viernes, 21 de septiembre de 2012

#6; 2ª parte: ajustar cuentas pendientes


Me balanceé de un lado a otro del columpio con la mirada perdida en los árboles más allá de las vallas. Aquella Academia daba cabida a Guardianes de todas las edades, y sus instalaciones habían sido construidas en torno a ello: tenía arenero, columpios, balancines… Recordé que en mi orfanato no había nada de aquello, pero aparté la idea de malas maneras.
-Alec, creo que si me consigues una chaqueta de cuero bueno podría borrar que me robaras los trajes del trabajo.
Levanté la mirada hacia la Cucaracha, sentada distendidamente sobre el columpio a mi lado. Sobre el regazo llevaba la tabla atestada de palabras y tachones: el resumen de nuestra relación. Se concentraba en encontrar aquellas cosas que se compensaran entre sí con auténtico empeño. Sabía que por fácil que así pareciera el sistema, a ella no se lo era tanto y el resquemor de las heridas nunca le desaparecería del todo. Pero se esforzaría para mantenerlo controlado. De modo que yo la dejaba hacer y hasta colaboraba, aunque sabía que pronto no estaría (mejorar nuestra relación a largo plazo era una gran pérdida de tiempo). Pero tampoco quería informarla de aquel detalle (la tristeza la volvería demasiado cansina).
 -Los di a la beneficencia, ¿eso no cuenta? ¿Y no prefieres unos trajes nuevos?
-¿Trajes? ¿Para qué los quiero pudiendo tener una buena chaqueta de motorista?
-Tienes razón, la chaqueta impresiona más en las reuniones de trabajo.
Los dos reímos distraídamente.
Disfruté de la humedad olorosa de los robles y la calma del momento. Lo nuestro nos había costado conseguirla, pues era difícil que nuestras personalidades no chocaran, y es que ante los roces actuábamos de manera similar: poniéndonos a la defensiva y atacando los puntos flacos del otro. Pero habíamos descubierto que, aunque el odio no desaparecía, este era un odio relajado (no nos importaba lo que pasara entre nosotros porque estábamos acostumbrados y después de todo lo ocurrido, difícilmente iba a empeorar). Aunque por malos motivos, nuestro vínculo era bastante estable y eso daba seguridad, lo que empezaba a hacerse extrañamente agradable. No hacía falta ser cuidadoso en mantener una farsa social. No sé cómo explicarlo, pero conocer tan bien los defectos del otro hacía que no nos preocupábamos lo más mínimo por cagarla o ser desagradable, ya lo habíamos hecho hasta la saciedad…
-¿Te enteraste de lo ocurrido con Gigi? Han tenido que inyectarle calmantes, pobre chico.
-Ah, sí, sé lo de la visión (interrumpió una discusión que tenía con Albert para empezar a gritarla).
La Cucaracha levantó la cabeza hacia mí, en sus ojos resplandeció el brillo metálico de Flor. -¿Discutiendo? –Asentí. Ella guardó silencio unos instantes, buscando las palabras con las que formar sus preguntas, casi podía ver los engranajes de su cerebro moverse-. No sé por qué odias tanto a Albert; es un tipo agradable, protector… y es obvio que se desvive por intentar ayudarte. Creo que de verdad le importas. Y está intento hacer las paces contigo, tal vez deberías darle una oportunidad. Piénsatelo, podría gustarte lo que obtengas.
-Humm.
-Os conocíais de antes, ¿verdad?
-Sí.
-¿Desde cuándo? Siento curiosidad.
Dejé la mirada perdida en un grupo de Guardianes que jugaban al baloncesto.
-Mi primer recuerdo de él es de cuando tenía seis años.
La sorpresa hizo resplandecer de nuevo sus ojos, y esta vez, también el pelo en un rápido relámpago. Se quedó muda, analizando mi perfil serio y distraído, mi barbilla marcada, la boca seria, mi mirada distante y el pelo lacio y sin brillo por la mala alimentación. Una densa preocupación le deformó el rostro. Lo sospechaba.
