miércoles, 30 de noviembre de 2011

Encantamiento 52, 1ª parte: Olvídame o recuérdame; que yo elegiré lo que menos daño me vaya a hacer.


Lena me golpeó las costillas malheridas. Una nueva punzada me dobló por la mitad y un grito espeluznante me nació desde las entrañas. El veneno acababa de llegarme al corazón.
Mis garras soltaron la cabeza de su padre un segundo, momento en que intentó apartarme.
Perdí el equilibrio y la agarré del pijama arrastrándola conmigo al suelo.
-¡Muere! –me intentó golpear en la cara. En nuestro trayecto por el suelo chocamos con una mesa, tirando todos los tarros que allí había, las sustancias chorrearon por el suelo y entraron en combustión al mezclarse. El fuego creció rápidamente (como si no respiraba cada vez peor).
La sacudí tirando del pijama que aun asiaba. -¡Cállate! ¡Eras tú la que decía que de mayor viviéramos juntos! –eso la descolocó por completo-. No te acuerdas, ¿¡por qué!? –soné realmente dolido, estaba al borde de parecer completamente penoso en lugar de loco.
-¡Lena, no… cofcof le… cof… escuches! –su padre habló entre la tos, intentó reincorporarse pero temblaba de pies a cabeza.
Fulminé al doctor con la mira: -Fuiste . ¿Qué… le… hiciste? -siempre supe que aquí había algo que no era normal. Lena no era tan buena actriz para fingir no recordarme, de modo que lo había tenido que olvidar. ¿Pero de verdad había significado tan poco para ella? Tampoco creía que de pequeña hubiera sabido mentirme tan bien como para que su padre hubiera estado detrás todo el tiempo. Si no había investigado hasta ahora fue para no complicar más las cosas, pero más complicadas que esto ya no se podían poner.
-Hice lo correcto, eso hice… Debía ponerla a salvo… de ti –dirigió una mirada nerviosa al medallón de su hija y la apartó en el acto. Lo sabía.
Miré yo también en esa dirección.
-El medallón… -la estrella verde brillo reconociendo mi voz, era mi magia después de todo. Esa era la clave de todo.
Lena lo abrazó protectoramente.
-NO, es mío. Y… y está roto, no se abre. No tiene nada que puedas querer.
-¿Y quién crees que te lo dio? -Intentó apartarse de mí gateando, pero yo la agarré de las piernas y tiré de ella hasta cas subírmela al regazo, sin prestar atención a que mis zarpas le rompían el pantalón y le arañaban la piel.
-¡¡NO, no te atrevas a tocarla!! –ignoré al médico, aunque no iba a pasar por alto el que debía matarlo lo más horriblemente que se me ocurriera… más tarde.
Y ahora… a ser un buen demonio de la Locura manipulador de mentes:
-Lena… -mi voz dejó de ser ronca, se deslizó suave y sedosa atreves de mi labios.
Ella se encogió.
Colyn gruñó en su esquina.
El techo ya estaba lleno de humo. Sentía lo mucho que subía la temperatura y empezaba a sudar.
-¿Nunca has sentido que te faltaba algo? ¿Qué debería haber en tu cabeza algo que no encuentras, tus recuerdos de una época…? –Mis ojos empezaron a brillar levemente. Mi voz se coló dentro de la cabeza de Lena: “Escúchame solo a mí, mi voz te calma. No me has de tener miedo”. Aunque no podía controlar una mente así como así, sí persuadirla para que me hiciera caso.
-¡NO! – me golpeó otra vez las costillas, algo se me hundió para dentro pero ya no lo sentí. La inmovilicé contra el suelo con mi peso muerto-. ¡Aléjate, engendro! ¡Suéltame, te odio, te odio, te…!
Presioné con fuerza nuestros labios juntos, ahogando sus gritos y cortándole la respiración. El color huyó de su cara.

domingo, 27 de noviembre de 2011

Encantamiento 51, 4ª parte:


