sábado, 22 de diciembre de 2012

Encantamiento 68, 2ª parte



Conseguí convencer a ModositoMan de que me llevara la bandeja de comida con la excusa de las muletas mientras buscábamos un lugar donde sentarnos.
Habían pasado tres días desde que me enrollara con Lena y no nos habíamos vuelto a ver. A mí me parecía genial, odiaba cuando empezaban a perseguirme y atosigarme con planes y arrumacos (la mutación en pegatina de los Osos Amorosos que suele sucederse al día siguiente). Yo no buscaba esas cosas y tampoco Lena lo demostraba, si es que lo hacía. Según pintaba el panorama a mis ojos, aquella iba a ser la relación más relajada y cómoda de las que había tenido.
Hasta que vi a Lena hablando con el-que-se-hace-el-héroe en el comedor, con una sonrisilla tímida en el rostro. Los aguijoneé mentalmente al recordar lo que había escuchado en el balcón sobre su casi-beso-en-la-juventud, pero estaban demasiado lejos para siquiera sentir los escalofríos.
Se me pasó por la cabeza la posibilidad de si éramos pareja. Tal vez no. Después de todo, no hacíamos nada de lo que se suponía que debían hacer las parejas; ni siquiera nos hablábamos.
El amor es una puta mierda.
-Guárdame la comida un momento (y no escupas en ella)
-¿Eh, qué ocurre? –preguntó ModositoMan.
-La sociología dictamina que he de marcar mi territorio. Espérame aquí, Rachel.
-¿Rachel? ¡Yo no me llamo Rachel!
No le hice el menor caso a ModositoMan (para acordarme de su nombre estaba yo) y me dirigí hacia los dos casi-tortolitos-en-la-juventud. Escuché poco de la conversación, pero lo suficiente para percatarme de que Lena estaba feliz y aliviada de que el-que-se-hace-el-héroe aún le hablara. Rob parecía algo apagado, como si algún problema le impidiera ser del todo el gallito prepotente de siempre (lo disimulaba fatal aunque él no lo sabía porque sus compañeros se esforzaban en que pensara que lo conseguía. Pobre e iluso imbécil).
-Bu.
Lena se giró hacia mí. Pegó tal chillido que casi me deja sordo, lanzando su bandeja con pudin de carne contra el-que-se-hace-el-héroe. Si no llego a engancharla del borde de los vaqueros, se mata contra el suelo.
La puse recta y me crucé de brazos.
-Deberías haberte visto la cara, ha sido memorable –confesé negando de incredulidad.
Lena jadeaba medio histérica de vergüenza. -¡¡No hagas eso!! –Miró a nuestro alrededor, nos estaban mirando (¿cómo no hacerlo con semejante reacción?).
-Si sólo te he soplado en la oreja (no sé si quiero ver qué pasa de tocarte el culo; apuesto a que sería graciosísimo, pero lo mismo te da un infarto).
-¿Por qué te vas tomando esas confianzas, escoria? –me gruñó el-que-se-hace-el-héroe quitándose grumos de pastel de carne de la pechera.
-Se supone que mi nueva posición me otorga tales muestras de cercanía pública.
Su cara de imbécil se volvió más estúpida: -¿Qué?
-No sé qué parte de esa frase no has entendido.
-¡Toda…! –se quejó.
Guardé silencio. –En serio, reitero lo dicho.
-¿Quieres que te de un puñetazo?
-Da igual cuantas veces lo preguntes, la respuesta va a seguir siendo NO.
-Que no es una pregunta literaaaaaal… -rechinó los dientes alargando las palabras por la frustración. Tenía terminantemente prohibido mientras siguiera convaleciente y en “tratamiento” psicológico, así que tenía que aguantarse (algo bueno tenía que tener este estado, al menos consigo frustrar al héroe). Aah, los pequeños placeres de la vida.
-¿Qué haces aquí…? –preguntó Lena, evidenciando por su forma de mirar en derredor que lo que de verdad le preocupaba era el público presente. Me molestó que lo hiciera.
Y percatarme de la verdad me puso tan nervioso que seguí enrevesado la contestación con vocabulario técnico: -Reivindicar mis privilegios sobre ti ante potenciales individuos motivo de discordia de acuerdo a lo que las convenciones sociales estipulan en estos casos –ole yo.
Puso una cara de estupidez muy parecida a la del-que-se-hace-el-héroe. -¿Eing?
Apreté las mandíbulas y me incliné hacia ella: -¡Que tengo derecho a ponerme celoso si te veo de risitas con alguien que hasta hace nada te gustaba y que casi te morrea, coño, no es tan difícil! –bueno, a lo mejor un poco-. Para algo soy tu novio  -Me cabreé de lo estúpido que me sentía. Patético, patético, ve a buscar una piedra bajo la que esconderte; canturreaba mi fuero interno.
Lena se ruborizó de la cabeza a los pies. Rob tenía la misma expresión que si alguien le hubiera golpeado con una pala en la cara (pues le sienta bien…).
-¿Novio?
Guardé silencio, analizando la sorpresa que la palabra había provocado en Lena. No era precisamente la que se espera de una chica locamente enamorada. Yo qué sé, no esperaba que se me lanzara a los brazos, pero… podría no poner la misma cara que si tuviera un trozo de lechuga entre los dientes. -Ohm… -murmuré- Vale, ya veo. Me confundí –al parecer yo era el único que había dado por hecho que estábamos juntos Debido a la timidez de Lena y a sus concepciones tan puritanas del amor, había supuesto que el que me dejara desnudarla para ella significaba algo importante, una concesión porque yo era especial… y NO. Vaya, qué palo, parece que incluso con toda su religiosidad, Lena ha resultado una calientabraguetas (las mosquitas muertas son las peores, si ya me lo decían). Pues ya puestos, ¡si quería una noche loca, podría haberme dejado terminar! Menuda cagada más grande: en estos momentos yo era ese molesto trozo de lechuga entre a dentadura de su relación con el héroe. Bueno, ahora ya sabéis lo que toca, mis queridos lectores: HUYAMOS CON SUTILIZA. –Lo lamento, sigue riendo con Rob; no molestaré más.
-¿Pero a dónde…? ¡No, yo, Alec, espera! –dio un cómico brinco hacia mí.
Me giré, inclinándome para estar a la misma altura y acribillarla con la mirada, lo que provocó que se encogiera. Quizá demasiado interés por mi parte. -¿Sí?
-Na-nada…
Resoplé. Me di la vuelta. Y desaparecí de allí.

***

ModositoMan me miraba muy raro y muy fijo todo el rato. Estaba demasiado desanimado como para gastarle alguna broma del tipo “si tanto te gusto podría dejarte ver más”, lo cual resultaba más gracioso todavía teniendo en cuenta lo que se esforzaba en mantener en secreto su homosexualidad (me encanta meterlo en apuros, es tan servil este muchacho que ni se le pasa por la cabeza guardarme rencor por las bromas).
-¿Sabías que el amor es una enfermedad mental que crea endorfinas y adicción en el cerebro? (Lo vi en un documental) Te voy a dar un consejo, muchacho (ya que eres uno de los pocos a los que no detesto con todo mi ser, y casi, casi me caes bien), ya que estás en plena adolescencia: DI NO A LAS DROGAS (entre ellas el amor), te dejan hecho polvo el cerebro y el cuerpo.
No pareció entenderlo, pero yo ya daba por perdido explicarles cualquier cosa a los Guardianes.
Suspiré quedamente. –Ains… la adolescencia… Recuerdo esos años de cambios; se ve tan lejano…
-Pero si tú tienes sólo 18 años.
Ni puto caso: -Lo mejor fue cuando perdí la virginidad y di el estirón (te lo creas o no, sucedió en ese orden. Lo alucinante es que logré ligar siendo un escuchimizado, lo cual es un milagro, potra o talento, aún no lo tengo claro) –empecé a asentir y gesticular para mí mismo.
-¿Por qué me cuentas esto?
-Intento alegrarme pensando en tiempos mejores, es lo que hacemos los viejos de espíritu. ¡Así que cierra el pico (para una vez que tengo ganas de largar…)!
-¿Alec, has bebido?
-Años dorados… sólo entonces mejoró mi vida. Casa, comida diaria, trabajo… ¡Si hasta hice amigos (Campbell es una maldita cansina empalagosa pero, tch, se le coge apego a la mocosa ésa, ¿te lo puedes creer? Con la grimilla que da…)!
-Te huele el aliento a alcohol. ¿Cuánto has bebido?
-Sólo una botella de whisky a palo seco. El mueble bar de papi es un chiste.
-¿Papi? ¿Quién es ése?
-¡Yo qué sé! –volví a suspirar-. Qué mal sustituto de la amistad eres, Lucinda.
-Daniel. Daniel Kensingtom.
-¿Y ése quién es?
-Yo.
Como si me importase. -Si estuviera aquí Yell ya me hubiera arrastrado a algún pub lleno chicas semidesnudas en donde emborracharse y desmadrarnos… A ese putero también se le acaba extrañando. ¿Te puedes creer que tiene por escrito a partir de qué número de cubatas empiezo a desnudarme y bailar en público? Se aprovecha de que a esas alturas dejo de saber qué es un uno y qué un nueve. En una de esas noches alcoholizadas acabamos dejando sin electricidad a toda Manhattan, literalmente: se nos cayó una botella de brandy y un mechero estando en la central eléctrica. Bueno, vale, caer, caer… a lo mejor lo arrojamos a ver qué pasaba… La explosión moló. Que conste: esto es un secreto, no lo cuentes. Díselo a alguien y te rajaré la garganta y te ahorcaré con tu propia lengua. ¿Sabes cómo aprendí a hacerlo? ¡Es una historia muy interesante!
-Humm. Creo que mejor si lo dejas para…
-Si al menos la Cucarachita Floreada no me huyera… Están con su “rehabilitación”. Lo que yo te diga, DROGAS, te acaban creando la necesidad. ¿Y para qué? Te acaban abandonando. Siempre. –Apoyé la frente contra la mesa. Mi padre, Lena, Nicole, Camp, Yell, Kristtoffinno. Todos los que conozco se han acabado yendo en algún momento… -Será que soy muy abandonable… ¿por qué? Vale que muy encantador no soy, lo admito, pero… ligaba midiendo un metro cincuenta y por debajo de 45 kilos… ¡se supone que ahora que estaba cañón debería tenerlo más fácil! –cuidado, Alec, empiezas a desvariar.
-¿Te tomaste tus antidepresivos hoy? –el chico empezó a sonar preocupado.
-¿Qué te crees que era la botella de wishky? –lo corté tajante.
-Te prepararé un café.
-¡Mucho azúcar! –mi vida ya tiene suficiente amargura.
Visto lo soso de este muchacho, lo perderé de vista mientras esté ocupado. Bye, Lizy, te caerá una buena por no haberme vigilado bien y dejar que me fuera solo (dije que solo me caía casi bien).