Le lancé una mirada de soslayo como advertencia; no más preguntas sobre este tema.
Nicole agachó la cabeza hacia la libreta y pasó un par de páginas.
-Tampoco tienes intención de hacer las paces con Lena.
-Tampoco.
La Cucaracha suspiró quedamente, aunque la sonrisa dulce no desapareció de su rostro. Siempre que me miraba, sus ojos resplandecían levemente de aquella forma inhumana y parecían volverse más suaves y soñadores de lo que jamás los había visto. Siempre. Lo cual me ponía nervioso.
-Yo creo que Rob y ella estuvieron liados –enlazó el tema sin darse cuenta, como se había convertido nuestra costumbre.
-Pensaba lo mismo, pero nunca llegaron a nada (Lena es virgen y me dijo que nunca antes la habían besado; me da que es cierto).
-Lo mismo fueron demasiado paraditos para llegar a declararse –se encogió de hombros-. Aunque no entiendo el porqué si Rob es siempre muy seguro de sí mismo y echado para adelante, incluso temerario. A Rob le gusta ella, casi seguro, la mira muy raro cuando ella está entrenando.
-¿Raro?
-Me ignora, como si no existiera, y eso que normalmente intenta lucirse y pavonearse delante de mí.
-Hum. Yo pensaba lo mismo de Lena, cuando entré en la Orden era así siempre. ¿Por qué sacas el tema?
-Creo que Robert me va a pedir matrimonio. Antes lo hacía sutilmente y me sentía muy alagada, pero desde lo que ocurrió contigo en los laboratorios… se le nota forzado en todo. Eso hizo que me fijara. Está preocupado por si tú eres un contrincante para conseguir a Lena –hizo un amago de sonrisa sin diversión alzando las cejas en un gesto desesperado.
La miré fijamente. -¿Y qué le dirás?
-¿Tú qué crees? –espetó, ofendida por mi simple momento de duda.
-Que eres demasiado orgullosa como para aceptar ser la esposa de alguien enamorado de otra, te largarías antes de resignarte a segundo plato.
-Pues eso. –Volvió a alzar la mirada sobre el borde de sus gruesas lentes, y rezongó, como exasperada, lo siguiente-: Aunque Flor insiste en que te diga que contigo haría una excepción –volvió a torcer la boca en una mueca.
Me reí inclinándome hacia atrás para contemplar las nubes pasar. -¿Gracias?
-También dice que deberías hablar con Lena para así darte cuenta de que ella no te gusta, si no que estás locamente enamorado de nosotras, o al menos de ella.
-¿Y si no fuera así? -La Cucaracha se mantuvo en silencio. Volví a mirarla, estaba demasiado seria. -Se me hace raro que no intentes preguntar más –admití quedamente-. Lo normal sería que intentaras aprovechar al máximo que tenga la lengua tan suelta.
-No quiero que por ponerte incómodo te alejes de mí.  Y no quiero tener que saberlo… porque, porque así no tendré que elegir entre hundir mi orgullo o hundirme yo, pues puede que no esté dispuesta a desistir aunque eso me convierta en tu segundo plato. Odio tener que tragarme mis palabras, lo sabes. –Suspiró intentando que no se le escuchara- Y ya sé que no puedo posponerlo para siempre pero es que aún no sé cómo reaccionaré. –miró fijamente la libreta mientras yo la estudiaba. Nicole estaba apagada, aquellos temas la entristecían y la hacían sentir impotente-. A ella le gustas.
-¿Más de lo que le gusta Robert?
-Eso ya no estoy segura, ni aunque intentáramos ser imparciales Flor y yo.
-No os gusta Lena –sentencié algo que ya conocía desde hacía muchísimo tiempo.
-No –ni siquiera sé inmutó al contestar. Empezó a juguetear con los bordes de los márgenes-. Aunque suene fuerte, opino que es una cobardica, insulsa, sin amor propio y sin personalidad. Es demasiado dependiente para si quiera darse cuenta de lo que de verdad desea.
