acostumbrado). No era muy guapo, al contrario que su padre y su hermano mayor, pero aún así tenía un gran parecido con el-que-se-hace-el-héroe y casi todos los rasgos afilados y huesudos de su madre. Tampoco se parecía a mí, excepto en el pelo.
-Ah, vale –no me puede importar menos. Me crucé de brazos, mi tono de voz demasiado despectivo pareció incomodar al Canijo.
Colyn se dio cuenta de ello, de modo que intentó volver a reírse de la situación. Tenía ese vicio; seguramente porque su mejor amigo, el-que-se-hace-el-héroe, tenía un pronto muy agresivo y eso había provocado que Colyn desarrollara una necesidad de relajar el ambiente a la mínima que se ponía tensa, temiendo que acabara en pelea (aunque eso solo pasa con “el héroe”; ya ves tú, yo personalmente no tengo ningún interés en abalanzarse sobre ese crío y su bomba de relojería con pelo).
-No hagas mucho caso al viejo brujo, es así de arisco la mitad del tiempo. Já… Y la otra mitad nos ignora a todos…
Alcé una ceja. ¿Viejo? Si hasta Colyn era tres años mayor que yo.
-¿Cuántos años te crees que tengo?
-¿Eh? –desvió la atención del Canijo.
Bufé. Estúpidos. Como los demonios teníamos tendencia a ir envejeciendo cada vez más lento conforme sumábamos años y eso daba la impresión de que la mayoría eran todavía bastante jóvenes, aparte de que de forma natural podían vivir miles de años, parecían tener asumido que no había niños pequeños ni adolescentes, como si nada más nacer pasaras a cumplir quinientos años. Pero tampoco puedo esperar mucho de estos ignorantes.
Me giré y me fui de allí con paso firme. No me iba a quedar si eso solo servía para perder el tiempo (Colyn no me hace ni puto caso, pues peor para él, lo mismo tenemos suerte y al transformarse le deforma un poquillo la cara al-que-se-hace-el-héroe (eso seguro que le bajaría los humos, no hay mal que por bien no venga)).
-¿Le caigo mal? –oí que le preguntaba en voz baja al pelirrojo.
-Ah, pues… No creo –pero no lo decía muy convencido.
-Yo, esto -dudo como si se avergonzara de lo que iba a decir-, le he visto jugando conmigo y hablando “de mujeres”… -¿había tenido visiones conmigo? Seguí caminando hacia la puerta.
-… Pues no sé qué me inquieta más… -yo tampoco, ¿para qué iba yo a querer hacer cualquiera de las dos cosas?
En aquella casa se comportaban como si el Canijo Llorón no se fuera a convertir en adivino. Tanto odiaban la idea de perder a alguien de su sangre, a un futuro Guardián; alguien “puro” iba a mancillar su estirpe al convertirse en un simple “humano con poderes”. Era un tema completamente tabú. Y mucho más si la señora Karen Kensington, la esposa de Albert y madre de mis cuatro medio hermanos (uno la palmo y al otro aun no lo conozco, pero yo los sigo contando junto con Rob y Gigi) andaba cerca. Por suerte, yo solo me la había cruzado una o dos veces (yo me paso la vida fuera, de misión en misión), pero Campbell (que no puede salir de la casa) me había contado que ésta le había prohibido entrar en más de la mitad de las habitaciones y que no podía estar presente si ella también lo estaba. La esposa de Albert era profesora de conducta, enseñaba a las jóvenes chicas Guardianas a comportarse como princesitas y a ser buenas amas de casa. Otra cosa que me había dado cuenta (yo voy enlazando temas y yéndome por las ramas cada vez más; es el efecto de la morfina que acaban de darme y de una posible conmoción cerebral): solo había visto tres mujeres soldado. Al parecer, la moral cristiana católica se llevaba al pie de la letra y estaba muy mal visto eso de que las mujeres dejaran el hogar para coger las armas. A mí se me hacía muy raro, estaba acostumbrado a pegarme de ostias con ambos géneros (sirenas, súcubos, valquirias, furias, arpías, Kaila… atrévete a subestimarlas y te habrán castrado antes de que te des cuenta). Y eso me llevaba a preguntarme por qué Lena, alguien que parecía ansiar tanto formar parte de aquel mundillo y desesperada por encajar, luchaba. Entre aquellos armarios empotrados desencajaba demasiado con su metro sesenta y escasos cincuenta kilos… Ahora era una desconocida para mí, no sabía cómo era su manera de pensar ni qué cosas la habían llegado hasta aquí; tenía que aceptar de una vez que aquella no era mi Lena; lo sabía.