***

-¿Ha-abéis visto a Alec? ¿Alec ha estado por aquí…? ¿Sabéis si Alec…? -Me encontré a Lena preguntando a cualquiera que andaba cerca exactamente lo mismo. Y siempre le respondían lo mismo: yo estaba con un tal “Dani” pero a saber dónde.
Me mantuve siguiéndola un par de pasillos; escucharla pronunciar mi nombre era extraño y quería saber el por qué.
Lena está sola Y QUIERE VERME; me repetí. Este era un evento como el de los cometas: pasaban cada mil años. Tenía que aprovecharlo. Di un paso hacía allí…
Y me di la vuelta. Tampoco era tan importante… total, a las malas podía intentar hablarle en una esquinita del comedor… ¿¡Tú estás tonto!? Si lo haces delante de otros Guardianes Lena estará pensando todo el rato en lo que pensaran sus compañeros y será como hablarle a una silla. Ya… pero… ¿y qué se supone que le iba a decir? Tch, siempre se puede empezar con un “hola”. Entonces ella tartamudeará una respuesta y hará el intento de ocultarse debajo de una mesa como una cría pequeña, yo me cabrearé y la sacaré a rastras, ella se asustará, seguro que chilla algo, algún Guardián viene y a mí me pegan… Pues podría ser más lanzado, visto que la “aclimatación a mí” no es viable. Pero si me paso de borde (que hay una alta probabilidad de que así sea) también chillará. Mejor me voy y me lo pienso. ¡De pensar nada, toma las riendas de tu vida ahora e improvisa un plan sobre la marcha! ¡Sé valiente y enfréntate a tus problemas! 
Di tres pasos hacia Lena con andar firme.
¡Una mierda, hasta ahora me ha ido muy bien con la cobardía! Media vuelta y hacia la salida; si hasta ahora he sido un cobarde no veo porqué tendría que cambiar, ¿no? Pues ale, a otra parte, jaja. ¡¡Agh!! ¿¡Se puede saber porqué narices tengo que pelearme conmigo mismo y desgastar el suelo con tanto cambio de idea!?
-¿Alec?
Mierda. Lena me pilló gesticulando al cielo en una pose de “voy a estrangularte como bajes, maldito Dios” de lo menos natural (de atractivo ya ni hablamos). ¿¡Y de esta cómo salgo!?
-H-holaaaaaaaa –me sacudí la pernera del pantalón, ni de coña se iba a tragar que estaba maldiciendo por el polvo de mis pantalones, pero bueno…
-Hola… -agachó la cabeza, muy sonrojada.
Lo sabía: silencio.
La gente normal cuando se pone nerviosa suele reír tontamente, sonrojarse… Yo me cabreo y me pongo impertinente, siempre:
-Estoy aquí. ¿Qué?
-¿Eh?
-¿Qué quieres de mí? –espeté rudamente.
-Yo…
-Tú… -La miraba desde arriba y en plan matón de discoteca, me daba cuenta, pero “Amar en tiempos de cuernos” estaba a punto de empezar y no quería perderme aquel episodio por nada del mundo (hoy se decide si Gabriella Chevalier se fuga con su hermanastro Kira Lee Mendoza o finalmente se casa con Daan Mufflin, el amante de Miren Mamor Tellechea; ¡es el capitulazo de la temporada! ¡DE LA TEMPORADA digo!).
-¿Significó algo?
-Precisaría de más información para responder.
-La otra noche, cuando… pues eso. Yo creí… Tú… te fuiste de esa manera. Tan frío... Cr-creí que no querías saber de mí.
Fruncí el ceño. Sabía la respuesta sincera, pero me conocía a mí mismo lo suficiente para saber que no estaría dispuesto a abrirme. Ni ante Lena ni ante nadie. No era capaz.
Estaba nervioso, pero no podía permitirme que se notara, de modo que la angustia fue creciendo en silencio hasta abarcar todos mis pensamiento. Iba a salir mal; hiciera lo que hiciese, yo acabaría con una puñalada en el pecho. No quería contestar, si no empujarla contra la pared, salir corriendo y meterme en el agujero más oscuro que encontrase. ¿Negativo yo? Maldiciones mil si no era esa una esperanzadora idea.
-¿Significó para ti? –le espeté.
Lena respiró exageradamente y con fuerza. Agachó la mirada y volvió a fijarla en mis labios para luego mirar sus deportivas, completamente azorada.
Gruñí. Pero no llevé a cabo el plan de huida que seguía trazándose en mi mente. Aún quería una oportunidad; aunque hubieran pasado 11 años, aún necesitaba saber que era capaz de sentir algo por mí.
Me agaché, en cuclillas, de modo que me tuviera que encarar aunque siguiera mirando al suelo.
-Lo hizo –murmuró muy bajito.
Me puse en pie al tiempo que le regalaba un beso por su valor. El que a mí me faltaba.
-¿Hueles a alcohol?
-Nah, ¿qué cosas dices? ¡Rápido, el capítulo va a empezar!

***

Llevo tres días con Lena. ¡Wo, increíble, ¿no os parece, mis queridos lectores?! Admitidlo, creíais que este día no llegaría hasta el último capítulo de todo el libro (la verdad es que yo pensaba lo mismo). Por eso, no me queda otra que deciros que ha sido un placer contar con todos vosotros a lo largo de toda esta aventura. Desgraciadamente, por falta de presupuestos no habrá segunda parte.
Hasta siempre, mis queridos lectores.

FIN.







Puajaja, ¡ni de coña! Hago eso con la de cabos sueltos que han quedado y nos ahorcáis a mí, todo el reparto y la Supervisora. Guardad las estacas y antorchas, queridos lectores, aun queda mucho que contar.
¿Qué tal en mi relación amorosa? Pch, sí… Nadie está muriendo, no hay gritos, ni veneno en los cereales; podríamos hablar de éxito.
Y vamos mejorando lo de pasar tiempo juntos…