-¿Yo?
-Puede. Aunque supongo que algo bueno tendrá –se encogió de hombros-. No me gusta este tema.
-De acuerdo, no lo sacaré más.
-Oh, qué gentil –se burló-. ¿No será que al que no le gusta el tema es a ti?
-Puede.
-¿Cuánto más lo pospondrás tú? Albert, Lena… todo.
-Tanto como me sea posible.
Ella sonrió.
-Podría tachar muchas cosas si decidieras ponerle fin a este suplicio. Piénsatelo. Aunque si la solución es acabar en brazos de otra, quizá mejor si nos das tiempo para hacerte cambiar de opinión.

***
El nuevo despacho de Albert en la Academia era agradable: una habitación semicircular, más alta que ancha, hecha en su totalidad de madera de nogal, desde la puerta en la pared recta hasta las estanterías pasando por el escritorio y el mueble bar. También paredes y suelo. Me sentía como metido dentro de un árbol, cual ardilla aristocrática (feel like a squirrel sir). Y las butacas de cuero eran sin duda confortables; sentencié allí despatarrado, con las piernas colgando por un reposabrazos.
Me gustaba esconderme allí cuando Albert estaba fuera, durante los lapsus de tiempo que me dejaban mis nuevas ocupaciones entre el comienzo y final de cada una (como sabían que me llevaba mal con él, nadie me buscaba aquí). Era el único sitio donde podía quedarme leyendo o viendo telenovelas (gracias a las cuales estoy sufriendo una terrible adicción que me llevará por el camino de la amargura como Miren Mamor Tellechea de la Rosa no se le diga a Josefina Carmen Mª Bersabé de las Marismas que sabe lo del hijo secreto que se fue a la guerra y acabo sin memoria trabajando en la hacienda de Gabriela Chevalier) sin que ningún Guardián me viniera a buscar (¡ya estoy harto que me interrumpan en mitad de las reposiciones de “Amar en tiempos de cuernos”!); lo único que tenía que hacer era ignorar los golpes en la puerta hasta que el que llamaba se cansase, ya que nadie se atrevía a entrar sin permiso en el despacho de un alto cargo como él.
Hasta aquella mañana:
Alcé la barbilla hacia la entrada al sentir que alguien llegaba de forma acelerada y estaba ya a dos pasos. La puerta se abrió de repente sin ser precedida de ningún tipo de llamada o advertencia.
-Albert, necesitamos… -la voz de Lena se apagó como un fuego con un golpe de viento.
Rob apareció detrás.
-Fue a visitar a algún Arzobispo para que les prestara una catedral durante un par de semanas, o algo así. Preguntad a Gin (se lo oí decir a él) –informé volviendo a concentrarme en mi lectura (el capítulo de hoy ya me lo había visto y en el Discovery no ponen nada).
Lena agachó la cabeza y salió de la habitación. La sentí dirigirse por el largo pasillo hacia las enfermerías.
Rob se hizo a un lado para dejarla pasar, pero en lugar de seguirla se quedó allí de pie, contemplándola marchar. Estudié la expresión de sus ojos; algún sentimiento turbulento se movía en ellos: culpa, ¿anhelo? Se giró hacia mí rápidamente, con el odio encendido en la cara.
-¿Qué haces aquí? –me exigió, puesto que consideraba un ultraje que me colara y profanara los aposentos de su padre y jefe (es tan simple este pobre chico…).
-Perder el tiempo –pasé la página sin alterar mi voz; no me merecía interés aquel gilipollas (nunca se la merecía aunque yo se la prestase).
-No puedes estar aquí.
Chasqueé la lengua. -Según tú no puedo estar en ningún lado.
-Maldita escoria… no sé cómo lo has conseguido pero haré que te arrepientas el resto de lo que te quede de vida.
-¿Conseguir qué? –pasé la siguiente página.
Soltó una carcajada condescendiente. –Creía que tú lo sabías todo…
-Sé mucho, desde luego más que tú. Pero no todo –cerré el libro sin molestarme en marcar la página y lo devolví a su lugar en la estantería, estirando el brazo por detrás de la cabeza.