-¡Colyn, A-alec! –vino Lena corriendo por el pasillo. Hablando de la reina de Roma… Su cara tenía una cierta alegría inusual que desapareció nada más verme. Frenó, su sonrisa se convirtió en una mueca cuando nuestras miradas se cruzaron y en el acto apartó el ojo a cualquier otro sitio-. Nos tenemos… que ir a una misión, a reponer el suministro de armas… -la voz le salió trémula. Tragó saliva-. Los tres juntos.

viernes, 21 de octubre de 2011

Encantamiento 47, 1ª parte: Que no todo son golpes y escenas de acción.


-¡Colyn, maldito desagradecido, ven aquí! –Susurré mientras trotaba detrás del Guardián por el pasillo- Esto es importante, tenemos que hablar de una vez sobre eso -¡te vas a convertir en un hombre-lobo posiblemente loco esta misma semana, joder! ¿Es que soy el único que ve lo mal que pinta eso? ¡Sin ti el Análisis de la Jodida Situación no tiene mucho sentido!
-Luego.
-Luego no. No me des más largas. Mira, a mí me da igual lo que te pase -estoy casi seguro de que podré salvar el pescuezo si me ataca al transformarse (la mala suerte es un aspecto a tener en cuenta; sobretodo mirando mi vida más reciente)-, pero dije que iba a ayudarte –que era parte del trato para que tú me ayudaras a sobrevivir a los otros Guardianes violentos y la condición de que, si no lo hacía, me mataría.
Hacía tiempo que no nos cruzábamos a solas (con tanto Guardián siempre mirándome eso parece imposible por estos lares, en serio, agobian) y las oportunidades como esta, igual que la vez que hablé con Lena, se podían contar con los dedos de una mano (una; me sobran los otros cuatro dedos). En el último mes, poco a poco, había logrado ir sustrayendo los suficientes materiales (los cuales mantenía escondidos para que no me los requisaran) para poder fabricar calmantes de hombre lobo y un círculo en el que retenerlo; tenía hasta plata por si las cosas se complicaban. Podíamos hacerlo en las montañas que rodeaban el lago de la casa (nos pilla cerca, pero suficientemente lejos).
Pudo parecer que con el trabajo lo había olvidado por completo y lo cierto es que apenas tenía tiempo de pensar un par de veces sobre ello al día, pero había sabido prepararme sin que los demás se dieran cuenta (¡já! ¿Qué os pensabais?). Lo que pasa es que como siempre había otra cosa más urgente que contar… ¡pues os pensáis que soy un vago despistado, mis queridos lectores!
-Colyn, por ignóralo no va a desaparecer –le regañé como una madre (a lo que tengo que llegar…).
Resopló.
-Si lo sé, ya lo sé. Pero… ¡no es buen momento!
-Ijejigh –hice un sonido de “estoy hasta las narices de intentar ayudarte, así que pensándolo mejor, te estamparé la cabeza contra un bordillo hasta que quedes inconsciente y dejaré que las ratas te devoren por la noche”. El problema de aquel tío es que estaba demasiado acojonado para hacer cualquier cosa, incluso si era para mejorar el panorama. Malditos Guardianes, eran tan arrogantes y orgullosos que no se dignaban a reconocer las grandes verdades por muy contra la pared que los dejaran (yo sí las reconozco, otra cosa es que las diga en voz alta).