***

En seguida me aburrí de escuchar a Lena tocar. Sus dedos danzaban sobre las teclas sin prestarles demasiada atención, y aún así no desafinaba. Debería de parecerme interesante, pero… Sinceramente, la música nunca me ha apasionado; simples distracciones con las que perder el tiempo si es que lo tenías. No entendía que alguien pudiera ponerle tanto empeño a algo tan sumamente superfluo como lo hacía Lena. Pero me callaba. A ella le gustaba y era de la opinión de que la música era el reflejo de nuestras almas, las emociones y blabla: si le decía la verdad, ella me clasificaría como alguien sin alma, tal era su devoción.
Me molestaba que lo tiñera todo con su mentalidad religiosa, siempre dividiendo entre lo que sí y lo que no se hace (sin punto medio). Pero en las relaciones hay que ceder… la convivencia y pactismo, ya se sabe. Joderse y disimular.
Al menos la música hacía que se olvidara de los nervios de tenerme cerca o que me quedara mirándola fijamente, estaba en otro mundo. Pero tal nivel de evasión suponía ignorarme por completo. Hablarle en mitad de su interpretación de Mozart era menos efectivo que cotillear con el taburete.
Me aguanté un resoplido.
-¿Qu-qué tal?
-¿Eh? –me giré de repente, no me había dado cuenta de que hubiera acabado (si ella se la pasa en su mundo cantarín, por qué no iba yo a hacer lo mismo en mi mundo de libros y telenovelas). No supe qué decir, “que bonito” o “ha estado chachi” me parecían comentarios muy infantiles. A mí me parecía bien, pero no tenía la más remota idea de si había errado notas o no… Tampoco tenía vocabulario para soltarle un piropo intelectual. Pues nada, comentarios simples:
-Wow –casi que hubiera sonado mejor el “ha estado chachi”.
-Gracias…
-Lo siento, me distraje pensando en mis cosas.
-¿En qué pensabas?
En si Miren Mamor Tellechea de “Amor en tiempos de Cuernos” se habrá quedado embarazada de Daan o de Kira Lee Mendoza. …Ni de coña le voy a decir eso.
-En que me gusta cómo tocas el piano -me acerqué con la excusa de toquetear un poco el teclado y apoyé una mano al otro lado de su cuerpo de modo que quedaramos estratégicamente muy juntos. Le dediqué una sonrisa suave y ligeramente picarona-.  Pero me gustaría más poder tocarte a ti.
-Oh, eh, gracias…
Nos quedamos en silencio, ella sabía que la miraba y por eso no se atrevía a levantar la vista de las partituras.
Temas de conversación actuales: 0. ¡Y la victoria es para: EL SILENCIO TENSO!
-T-toco desde hace mucho.
Las conjunciones de astros seguían sucediéndose: Lena me continuaba una conversación.
-Se nota, parece que le tienes práctica. Esto… -pen-san-do, pen-san-do- ¿tocas algún otro instrumento? Me suena que sí…
-¡Ah! Sí, sí… -¡el milagro continua!- El piano sobre todo, pero también  el violín y la guitarra; m-me gustan los instrumentos de cuerda…
-Humm, cómo el arco –me miró sin comprender- ya sabes, el arco… tiene también una cuerda… y está tensa… -imité el gesto de disparar una flecha y el de tocar un arpa.
-¡A-ah! Jaja. Sí, claro…
Otra vez Lena admirando la calidad artística del parquet y yo calculando el espesor de polvo de las paredes.
-Yo no sé mucho de música…
-Es una lástima. Yo la adoro… Si quieres te enseño…
-No es necesario –no voy a perder mi tiempo con el esfuerzo que eso supondría.
-Yo… pensaba dedicarme a la música, ser profesional… en lugar de Guardiana.
-¿Por qué no lo hiciste?
-Mi madre y mis hermanos… murieron… unos vampiros entraron en nuestra casa. –Se estremeció- Siempre odiaré a los vampiros.
-Y era tu deber vengarlos.
Lena se inclinó poco a poco, a trompicones, hasta apoyarse en mi hombro, así que me decidí a pasarle la mano por la cadera.
-Esto está bien –murmuró tan nerviosa que casi parecía estar preguntándomelo.
Haz algo o te volverá a llamar frío: Le di un ligero beso en el cabello. Valdrá.
Lena sonrió tímidamente, feliz. Como cuando hablaba de Robert…
Empezó a hacerme livianas carias sobre la mandíbula y las mejillas, comprobando que mis cicatrices empezaban a desaparecer.
Despacio, muy despacio empezaba a hacerse realidad. Pero tras once años me había quedado muy justo de paciencia.
-Bésame –murmuré sobre su cuello. Lena se puso como un tomate y se mordió el labio-. Siempre soy yo el que te besa a ti… -la reté. Pero amenazar a Lena tenía el efecto de congelarla en el sitio.
Suspiré y la apreté contra mi pecho, rozándole la comisura con los labios y descendiendo por su cuello.
Me pasó un brazo alrededor del cuello y gimió.
Se apartó tan brusco que por poco no se cae del asiento. Murmuró confusas  excusas, a punto de echar humo como una tetera.
Un día de estos le da un síncope, fijo.
La expresión de Gin fue bastante elocuente. -Anda, o sea, que vosotros dos… ohjojo.
-Vuelve más tarde o quédate en silencio si es que tanto te gusta mirar –amenacé al médico.
-¡Alec!
-¿Sí, mi amor? –eliminar el retintín de mi voz fue misión imposible.
-¿Qué-qué ocurre, Gin?
-Te buscaba porque tienes una misión y el coche sale en cinco minutos.
-Sí. Vale –se levantó y pasó junto a Gin sin despedirse.
Gin soltó una risilla. Idiota.

viernes, 30 de noviembre de 2012

Encantamiento 68: ¡Qué le den a las buenas acciones!



La tomé de los hombros, apretando con fuerza para retenerla allí, frente a mí, a pesar de sus esfuerzos por resistirse, al tiempo que cerraba los ojos para evitar el vértigo de lo que quería hacer. Ella echó la cabeza hacia atrás, pero mi boca la alcanzó, paralizándola momentáneamente. Volví a repetir el beso, girando un poco más la cabeza para que mis pestañas le rozaran las mejillas entre cada contacto de labios. Y así hasta que su boca empezó a ceder. Le guié la mano que sujetaba contra mi pecho, donde se mantuvo obedientemente al tiempo que mis brazos rodeaban su espalda, haciéndose dueños de su cintura y caderas, presionando nuestros cuerpos juntos.
Me separé un instante y murmuré con una sonrisa malvada: -Mi redención por aquel primer beso que robé. Espero que esto lo compense.
Estaba arrebolada desde el cuello hasta la frente, ligeramente cabizbaja y con los labios temblorosos. No había luz en el azul de sus ojos.
No contestó nada y el miedo y la rabia empezaron a crecer desde mis entrañas como enredaderas de espinos. –Sólo tienes una oportunidad para elegirme, ¿no es así? -Eso consiguió que reaccionara. Su ojo se abrió por el estupor, pero no deseaba preguntas sobre obviedades ni reprimendas. De modo que acaricié la comisura de sus labios con mis colmillos al tiempo que mis manos empezaban a adentrarse bajo su camiseta-. Si esperas algún tipo de revelación… puedes esperar toda tu vida, es una conversación que simplemente no tendré esta noche. Pero aún así… es tu elección.
Me apartó unos centímetros. Le aguanté la mirada unos segundos. Pero en lugar de huir como siempre, me acarició la mandíbula con sus dedos tímidos y se inclinó hacia mí, con una lágrima deslizándose por su mejilla. Abandonándose en mi abrazo, cuando a Robert lo había apartado al intentar lo mismo.

***

Acabé optando por sujetarle las manos por encima la cabeza, para que cesara con aquellos vagos intentos de cubrirse el pecho desnudo, hasta que empecé a descender por su cuerpo, sorteando el medallón, y se olvidó de detalles como la timidez.  
Sus jadeos y suspiros cargaban el aire de su habitación, entremezclados  con oraciones y disculpas a media voz dirigidas al crucifijo sobre su cama, como una cacofonía suave y constante. Ignoré el hecho de que no paraba de disculparse con su Dios por estar conmigo o la mirada que nos lanzaba aquella estatua. Nunca antes había estado en su cama hasta aquella noche, en la cual descubrí que le gustaban los besos en torno al ombligo.
Lena no tenía ni idea de aquel tipo de entretenimientos; se notaba torpe y cohibida ante todo, hasta con el más casto roce de piel (cuando le desabroché el sujetador ya ni hablamos). Al principio se quedó quietecita como un tablón de madera, dejando que yo hiciera, pero al cabo de unos pocos momentos empezó a arquear la espalda y a tantearme el vientre de forma inexperta, lo cual consiguió unos cuanto codazos.
Hasta que distraídamente le desabroché el cierre de los pantalones y ella me hizo parar, completamente escandalizada. Me recriminó con voz estridente y abrazándose de nuevo el busto que no podíamos hacer aquello porque estaba mal.
Me callé un “pues bien que te dejas” que sabía inadecuado y me dejé caer sobre el colchón con un suspiro. –Perdón, iba en automático.
El comentario pareció herirla de algún modo que no tuve ganas de analizar, y se me quedó mirando, allí arrodillada sobre su cama. De nuevo sin saber qué hacer. La miré de soslayo y le di un golpecito al medallón para que siguiera oscilando en su cuello. Tiré de ella para probar una cosa: abrazarla contra mi costado. Era algo que nunca había intentado con mis anteriores parejas. Ella se quedó allí acurrucada, aún abrazándose las tetas para que no rozaran con mi piel y respirando irregularmente en mi hombro mientras yo deslizaba distraídamente los dedos por su espalda, arriba y abajo, estremeciéndola.
-Voy a ponerme algo –anunció con voz aguda por los nervios.
-Estoy mirando al techo.
-No quiero que me acaricies la espalda desnuda, me recuerda que no llevo sujetador –se volvió a poner de rodillas, con cuidado de que no se le viera nada.
Fruncí el ceño con exasperación. -Qué más da, ya te las he visto y toqueteado.
-¡Nu-nunca había estado con un chico a-así y… y…!
-¿Y qué tal la experiencia? –rodé hasta quedar apoyado de lado.
El rubor le subió por toda la cara. -¡A-ALEC!
-¿Qué? Bien que parecía que te gustaba.
El color se intensificó aún más, aunque parezca increíble. –M-me ha gustado.
-De nada. –miré el reloj de su mesilla y me levanté de la cama en busca de mi jersey y las muletas.
-¿Te vas…? –pareció descorazonada de repente.
-Ya es la hora del desayuno y no me apetece que se pongan cotillas.
-Ah, claro… ¡Y-o tampoco!
-Bueno, nos vemos –me despedí antes de cerrar la puerta.