-Lo que les has hecho a todos –explicó consiguiendo que no entendiera nada-. No sé qué clase de hechizo habrás lanzado sobre ellos que no podemos descubrir, pero yo lo haré, ten por seguro que lo haré.
-Cada día eres más idiota porque cuanto más te escucho, menos sentido tiene lo que dices. Y debería ser al revés (yo que tú me preocuparía). No sé sobre qué hechizo me hablas.
Rob gruñó, tensando los hombros y remarcando las venas del cuello y la frente.
-Has hechizado a todos. Es la única explicación para que Nicole pueda defender a una escoria como tú.
-Humm, ahora lo entiendo: herí tu orgullo de machito… de nuevo –resoplé, poniéndome en pie y tomando las muletas hacia la puerta-. No he usado ningún tipo de poder sobrehumano para anular la voluntad de Nicole, Colyn, Albert... ni ninguno de tus amiguitos.
-¿Pretendes que me crea que quedó prendada de tu fascinante personalidad y talante? –me cortó el paso, atravesando la entrada con su brazo.
Lo miré a la cara; no era más que un crío con su pataleta. Me encogí de hombros. -Si te sirve de consuelo, ella nunca ha tenido buen gusto para los hombres (fíjate que llegaste a gustarle tú; más pruebas…).
Me agaché para pasar y seguí por el pasillo recto. El-que-se-hace-el-héroe vino detrás. ¿Y ahora qué?
-¡Entonces es que los manipulas! Igual que con mi padre.
Aún se percibía con fuerza la esencia de Lena al tomar aquel camino.
-Todos manipulamos; hasta las buenas acciones las hacemos en nuestro provecho para conseguir la recompensa de sentirnos “mejores” que otros. –Frené en seco y le encaré de repente, haciéndolo trastabillar-. Incluso ahora tú lo estás haciendo: atacándome por lo que supones que he hecho a tus amigos cuando lo que de verdad quieres es saber cómo pude llegar a gustarle a Lena sin que se te note. Porque yo le gustaba.
Las venas volvieron a palpitar con más fuerza. Me mantuve impasible aguardando su contestación, aunque estaba bastante clara:
-Tampoco permitiré que hieras a Lena.
Puse los ojos en blanco. –Ah, claro, tú crees que como soy una escoria demoniaca--, mis únicos planes fueron, incluso desde niño, engatusar a Lena para luego destrozarla, que de siempre lo único que quise fue hacerle daño, porque soy maaaaalooo –dramaticé.
-Exacto: tú lo único que quieres es hacerla sufrir. La matarías en cuanto pudieras. O algo peor.
Puse los ojos en blanco.
-¿Te estás oyendo, imbécil? Carece de sentido lo que dices; he de recordarte que salté a un lago helado para rescatarla. Arriesgue mi vida por ella.
Ese recordatorio lo hizo dudar, pero no fue suficiente: -Era parte de tu plan, eres lo suficientemente retorcido incluso para eso.
-Vale que sea retorcido, pero no hice semejante estupidez por eso –la furia del-que-se-hace-el-héroe empezó a contagiárseme, haciendo que alzara la voz.
-¿¡Y por qué lo hiciste!?
-¡Pues porque estaba enamorado de ella, es obvio! –alcé las manos, sentía verdaderos deseos de abofetearlo y de abofetearme a mí mismo. Pero sin embargo, el sentido común y el pánico me hicieron dar media vuelta para huir lejos de la tormenta. No debía haber dicho eso, maldito sea yo.
No di ni un solo paso. Me había quedado pálido y helado, mi único gesto: mordisquearme el labio inferior de puro nervio. No debía haber dicho eso, maldito sea yo; se empezó a repetir en mi cabeza como un disco rayado.