Volví a desmayarme.
Cuando me fui a dar cuenta estaba apartando al guarda humano a empujones; casi había conseguido aprovechar muy bien ese lapsus. Estaba cansado, actuaba por acto reflejo. Volvió a tirárseme encima. Joder, ni me iba a dejar respirar.
Cuando conseguí bloquearle las manos miré a mi alrededor rápidamente como si acabara de plantarme allí.
No puedo correr así. No hay donde esconderme. No veo ningún arma, no tengo poderes… Pero no había cámaras de seguridad, de modo que si él, el único con busca de aquí, no los avisaba, no vendría nadie más.
¡A la mierda! Habrá que comportarse a lo kamikaze.
Le di al guarda un fuerte cabezazo que reverberó por todas las suturas de mi cráneo; eso tendría que dejarlo inconsciente por narices. Rodé sobre el suelo, enganchando al doctor de la gabardina ya que lo tenía cerca. Lo inmovilicé con las piernas mientras aún pudiera moverlas y clavé mis manos a ambos lados de su cabeza en apenas unos segundos. Me fue difícil no prestarle atención al hecho de que las heridas se me abrían y que al aumentar las pulsaciones el veneno se iba extendiendo con más rapidez por mi riego sanguíneo; estaba en mis últimas. Tendré que aprovechar bien mis últimos momentos.
-Ven, abre tus ojos… y tu mente para mí  –susurré con la boca llena de sangre.
Supe que mis ojos se veían brillantes. Él abrió mucho los suyos y se clavaron en los míos. Intentó apartar la mirada, pero ya no podía; lo tenía atrapado.
Me lo estaba jugando todo a una carta, lo sabía y eso me aterraba. Con las esposas no podría usar más que la magia de mi alma. Para que os hagáis una idea de lo suicida de mi decisión: el alma es la energía mínima que se necesita para que las células funcionen y no te descompongas como un zombi. Si la utilizaba toda antes de que se regenerase, esta historia terminará pronto.
Él chilló ajeno a mis reproches sobre lo peligroso que era esto. Usé mis dedos como cables para inyectar mi energía directamente en su cabeza. Mi aura se deslizó a través de su pelo, de la carne y los huesos. Movió bruscamente la cabeza y de los ojos le salió sangre. Mierda, yo no tenía práctica en esto, apenas sabía hacerlo (y si él se resiste… maloooo…). Meterte en el cerebro de otro era una operación quirúrgica demasiado delicada para mi nivel. Joder, si apenas había logrado estar dos minutos en alguien sin reventárselo en mil pedazos (bueno, no era tan mal plan si lo miras bien, tal vez un buen picadillo...).
-¿¡Alec!? –se dio cuenta de lo que intentaba hacer- ¡No puedes matar a mi tío! –Colyn rugió contrayendo los músculos de la cara en una mueca; sus dientes eran colmillos grandes que le deformaban las mandíbulas. El vello en brazos y cuello había empezado a crecerle, sus manos eran garras.
Pues por no intentarlo o por falta ganas no iba a ser. -¡Se lo merece! –Apreté con más fuerza. Sentí que tocaba la superficie gelatinosa y empecé a deslizar mis dedos de energía hacía la parte posterior. Él tembló fuertemente al rozarle la médula espinal. No es una sensación agradable, ¿verdad?, sobretodo porque ahora mismo estás a mi merced, incapaz de defenderte. Pronto sacaré de esta perversa cabecilla tuya toda la información útil para los Seamair que encuentre (me llenaran con oro viendo todos los informes que he visto que guardas) y te trincharé la cabeza; te va a doler muchísimo, lo sabes. Lástima que aún así no se comparé a lo que yo sentí. Sonreí ante aquella imagen, me encantaba, ojala tuviera el móvil para grabarlo. Nunca había tenido interés en buscarlo para llevar a cabo mi venganza, no me parecía algo imprescindible para seguir con mi vida. Pero si se presentaba la oportunidad no iba a desaprovecharla; no ser vengativo no me convertía en benevolente, mucho menos en idiota.
-N-o… Yo… hice lo correcto… Lo merecías… demonio –había que tener cara.
El rencor y el odio me nublaron. Apreté las mandíbulas; ya no sentía absolutamente nada en las extremidades, esto era algo malo.
-¡Colyn, ¿dónde estás?! –La voz de Lena acercándose. Volví a dejar de respirar.- ¿Estás aquí? ¡Dime qué es lo que te ha pasado para que te fueras de esa manera! –Apareció en la puerta-. ¿Qué…?
Allí estaba ella en pijama y con unas zapatillas con forma de conejito en los pies. Abrió muchísimo el ojo. La escenita no era para menos: Colyn agazapado temblando e intentando ocultarle los colmillos y el pelo de las garras y yo agujereado y manchado de pies a cabeza en sangre, sobre su padre también muy manchado de sangre (el guarda humano no estaba haciendo mucho).
-¿Qué…? –volvió a repetir. Su cara era la viva imagen del horror. No entendía del todo qué era lo que tenía lugar delante de sus ojos. Yo me quedé en blanco: Es-to-y-ma-tan-do-a-su-pa-dre-mier-da-di-si-mu-lo-o-no-disi-mulo.
Su padre hizo el intentó de llamarla aunque por mi culpa apenas podía. Lena reaccionó finalmente y corrió hasta mí e intentó apartarme a tirones. -¡Suéltale!
Ignoré completamente a Lena, hasta que la aparte de un empujón, necesitaba llegar hasta el centro del cerebro si quería hacer realmente algo y ella era un incordio-. Colyn ¡que te la lleves! –pero Colyn estaba hecho un ovillo tembloroso y grúñente, clavándose las garras en los costados para reprimir los crecientes instintos.
Lena empezó a llorar. No la mires y ya está.
El deseo de muerte me embargo. Él chilló; mis manos acaban de volverse negras y afiladas. Tenía garras y acababa de clavárselas hasta el hueso de la cabeza. Me las miré medio flipando; yo era demasiado joven para tener garras, apenas tenía dos décadas. De hecho nunca pensé que llegaría a poder invocar unas propias (realmente el estrés tiene un poder impresionante).
-¡VOSOTROS TAMBIÉN LO SOIS! –Hablé entre dientes y entrecerré los ojos para no observar a Lena; mirarle solo a él era una buena manera de no desviarme de mi objetivo (robar todos los secretos posibles, planos y contraseñas para salir y pirármelas de allí rápido)- ¡ÉL ME TORTURÓ! ¡Solo tenía siete años, pero disfrutaste torturándome, sádico pervertido sexual! –el pecho me dolió incluso más con el recuerdo. Lo dije, no me creía que acabara de hablar de ello en voz alta, a grito pelado nada menos. Pero ya no había vuelta atrás. Se retorció e intentó escupirme, actos a los que no presté atención. Vocalizó replicas para contradecirme y eso sí que me enfureció: “lo merecías por nacer, engendro”. Todos los recuerdos de los golpes, de las palabras de desprecio que me habían lanzado por haber nacido mestizo resonaron en mi cabeza. ¿Yo qué culpa tenía? Mis padres fueron los que me engendraron. ¿Tan horrible era que yo quisiera vivir a pesar de lo que me hicieran? Ya estaba hartándome de inclinarme ante otros para que no me cortaran la cabeza; nunca consideré necesario vengarme de todos esos, pero empezaba a parecérmelo. Quería que él pagara por todos Ahora necesitaba matarlo, genial. Hasta hace un momento lo hubiera soltado de ver una clara posibilidad de escapar así, conservar mi vida me importaba más que acabar con la suya, pero después de lo que había dicho… ni esas.

martes, 22 de noviembre de 2011

Encantamiento 51, 3ª parte: (publicación especial)