jueves, 18 de octubre de 2012

ESPECIAL; 3ª parte


Lena estaba sentada en la magnífica terraza, observando las luces de la lejana ciudad de Manchester. Le pareció inútil intentar retomar la práctica de piano, pues las palabras de Nicole habían sido especialmente perturbadoras y no hacía si no darles vueltas. Pero parecía que en lugar de resolver sus dilemas, cada vez iba enredándose más en ellos.
Divisó a alguien en el interior de la habitación. -¡Robert! –lo llamó antes si quiera de parar a pensarlo. El Guardián salió a fuera y la miró de esa manera clínica, en busca de dolor, que recientemente había adoptado con ella.
Usó esa maravillosa sonrisa torcida, como si nada hubiese pasado. –Supuse que estarías en la sala de música. Ningún otro lugar de la Academia tiene un piano y violín en la misma habitación.
-Y la acústica.
-Ah, sí, la acústica y eso, también –a Rob no le interesaba mucho aquellos temas, no tenía hobbies a parte del de matar demonios y entrenarse para matar demonios. Pero le gustaba ver a Lena tocar; era muy buena-. ¿Pero qué haces aquí afuera?
-Pensar.
Robert sabía perfectamente en qué. Él también lo había intentado, pero acabó tan ofuscado que no le fue posible si no desahogándose con los muñecos de prácticas del gimnasio.
De repente Robert se quitó su chaqueta y la pasó sobre los hombros de la arquera, sorprendiéndola. –Hace frío.
El rubor subió por las mejillas de Lena mientras murmuraba su agradecimiento. Robert era un auténtico príncipe, tanto en su comportamiento como en su esculpido aspecto. Estaba su cabeza demasiado cerca del estómago de él, pensó algo aturullada mirando aquellos abdominales que se marcaban bajo la camiseta. Lena no fue realmente consciente de que había apoyado la frente en su vientre, hasta que éste contrajo los músculos por la sorpresa.
Desde lo alto tan sólo pudo observar su nuca entre el pelo quemado, no su expresión. Robert no se esperaba aquella reacción tan atrevida por parte de la que fue siempre su amiga. Recientemente su comportamiento estaba cambiando demasiado y Rob se sentía raro, pero no era capaz de describir sus emociones; rara vez lo era.
Finalmente, haciendo de tripas corazón, la apartó tomándola por los hombros y se sentó a su lado.
-¿Qué ocurre?
Lena ni levantó la vista ni contestó.
-¿Alguien te ha hecho daño? –volvió a inquirir, más alterado.
-No… en realidad me acaban de ofrecer un gran favor… -se humedeció los labios. Robert observó el movimiento como si se tratase de un extraño pájaro. Lena solía recordarle a aquellas pequeñas aves cantoras, pero un ave con miedo a las alturas y a volar demasiado alto, incluso de saltar sobre los árboles-. Lo siento, quería un abrazo y no… Lo siento.
-Oh –un leve rubor se ocultó bajo la tez morena de Robert. Al contrario de lo que muchos sospechaban, entre ellos dos nunca había sucedido nada romántico ni ningún tipo de insinuación. Robert tenía éxito con las mujeres y gustaba de jactarse de ello con sus amigos como una prueba más de su grandiosidad. Lena era otro de esos amigos, otro hombre; así la había tratado casi siempre: como a un compañero. Por eso se le hacía tan raro, e incluso desagradable, pensar en ella como mujer. Cosas como que al llegar la pubertad le hubiesen salido pechos, que llevara vestidos para las fiestas, deseara la amistad con mujeres y su posible interés por otros hombres en lo referente al amor… las había tratado como rarezas que era mejor ignorar de su amigo. O eso había pensado siempre; que su malestar ante aquellos pensamientos radicaba únicamente en la visión ambigua que tenía de ella. De modo que, como con cualquiera de sus otros amigos y compañeros, nunca la había abrazado, ni hablado sobre sus criterios de belleza masculina, ni cogerse de las manos y mucho menos besado. NADA; unas palmadas en la espalda, algún puñetazo suave y que corra el aire. Pensar en ella en otro sentido… estaba mal; lo evitaba como fuera.
Aunque no siempre.
-¿Te acuerdas?
Lena levantó la cabeza, irguiendo también la espalda. -¿De qué?
-Cuando éramos aún estudiantes en esta Academia… Yo… intenté besarte en este mismo porche. -Lena abrió el ojo hasta que casi se le salió de la órbita, pálida y luego roja como un tomate. Lo había olvidado por completo y de repente se sintió muy incómoda de que estuvieran allí solos ellos dos. Rob agachó la cabeza, ligeramente ladeada, su pelo le tapaba los amarillos ojos, mezclándose en la noche. Sólo brilló su sonrisa torcida-. Te apartaste y saliste corriendo.
-Yo… siempre creí que fue uno de tus experimentos… en aquella época querías demostrar que podías conseguir que te besaran todas las chicas y…
-Sí, lo sé… -se apartó en silencio, repentinamente más serio-. Puede que lo fueras –puede; nunca estuvo seguro si por aquella competición consigo mismo o si fue por otros motivos, pero había querido besarla. Y ella salió corriendo. Por un momento entendió cómo debió de sentirse la escoria demoniaca cuando le hizo lo mismo; la rabia e impotencia sufridos. –Quería besarte –repitió en voz alta.
Las labios y manos de Lena temblaron. –Y-yo quise que lo hicieras…

***

–Quería besarte…
–Y-yo quise que lo hicieras… pero fui una cobarde y me fui, siempre me he arrepentido de haber sido tan estúpida. Porque… me gustabas, mucho. Pero siempre tuve esa sensación en el pecho –se llevó la mano directamente al medallón del brujo-, como si ya se lo hubiera entregado a alguien, sentía que no poder amarte por completo sería como un insulto hacia ti. Tú merecías una mujer de verdad capaz de darte todo su corazón. Y yo no podía y no sabía por qué. De verdad que me gustabas –se quedó sin aire- y creo que no dejé nunca de hacerlo.
Robert volvió a mirarla, el brillo de sus ojos a través de la negra melena se le clavó a Lena entre las costillas. De repente éste le rodeó los hombros con su musculoso brazo y se inclinó hacia ella con los labios entreabiertos.
-¡Espera, no! -Lena lo empujó-. No… Lo siento pero no puedo, lo siento, sé que merezco que me odies pero… Pero… -las lágrimas quebraron su voz- es demasiada presión ahora mismo; no me pidáis todos que elija ya. Todos queréis que elija, pero no es fácil. ¡Lo siento…! –ocultó su rostro entre las manos. Era una decisión demasiado complicada. Por un lado Alexander fue el primero en ganarse el puesto, sus sentimientos siempre se mantuvieron aunque careciera del recuerdo que los engendraba, pero habían pasado tantos años y él era… malvado. No estaba segura de si arriesgarse a estar con él haría que la dulzura de su Alec volviera a aquel despiadado ser. Pero salir con Alec… Nadie aprobaría aquello, no se sentiría digna de volver a pisar su amada Orden; se convertiría en una deshonra para todos. Y por el otro lado estaba Rob, quien llevaba también muchos años allí soportando, a la espera, pero Lena seguía sintiendo que no le merecía, como si ella fuera de una casta inferior que no mereciera el honor de juntarse con alguien como él. Y debía casarse, el futuro de todos dependía de ello; Lena no soportaría el estigma de ser “la otra”. Debe casarse con Nicole, la misma Nicole que acaba de decirme que ama a Alec pero me lo deja para mí si me doy prisa; se aturulló en su pensamiento.
Tal vez debiera renunciar a ambos, pero se había visto en el espejo y en los ojos de los demás. Ella era fea, cobarde, sin gracia ni inteligencia; se repitió en su fuero interno como tantas otras veces. No entendía como dos hombres tan atractivos como aquellos podían sentir interés en ella; era ilógico, ¿jugaba Dios con ella, era aquello una prueba? ¿La tentaba? Semejante oportunidad no debería de habérsele ofrecido nunca, dos mucho menos. Si la rechazaba ahora, no volvería a tenerla. Y si no se daba prisa, tampoco.
Robert se levantó, el dolor se reflejó en sus ojos. –Lo siento, no debí ponerte en esta situación… otra vez.