Entramos en el salón. En la habitación estaba Gigi, alias el Canijo Llorón, frente al televisor cargando a una bola de pelo gris con patas y hocico que todos me aseguraban que era un gato.
-Hola, chico. –Colyn echó un vistazo a la pantalla y frunció el entrecejo- No creo que a tu madre le haga mucha gracia que veas ese tipo de programas… –se refería al reportaje tan dramatista que estaban retransmitiendo en ese momento sobre el elevado aumento de suicidios del último mes. A más de uno (aquellos capaces de percibir el panorama) le había entrado miedo de tener que sufrir lo que se avecinaba y, digamos, que decidió “cortar por lo sano”; en muchos casos literalmente. Ya sabía que habría suicidios en masa, lo que me extrañaba es que en los programas de investigación no lo asociaran de una vez con el fin del mundo (bah, estoy bromeando… Creo).
Fruncí el ceño rascándome bajo las esposas que me habían vuelto a poner la noche anterior, nada más volver. Gin ya me había curado las heridas y había redactado mi informe sobre todo lo que (he mentido y/o ocultado sobre lo que) ha ocurrido en la fallida misión de reconocimiento de la que acababa de regresar. Entre el estilo de conducción kamikaze de Nicole (a la que Gin está curando mientras hablo), los vampiros y zombis asesinos y los puñetazos del-que-se-hace-el-héroe llevaba tantas gasas y vendas en el cuerpo que me parecí a una momia. Joder, recientemente parece que en la vida solo existen las escenas de acción y los golpes; al menos en la mía.
El gato maulló en nuestra dirección a lo que respondí automáticamente enseñándole los colmillos. Odiaba tener cerca a ese bicho gris, pues hacía que tuviera los nervios sensitivos desquiciados. Los estúpidos Guardianes se empeñaban en asegurar que el animal era el espíritu protector de la casa, algo bueno. En parte tenían razón (lo siento, toca explicación/rollaco) pues era producto de la concentración de energía que despedía la esencia de los Guardianes muertos que vivieron en aquella casa hace la tira de años (el típico cementerio indio de las casa embrujadas, pero en versión Guardian de la Luz). Se trataba de energía de esta dimensión, la Tierra, en estado puro que había crecido y mutado hasta transformarse en un ente independiente con voluntad propia (casi lo mismo que Flor. Exacto, Flor es un espiritú terrestre, no un demonio; aunque la combinación con Nicole las esté convirtiendo en esto último).
Lo miré con ojos asesinos, mientras los otros dos seguían hablando. Quería que se fuera. Aquel bicho hacía que mi estómago se revolviese de una manera extraña; no era capaz de determinar si era peligroso o no.
-Últimamente Salmón está muy raro, cada dos por tres se pone a maullar –el Canijo Llorón arrulló a la Pelusa Con Patas (yo llamo al “minino” así, ¿algún problema?) presionándolo contra su mejilla-, como cuando fue aquella tormenta eléctrica, como si sintiera que pasaba algo malo –Nicole y la Flor cabreándose con el-que-se-hace-el-héroe… Espíritu de energía listo.
-¿Salmón? Jaja, Gigian, ¿algún día lo llamaras por su nombre? – Colyn le intentó sonreír de manera amistosa.
-A Skrebrest Skeberest –jodido nombre que tiene. Me cuesta aprenderme cosas como “Robert” o “Colyn” como para intentarlo con el de esa pelusa- le gusta más que le diga Salmón, se lo noto.
-¿Y no será que se piensa que le vas a dar más salmón cada vez que le gritas eso?