Mis manos temblaron sobre la tela hecha girones de mi camisa. No tenía nada a mano con el que extraer las balas.
Mi sangre oscura se mezclaba con el agua que empezaba a encharcarse en el pasillo.
Sentía el cuerpo pesado, como dormido. Y estaba ardiendo aunque no hubiera rastro de fuego. Las llamas invisibles me carcomían por dentro, en mis venas. No podía respirar, con cada movimiento, la bala alojada en mis pulmones despedía más de aquella tortura. Sangre coagulada me ascendió por las vías respiratorias, me llenó la boca.
Me sentía como un tablero de madera prendido, no podía hacer nada más que quedarme inmóvil.
De las cinco balas que alcanzaron su objetivo, dos me había atravesado completamente el cuerpo, cauterizando a medias la carne que rompían. Una en la pierna, otra en los intestinos y otra en el pulmón derecho; esas eran las que supuraban fuego dentro de mí.
Intenté ponerme en pie ayudándome de la pared en la que ya estaba apoyado. Las extremidades no me respondieron.
Me muero.
Era tan simple que no podía entenderlo.
No podía morirme, no después de todo lo que había soportado hasta ahora. No era la primera vez que lograba salir de una situación que cualquier otro hubiera dado por perdido; me dije en busca de mis últimas fuerzas. Tampoco era la primera vez que me infectaban con Luz el cuerpo; yo no era ni humano ni demonio del todo, por lo que tenía una extraña resistencia a la Luz de la que carecían las otras especies. Esta habilidad fue lo que me convirtió en su conejillo de indias preferido. Sobreviviría, como siempre he hecho.
Volví a respirar lentamente, necesitaba oxígeno para vivir; me recordé.
Él resopló sujetándose las heridas.
-No eres ni un simple animal, eres escoria en este mundo.
Tomó un frasquito del cinturón y dio un trago al contenido; debía ser alguna especie de nueva medicina milagrosa aun sin patentar (¡deja de inventar cosas raras que me lo complican todo!).
El flujo de agua decreció. Las últimas gotas me rozaron los colmillos.
-¿Seguro que sois los buenos de esta historia? –Intenté responderle por puro rebote a pesar de que la voz me salió inteligible y sin apenas fuerzas.
En mi visión solo aparecían manchas. Debía guiarme por el resto de sentidos. Tenía el cerebro embotado por el dolor.
Colocó el tacón de sus mocasines sobre mi mano y apretó. Mis dedos, ya de por sí dislocados a lo largo del tiempo de habérmelos roto y torcido tantas veces, salieron con bastante facilidad de sus posiciones correctas. No grites, no le des esa satisfacción. Te tiene de rodillas frente a él, pero te vas a levantar, siempre lo has hecho.
Debí de perder la consciencia a ratos, pues lo siguiente que recuerdo es que me arrastraban por el suelo. Solo había avisado a dos guardas más.
Lújura gritaba cosas incoherentes con su voz rasposa de fondo.
La oscuridad me volvió a tragar.
Distinguí el chillido de una valkiria y los aullidos de hombres-lobo, golpes y el tintineo de cadenas a través de las puertas blindadas en respuesta. Él rió con suficiencia. La pregunta volvió a pasearse por mi cabeza: ¿seguro que ellos eran los buenos? Unos hipócritas, eso es lo que eran.
Oscuridad.
Plan. Piensa un plan. Si me quedaba allí estaba claro que no tendría ni una sola oportunidad. Me ataría a una camilla y ya no tendría fuerzas suficientes para librarme de ella.
Pero no podía moverme, y con las esposas antimagia puestas tampoco tenía la energía necesaria para curarme.
Más oscuridad.
Los fluorescentes parpadearon mientras me subían a la camilla. Me ató la muñeca derecha con las correas.
La cabeza volvió a írseme.
-¡¡Alec!! –los sonidos me llegaban amortiguados, pero fui capaz de escuchar la agónica voz de Colyn.
Alcé la cabeza para intentar enfocarlo, pero la verdad es que el agua que me había entrado en los ojos no me dejaba. Veía su contorno, sus cabellos naranjas. Aún podía sentir sus pies chapoteando en nuestra dirección, puesto que mi aura, la energía de mi alma que las esposas no succionaban, me aferraba con todas las fuerzas posibles a este mundo y me transmitía todas las sensaciones con fuerza.
Los hombros le temblaban con mucha fuerza, doblándolo por la mitad y amenazando con tirarlo al suelo. Olía a… perro mojado.
El corazón empezó a latirme muy fuerte. Mi subconsciente no paraba de gritarme que estaba demasiado cerca de aquel peligro en potencia y debía salir corriendo rápido aunque no estaba en condiciones para eso. Se transformaba, era peligroso tenerlo cerca. Pero hoy no era Luna Llena, sino mañana. Me costaba pensar. Tal vez el dolor místico que le producía no haber cumplido su promesa de no haberme protegido había acelerado el proceso. Solté una pequeña carajada que me abrió más las heridas. Colyn gruñó y se apretó el torso con los brazos.
Supongo que el extrés y la adrenalina hacen milagro. Cinco balas… creo que pueden contarse como heridas bastante graves. Por no habar de que me muero… No. No iba a morir. Me niego.
-¿Qué hacéis? –su voz sonó gutural.
Él lo miró en silencio. Soltó el arma, pues sin balas ya no le era muy útil y volvió a tomar el interruptor del agua de su cinturón.
-Señor Dande, tío… -volvió a gruñir- ¡¿por qué está mi amigo desangrándose?!
Colyn se dobló agarrándose los costados. No estábamos preparados, en mi estado no podía hacer nada por cumplir mi parte del trato. Se iba a  planificando y material robando para poder hacer algo llegado el momento… para nada.
-¿Amigo? ¿Este demonio ha venido con vosotros? –parecía costarle asimilar esa idea, no me extrañaba. Los Guardianes solo se juntan con demonios para matarlos-. ¿Ha venido con mi hija? –la forma en que lo dijo dio miedo. Colyn dejó de avanzar-. Este… demonio –la palabra sonó como el mayor insulto de la creación, incluso peor de cómo lo decía el-que-se-hace-el-héroe o su madre (que ya es decir)- ya se apoderó del cuerpo del bastardo de un Guardián para acercarse a mi hija. Creí haberlo erradicado del joven, pero por lo que veo, no solo ha vuelto a dominar sus actos si no que se ha introducido entre nosotros y te ha corrompido –lo que yo decía, él solito se ha montado toda la película de conspiración para incriminarme a mí. Se pensaba que yo era un demonio introducido en el cuerpo de un niño humano en lugar de haber nacido así, medio demonio medio humano; menuda manera de tergiversar las cosas, yo siempre he sido así, nunca me han poseído (me hice pruebas para comprobarlo y todo). Y él no me curó, lo que pasa es que mi cuerpo empezó a morirse y ya no producía energía mágica, pero él se creía magnificente. Tampoco había ido a propósito a por Lena, yo no sabía que su hija fuera una Guardiana y… Caí en ese momento, a pesar de que había tardado en hacer la conexión entre ambos. Él era el padre de Lena, la persona a la que tanto parecía adorar la arquera. El primer amor de mi vida era la hija de mi torturador; me “secuestró” en este lugar porque pensaba que yo pretendía hacerle daño a Lena. ¿Lena estaba al corriente de todo esto? El maldito prepotente mentiroso seguía hablando, como si su monologo pudiera interesar a alguien-: ¿Fue él quién te ha convertido en ese monstruo, Colyn? – otra falacia; Colyn acabó siendo mordido por su propia estupidez. Volvió a alzar el interruptor, su dedo a punto de volver a activar los grifos. Si el agua con Luz golpeaba a Colyn en un momento tan delicado como su transformación, moriría sin remedio. Mi oportunidad de salir…-. Como mi sobrino que eras, lamento ver cómo un demonio ha destruido tu alma. Deberé darle la noticia a tus pobres padres.
Di un rodillazo al guarda que me sujetaba la otra muñeca y me abalancé contra él antes de que terminara la frase. Lo tenía cerca, así que no pudo reaccionar a tiempo y mis colmillos se hundieron en su pierna. Perdió el equilibrio y ambos nos estampamos contra las baldosas. No se esperaba que me levantara, hasta yo me sorprendía de haber sido capaz de moverme. Volví a forcejear con la correa que me sujetaba la mano, la cual me hacía arañazos, y con él. Clavé mis colmillos esta vez en su muñeca y soltó el interruptor; de un manotazo lo mandé bien lejos. <<Un demonio que se precie solo usa sus colmillos para desgarrar o para intimidar>>; las palabras de Kaila riéndose de mis manías resonaron con lucidez en mi cabeza; esta vez iba a cumplir.
Me quitó de encima suyo con un simple empellón que me hizo rodar por el suelo encharcado. Gracias a que con ese golpe el pulgar se me había dislocado y pude sacar la mano.
La oscuridad amenazó con volver a tragárseme. No, tienes que estar alerta ahora más que nunca; la fuerza de voluntad era ya lo único que me movía.
Se puso en pie y me dio una patada para alejarme en el hombro, haciendo que la bala del pulmón desprendiera más sustancia de su interior. Grité pero sin aire no emití ningún sonido de mis labios (joder, ¿dónde están las drogas con efectos depresores sobre el sistema nervioso cuando las necesitas? Alcohol, morfina, marihuana… lo que sea que evitara que me doliera tanto). Lo mataría lentamente, ya estaba decidido de antemano.
-¡No le hagas eso! –Colyn sonó como un tornado y su puño envistió en un visto y no visto contra el doctor. Él abrió sus ojos azul turquesa. Las garras le desgarraron parte del cuello y la cara.
Colyn gritó al sentir el metal contra la piel. Él había usado su reloj de plata para mantenerlo a raya. Era un tipo muy avispado, sin duda.
-Colyn, las esposas… la llave –me apoyé en la pared apretando los dientes. Sentí que me despedazaban con ese movimiento; quería que el dolor acabara. En pie, eres mucho más fuerte que esto.
El doctor se giró, la sorpresa en sus ojos al ver que me levantaba (o hacía el esfuerzo de levantarme) fue evidente. Yo era mucho más fuerte ahora que cuando me tuvo preso siendo un niño, incluso sin magia. Me gustó poder apreciar los cuatro surcos sanguinolentos en su mejilla.
¿Me muero? Por el momento no, ya me encargo de que no sea así.
-No tengo la llave.
¡¡¡¿CÓMO COÑO ES QUE NO TIENES LA PUTA LLAVE?!!! ¡¿A QUIÉN SE LE OCURRE VENIRSE SIN LA LLAVE, JODER, ¿NO QUEDAMOS RECIENTEMENTE QUE EN LAS SITUACIONES NECESARIAS SÍ QUE PODRÍA USAR LOS PODERES?! ¡¡MÁS NECESARIAS QUE ESTA…!!
Lo asesiné con la mirada. Muerto Colyn no podría quejarse porque no lo hubiera ayudado a transformarse, es también una forma de hacer el trato.