***

Pasó el tiempo, Lena no supo bien cuanto, hasta que sus ojos se secaron. Ya no le quedaban más lágrimas por hoy.
-Parece que no tienes una buena noche.
Lena se irguió, asustada. Allí estaba él, subido a la barandilla de piedra junto a ella. No sabía cómo había llegado, ni cuánto levaría allí, nunca lo sabía. Puede que incluso hubiera escuchado la conversación entre Rob y ella; algo en su mirada le dijo que sí.
Alec la observaba desde arriba como un cuervo de nariz recta. Solía encontrarle parecido con aquel animal, salvo porque tenía la sonrisa de una hiena; ambos animales carroñeros y demasiado astutos como para ser buenos. No llevaba el pijama de hospital, advirtió, si no vaqueros y un jersey oscuro que remarcaba más aquella apariencia. El pelo suelto le ondeaba alrededor de la cara; igual que con Robert parecía fundirse con la noche de tan oscuro como era, pero en él siempre era como si las sombras lo rodearan, abrazando su cuerpo, incluso a plena luz del día. La única luz era el brillo enloquecido de aquellos ojos que la escudriñaban, lo único que relataba el auténtico peligro de aquella impasibilidad fingida. Alec siempre la asustó, incluso cuando eran niños.
Lena estaba tensa de nuevo, esperando algún movimiento del demonio. Demonio; se aterró al pensar; en aquel momento sólo se apreciaba la peor parte del hibrido.
De repente bajó de la barandilla, con la misma fluidez que si anduviera por terreno liso. Al parecer llevaba muy bien la amputación de la pierna. Ella dio un respingo, pero se sintió mucho más relajada cuando se apartó la metálica mirada de su cuerpo. Él siguió andando a su alrededor, de nuevo Lena se encontró comparándolo con el ave que vuela en círculos a la espera del último estertor de su presa.
Sus pesados parpados ocultaban casi en su totalidad el color de sus iris, en aquella corriente expresión de aburrida indiferencia. Al menos parecía menos enfadado que aquella tarde.
Cuando dijo que me amaba.
-Es tarde, supuse que estarías en tu cuarto durmiendo –habló con tono bajo pero tan claro que inundó el balcón. Era una trampa, algún tipo de anzuelo. Por inocente que pareciera el comentario, Lena sabía que lo era; Alexander sólo gastaba saliva si sabía que podría obtener algo. Un relámpago verde le tensó aún más la espalda a la arquera cuando él fijó su atención en el sitio exacto en que se había sentado Robert y luego en ella. Lo sabía, de alguna manera sabía que el Guardián había estado allí con ella.
Un terror estúpido se apoderó de sus entrañas: miedo a lo que pudiera pensar de ella. Entonces, como iluminada por un haz de luz divina, entendió que Alexander hacía mucho tiempo que sabía de sus sentimientos por Robert y posiblemente los de éste hacia ella. Demasiado astuto para ser bueno. Te sacaran los ojos; pensó inconscientemente. Y sin embargo… lo encontraba aquel gesto severo y malvado de su postura tan hipnótico y elegante que le daba un vuelco el corazón.
-¿Qué tramas? –le espetó con una valentía que desconocía tener.
La línea recta de su boca se deformó en una sonrisa. -¿Yo? –preguntó divertido, esquivando la pregunta.
-Sí… -la voz se le volvió trémula-. ¿Ha-as venido… por algo? ¿Aquí? –él se encogió de hombros distraídamente; se aburría con rapidez de las personas, ella no era una excepción.- Es tarde, supuse que estarías en tu cama, durmiendo –repitió sus palabras lo que pareció divertirlo aún más. Te sacaran los ojos y jugaran con ellos.
-No duermo mucho –contestó. De repente estaba a su lado, a veces olvidaba que ahora él era más alto que ella, y la obligó a estirar el cuello para mirarlo a la cara. En el lado derecho destacaba la negra cicatriz, rodeada de la telaraña de venas que le dejó su padre. Y en la izquierda presentaba el ojo amoratado y la ceja con puntos cuya aparición Lena desconocía; dos puñetazos seguidos de Nicole. Pero a través de aquello seguía viéndose su belleza digna de camafeo. Alexander parecía estar siempre metido en tinglados y problemas, igual que parecía saber  siempre todo lo que ocurría. La costumbre lo hacía moverse por aquellos abruptos terrenos con comodidad, lo cual fascinaba a Lena. A ella cualquier pequeño problema la paralizaba sin saber qué hacer, como las ovejas que usan para que los lobos se las coman mientras las demás huyen; envidiaba que Alexander lo controlara todo tan bien, hasta el último detalle.
-¿Por qué? –el aliento de ella cayó sobre el cuello de Alexander.
-¿Tú qué crees?
-N-no sé.
La indiferencia volvió a apoderarse de sus ojos. Dio media vuelta. Se iba. Ya se había vuelto a aburrir de ella. La hacia sentir siempre tan prescindible… La angustia le creció, tenía que hacer algo para que volviera a regalarle su atención.
-¡A-alexander!
La miró por encima del hombro. -¿Sí?
Pero no tenía nada que decirle, ella no tenía nada interesante que darle. Sólo su desesperación: -No te vayas.
-No me iba –la contestación fue automática, sin ni siquiera pensarla. Lena aspiró tanto aire de golpe que por poco no se asfixió con él-. Estaba esperando a que me dijeras algo.
-¿Algo?
Asintió. –Ajám.
-¿Algo como qué?
-Pues las tonterías y sandeces que se suelen decir en momentos como estos, claro está.
Lena estaba completamente en blanco, perdida. Por las cejas de Alec fue obvio que la consideraba estúpida por no ver algo que para él era tan simple, y ni si quiera se molestó en ocultárselo. Pero entonces suspiró quedamente, como si se dijera así mismo “qué se le va a hacer, una idiota más”.
-Tú no ves muchas telenovelas, ¿verdad?
Lena negó. Ella no tenía tiempo para aquellas cosas; ella no tenía habilidad natural y si no practicaba diariamente con el arco... realmente no sería útil para nadie.
Alec frunció el ceño, fulminándola. No quería explicárselo, fue evidente. –¿Prefieres las clases prácticas o teóricas?
Pensó en su arco y en las lecciones de violín: -Prácticas.
Alec asintió.
Tomó la cara de Lena con la mano izquierda, la derecha tiró de las trabillas de sus vaqueros y luego se deslizó al final de su espalda, pegando sus caderas a las de él. Cuando la arquera quiso darse cuenta, una boca ajena se deslizaba en la suya. La impresión la paralizó suficiente tiempo como para que él se apoderara de su cuerpo, sosteniéndola y manejándola como un títere con cuerdas. Lena se sintió lo más estúpido de la creación sin saber cómo moverse y reaccionar cuando él le acarició placenteramente los labios con sus colmillos.
Cuando Alec se alejó, ella estaba jadeante, temblorosa y ojiplática.
-¿Suficiente explicación? –murmuró su tórrido alieno contra la mejilla de Lena, obligándola a cerrar los ojos y agarrarse a su jersey para no caer.
-Voy a ir al Infierno.
Alec soltó una sentida carcajada.
-Ya somos dos.

sábado, 13 de octubre de 2012

ESPECIAL; 2ª parte


-Necesito pensar muchas cosas… -la respiración se les aceleró, las palabras les costaban. Era como si le aguijonearan la garganta- Ahora mismo nos has hecho mucho daño, y si no me voy empezaré a golpearte y no sé si podré parar –admitió cabizbaja. La ira y las lágrimas eran difíciles de contener, en especial con Flor avivándolas por momento. Alec esperó unos segundos más y las soltó. Nicole sintió otra patada en el pecho; le hubiera gustado que no las dejara ir, que las hubiera retenido allí junto a él.
Alejarse les dolía por las dos partes, lo hiciera él o ella, se percató mientras iba dejando a Alec a sus espalda y entraba en el edificio. Pero era demasiado orgullosa como para admitirlo, de modo que dio media vuelta y desapareció de allí.
Se mantuvieron calladas mientras subían las escaleras y pasaban saludando a los pocos Guardianes que conocían.
Hasta que Flor se hartó de que la ignorara y estalló: <No. No lo haré>; Flor empujó mentalmente y encolerizada a Nicole, intentando devorar la existencia de Nicole y adueñarse de poder. <¡No renunciaré a él! Ella no lo merece, no lo ama tanto como nosotras.> ¿Cómo sabes que no? <Porque lo sé, nadie puede querer más que lo que sentimos nosotras, porque nosotras lo queremos por dos>; a veces las resoluciones de Flor a cuestiones enrevesadas resultaban tan simplistas que daban ganas de abofetearla. Nicole suspiró mentalmente mientras Flor seguía hablando: <Que esa mamífera unióptica se quede con el idiota de Robert; ¿no dices tú que es guapo?> Sí, sí que lo es. Robert era un galán, uno de esos príncipes con los que casi todas las niñas sueñan de pequeñas, mientras que Alec se movía cómodo en su papel de mercenario sin escrúpulos y no parecía aspirar a más.
<Pues más que suficiente y que no se queje>; sentenció, aún muy altanera. <Aunque no sé por qué creéis que Robert es tan perfecto, no sé parece a Alec y Alec es perfecto>; de nuevo, pecaba de simplista.
Hasta que entró en el cuerpo de Nicole, Flor nunca había sentido interés alguno en los sentimientos ni en ningún tipo de “polinización”, como ella aún lo denominaba, pero sin embargo había estado enamorada de Alec prácticamente desde que lo conoció al natural. Lo suyo había sido un flechazo a primera vista que había desbaratado todos sus esquemas, condenándolas a la lujuria enfermiza. En unos pocos días había decidido lo que a Nicole le costó meses en reconocer: quería a Alexander para ella. Un primer amor que vivía como si fuera a ser el último. <De belleza mamífera no entiendo más de lo que me dicen tus filtros, pero cuando miro a Alec siento deseos de juntar labios y polinizar a lo mamífero, Y cuando veo a cualquier otro no siento nada. Sólo con él soy feliz, así que estaré por siempre con él>; le explicó Flor, Nicole no podía negarle que deseara lo mismo. <¡¿Si tú lo sientes también por qué sigues tan empeñada en hacer ESO?!>
Porque es lo mejor; Nicole seguí gris y apagada, por primera vez inmune por los coletazos de cólera del espíritu.
<¿Para quién?>
Para Alec.
<Eso no lo sabes. Alec es nuestro.>
Flor, no, no lo es; la voz de Nicole se hizo más fuerte y su presencia más notable, reduciendo el espacio de Flor considerablemente; cuando la periodista se imponía, se imponía de veras. Y ya me estoy hartando de darle vueltas a este tema, ya lo he decidido. Si en el fondo Alec quiere estar con Lena… tenemos que quitarnos de en medio. Y si nos prefiere a nosotras es suficientemente listo para no ir con Lena aunque hagamos eso.
Flor se mantuvo callada y abandonada en un rincón oscuro de la mente que compartían, trémula. Nicole se sintió culpable en cuanto se percató de lo que le ocurría: Tienes miedo porque crees que no nos preferirá.
<Te odiaré si es así.>
Frenó ante la sala de música. Y aunque sabía lo iba a hacer de todas formas: Yo también me odiaré…