-Yo… había decidido volver… como Robert no venía…
Uno de los peores momentos de mi vida, sin duda. Normalmente, incluso cuando estaba en peligro de muerte, me venían planes a la cabeza. En ese momento estaba completamente bloqueado, dentro de mi cabeza empezó a escucharse de la nada el interminable tictac de un reloj informándome de que seguía allí petrificado entre los dos Guardianes.
Estaba aterrado, como una colegiala de un internado religioso a la que había atrapado sus padres y el director bajándose las bragas frente al conserje (sí, otra escena de “Amar en tiempos de cuernos”; dije que estaba enganchado).
La implicada de Lena lo ha oído. Huye, huye, ¡huye! Di algo. Lánzate por las escaleras. ¡Haz algo!

lunes, 17 de septiembre de 2012

Balance Inicial de Daños - 1

A.R.R.                            Nicole/Flor



<<#6: Ajustar cuentas pendientes>>

//A todas esas personas que, como yo, se enfrentan a un nuevo curso. Mucho ánimo, que enseguida llegan las próximas vacaciones//

-¿Qué es esto? –alcé la mirada de la telenovela mejicana en la que había caído amodorrado y fruncí el ceño ante el trozo de papel que el-que-se-hace-el-héroe sostenía a medio palmo de mi cara.
-¿El qué? ¿La foto? ¿El idiota que sostiene la foto, o séase, tú? ¿Tu actitud de prepotencia? Precisaría de más información para responder…
Rob gruñó.
-¡La foto! ¡Explícala!
Cogí el rectángulo de papel brillante. -Pues parece la foto de una cámara de seguridad, de esas que ponen a las puertas de bancos y sitios importantes para ver quién entra. Como bien pone en la esquinita de la cámara: del 15 de Abril de este año. Y esta parece Nicole, ¿no? Al menos es su pelo y ese vestido plateado yo se lo he visto. Y si esta es Nicole, esto debe ser NY, seguramente algún hotel de Manhattan.
-Es Nicole… -rezongó-. ¿Y qué está haciendo, a tu parecer? –parecía necesitar te todo su autocontrol (que no es mucho) para que la ira no lo dejara sin aire a cada palabra.
-Vaya pregunta más subnormalítica, es evidente que arrimarse a un tipo con traje en mitad de la calle a la salida de alguna gala o semejante. ¿A mí qué si se lió con otro antes de conocerte?
Me la arrancó de entre los dedos y sacó otra foto en la que se distinguía con bastante definición la cara del tipo: yo.
Mi elocuencia ante aquella prueba fue abrumadora: -Ugh.
-¡No empecéis aún, pues aquí traigo a la otra implicada! -anunció la adivina consiguiendo distraer al celoso-que-se-hace-el-héroe de sus intenciones de golpearme la cara, lo cual aproveché para saltar el sofá y escabullirme de su ángulo de ataque (pero la puerta me quedaba todavía muy lejos). C.Lence estaba arrastrando de Nicole hasta aquí, pero no venía sola. Albert iba detrás, con una mano en la espalda de la Cucaracha, como si la hubiera estado persuadiendo de que no diera media vuelta. –Bueno, ya que estamos aquí, creo que podrías explicarnos que es lo que ha sucedido, adivina.
-Eso mismo digo yo –la Cucaracha parecía contrariada y molesta, me lanzó una mirada inquisidora y yo le hice un gesto hacia el-que-se-hace-el-héroe. Cuando vio por encima las dos fotos que Rob sujetaba, su cara empalideció en el acto. Empezó a tartamudear una explicación, pero las venas de Rob intimidaban bastante (¡es que si le estalla alguna, nos va a poner perdidos!).
-¿Esas fotos son de abril? –Albert pareció sorprendido- Pero vosotros no llegasteis a la Orden hasta Junio… ¿ya os conocíais?
-Pueeeeesssssss… -empezamos a decir, cruzamos las miradas la Cucaracha y yo; ninguno sabía cómo salir del atolladero con vida.