-Bueno, el caso es que le gusta, ¿no? –Gigi se dio cuenta de que miraba fijamente a aquel gato (en serio, que cosa más fea…). La primera vez que nos lo cruzamos, Campbell había salido corriendo y desde entonces el Renacuajo se pasaba las noches huyendo del supuesto minino rechoncho. Me quedé quieto en el sitio, aunque con los músculos en tensión, sin apartar la mirada. Ese bicho era el que provocaba el aura de mal rollo en la casa (aunque el resto de habitantes tampoco es que me hicieran mucha gracia).
Era completamente inestable. Podía sentirlo en la piel, en el aire; era distinto de Flor, como un torbellino de energía apenas controlada, un vórtice que en cualquier momento te arrastraría dentro o colmataría y lo inundaría todo. Pero, claro, los Guardianes, los dueños de la casa, solo veían un inofensivo gato muy peludo que mantenía a los demonios lejos de la casa; su misión allí era desterrar a los demonios que intentaran atacar la casa. A Campbell y a mí nos estaba haciendo una especie de “favor” permitiéndonos entrar; me daba perfectamente cuenta.
Me percaté de que el Canijo me miraba con sus ojos dorados moteados de plata. -Y-yo creo que a Skeberest sí que le gustas –alzó un poco al gato hacia mí.



lunes, 10 de octubre de 2011

Encantamiento 46: Entretenimientos para sobrevivir al aburrimiento.


Nicole no volvió a hablarme, lo que supuso un alivio aunque cualquier otro lo hubiera considerado incómodo. Estaba bastante satisfecho para qué mentir. Aunque lo que hizo Nicole al enfrentarse a Robert fue alucinante no llegué a decírselo. Tal vez debiera, pero no quería que dejara de ignorarme (tanta paz y tranquilidad… ah, es maravilloso, pero ¡sin duda me ha costado lo mío!).
Llegamos antes que “el héroe”; seguramente éste se habría puesto a dar vueltas en busca de riña hasta que lograra calmarse/desahogarse (si es que puedo imaginármelo como si lo viera).
El espíritu que habitaba la casa nos abrió la puerta sin necesidad de tener que avisar ni nada (tiene su practicidad la cosa)


-¿Alec? –preguntó alguien acercándose a la entrada- ¡Nii-chan! –Campbell llegó corriendo a nuestra altura, feliz como ella sola. Fruncí el ceño al ver cómo una permanente votaba sobre su cabecita verdosa. El estilismo de hoy no era el habitual. Demasiado sencillo para ser ella, se limitaba a una camisa blanca de hombre a modo de vestido anudado con una cuerda alrededor de su cinturilla, unos taconazos de unos siete centímetros y un montón de maquillaje supuestamente sofisticado en la cara. Ni minifaldas, ni ligas, ni accesorios…
La fulminé con la mirada. La atmosfera bajó un par de grados dentro de la casa a pesar de la calefacción. -Llevas. Mi. Camisa.
Campbell paró en seco a poco más de un metro al darse cuenta del repentino peligro.
-Ah, yo… -dio un paso hacia atrás. Nicole nos miró sin entender. Entonces, sin previo aviso, me abalancé contra el Renacuajo. Ella chilló e intentó escapar, pero yo ya la tenía asida. Quiso retorcerse, pero ni eso le concedí.
-¡¡Lo sientoooo!! –lloriqueó como una cría pequeña.
Le quité la camisa sin demasiado esfuerzo, puesto que era una enclenque.
-¿Qué? ¡Ay, nooo, que vergüenza, no, Alec, devuélvemela! –la piel de la cara y el cuello se le puso azul palo e hizo un vago intento de taparse la ropa interior con los brazos. Sabía perfectamente que, siendo una lencería de seda con encaje tan cara, casi que estaría encantada de poder presumir de ella por mucho bochorno que le diera (es la razón por la que usa faldas-cinturón y escotes hasta el ombligo incluso aunque esté plana…).
Elevé la prenda sobre mi cabeza, completamente fuera de su alcance mientras la tuviera agarrada y alcé una ceja sarcástica provocando que hinchara las mejillas como un pez globo.
-¡Malvado!