***

El viento movía las ramas de los árboles pelados como garras que intentaban arañar la terraza de la sala de música, solitaria a aquellas horas vespertinas. A excepción de una persona. Lena se levantó de su asiento frente al piano y fue hasta la ventana, donde abrió la puerta de cristal para que el viento se colora dentro.
-Lena.
La Guardiana se giró hacia la llamada y en el acto empalideció descolgándosele la mandíbula; había estado tan inmersa en sus pensamientos que ni siquiera había sentido la presencia de quién se le acercaba. -¡Ni-nicole! –torpemente volvió a cerrar la puerta al ver que la rubia se le acercaba. Ésta la intimidaba, era obvio. La Cucaracha sonrió al percatarse, cuando Flor se puso brabucona sobre el asunto, y es que Lena no solía hablar lo suficiente para que se apreciara. De hecho, nunca se hablaban, ni siquiera se cruzaban de modo que tuvieran una excusa para saludarse. Que ahora Nicole se dirigiera derecha hacia ella era sospechoso. Que Nicole y Flor se fueran sin iniciar una pelea decía mucho sobre lo inesperado que estaba sucediendo todo. Quizás que no se hubiera desahogado en su momento desencadenara en algo peor; tales desarrollos inquietaban la mente de Alexander.
-¿Qué tal estás, Lena? ¿Bien? –intentó volver a sonreír con amabilidad, pretendiendo transmitirle la situación de calma, aunque a regañadientes. Pero la sonrisa fue más bien pesarosa y aquello sólo sirvió para desencajar más a la Guardiana. Arrugó la nariz respingona al percatarse de que estaba poniendo una mueca. Nicole y Flor en realidad estaban heridas y muy cabreadas, no tenía sentido que se molestara en ser amable con una de las partes culpables de su ira.
-Bien, estoy bien. ¿Qué ocurre…? ¿Rob me llama?
-No, no vengo por Robert.
-¿Albert?
-Tampoco.
-¿Gin? –recibió otra negativa. -¿¿Alexander….?? –se atrevió a murmurar casi como una súplica. La cucaracha negó con la cabeza y la Guardiana suspiró de alivio.
-Yo soy la única que quiere hablar contigo –ella, Nicole, Flor tampoco quería y se lo había estado dejando muy claro todo el camino hasta allí.
-¿Cómo…?
La Cucaracha miró al suelo y se frotó los nudillos vendados, trayendo consigo el silencio hasta que al final habló: -¿Alec te gusta, le quieres, sí?
Lena retrocedió de repente chocando con el cristal. -¿¡Q-qué!?
-Lamento la indiscreción. Cierto, he sido demasiado directa… -sonrió mirándola a los ojos, pero lo que los suyos transmitían era una ira demasiado reciente y sólo lo empeoró-. Flor y yo necesitamos que nos respondas esa pregunta, por favor. –la máscara de simpatía estaba a punto de rompérsele, no iba a aguantar mucho más.
-¡Eso… yo no… esto es demasiado…! –casi lloriqueó.
-Para nosotras es importante –alzó la voz y la barbilla, con valentía, soltando las manos para que cayeran a ambos lados de sus caderas convertidas en puños-. Lena, he venido esta noche para dejar las cosas claras –sonó autoritaria-. Nosotras queremos a Alec y tú estás en medio.

***

Lena estaba sin palabras. Y no era para menos. No era recomendable iniciar aquella conversación precisamente aquella noche y con la (estúpida e inconveniente, como él la veía) declaración de Alec tan reciente en el aire. Era forzar demasiado las cosas, las emociones la habían hecho actuar sin pensar y eso era muy peligroso. ¡Demasiado!
Nicole apartó la mirada de ella. Su serenidad destacaba junto a la Guardiana. Se la vio imponente y deslumbrante cuando sus rizos botaron con el movimiento e imitaron el brillo del oro con las luces de la habitación, incluso su piel había empezado a adoptar un cierto brillo como de purpurina muy fina. Casi como la deidad que en un día fue Flor.
Rió-. Pero tú también le amas, ¿no es así? He venido hasta aquí para decirte que… Sé que aunque no te muevas, no hagas nada, vas a seguir estando ahí, entre nosotras y Alec. Lo hemos intentado y no podemos sortearte… Y no quiero empezar una guerra. Me retiraré.
Lena abrió el ojo. Vocalizó unas palabras sin voz.
La Cucaracha asintió una sola vez, para reafirmarse a sí misma, no porque hubiera entendido lo que Lena murmuraba. Pero tenía sus condiciones: –Pero sólo si eres capaz de reaccionar. Si esta noche demuestras valor para hacer algo por él, por estar juntos… Sencillamente ir con él y decirle que de verdad lo quieres, lo que sea… yo me retiraré. No es un trato, si no un ultimátum. De lo contrario estoy segura que seguirías como una piedra, atada a todos sin dejarnos avanzar ni retroceder. Pero si no haces nada ahora –la miró con fiereza- sabré que tampoco serías capaz de ayudarlo cuando llegue lo peor. ¿Qué opinas? Di algo… -suspiró.
-Pero… -Nicole alzó la cabeza rápidamente, fue obvio que había renunciado a una respuesta por parte de la Guardiana. Lena la miraba fijamente, buscando algún síntoma delatador, como por ejemplo una cámara oculta- ¿por qué tú… haces esto? Acabas de decir…
-¿Que por qué renuncio? –los ojos se le oscurecieron-. No soportaré más dolor y dudo mucho que a Alec le agradara nuestra batalla por él –conocía demasiado bien a Alec en ése sentido, y sabía que las odiaría a todas si lo metían en mitad del fuego cruzado-. Que al menos así alguien sea feliz. -Y si ese alguien es Alec… podía darse por satisfecha, ¿o no? Pero sabía demasiado bien la respuesta.- Es lo mejor –empezó a girarse hacia la salida. Pero no fácil. Quería desmentir todo lo dicho, volver corriendo en busca de Alexander y… y… sencillamente descontrolarse y estar con él. Con una última sonrisa, queriendo contener el dolor en su pecho:- Sólo una última cosa: yo estoy dispuesta a facilitar las cosas, pero Flor es incluso más tozuda que yo.

***

Alec la observó salir y la siguió en silencio. -¿Va en serio?
Ella apenas se sorprendió de encontrarlo entre las sombras, tras de ella. Tampoco se mostró molesta: -Eso pretendo.
Le importé lo suficiente para seguirme.
-Creí que ibas a golpearla –hablaba en serio, cualquier cosa antes que una rendición.
-A punto estuve –la absoluta sinceridad con la que lo admitió le sacó una sonrisa. Pero esa reacción por parte del híbrido, por alguna razón que Alec no consiguió comprender,  pareció sentarle más como una puñalada. Se debía a que le pareció demasiado hermoso, demasiado horrible y perfecto; era un delito no intentar quedarse a su lado. Esperaba que saberse sin él fuera suficiente castigo.
Permanecieron allí parados largo rato. Incómodos. Ninguno se había preparado para aquella situación.
Nicole y Flor aun querían retractarse y abrazar con fuerza a Alec, decirle que había sido una broma. Pero Nicole no podía hablar más en serio. - Alec… yo ya me he declarado, pero nunca me has dado una respuesta clara. Te lo he dicho tantas veces y tú ninguna que me empiezo a sentir como una acosadora obsesa –rió con tanta amargura que pareció un llanto.
-Es que eres una obsesa.
Ella le reprendió con un puñetazo no muy fuerte en el brazo sólo por convención. Ambos sabían que a partir del semisecuestro en que los mantenían los Guardianes, Nicole había volcado todo el empeño y dedicación, toda su obsesión, que convirtieron el trabajo en el centro de su vida hacía él.
Las miró fijamente. Estaba impresionado con ella, y en cierta manera… agradecido. Se sentía como si algo se le hubiera hinchado de aire dentro del pecho, al mismo tiempo ligero y aprisionado; era una reacción extraña. Aunque empezó a dudar en cuanto lo percibió, ¿debía realmente tomarse aquello como un favor? ¿O sencillamente era otra de sus estrategias para olvidarse de él de una vez por todas, de darle la patada después de tanto pretender unirles? No sería la primera vez que hubiera tratado sus sentimientos hacia él como una mala enfermedad; ¿era esto una nueva traición oculta en bonitas palabras? Nicole llevaba razón, Alec tenía demasiado miedo a que lo siguieran traicionando. –Si de verdad quieres hacer esto…
-Sí, necesito que sea “oficial”, al menos entre nosotros. –Necesito acabar con todas mis esperanzas futuras con una puñalada. Tomó aire y lo soltó todo seguido al hablar-: Alec, llevo mucho tiempo enamorada de ti, así como Flor. Ya lo sabes y llegados a este punto sólo me queda decir: si tú también sientes algo por nosotras… ¿querrías tener una cita conmigo?
-He de rechazar la propuesta, lo lamento –el globo de alivio se pinchó como si le hubiera clavado alfileres. Alec estaba seguro que después de esto sí que renunciarían a conseguir su amistad; sencillamente lo odiarían demasiado por rechazarlas. Y él lo sabía mejor que nadie aunque lo escondía: no quería que los buenos momentos cesaran; eran demasiado adictivos y complacientes. Pequeños destellos que conseguían distraerlo lo suficiente como para olvidar la negrura de su vida. Se reprendió el que hubiera permitido que ellas se convirtieran en algo importante para él, se había echado la cadena del miedo a perderlas encima sin ni siquiera darse cuenta. Pero no lo hizo con mucho ánimo, si no porque lo mandaba la costumbre, porque se suponía que era lo que sus leyes de supervivencia le exigían. Debía considerarlo una prueba de lo descuidado que lo había dejado la tristeza, pero seguía tan distraído que apenas se molestó.
-Claro –agachó la cabeza-. Gracias, lo necesitaba.
Mantuvieron un tenso silencio después de eso, sin saber qué más decir.
-¿Estáis bien? –las miró directamente a los ojos: aún así preferiría que nuestra relación no cambiase, me gusta así, “amigos”; murmuraban los suyos, sin atreverse a alzar la voz.
-No. Pero pregúntamelo mañana; estoy segura de que llegará el día en que no sienta dolor al verte.
Aquella respuesta no le consoló tanto como hubiera deseado; eran sólo palabras y él mejor que nadie sabía con qué facilidad se rompían las palabras e intenciones.
-¿Esto simplifica lo suficiente el cuadrilátero del que me hablaste? –una bruma ensombrecía sus ojos castaños- …Sé feliz con Lena –murmuró cuando él alzó la cabeza hacia la puerta que llevaba a la sala de música.
El siempre previsor y manipulador Alexander no esperaba este acontecimiento, no sabía cómo continuarlo. Nicole me da carta blanca; pensó. ¿Aprovecho? De repente se dio cuenta de una verdad irremediable: ya había decidido que lo ajusticiaran. ¿Qué más daba? Tenía un lapsus de tiempo hasta entonces, tiempo completamente muerto y sin utilidad. Iba a morir, eso seguro, de modo que lo que hiciera de por medio, de repente parecía tener menos peso.
Miró por el rabillo del ojo a Nicole, alta y curvilínea, los ojos chocolate y los labios rosados y carnosos. Tan hermosa y firme como dulce. Y la impetuosa y decidida Flor. Un sentimiento perverso creció y contaminó todos los pensamientos del semi-demonio. ¿Y si me aprovecho de las dos? Estar con Nicole aquella noche y más tarde reunirme con Lena, estar con las dos mientras viviera. Qué carajo, aprovechar mientras tuviera sangre en las venas. ¿Por qué no? Sabía que podría enredarlas suficiente tiempo y una vez muerto… le importaba bien poco dejar un rastro de odio como única herencia.