Mierda, incluso nos habíamos puesto de acuerdo para no mencionar ese detalle precisamente por esto: POR EL LIO QUE SE IBA A MONTAR DE ENTERARSE EL-QUE-SE-HACE-EL-HÉROE. Y va la puñetera de la adivina y nos hace esta jugada, muy bonito…
-¡Siempre puede ser photoshop, suelo encargarme de salir borroso en todas las fotos!
-¿Es photoshop?
-No… -¡odio esta droga, maldito seas, Perry el Ornit… uy, perdón, maldito seas, suero de la verdad!
-De hecho, esas no son las únicas fotos –C.Lence sacó un fajo del bolsillo del abrigo-. Y sí, saliste en todas con la cara borrosa menos en esa, qué mal…
-Espero que mueras entre terribles sufrimientos… -murmuré por lo bajini.
-¿¡Más!? –exclamó Nicole, horrorizada-. ¿Cuántas?
-Las suficientes –sujetó el fajó en alto, entre todos nosotros- para contar qué fue lo que pasó aquella noche…

<<El salón Mirror era uno de los más elegantes de toda Nueva York, las altas esferas siempre estaban en disputa por el simple hecho de conseguir una reserva en él. Aquella noche las copas corrían a cuenta del ministerio de cultura y audiovisuales. La excusa: la entrega de los premios a las telecomunicaciones.
Un conocido monologuista presidía el escenario, micrófono en mano, petulante y narcisista, a sabiendas que el público invitado reiría cualquiera de sus gracias sin pararse a pensar en ellas.
Ella estaba allí, sentada en una de las mesas, intentando sonreír y conversar con sus compañeras de trabajo; las pocas amigas que tenía, si es que se las podía llamar así. Simples conocidas con las que a veces tomaba una copa. Pero se notaba que no era feliz. Ni siquiera rodeada de aquellos famosillos y ricachones, lo que muchos idiotas obsesionados con el éxito hubieran considerado como el sumun de su carrera. Idiotas como ella, quién incluso abrazaba la estatuilla con la que había sido galardonada.
Tras mucho mirarla se veía que ocultaba su tristeza bajo una máscara de maquillaje y buenas formas. Pero supongo que nadie la miraba a la cara lo suficiente para advertirlo.
Tal vez se debiera a la pelea con su novio Kevin. Él no estaba allí. Y teniendo en cuenta que él era otro de los gilipollas que sólo aspiraban a codearse con los “grandes”, sólo podía significar que éste había evitado venir por algo o alguien; es decir, para no tener que contemplar el momento en que hicieran entrega de su premio a Nicole. Ese humano no llevaba bien el éxito de su novia si éste superaba al suyo, y lo hacía con creces.
La mesa de Nicole volvió a soltar una ración de risas enlatadas para el humorista de turno, Nicole incluida. Tras lo cual, me divisó. Sus ojos casi negros se quedaron fijos hacia la zona oscura desde la que la observaba. Murmuró unas disculpas y se puso en pie. Mientras venía hacia mí su expresión se fue transformando en la viva imagen del odio.
La recibí con un saludo murmurado contra su oído.
***
El viento amortiguada nuestra discusión, avivado por el ruido de la noche neoyorquina, con sus pantallas gigantes y numeroso tráfico. Ella me había gritado, yo la había amenazado, ella me había agarrado, yo la cogí del cuello… y así no nos quedó otra que retirarnos al vestíbulo para que no nos echara ningún botones.
Me lanzó su premio a la cabeza, el cual esquivé con facilidad.
Dije algo hiriente, con mala intención, para hacerla sentir miserable. Con evidente éxito. Se puso pálida y me abofeteó. La empujé a la carretera de una patada, sus tacones no soportaron aquello y se rompieron, haciendo que quedara tendida sobre el asfalto.
Una furgoneta de repente pitó. La gente chilló. Nicole vio acercarse el vehículo a gran velocidad e intentó ponerse en pie pero la falda de su vestido se le enredaba e impedía.
Me limpié la sangre en la chaqueta de mi traje, el único que tenía, y resoplé sin ganas. La gente de la calle seguía gritando que se apartarse y que alguien llamara a emergencias, viendo lo que se avecinaba, atónitos y expectantes de puro morbo. Pero me pagaban para que no muriese de forma sonada.