-Te advertí que no volvieras a cogerme camisas sin permiso –encima que tengo pocas.
-Iba a pedírtelo… cuando volvieras.
-Pues muy tarde –le mordí el cuello.
Campbell volvió a gritar y encogió sus pequeños hombros. Volví a presionar mis colmillos contra las sus branquias. Campbell se contorsiono y un fuerte ataqué de risa la hizo estallar.
-¡No! ¡¡Cosquillas no, por favor!! JAJAJAJAJAJAJA. ¡Maldito, para, PUAJAJAJA! –seguí mordisqueando sus clavículas y en el estomago y los costados.  Las lágrimas empezaron a saltársele, quiso empujarme pero la risa le robaba sus ya de por si escasas fuerzas. Dio patadas al aire. -¡Ay, ah, no puedo, jaja, respirar…! ¡Te vas a… enterar!
Llevó sus manos a la parte posterior de mi cabeza y con los dedos me rozó la nuca. Un escalofrío me recorrió de pies a cabeza, las manos se me crisparon. Automáticamente me mordí el labio para que ningún sonido se escapara de mi boca. La única parte mi cuerpo que tenía sensible, maldita fuese, ella la conocía.
-Jojojo –disfrutó con mi reacción-, ¡y ahora a morder esas orejitas puntiagudas!
-¡No! –por primera vez consiguió hacerme retroceder al abalanzarse sobre mí. La aparté de mi trayectoria pero me di un espaldazo contra el suelo (ay, mi costilla rota). Campbell intentó echárseme encima de nuevo, pero empezamos a rodar por todo el recibidor.
Campbell se reía a carcajadas y una sonrisa perversa se instaló sola en mi cara. De una forma extraña y bastante egoísta (barra inadecuada) me agradaba tener a la Renacuajo cerca (de vez en cuando, otras quiero mandarla bien lejos, a la mierda por ejemplo). Era la única con la que podía tener una conversación decente que no tuviera que ver con lo mierdero e impuro que yo era o de que tendría que irme de aquella casa, etc., etc. cuando el aburrimiento me superaba y nos habíamos inventado un montón de juegos con los que reírnos de los Guardianes; como plantarnos delante de uno y empezar a hablarnos en demoniaco (no lo soportan, una vez el-que-se-hace-el-héroe casi me amputa la mano de un mandoble de espada porque detesta el acento que se nos pone) para reírnos de su cara al no entendernos. Y mil y una estupideces similares; por aquí ella ha resultado ser la única medicina contra el aburrimiento extremo.
Alguien carraspeó. Dejamos de rodar y alzamos la vista como si volviéramos de golpe a la realidad. C.Lence nos miraba desde la escalera con Albert a su lado.
-Oímos gritos histéricos –Albert alzó las cejas y nos miró de arriba a bajo con aire despectivo (creo que era despectivo, era difícil interpretar sus facciones). Campbell había quedado debajo de mí, con una pierna sobre mi hombro y la otra más o menos a la altura de mi cintura. Yo le sujetaba las muñecas sobre la cabeza y la ropa se me había revuelto y ahora llevaba el jersey subido hasta las axilas (presumiendo de abdominales y moratonesCampbell le faltaba el aire, jadeaba e iba en ropa interior, esto parecía otra cosa y en mitad del recibidor nada menos...
El azul le subió aún más, lo que en su caso sería estar roja como un tomate. Me empujó y esta vez sí que me aparté. Se puso a gran velocidad en pie, tambaleándose al marearse.
-¡¡No-no hacemos nada!! ¡Yo, ayyyyyyyyyyyyy, no es eso!
C.Lence sonrió con esos labios apretados que expresaban de todo menos simpatía-:
-Jaja –intentó hacer como que reía, un sonido sin gracia. Ignoró lo que el Renacuajo le había dicho-, vaya, vaya, creo que es la primera vez que oigo reír a alguien en esta casa.