sábado, 6 de octubre de 2012

ESPECIAL


<<…porque estaba enamorado de ella…>>

Él seguía allí parado, en lo alto de la escalera, contemplándola con las mandíbulas bien tensas. Siempre con el rostro inmerso en sombras. Alec la miraba con eso ojos… Hundidos y oscuros como pozos de agua envenenada. Eran puro rencor; siempre lo había pensado. Una promesa de dolor, perturbados por aquel brillo de locura que le habían otorgado los años.
Lena quería irse, odiaba aquellos gestos de Alexander.
Me odia, me odia porque lo he escuchado, porque he vuelto antes de lo que debía; se dijo a sí misma. ¿Qué otra cosa podía estar pensando?
Bien podría estar maquinando cómo desmembrar su cuerpo y ella sería incapaz de preverlo; pensó con un escalofrío de terror. Ver cómo lo había hecho antes no ayudaba.
A la arquera se le fue acelerando el pulso con cada segundo que pasaba bajo el hierro de esos ojos verdes; así se sentían, como acero apretado contra la piel. Frío, contundente y peligroso, a la espera del filo.
Nadie dijo nada. Lena no tenía voz. Robert estaba demasiado inmerso en controlar su respiración. Normalmente era siempre Alec quién ponía fin a las situaciones que no le agradaban; en cualquier momento se inventaría una excusa y desaparecería. Pero en esta ocasión se mantenía quieto, al acecho de cualquier gesto como el animal salvaje que era. Ella, avivada por aquel pensamiento inconsciente, se esforzó en emular la quietud del híbrido; no le era fácil, le temblaban las manos.
Sintió que el ojo le ardía, la garganta seca. Él seguía atravesándola de aquella manera.
Se atrevió a mirar más allá del hibrido, en busca de su ayuda. Robert era siempre el salvador, el héroe, también un cazador pero consagrado a salvar a ratoncitos como ella. O eso había pensado toda su vida Lena. Pero ante la máscara horrorizada por el odio de su amigo, sintió incluso más miedo. Rob también está furioso, oh, no, ¿qué he hecho?
Dio un paso atrás sin darse realmente cuenta de ello.
Aquellos pocos segundos se le hicieron eternos.
Unos pasos subieron por las escaleras y el destello de una coleta rubia como el oro la distrajo momentáneamente. –Hola, chicos -Nicole se asomó a su lado y los contempló a los tres, en seguida entendió la tensión-. ¿Ha pasado algo?
-Nada –murmuró Alec con tono seco. De repente éste bajó las escaleras, pasó entre las dos chicas y enganchó de la muñeca a la preciosa rubia, para hacerla bajar con él: he aquí su excusa. Nicole volvió la cabeza hacia ella, como si le siguiera preguntando qué ocurría.
Lena los observó largarse y por fin respiró más fácilmente, pero con celeridad, entonces fue consciente de que había estado conteniendo el aire hasta ese momento.
-Me voy –anunció el otro hombre en lo alto de la escalera.
-¡Rob…! –lo llamó, pero ya era demasiado tarde.
-No quiero ver a nadie –fue su única respuesta antes de desaparecer en la dirección contraria.
Lena permaneció allí de pie un rato más, había olvidado por completo que buscaba a Albert. Seguía atónita e intentando procesar lo que acaba de pasar.
Ha dicho que me salvó porque me amaba. Lo ha dicho. Pero lo ha dicho en pasado, ¿referido a la acción de salvarme o de amarme?; el corazón le martilleó con más fuerza dentro del pecho. Sabía que aún perduraban los efectos del suero de la verdad en él, aunque cada vez más vagos. Una felicidad extraña le trepó desde la boca del estómago, calentándole el cuello y las mejillas. Al pasar a su lado, había visto un ligero rubor en las mejillas de Alexander que nunca creyó posible. Lo mismo lo he soñado todo.