Encantamiento 51, 2ª parte:


Respiré lentamente. Si me movía, apretaría el gatillo.
No, no lo haría; era más valioso vivo. Así podría retomar los experimentos que tuvo que abandonar. Seguro que ya se estaba montando una película de cómo había logrado meterme tan adentro del edificio (cuando lo que quiero es salir, ¿se puede saber qué tienen en contra de mí las puertas de salida? O a lo mejor es que los Guardianes tienen a los mismos arquitectos que hicieron las pirámides) y cuáles habrían sido mis motivos (pues que vengo obligado, pero ya verás, YA VERÁS CÓMO ME CARGAN EL MUERTO), le debía de encantar eso de tener una excusa con la que sacarme información por la fuerza.
El corazón me latía desbocado.
Apreté los dientes y giré rápidamente sobre mí mismo para voltearme. Tomé el arma a tiempo de que el disparo impactara contra el suelo y no en mi cerebelo. Forcejeamos para hacernos con el control del arma. No iba a rendirme tan fácil. Él tampoco se iba a dejar.
Di una patada en su estómago, las costillas le crujieron y fue a dar con sus huesos en el suelo; me tuve que resignar y soltar la pistola para que tuviera efecto. Ésta saltó por el aire, cayó con un sonido de juguete de plástico y se deslizó girando sobre sí misma hasta chocar contra la pared. Ambos saltamos desde nuestra posición en el suelo. Pero yo estaba mucho más ágil que aquel cuarentón. Tomé la empuñadura, ardía contra mi piel (maldita fuera, llevaba una pequeña cobertura de Luz para mantenerla alejada de demonios). Apreté los dedos con más fuerza y la alcé. Por dentro llevarían Luz pero la cobertura de los cartuchos seguía siendo de metal. Suficiente.
Él se volvió a lanzar contra mí, el impacto contra su hombro despidió sangre y lo lanzó con un golpe seco contra la pared. De tan cerca el efecto sobre sus huesos debía haber sido devastador. Pero no había tocado el corazón por poco… Y él era un Guardián, de modo que no se le consumía la carne.
El gatillo se encasquillo.
-No jodas… -la mente se me quedó en blanco. ¿Y ahora qué? Le di golpes como un desquiciado (¡Jodida sea tu madre, furula ya!). -¡Tiempo muerto, tiempo muerto! –Él puso cara de estar flipando conmigo (ni que uno no pudiera pedir tiempo muerto para desatascar el arma. Bueno, sí, vale, hasta yo me doy cuenta de que muy normal no fui). Llegué a golpearla un par de veces contra la pared a ver si de casualidad... Como el método a la vieja usanza no daba resultado pasé automáticamente a intentar desmontarla, pero me decía que necesitaba un código- ¡¡¡Será posible!!! –Se la tiré a la cara con toda mi mala leche, saltándole las narices de la buena puntería que tuve- ¿¡A quién se le ocurre poner un código en una pistola!? –la verdad es que era una muy buena idea para jorobar al que te la robe (demostrado que funciona), pero ni de coña se lo iba a reconocer en voz alta.
Rumió sujetándose la nariz al tiempo que tomó algo que estaba junto a su busca. Un interruptor. Retrocedí como si acabará de ver un símbolo de radiactividad; conociéndole no sería muy diferente.
¡Quítaselo! Fui de nuevo hacia él, la pierna me fallaba. Pero ya era muy tarde.
Lo presionó. Los aspersores del techo entraron en acción.
Estuve a punto de gritar por la sorpresa. Me quemaba. ¿Agua bendita? No creía, eso no funcionaba más que en las películas. Debía llevar Luz disuelta. Me cubrí los ojos sin que sirviera de mucho. Me cegaba. Los nervios sensitivos me gritaban que tenía el cuerpo en llamas. Era peor que el ácido sulfúrico, y lo digo desde la experiencia.
Dio unos tranquilos pasos y la tomó del suelo. Metió el código. Volvió a montarla correctamente. Revisó las balas del tambor.
-Cuatro…
Y vació el cargador contra mi estómago.

domingo, 20 de noviembre de 2011

Encantamiento 51; 1ª parte:



-Su hija descansa dormida en la cama, doctor.
-Entonces será mejor no molestarla –dijo él, su voz sonaba más desgastada, aunque conservaba esa nota amistosa.
La enfermera asintió y dio media vuelta. Él volvió a girar el pomo y frunció el ceño, pensando en que creía haberla cerrado con llave antes del viaje que lo mantuvo fuera esos últimos días. Contuve el aire, no iba a cerrar la puerta; una pequeña posibilidad. Se dirigió al escritorio y dejó su maletín sobre éste. Me había dado tiempo a meterlo todo en los cajones por muy poco.
Se paró junto al escritorio y lo miró fijamente. Sobresalía la esquina de unos documentos de la pila de carpetas.
Tomó esos folios del resto. Permaneció en silencio unos interminable segundos.
-Exp.149-2010EMD-B… Humm, creo recordarte, demonio. Poseías el cuerpo de un pobre niño, Alexander, ¿cierto? –se giró arrastrando los talones.
Sus ojos azules se cruzaron con los míos. No había rastro de odio o asco en su mirada, pero sí en su aura.
Corre.
Me despegué de la pared entre los archivadores y la puerta. Al no haber armarios o conductos de ventilación lo suficientemente grandes para meterme había optado con soñar con que la puerta me mantuviera a salvo. Él sacó una pistola que llevaba escondida bajo la gabardina en el cinturón. Dos disparos. Me agaché cuando el cristal de la puerta estalló sobre mí. Pero no paré y salí corriendo de allí.
El pasillo era recto y demasiado largo. No había sitios donde esconderse, ni niveles a los que saltar. De mis habilidades solo podía emplear la velocidad.
Probé a abrir alguna de las puertas. Nada, cerradas con llave.
Él también salió del despachó. Volvió a levantar la mano del arma. Nuevos disparos. La bala me rozó la mejilla pues no fui capaz de apartarme más. La sangre, en lugar de salir, burbujeó, la piel se me enrojeció y ennegreció en torno al corte. Escocia, sentía el ardor de una de sus “curas” penetrarme en la carne. Eran balas de Luz; no eran solo un futuro proyecto, existían.
Recordé el dosier. Si me alcanzaban sería como volver a recibir una inyección de “cura”. La Luz me destruiría por dentro. Más motivos para no dejarme alcanzar.
Pensé rápido. La puerta del nivel 4. Colyn dormía allí, él tenía que defenderme en caso de pelea con otros Guardianes. Le usaría de escudo.
Un vigilante apareció cortándome el paso. Había avisado a los refuerzos.
Me lancé contra el guarda, con un codazo en el cuello lo derribe. Disparos. Lo enganché por el uniforme y lo puse entre el arma y mi pescuezo. Los balazos convulsionaron su cuerpo al impactar. La sangre bulló repugnante de las heridas gris y amarilla, olía a putrefacción nada más entrar en contacto. Los ojos se le pusieron en blanco y la boca se le desencajó al tiempo que la espuma gris le goteaba por una de las comisuras. Era humano, no un Guardián. Y la Luz destruye lo negro y lo gris, cualquier cosa que no sea Luz como los Guardianes.
Sentí asco y angustia, no quería acabar igual.
Torcí de repente tirando el ya cadáver sin ningún miramiento (si seguía arrastrándolo en forma de escudo, no podría ir deprisa y él me alcanzaría a las primeras de cambio). La puerta sí que se abrió (¿milagro?). Pero los disparos volvieron a escucharse. Dolor, intenso. Ardía sin necesidad de llamas. Perdí el equilibrio. La pierna derecha se me convulsionaba, llevando el temblor al resto de mi cuerpo. La sangre negra empezó a gotear a través de la tela del pantalón. Apreté los dientes, reabriéndome las llagas de los labios. Sentía mi sangre en la boca, pero al menos ésta sabía a metal y no a podredumbre.
Alcé la mirada y la boca se me desencajó. Reconocí a aquel ser atado y amoratado, sentía el poder de un Seamair en él: -Tía Lújura…–ella había desaparecido poco después de mi nacimiento, nunca la había visto en persona. Pero ella era la única cuyo paradero se desconocía desde hacía años y que encajaba en el perfil; no podía ser más que ella.
Ella hubiera abierto los ojos en mi dirección si sus cuencas no hubieran estado vacías y las amarras no le sujetaran la cabeza contra la silla. No tenía piernas ni brazos, solo muñones en su lugar. Apenas quedaban unos pocos mechones de pelo rojo sobre su cabeza. También le había amputado las orejas puntiagudas. La trabajosa respiración a través de los tubos de plástico implantados y los monótonos y débiles pitidos que monitorizaban su pulso eran lo único que resonaba en aquel pequeño agujero oscuro. La había visto en retratos, estaba irreconocible. Si alguien me hubiera dicho que se trataba de la desaparecida madre de Kaila, no lo habría sido capaz de creerle.
-No eres… humano, tampoco Guardi-án. ¿Demonio…? Tal vez… ¿Eres tú… el hijo… que tuvo… Mihory?
Él llegó a mi altura y puso el cañón de la pistola contra en mi coronilla.