-Eso quiere decir que la señora Kensington no está en ella –apostilló Nicole cruzándose de brazos. Nuestro arranque de mordiscos había pillado de improvisto a todos y Nicole solo había sabido quedarse de piedra parpadeando en la entrada hasta ese momento. La miré de soslayo; no parecía enfadada, aunque era imposible que ya se le hubiera pasado el rencor; solo estaba poniendo cara de telediario.
-El amor de las parejas jóvenes es muy bonito, ¿no cree, señorita Golds? –preguntó C.Lence a Nicole. La pregunta se sintió como un latigazo en el aire. Nicole se giró con los ojos desorbitados. Yo mejor que nadie me di cuenta de que esa pregunta había ido a hacer daño, pero el porqué y con qué fines no los entendía. Las miré, eso había sido demasiado raro, ¿por qué iba la adivina a hacer algo semejante? Ella siempre iba a su bola, en su profesión no le interesaba enredarse con otros y lo llevaba a raja tabla (debe favorecer a lo que por así decirlo el Destino quiere que suceda, no a las amistades).
Albert se me había quedado mirando fijamente; la primera vez que hablamos a solas, después de nuestro reencuentro, me había preguntado si salía con alguien y yo le había dado una negativa. Puf, ya ves tú lo que me importaba a mí que pensaran a ese respecto. Ese tipo de cosas como quién sale con quién o si le intereso a alguien no me interesaban, acostumbraba a dejarme arrastrar mientras no fuera un latazo estar con la otra persona.
-¿¿QUÉ?? ¡Te equivocas! –Campbell reaccionó y movió los brazos como si aleteara (¿veis? Ya se le ha olvidado que le da vergüenza ir en paños menores)-. ¡Alec y yo NOOOO SOMOS NOVIOOS! ¡No, no, no, no, no, no, no, no, no, no, no, no, no, no, no, no! ¡No! No… Ni jamás de los jamases. Por el rey Belcebú, no es cierto. NO. Puede que cuando nos conocimos tuviera un poco de interés por él en esas cosas, pero en aquella época Alec no tenía encanto físico y, la verdad, eso de ser amable nunca ha ido con él… ¡y, bueno, que para cuando era guapo yo ya no podía verlo así, ¿sabéis?! Y eso que nos hemos bañado juntos alguna vez y lo he visto desnudo… ¡pues nada! Ahora es más tipo… hermano mayor cabrón, jajaja, ¡mi BFF! ¿Sí? –jadeó para tomar aire, ya no podía ponerse más azul de lo que estaba. Apenas se la entendía cuando intentaba hablar en un idioma que no dominaba del todo y a tal velocidad, pero se había podido distinguir ciertas confesiones finales que seguramente la avergonzarían (pienso torturarla recordándole que las ha dicho todo lo posible).
Miré a los espectadores. Gin, el médico, y Lena, cargada con su arco, debían haber venido al escuchar los gritos. Entonces entendí la tonta y exagerada reacción de Campbell: empezaba a gustarle el médico… Respiré con fuerza. MIERDA. Me había dado cuenta de que, desde que la “medio rescató” cuando ocurrió el ataqué del dragón, ella sonreía aun más idiota cada vez que este le hablaba y se ponía azulada (“Fue una suerte que ese médico viniera a ayudarnos cuando lo del dragón; me asusté bastante. Pero Él resultó muy amable. Y si te fijas, es bastante fuerte… y listo…”; me había repetido de tanto en cuanto mientras yo la ignoraba). En los últimos días incluso la había observado seguirle con los ojos, pero no le había dado mucha más importancia.