La tomé del brazo, poniéndola en pie y en mitad de la línea de rayas blancas mientras el coche pasaba de largo a muy pocos centímetros de nosotros. Nicole estaba lívida y jadeante, como si hubiera visto pasar su vida ante sus ojos.
Murmuró palabras incomprensibles. Yo sonreí socarronamente una respuesta. Las lágrimas de terror y rabia asomaron de sus ojos.
Alguien gritó que la ambulancia ya venía. Así que me incliné y presioné mis labios sobre los suyos, pasando una mano por su nuca. Un simple y casto beso.
Y con las mismas me aparté, riendo otra despedida y deslizando mis dedos a lo largo de su brazo a modo de una ligera caricia, antes de que el shock del casi atropello y el pico le permitieran salir tras de mí; quería descolocarla lo suficiente para poder huir.
Y así, una vez más, me diluí entre el bullicio. Sin que nadie reparase en mí, como una sombra en la noche.>>

Cuando C.Lence enseñó todas las fotos, la Cucaracha y yo nos quedamos helados, cruzamos otra mirada sin saber qué hacer.
-¿Os conocíais de antes? –volvió a inquirir Albert. ¡Una pregunta directa, mierda, mierda!
-Sí –fue Nicole quién contestó-. Pero no es algo precisamente agradable de contar, de modo que decidimos… omitirla para vosotros… Lo sentimos mucho.
Albert arqueó una ceja no muy convencido por la respuesta: -¿Y cuál es esa historia?
-Oh, muy sencillo: me contrataron para impedir su carrera (por meter las narices en la magia y eso). Y como es evidente, que yo lo hiciera bien fue un gran problema para nuestra relación. ¡Pero eso fue hace muuucho tiempo (o al menos esa es la impresión que da con tantísimas aventuras de por medio)!
-¿Y nos lo habéis estado ocultando todo este tiempo? –el-que-se-hace-el-héroe parecía ser el más dolido con aquella información (Ni Albert ni C.Lence se caracterizan por su expresividad, la verdad).
-No queríamos complicar la situación. Ya era todo muy difícil sin nuestras propias rencillas.
-Bobo Boby, tranquilízate, morcón –lo llamé-. Está claro lo que piensas, pero nosotros nunca hemos sido pareja ni hemos pasado de un par de besos. Hasta hace poco ni nos aguantábamos, ya lo has oído.
-¿¡Un par de besos!? –miró a Nicole como si esta fuera Judas con la bolsa de monedas todavía en la mano. Estaba claro que la imagen de perfecta feminidad y éxito que Nicole tanto se esforzaba en proyectar había quedada reducida a pedazos tras esta confesión. Supuse que estaría más angustiada con ese hecho, pero por el contrario, de repente parecía aliviada de habérsela quitado. Ni siquiera dio muestras de estar ya preocupada por la ira del-que-se-hace-el-héroe.
-Sí, alguna vez –contestó con la voz firme-. Pero no creo que ese detalle sea ni tan grave ni de tu incumbencia, Robert.
-¡Claro que lo es! ¡Tú eres…! –tú eres la mujer con la que se supone que tengo que casarme y vivir felices para siempre, ¡me niego a que seas un maldito pendón que confraterniza con escorias demoniacas!
-Yo sé solucionar mis problemas sola –le recriminó altivamente-. De habértelo dicho te habrías limitado a matar a Alec, cuando eso no era necesario. Míranos, ahora somos prácticamente amigos. Vale que en aquel momento tenía muchísimas ganas de acertarle cuando le arroje aquella estatuilla, pero todo ha cambiado.
-Pues la verdad es que sí; las cosas tomaron un rumbo bastante extraño para que ahora estemos así. Parece mentira.
-La diferencia es abismal.
Los dos reímos como compinches, dejando desencajados al personal.
-¿Cómo podéis ser amigos con lo que nos estáis contando?