sábado, 19 de noviembre de 2011

Encantamiento 50: Exp.149-2010EMD-B y video adjunto.

//A Gaby T.P le dedico este encantamiento, pues sé lo duro e irritante que resulta tener que aguantarse y esperar XD//



Han pasado dos días.
No puedo soportarlo. Este sitio me pone enfermo; demasiados recuerdos relacionados.
Y cada segundo me costaba más disimularlo.
Había un par de enfermeras, un camillero y un guardia a los que reconocí. Estaban más grises, más arrugados y más apagados; pero reconocía a la perfección sus auras.
Me mantenía en silencio, observando en silencio como siempre. Agobiándome solo de pensar que en cualquier momento podrían mirarme y darse cuenta de quién era yo; pero ese momento no se producía. De verdad no parecía que supieran de quién me trataba, pensaban que solo era el compañero de sus amigos Guardianes. O tal vez todo era una trampa, podían estar esperando a que bajara la guardia… No tenía la sensación de que fuera eso, pero, joder, yo qué sabía.
Convencí a Colyn para que buscara conmigo una salida y para que preguntara él que era más de fiar para los Guardianes. Le expliqué que, si se iba a convertir, mejor no hacerlo en un lugar donde había gente y donde podían encontrarnos, que era mejor el exterior.
Yo, por mi parte, seguí buscando cada vez que no tenía los ojos de alguien puestos encima (lo cual ocurría rara vez). Aquel maldito agujero era como un bunker, cada nivel aislado del siguiente; una caja acorazada. Quería gritar, matar a cada persona con la que me cruzaba. Pero no debía… y no podía. Llevaba las esposas y en aquel sitio estéril no encontraría ninguna fuente de energía con la que provocar un cortocircuito como la última vez.
<Mi padre es un famoso inventor, él creó por ejemplo esas esposas antimagia que llevas>; Lena estaba tan sumamente orgullosa que hasta me dirigía la palabra. Iba a darle algo de las ansias que tenía por volver a verlo. Al parecer su padre se pasaba prácticamente todo el año en aquellos laboratorios aislados del mundo civilizado (no hay teléfonos, ni internet, ni se pueden usar las bolas de cristal, ¡nada!) y, como Lena luchaba para la Orden de forma regular en otro país, apenas podía mantener contacto con él. De ahí que le tuviera tantas ganas al reencuentro.
Pero lo que me dijo me dio la idea de buscar los planos de las esposas, tal vez me dieran una pista de cómo quitármelas. Total, tampoco estaba más cerca de encontrar la salida del quinto nivel. Y, quién sabe, a lo mejor no buscando la encontraba de casualidad, ¿no? (sí, incluso en momentos como este en que sentía que me desquiciaba, me daba por pensar tonterías como esta).
Volví sobre mis pasos por el nivel tres. Se suponía que afuera era de noche y todos dormían, pero sin ventanas aquí dentro los fluorescentes brillaban constantemente con la misma intensidad. Iba en contra de mis instintos que me apremiaban a seguir buscando el exterior. Pero hice un gran descubrimiento:
“Dr. Dande”.
Me quedé petrificado ante la plaquita de la puerta. El pasillo estaba vacío, como casi todos; no necesitaban gente para evitar que alguien escapara, lo sabía por experiencia.
Me arrodillé frente al pomo y empecé a poner en práctica todas las técnicas de la calle que me forcé en conocer para cuando tuviera que prescindir de magia (al menos había sido precavido de guardarme las espaldas). Desde pequeño ya había tenido, además de la manía de escuchar a escondidas, una cierta cleptomanía… No me arrepentía, ambas habían demostrado ser vitales para mi supervivencia.
Joder. Cuanto deseaba poder mover los pistones de un simple chasquido. Tardé bastante, pero acabó girando para el lado correcto.
Eché un último vistazo conteniendo la respiración y me metí dentro de la habitación.
Era igual de blanca y gris que el resto de habitaciones. La única diferencia era la mayor condensación de archivadores e informes y que había un escritorio en lugar de camilla. Los archivadores se me resistieron menos. El pulso se me aceleraba a cada folio sobre el que pasaban mis ojos. Me descubrí relamiéndome los labios; aquello era una mina: balas que despedían Luz al impactar en el cuerpo del demonio, bombas de polvo de plata, cascos contra el control mental con los que se podía anular todas las habilidades de los Demonios de la Locura (los Seamair), círculos con los que se podía aprisionar a demonios… Aquello me dio mala espina, estaban preparando un plan para el exterminio de las razas mágicas.
Otro archivador llamó mi atención: “sujetos de experimentos”. Solté el dosier de las balas de Luz. “Posesiones”. “Exp.149-2010EMD-B”. El estómago se me puso del revés. Una foto mía con ocho años, pálido, ojeroso, chupado y sin apenas pelo, encabezaba la montaña de folios. Los dedos se me crisparon, me tenían fichado.
Tenía que llevármelo, destruirlo.
Un sudor frío se me deslizó por la nuca.
Cinta de video del experimento realizado el XX-XX-XXXX adjunto con el código 131596MTBDZSYM”. Video del experimento; me quedé petrificado. Había gravado…
Salté repentinamente del sitio. Revolví, tiré el contenido de los cajones por los suelos; ya recogería. En cuanto la encontrara... No podía permitir que tuvieran una cinta mía. No, eso ya era demasiado. Demasiado horrible, demasiado doloroso y vergonzoso. La rompería, iría directa a la basura en cuanto consiguiera salir de este maldito sitio.
Unos pasos por el pasillo: mocasines. Se acercaban. El corazón dejó de latirme en el pecho. Él, quien me torturaba, el jefe, era él, podía sentirlo. Seguía vivo y estaba aquí…
Miré el despachó. No tenía tiempo para comprobar cómo me sentía, solo para pensar rápido. Estaba demasiado cerca, no podía recogerlo todo a tiempo.
Una sombra se movió al otro lado del cristal. El pomo empezó a girar.
Tampoco podía salir.

jueves, 17 de noviembre de 2011

Encantamiento 49, 2ª parte: Atrapado en una pesadilla real.