Por el rey Satanás… Esto era malo por mucho que ella pareciera feliz. Estuve tentado de ponerme a gritarle y estamparle la cabeza contra el pasamanos al tiempo. Sabía que aquello no acabaría bien, ¡si es que se veía de lejos! Gin era un Guardián y odiaba las especies mágicas como ella; lo habían educado desde el principio con ese fin. Pero que muy mal… Reprimí un resoplido. Encima se llevaban la tira de años (Gin tendría por los treinta y pico y Campbell solo dieciséis y parece mucho menor) y, aunque conforme se crece la diferencia de edad deja de tener tanta importancia (sobre todo en mi mundo, donde no es raro cumplir más de un siglo), estaba a años luz de su alcance. Campbell acabaría destrozada y berreando por las esquinas como un alma en pena, como siempre que se enamoraba de imposible; como todas las veces anteriores. Y me tocaría aguantar a mí a la Campbell llorica-histérica… eso también es que se ve venir. Aunque por el momento parecía que ni siquiera el Renacuajo se había percatado de lo que significaban sus sentimientos (por desgracia, en estas cosas no es raro que uno sea el último en enterarse).
Mejor no dar pie a que otros se dieran cuenta o se pondría incluso peor. Puede que aun estuviera a tiempo de manipularla para que no llegara a más.
La miré con los parpados caídos. -Ya sé que no lo somos, Renacuajo, pero no hace falta que enfatices tanto; con los cinco primeros “no” quedaba bastante claro –me puse en pie, aunque con el cansancio que llevaba encima hasta el parquet me parecía confortable.
-Oh –fue toda la contestación de la adivina-. Es una suerte para estas féminas, ¿no? –otra frase que no sé por qué suelta.
Nicole se escabulló de la habitación con aire malhumorado. En serio, ¿qué busca la desteñida con unos comentarios tan a mala leche?
Lena me estaba mirando fijamente. Al contrario que con Gin, que solía pasarse por aquí para hablar con Albert, no la había visto desde el día en que Nicole me beso, así que me sorprendió un poco que volviera a estar en la casa. Seguramente, hasta esta gran negación del Renacuajo, debíamos de haber estado dando la impresión de pareja (la verdad es que me había importado tan poco lo que pensaran sobre eso que ni me planteé lo que debíamos parecer). ¿Cómo si no explicar que ella se hubiera arriesgado de esa manera a venir tras de mí hasta la guarida de los Guardianes traicionando a su vez y voluntariamente a los demonios (en realidad está aquí con el consentimiento de Cristofino, pero nadie más lo sabe)? También era cierto que solo a Campbell permitía muestras de cariño como abrazos o que jugara con mi pelo y se sentara en mi regazo o se echara sobre mi espalda y yo no le respondiera con patadas (no todas las veces).
¿La arquera estaría aliviada al escuchar semejante negación? A lo mejor le daba igual. Después de cómo me comporté la última vez que la vi, no debía de haberle dado muchos motivos para querer estar conmigo (que ella tampoco me los dio a mí, joder, tanto bufarme, esquivarme y llamarme “esto”). Bueno, sabía que las cosas no iban a mejorar mucho, así que no me molestaba en crearme esperanzas de ningún tipo.
Levantó la mirada y se cruzó con la mía. Antes de apartarla rápidamente, como siempre hacía, se le sonrojaron las mejillas. Se sonrojo… (¡Éso después de cruzar una mirada en los libros solo puede significar una cosa! Estúpida vida real, por una vez…). El pecho se me llenó de aire y casi me pongo a dar brincos como bien hubiera hecho el Renacuajo en mi lugar. Tal vez las esperanzas no fueran tan infundadas.
-Alexander, ve con Gin para curarte –Albert descendió los últimos peldaños-. Ya sabemos que los compañeros con los que saliste están muertos debido a unos vampiros, C.Lence nos lo contó. Tienes que contar todo lo que pasó en la misión –me exigió Albert y la adivina volvió a reír con ese amago de risa que daba grima.
Obviamente, iba a omitir muchísimos datos. Todo lo que estuviera relacionado con la prueba a la que me sometía Cristofino, por ejemplo. O que estaban usando a los vampiros para recolectar almas, produciendo una ingente e ilegal cantidad de zombis devoradores de carne en consecuencia.