***

Alec la arrastró hasta el solitario parquecito infantil que en los últimos días se había convertido en su rincón.
El hibrido empezó a dar vueltas, aguijoneándose los labios, tan pronto como la soltó. Estaba angustiado. Nicole y Flor habían aprendido a interpretar aquel rostro en apariencia indolente, simplemente de tanto observarlo al natural y en sus recuerdos. Siempre que Alec se detenía mucho tiempo en darle vueltas a un mismo tema, fuera grave o banal, se mordisqueaba los pálidos labios sin ser realmente consciente de ello y se ofuscaba en cuanto notaba la sangre en la lengua.
En este caso sin duda era algo grave pues apretaba los puños hasta volver los nudillos blancos y se concentraba en respirar pausado: su ritual para llamar a la tranquilidad.
La miró por el rabillo del ojo de tanto en tanto para controlar su posición; él siempre tenía que anticiparse a todo…
Flor y Nicole esperaron fingiendo paciencia. Ya conocían incluso cuándo aquellas perennemente fruncidas cejas, siempre despectivas, lo estaban por rabia, sorpresa o dolor. O que al perder los nervios, no alzaba la voz si no que se le marcaba aquel acento de su demoniaco materno. Nicole se sentía orgullosa y avergonzada a partes iguales de haber estudiado tan bien sus pequeños gestos, e intentaba ocultarlo. Ante todo temía que Alec la hubiera clasificado como una amenaza. Posiblemente ya lo hizo hace un tiempo, pues tras unos días de miradas raras pasó a una semana en que la ignoró por completo. Luego se cansó de eludirlas y había dejado que todo volviera a ser como antes. No habían necesitado de palabras para entenderse: él sabía que ellas sabían leerlo, y le daba igual, más o menos.
Pero aquella vez les estaba costando más de lo normal.
<Es por Lena y Robert que está así, ¿qué habrá pasado para que parezca tan enfermo?>; preguntó Flor desde algún hueco de su cerebro, no se sentía segura con la situación a pesar de que también ella quería ayudar. <Ayudarlo a él>; corrigió en el acto. No es enfermedad, si no culpabilidad; le aclaró Nicole. Bueno, la manera en que Alec interpreta la culpabilidad. Se está reprochando algo. Rememoraron la conversación que habían mantenido con Alec sobre Rob y Lena. Sintió nauseas que le volvieron el cuerpo y la respiración pesada. ¿Es eso…?
<Esa maldita Guardiana…>; sintió cómo Flor se alteraba, dando golpes de frustración. El espíritu odiaba a la arquera más incluso que ella, pues era celosa y muy posesiva; odiaba a cualquiera que se acercara a Alec más de un metro. Incluso aún le guardaba cierto rencor a Nicole a pesar de su amistad. Nicole hizo lo que pudo por ignorar la reacción de Flor, ya estaba acostumbrada a tener que soportarla. Lo único que podría hacer que el sicario se reprendiera es que hubiera cometido un descuido. Y eso, en Alec, significaba que había mostrado demasiado sobre cómo era de verdad. El temor se hizo más fuerte, la reacción de Flor más furibunda. Las teorías que se les planteaban eran cada vez peores.
Nicole permaneció sentada en el columpio con la misma pregunta de antes formulada en la cara: ¿Qué es lo que ha ocurrido? Sabía que Alec se lo diría, pero necesitaba tiempo y espacio. Presionar a Alexander era inútil.
Él dejó de dar vueltas y la miró directamente. Se laceró los labios una última vez antes de hablar. Pero sin embargo abrió y cerró la boca con un suspiró, frotándose las sienes. No quería decírselo porque no las quería en su contra.
-No es nada –impostó esa brillante sonrisa avergonzada con la que siempre engatusaba a los desconocidos. Pero Flor y Nicole no eran unas desconocidas; justo lo que más temía Alec: que alguien conociera de antemano sus trucos.
Nicole se aferró al columpio con fuerza para reprimir el impulso de ir hasta él. Cada vez que me acerco sólo consigo que él esté más lejos, sólo serviría para que se revuelva, hiriente, y huya; se recordó, frustrante pero cierto. Aquello era lo peor de Alec, lo que más odiaba y se le hacía más imposible: mantener la distancia cada vez que la embargaban aquellos sentimientos de ambas. Aunque también se planteaba si quizá sería esa una de las cosas que hacían que Alec les gustara tanto, que quisieran salvarlo.
Alexander es como una de esas muñequitas de porcelana; pensó de repente. Se ven hermosas y distantes, y también parecían duras cuando las tocabas, pero por dentro estaban tan huecas que se rompían con los golpes de la vida. Eso era su Alexander, le explicó el símil a Flor, una muñeca a la que habían roto de tantas veces por jugar con él, que ya ni siquiera sabía cómo recomponer sus trozos. Creo que ya ni recuerda cómo era el diseño original.
Y el primero que debió de jugar con Alec fue Albert; cada vez que veía la ira en los ojos del mercenario le quedaban menos dudas. Gracias a los trucos que Alec le enseñó y el punto de vista distanciado por la época y narcisismo de Flor, ahora era capaz de juzgar muy bien a las personas; ella misma se daba cuenta de que empezaba a anticiparse a las reacciones de los demás. Por eso mismo debía admitir que Albert, aunque fuera alguien de admirable coraje y dedicación además de su amigo, también era un hombre incapaz de atender las cosas si no eran de una en una: trabajo, familia, felicidad o amistad; nunca más de una a la vez. Albert hubiera sido un jardinero horrible; se esforzaba mucho en una parcela y olvidaba las demás por completo, creyendo que aquellos cuidados aguantarían hasta que repasara el resto de sus obligaciones, pero no era cierto: se necesitaban cuidados constantes para que no se marchitaran. La suerte había querido que su vida las entremezclara, de lo contrario posiblemente ya no le quedara ninguna. Pero un hijo bastardo no estaba dentro de su trabajo, ni estrictamente de la familia y no era necesario que de la amistad. Albert debió de estar dando a aquel niño migajas de atención durante muchos años, creyendo que era bastante y sólo consiguiendo el rencor de Alec. Ahora se centraba en recuperar el aprecio de éste y estaba condenando su trabajo en la Orden, su matrimonio, a los hijos y amigos. Pobre idiota; pensó con auténtica compasión por el Guardián.
Y la segunda que debió lanzarlo desde un balcón fue Lena. Y por último Dande lo volvió loco.
Incluso las venas negras de veneno bajo la piel daban esa misma impresión resquebrajada.
La apariencia de Alec era difícil de clasificar, en parte por su evidente mestizaje, pero sobretodo en la edad. A veces se veía como alguien mayor de 25 y otras a penas un chiquillo de 15; y no mentía, a casi todos los que había preguntado tenían la misma impresión. Tenía el ímpetu y la energía de la juventud, pero la mirada y los hombros pesados y tristes de demasiados años observando y cargando. Y tras su boda parecía haber envejecido otros diez, apagado y macilento parecía haberse quedado sin energía salvo en los escasos relampagueos de su risa atragantada.
Volvió a mirarlo y pudo imaginarse a la perfección a aquel niño triste y solo al que le entregaron los pedazos de su vida para que por el mismo se las apañara. Alexander era fuerte y decidido, había sabido seguir tirando hacia delante, pero estaba claro que no había superado ninguno de los baches.
 Dijo algo para animarlo, ambos olvidarían enseguida las palabras exactas, pero no que le hicieron sonreír, sonreír de verdad.
Nicole adoraba esa risa; aunque sabía que no lo era, la encontraba hermosa. Al contrario de las cantarinas y siempre perfectas sonrisas que usaba con el público, aquella parecía partirle las costillas, le hacía temblar los hombros y que quedara sin aire; en seguida entendió que él la odiaba pues hacía cuanto podía para controlarla pese al suero. Sonaba como si en realidad no supiera reír, lo que les encogía el corazón y hacía que ellas quisieran que riera más.
Alec las miró con fijeza tras responder a su comentario banal. Aunque seguía sintiendo un escalofrío en la columna y la piel de gallina, ya no las aterraban aquellos ojos inquisidores; de hecho Nicole volvió a pensar que parecía alguien mayor de 30. Alec creía que ellas le tenían pena, y por eso las odiaba a veces, eso era todo.
Volvió aquel brillo de anhelo en su mirada y en el acto, como siempre, apartó la cabeza con brusquedad y un reproche escrito en el ceño.
En realidad él no quiere estar solo, pero cree que así se protege de que lo rompan más. Y también que ya está acostumbrado, pero eso es algo a lo que nunca te acostumbras del todo. <No, no se puede>; murmuró Flor con amargura desde las memorias de sus 200 de 300 años bajo cautiverio.
Esta vez no pudo evitarlo. Se puso en pie, fue hasta él y le rodeo la cintura con los brazos. Alec se tensó e hizo un ademán de apartarla, reprimido en el último momento. Se apretó contra la barandilla en un intento inconsciente de alejarse. Pero siguió sin empujarla.
Nicole se recriminó la osadía; después de aquello Alec volvería a alejarse. Mientras, Flor festejaba, increpándola para que memorizara la forma de sus definidos y compactos músculos. Emociones tan contrarias la turbaban.
Las manos de Alec revolotearon un rato, sin saber qué hacer. Pero finalmente las dejó caer a ambos lados de sus costados. Con un suspiro que les puso la piel del cuello de gallina, apoyó la frente en su hombro.
Aquello asustó a Nicole más que si hubiera colocado un cuchillo bajo su garganta. Dios, está peor de lo que creímos, se ha rendido completamente ante todo.
<¿No dice ningún chiste malvado? Quiero al de siempre>; la preocupación también caló al final en Flor.
–Odio los cuadriláteros -empezó con voz muy baja-. ¿Sabes por qué en las series siempre se forman triángulos amorosos? Porque son sólidos: cuando no estás con uno estás con el otro sea pelea o en plan romanticón; siempre hay contacto que contar y lo de afuera importa poco. Pero los cuadriláteros son demasiado complicados y en seguida se dejan deformar porque tienes que estar pendiente de demasiados factores... ¿Recordáis… que queríais que resolviera la situación?
-Sí… -<No, no, no. ¡No!> Chs, compórtate. <¡Oblígame!>
-Lena escuchó cómo decía que estaba enamorado de ella.
Sintió una patada en pleno esternón. –Oh… Eso lo simplifica mucho…
Flor fue la primera en salir del shock y exigir el cumplimiento de sus deseos de herir a Alec para que se sintiera mil veces peor que ellas. Nicole no le reprochó nada, ella también quería; ya le curarían los golpes con mimos después. Aunque, no se explicaba cómo, controló a ambas.
Alec sabía que decírselo a ellas no era recomendable y las evaluaba en completa tensión, a la espera de la reacción violenta que correspondía a aquella puñalada. Eran las únicas amigas que tenía allí, después de todo.
Nicole dio un paso atrás, soltándolo lentamente. No quería mirarlo a la cara, suponía demasiado dolor.
-Aún sientes algo –el silencio de Alec fue más significativo que cualquier palabra. Sintió una presión en la cabeza como si le fuera a explotar con el continuo chillido de rabia de Flor. Tampoco podía culparla-. Debería felicitaros por vuestro futuro compromiso –no pudo eliminar el cierto retintín de su voz. Sabía que aquello podía pasar, que era muy probable, pero en el fondo se había convencido, a sabiendas de que no debía, de que no ocurriría. Las esperanzas las habían traicionado.
La rabia las traicionó entonces. Intentó golpearlo en la cara, pero Alec le atrapó el puño y se lo sujetó como un grillete.
Alec torció la boca. Las miraba como si sopesara algo más que su estado anímico ante la noticia.
-Déjame –pero él no lo hizo-. Suelta. –intentó tirar del brazo que le sujetaba pero Alec le apretó cuidadosamente sus dedos quemados. Los dedos que me quemé por él; pensó con rencor. Nicole levantó la mirada, las miraba con el ceño fruncido e interrogativo, quizá hasta preocupado. Somos sus únicas aliadas por lo que sabemos…
No le cabían dudas, lo amaba, demasiado quizás.
Aún no está todo perdido; mandó callar mentalmente a Flor. Sí, ahora Lena lo sabe, pero sigue siendo igual de paradita que antes. Y Alec lo dijo por un descuido, no estrictamente porque quisiera que ella lo supiera. Él prefiere seguir solo aunque se le brindara la oportunidad simplemente porque opina que sería una debilidad por su parte. Los dos son de los que huyen con la intención de no encontrarse, de modo que si él decide no hacer nada más, que es lo más probable… Flor escuchaba atenta, con un ligero resquemor como recordatorio de que no podían caer de nuevo en la trampa de los probables.
Alec no haría nada. Desde el principio había ido huyendo de las relaciones de afecto; con ellas había cedido únicamente por la persistencia de estas.
Aunque en el fondo lo que queríamos es que se abriera con alguien y fuera feliz; se dio cuenta demasiado tarde. Alec era un hombre con unas heridas tan profundas que ya no creía en la bondad. En un principio ni siquiera aceptaba su generosidad. Era una forma de vida demasiado gélida. Lo único que ellas querían era ofrecerle un poco de calor, hacerle saber que no todo en el mundo pretendía hacerle daño. Que algunas personas eran de fiar. Y que aun se podía tener sueños y esperanzas, y ser feliz.
<Sí, pero con nosotras.> Eso es egoísta. <¿Y? ¿Acaso tú no lo eres?> Sí que lo era, prefería a un Alec triste a su lado. Y sin embargo dijo: Él quiere a Lena. <Es como tú dice: Lena es idiota, no hará nada.> Ya, pero Alec tampoco; resopló mentalmente. <Perfecto entonces, nosotras haremos y Alec se quedara a nuestro lado>; Flor se jactó de la genialidad de la idea. Pero Nicole no deseaba que lo hiciera por desgana. <Alec tiene razón, te pierde el orgullo>; le recriminó Flor. <Quedémonos con él, da igual cómo.> ¡Pues a mí me importa! Si es falso sería como no tener nada y al final nos sentiríamos vacías y tan frustradas como ahora. <¿No crees que pueda ser feliz con nosotras?> No estoy segura; admitió con rabia.
Había otra opción.