-¿Alec? –volvió a preguntar. Frunció el ceño y levantó las manos en mi dirección, preocupándose-. ¿Estás… bien? –no; ya habría vomitado de no tener el estómago vacío.
Abrí la boca para decírselo, pero dudé. No, no iba a contarle toda la verdad. Sería demasiado doloroso y vergonzoso repasar los recuerdos, hablar de ellos en voz alta ya ni pensarlo.
-Algo ha pasado y debo volver –mi voz sonó fría y sin emoción; como siempre, menos mal.
-Alec, estamos en mitad de Canadá, ni siquiera hay carreteras desde aquí –intentó persuadirme-. ¿Qué es lo que ha pasado?
-No lo sé, la adivina no le dio tiempo a decírmelo –me costó no ladrarle esta vez, no quería dar más explicaciones. ¡El que necesitaba recopilar información con urgencia era yo!
Colyn retrocedió. Se me notaba la mala leche; siempre he tenido esa actitud incluso sin proponérmelo pero con el tiempo logré ocultarlo con una máscara de indiferencia. Ahora no tenía ánimos para forzar mi cara de póquer. Joder. Tenía que calmarme para pensar con la cabeza fría, me repetí.
Tomé aire. Apreté los puños y me mordí los labios hasta sentir suficiente dolor como para distraerme; de nuevo no me importaba el dolor por muy desagradable que fuera si sabía que duraría poco. Entonces exhalé el aire lentamente y templé mis nervios.
No cabía duda. Aquel era el laboratorio de la Orden de los Guardianes de la Luz que yo recordaba. En el que había estado internado.
Me relamí la sangre.
-Déjame tu móvil, por favor –siempre me costaba tener que pedir algo a otros, estaba acostumbrado a apañármelas yo solo.
-No hay cobertura –pero aún así me lo tendió-, ¡esto es Canadá! –ignoré la forma en la que había logrado despreciar a un país entero como si nada (habla como si en Canadá solo hubiera bosques nevados, osos y caribúes). Tenía razón, ni una sola barra.
Resoplé.
Si decía la verdad, estábamos incomunicados. Yo solo había conseguido salir en una ocasión al exterior; aunque los sistemas de seguridad siguieran siendo los de entonces, esto era un laberinto. Convencerlos para que me dejaran ir sería difícil y llevaría mucho tiempo, aparte de que era mejor no hablar con los trabajadores (podía haber alguien de aquella época que me reconociera). Nicole; la recordé intentando evitar que me fuera cuando supo que algo malo me esperaba. Casi seguro que ella estaría dispuesta a ayudarme. Puede que incluso Yell o Cristofino vinieran a sacarme de aquí si se lo pedía aunque eso provocaría demasiados cambios a mis planes de vender a los Guardianes para poder volver con los Seamair (si alguno de ellos dos me ayudaba ahora, el precio a devolver se duplicaría).
-¿Y un teléfono de cable? ¿Tienen aquí bolas de cristal? –yo llevaba la que le robé a la gitana, podía ser mi oportunidad en el caso de que allí no tuvieran pantallas mágicas para crear interferencias (la conexión entre bolas, aparte de segura, no se puede cortar por falta de cobertura o esas cosas, pero sí entorpecerla hasta que sea inteligible).
-Humm, no… no sé –volvió a arrugar el entrecejo al verse contrariado-. Eso tendrías que preguntárselo a alguien de aquí. Alec, ¿estás bien? No es… normal que me hables tanto, ni que me pidas cosas.
Ignoré a Colyn por completo. Tenía que conseguir un teléfono o llegar hasta algún sitio con material para abrir un portal. Pero de momento… Miré a Colyn de arriba abajo.
-¿Y Lena? En cuanto termináramos el envió nos volveríamos, ¿no? –lo mismo podíamos irnos rapidito y mis planes de huida se volvían innecesarios (tengo tendencia a ponerme en lo peor).
-¿Eh? Oh, pues… verás, el chisme para controlar los portales se rompió al llegar nosotros. De modo que nos han invitado a quedarnos un par de días.
El alma se me cayó a los pies. ¿Invitado… un par de días? Nada en esa frase tenía sentido en mi cabeza. ¡Maldita sea, lo había roto yo porque la adivina me hizo dudar y crear los dichosos problemas técnicos que lo habían cascado, había conseguido que yo solito me dificultara las cosas (¿veis por qué prefiero ponerme en lo peor? Es que no falla)!
-¿En serio?
-Sí, mi tío, el padre de Lena prometió que vendría en cuanto pudiese para recibirnos. En los próximos días estará aquí.
Por la forma en la que hablaba seguramente debía pasarse mucho tiempo aquí, pues lo decía como si esta fuera su casa. La idea me repugnó. Pero ya sabía porqué Lena estaba tan emocionada con venir a este lugar, para verle a él. A su padre, no a ningún novio (o eso supongo, lo segundo no está todavía confirmado).
-De acuerdo –mentí, aunque se notó que me enfurruñé un poco. Estaba desesperado aunque jamás lo fuera a admitir. -Es importante. Vayamos a buscar –quería mantenerlo bien controlado, además de que él debía cumplir la promesa que hizo de protegerme.
-Pero Alec, tal vez si nos vamos a tener que quedar esta semana aquí necesitaríamos hablar de eso.
Lo fulminé con la mirada. ¿Ahora quería prepararse para su transformación en hombre-lobo? ¿Ahora?

sábado, 12 de noviembre de 2011

Encantamiento 49, 1ª parte: Atrapado en una pesadilla real.

<<Las amarras alrededor de mis muñecas me quemaban al retorcerme. Lo sabía pero seguía luchando, tenía que liberarme de ellas. Tenía que escapar…
Sentía el cuerpo pesado, como dormido. Las correas de la camilla metálica habían sido adaptadas a mi pequeño cuerpo; llevaba ya mucho tiempo en aquel agujero.
Sentía una presión en el pecho muy fuerte. No me importaba admitirlo porque era total y absolutamente cierto: tenía miedo, mucho más que miedo. Desesperación.
El eco de unas pisadas ya se oía por el pasillo, “él” se estaba acercando. Podía imaginar sus mocasines contra el asfalto, avanzando con firmeza, como si lo estuviera viendo. A medida que sus pasos resonaban con más fuerza, acercándose, mi respiración se enrarecía y un sudor frío me invadía. Tenía miedo, miedo al dolor sin fin. Podía soportar estar preso y las torturas por muy joven que fuese, tal vez que yo nunca hubiera merecido nacer en este mundo; pero era incapaz de resignarme a vivir así por siempre. Era demasiado.
A cada segundo “Él” se acercaba trayendo consigo el fuego que inyectaría por mis venas, para matarme desde adentro, y mi lucha se hacía más desesperada. Cerré los ojos; ya qué más daba. Las enfermeras y doctores siempre insinuaban o directamente lo decían que esto era culpa mía por haber nacido así, por no ser totalmente humano ahora tenía que pagar. Empezaba a creerles, no veía más motivos para tanto odio.
No merecía la pena luchar, no me esperaba más futuro que este. Tenía que resignarme a esperar la muerte, aunque me costara…
La puerta chirrió como un grito de horror. Ya apenas tenía voz… ¿Cuánto hacía que no hablaba? No lo recordaba, el pasado se había vuelto gris; no quería mirarlo. Más o menos desde que mis poderes se apagaron. Cada vez resistía menos, mi cuerpo había dejado de regenerarse como antes. Sabía que me moría, podía sentir como la vida me iba dejando, pero es que lo hacía tan lentamente… Si al menos supiera que mi condena duraría poco.
Giré la cabeza todo lo que la camilla me permitía. Su contorno en la entrada. En una mano llevaba la jeringuilla, con su brillante líquido ambarino y blanco: el fuego, el veneno. Luz. Aunque él seguía llamándolo “cura”…
Sentía los ojos ardiendo. Ya no me quedaban plegarías, hacía mucho tiempo que había perdido la esperanza. Yo ya solo pedía para que todo terminara.
Se acercó, con su sonrisa bonachona siempre pegada en los labios. “Él” siempre me decía que esto era por mi bien, siempre decía lo mismo antes de hacerme gritar de dolor…
Sobre el corazón, el símbolo de una cruz adornaba su bata blanca. No había sido hasta hace poco que comprendí que aquel otro símbolo que se encontraba junto al primero se llamaba esbastica y cuál era su significado. Yo era una anomalía demasiado horrenda para su ideal de un mundo dominado por una única raza superior.
Exhalé el aire contenido.
Quizá esta vez el fuego sí que me mataría…
Pero lo que hizo fue dejar la jeringa junto al resto de artilugios médicos. No iba a usar la “cura”, no todavía. Mis pulmones se llenaron de alivio inconscientemente; cualquier otra cosa era preferible, cualquiera.
Tomó un escápelo y sacó su reloj con segundero del bolsillo.
-Bien, veamos cuánto tardas esta ocasión –el escápelo descendió en su mano, firme y sin prisas. Apoyó su filo contra mi garganta. Un dolor punzante y cuando quise gritar, solo salió sangre. >>
Desperté de golpe llevándome las manos al cuello. La luz de los fluorescentes del techo me arañaron las retinas. Tenía la respiración acelerada y los músculos agarrotados. Pero no había sangre fuera de mis venas.
Una pesadilla, solo había sido otra pesadilla más.
Me tapé los ojos de la potente luz e intenté respirar hondo.
La única diferencia es que esta sí que pertenecía a mis propios recuerdos. Los demonios de la Locura eran capaces de apoderarse de recuerdos ajenos y yo hacía unos años que había empezado a llevar a la práctica esta habilidad; no era raro que en sueños esos recuerdos vagaran por mi mente sin control. No era algo agradable pero los prefería, como he dicho, a mis propias memorias.
Un escalofrío me recorrió al volver a recordar aquella escena de mi pasado. Sólo tenía ocho años.
Respira, aún tienes pulso, concéntrate en eso.
Sabía que ellos no llevaban razón, que en aquella época lo más malvado que había hecho fue robar calderilla y responder de las mismas malas maneras con las que me trataban, pero aún así habían conseguido que me sintiera culpable incluso hoy en día de querer vivir.
Tomé aire, pero solo empeoró todo. Aquel sitio olía a antiséptico, lejía y azufre, los hedores que empleaban para tapar el aroma de la putrefacción en mis pesadillas. Mis dedos se agarraron como garras a los bordes de la cama. Reconocía aquella habitación; el techo, las baldosas… Solo eran un poco más viejas. Me levanté de un salto. Hasta el tacto de las sabanas era el mismo. No había correas, pero si no hubiera sido la misma camilla en la que a veces me dejaban descansar cuando no estaba atado a la de disecciones.
El horror me recorrió entero. Había vuelto…
Me apresuré a inspeccionar mi cuerpo. No había heridas, llevaba la misma ropa con la que vine y las esposas antimagia.
No… ¿Cómo?
Corrí a la puerta. No estaba cerrada, no esta vez. ¿Eso quería decir que esta vez no era un preso?
Salí fuera. Mis temores se confirmaron. Yo había intentado huir por ese mismo pasillo hace años. Blanco, gris en las juntas de las baldosas, con puertas en ambas paredes y muy largo. Seguía pareciendo no tener fin.
Perdí el equilibrio y me apreté contra la pared. La vista se me nublaba. Esto no podía ser real, no podía estar pasando. Pero mi cuerpo, mi magia, reconocían las paredes que me rodeaban.
Quería llorar. ¿Cómo es que había vuelto? Entrecerré los ojos. Recordaba las cruces, los lemas y las jeringas llenas de la “cura”. Esta era una institución de los Guardianes de la Luz.
¿Me habían traicionado? Colyn había jurado por su alma que evitaría que los otros Guardianes me mataran o hirieran; si no cumplía la magia de Luz del trato le provocaría grandes dolores.
Tragué saliva, pero tenía la boca demasiado seca. Sea como fuere no podía quedarme allí quieto. Tenía que ponerme en movimiento; el instinto me gritaba que no me quedara quietecito a que vinieran las enfermeras a ponerme correas. Plan: buscar un mapa o cualquier cosa que ayude a saber cómo he llegado hasta aquí y cómo escapar vivo.
-¿Alec? –me giré al escuchar la voz de Colyn en el otro extremo del pasillo. Parecía sorprendido de verme despierto… y aliviado. Analicé cada centímetro de él. No daba la impresión de haberme traicionado. Apreté las mandíbulas y me apresuré a separarme de la pared y poner la postura erguida y un poco distendida de siempre; no iba a permitir que me viera arrastrándome. Pero tenía los hombros demasiado tensos.- Joder, ¿qué te paso? ¡Te teletransportaste inconsciente y a tres metros de altura del sitio!
Supe que era cierto lo que afirmaba. Porque me había resistido y eso había producido fallos en la teletransportación, incluso daños en mi cuerpo. Pero el tiempo en cama había bastado para curar los daños internos; me daba cuenta de los procesos ocurridos en mi organismo como si leyera el historial de un ordenador.
-¿Qué es este sitio? –no respondí a sus preguntas, no podía ni siquiera distraerme para fingir normalidad. Cuidado, Alec, tú no pierdes los nervios o al menos no lo demuestras ante nadie que no vaya a morir de inmediato.
-Un centro de la Orden dedicada a la investigación…
Investigación. ; quise soltar una risa amarga.
¿Era aquí a dónde nos dirigíamos para recoger las armas? Pueden que también investigaran para conseguir nuevo armamento. Buscando los puntos débiles de los demonios…
Volví a apretar las mandíbulas hasta que la presión fue insufrible.
Rencor. Puro y duro definitivamente colmataban mis venas. Ya lo creo que investigaban; lo habían hecho conmigo.

domingo, 6 de noviembre de 2011

Encantamiento 48: Perdiendo miembros corporales o directamente la cabeza por el camino.


Estábamos en el porche de la casa, en el sitio preparado para formar un portal.
El medicucho Gin había intentado bromear conmigo diciéndome que le trajera una metralleta, pero le dejé sin palabras cuando empecé a preguntarle, muy serio, si prefería algún modelo en concreto, los recambios, si la quería fácil de transportar o en plan franco tirador…
Ir a por armas me parecía algo fácil; los Seamair fabricaban y traficaban principalmente con armamento. En el Infierno, antes de ser Repudiados, fueron la familia de armeros oficiales de la corona. Y al exiliarse a esta dimensión habían continuado con la profesión actualizándose con los siglos. Yo de hecho me pase dos años en el conflicto de los Balcanes suministrando armas (a ambos bandos, claro está). Ahogué una sonrisa al recordar que la estúpida de Campbell se empeñó en seguir llamándome y mandándome mensajes incluso para que le contara si el techo temblaba mucho durante los bombardeos entre guerrillas; ya en esa época estaba empecinada con que nosotros dos éramos amigos. Durante el primer año allí le gané estas botas de combate que tanto aprecio a un general en una partida de póquer (en la que también es obvio que hice trampas). A pesar de tener que vivir entre el fuego cruzado, que llegué sin saber una sola palabra del idioma y que yo era el único de los aliados de los Seamair que estaba por allí trabajando, fueron buenos años y llegué a salir un par de semanas con una sirena obsesionada con el baile, que solo era agradable en estado de embriaguez y con la que acabé bastante mal (Kristofino se empeñó en hacerme regresar al Trébol para mi fiesta sorpresa de cumpleaños, así que rompí con ella y me fui del país). Pero esto son historias del pasado que apenas influyen en lo que tenía lugar en ese porche de balaustras de piedra.
Volví a repasar con la mirada a los presentes.
Campbell no había salido porque era de día (y porque la terrorífica esposa de Albert estaba presente y se lo había prohibido, ya sabéis), pero se había encargado de despedirse de mí entre berreos (tuve que patearla, esa imagen suya era horrenda a parte de insoportable; ya me lo agradecería).
Robert, Colyn y Gin concretaban la posición donde teletransportarnos.
Gigi estaba sentado en una silleta, dándole vueltas a la libretita en la que intentaba dibujar sus predicciones (y digo intentaba porque esos garabatos no hay dios que los entienda); lo de dibujar las visiones era algo muy típico de los adivinos para retener mejor los detalles que veían. Su madre estaba plantada de pie, completamente rígida como un palo de escoba y de brazos cruzados, era la anfitriona y solo por eso iba a despedirnos (los buenos modales), pero la cara de asco que le deformaba los finos labios no era para nada hospitalaria. Nicole estaba apoyada en la balaustra cerca de mí, también de brazos cruzados y mirando fijamente la superficie del lago que nos rodeaba. El-que-se-hace-el-héroe aún no había vuelto de buscar gresca con la que desahogarse de las calabazas de la Cucaracha y Doña Reglas de Comportamiento (como Nicole había ayudado a apodar) parecía empeñada en culpar a su “nuera” de ello.
Lena tenía una cierta emoción mal controlada en el cuerpo. Parecía demasiado contenta para tratarse de un cargamento de espadas y flechas por mucho que a los Guardianes pareciera emocionarles esos trastos del año catapúm (donde allá una buena metralleta o un cuchillo fácil de esconder en la bota, que se quiten tonterías). Allí a dónde íbamos debía de haber algo o alguien que se moría por ver. Me mordí los labios con excesiva fuerza. ¿Un novio? Lo más importante: ¿qué haría yo de ser así? Por falta de costumbre sabía manejar mejor los celos ajenos que los propios.
Finalmente teclearon las claves del portal en la máquina.
-Enlace listo.
Este era un procedimiento ya habitual en todos los que allí estábamos, sabíamos perfectamente el protocolo a seguir. Alguien metía en unos mandos de control encantados las coordenadas para formar un agujero de gusano hasta el punto de destino, nosotros nos íbamos, se cerraba el agujero y el resto de asistentes solo estaban allí para despedirnos por pura apariencia de que se nos quería y chorradas de cortesía parecidas.
Un círculo de luz pálida apareció frente a nosotros, espirales de colores giraban en su interior y levantaba un fuerte viento hacia su centro. Momento de irse.
Nos acercamos al portal. Ya sentíamos su poder absorbiéndonos. Colyn dio un paso y desapareció en el torbellino, Lena lo siguió.
C.Lence salió corriendo de la casa y se plantó entonces junto a Nicole, lo cual llamó mi atención.
-Deberías aprovechar para despedirte –la oí comentarle en voz baja-, podría ser que no volviera…
Nicole frunció el ceño y entonces abrió mucho los ojos, la boca se le descolgó al oír la advertencia.
-¿Qué… cómo?
La adivina la ignoró y se giró hacia mí. Tenía una hoja arrugada en la mano, una predicción recién hecha. Me puse tenso, algo malo pasaba.
-Ándate con cuidado y abre mucho los ojos. Pondré velas por ti, brujo –puso esa sonrisa en forma de línea curva-, ¿las quieres negras?
Nicole reaccionó dando un salto fuera de la balaustra y alargando los brazos en mi dirección.
-¿Qué ocurre? –Intenté retroceder, pero me estaba arrastrando dentro- Adivina, ¿¡qué es lo que me va a pasar!? –elevé la voz para intentar hacerme oír a través de la ventolera. ¡No, no, no, joder, maldita lianta, se supone que estas aquí para ayudar!
Nicole se acercó al agujero del aire, pero C.Lence la interceptó y llamó a su discípulo para retenerla entre ambos. Estaba intentando explicarle a la Cucaracha, alzando cada vez más la voz, que ella no podía ir, que el destino no lo quería así. Los demás que allí estaban no entendieron nada, no habían podido escuchar las palabras de la adivina.
El cielo se nubló y los truenos resonaron; Flor creando un microclima. Albert también estaba intentando retener a la Cucaracha, solo por eso las descontroladas fuerzas de Flor no bastaron para pasar por encima del Canijo Llorón y la desteñida.
Las figuras de sus cuerpos empezaron a alejarse.
El miedo me inundó. Resistirse a una teletransportación era peligroso, aumentaba mucho la posibilidad de perder miembros del cuerpo por el camino. Pero la inquietud de ese momento fue más fuerte. Si el instinto me decía que saliera de allí, mejor obedecerlo. Con fuerza sobre humana logré elevar la mano fuera del torbellino que me engullía. No podía alcanzar los ya familiares dedos de Nicole. Ella gritó mi nombre, en su voz resonó el eco de la Flor de Oro. No había aire en mis pulmones. Los oídos empezaron a pitarme; estaba provocando problemas.
No sé cómo conseguí escuchar bien las siguiente palabras de la adivina, tal vez las imaginara: -Diría que vais a ir a la casa de Lena… A por sus recuerdos; la Lena que tú conociste volverá.
Repetí automáticamente sus palabras en mi cabeza. Eso era imposible, ¿Lena iba a recordarme?
Era demasiado tarde, me resigné con un nudo en el estómago. La oscuridad me tragó por completo, sentí cómo me daban vueltas, como si estuviera metido en una lavadora. La velocidad me mareaba, quería vomitar pero también me provocaba un vacio en el estómago y los pulmones. Ya no podía divisar el porche de piedra porque ya no estaba allí.

(Aquí Nicole enfadada pero potentorra rodeada por el aura de Flor)