-Ah, pues… no sé. La verdad es que ni nosotros nos lo creemos. Supongo que las circunstancias nos obligaron a tratarnos bien y, ya, a partir de ahí se hizo más fácil.
-Qué tiempos… -la Cucaracha perdió la mirada en el pasado y lo que encontró pareció no agradarla demasiado.
-¿Pero cómo podéis hacer borrón y cuenta nueva? –“os consideraba unos rencorosos”; le faltó añadir a mi padre.
-No lo hacemos. Sencillamente estábamos ocupados con tirar para adelante –contestó la Cucaracha, cruzándose de brazos.
Tomé la única foto en la que era distinguible mi cara. –Y que lo digas… Apenas me acordaba de esto –torcí la boca en una mueca. Era una de esas cosas que sólo volvían a tu memoria si te las mencionaban.
-Yo tampoco, la verdad –la Cucaracha tenía el ceño fruncido. Su aura de repente irradiaba malestar hacia mí, lo que me puso alerta-. Y es curioso, porque me resultó una experiencia horrible; y no fue la única –me espetó de repente-. ¡Creí que moría!
-Oh, pero no lo hiciste –respondí mordazmente.
-¿Porque te pagaban por ello? –murmuró para que sólo lo oyera yo mientras me fulminó con la mirada.
-Pues claro.
Suspiró, intentando calmar su creciente alteración. -Que ya lo supiera no te exime de que fuera algo imperdonable. Ni entonces ni ahora -se inclinó más hacia mí.
Mi cara fue una interrogación. -¿Eh? Creía que ya no te importaban tanto las “cosas que pasaron”.
-Claro que me siguen importando. El problema es que no recordaba cuánto. Esto ha hecho que reviva de golpe lo mal que me hiciste sentir todas esas veces
Ya decía yo que todo iba demasiado bien con ésta...
-¿Te vas a cabrear conmigo, ahora, justo cuando por fin teníamos una relación medio  pacífica? Por mí vale, sin problemas –alcé las manos, completamente conforme. Ni me iba ni me venía mientras no me incordiara demasiado-, pero ya son ganas de echar por tierra nuestros esfuerzos de convivencia.
-Ya empiezas…
-Te recuerdo que de momento sólo puedo decir verdades –me puse quisquilloso sólo para hacerla rabiar-. Es justo de lo que estábamos hablando. Y que yo sepa, yo lo hacía por dinero y tirria, pero tú por odio y cabezonería. ¡Bien que me intentaste atropellar una vez!
-¿¡Cómo!? –exclamó nuestro público, pero nosotros los ignoramos por completo. La discusión era más interesante.
Eso fue como una bofetada, Nicole dio un respingo con expresión sorprendida. -¿Eh? Pe-pero… ¡eso no cuenta, los dos sabíamos que podrías saltar a tiempo a esa escalera de incendios! ¡No llegó a pasarte nada!
-Y a ti tampoco, nunca tuve intención de matarte. ¡Así que claro que cuenta!
-¡Pero yo esa parte no la sabía! ¿¡Tú sabes el susto que me diste!?
-¿Y el susto que me diste tú a mí? Es el mismo, los dos con vehículos motorizados implicados, intento de homicidio y todo.
-Sí, pero bien que me rompiste la luna del coche después de ponerte a salvo.
-Obvio que te la rompí, ¡INTENTASTE ARROLLARME CON EL COCHE!
-¡Era de una amiga!
-Ahí no me metas, la manera en que cuidas las pertenencias prestadas durante tus ataques de nervios no es cosa mía.
-¡Sí lo es, porque tú te vengaste del susto, pero yo no! Y eso no es justo –me atacó con el Dedo Acusador, clavándomelo a cada palabra en el pecho. Los Guardianes y la adivina se habían convertido en muebles a estas alturas, tal era el caso que les prestábamos- Además, que yo sepa tú me has hecho más putadas que yo a ti.
-La vida no es justa, a tu edad ya deberías ir haciéndote a la idea.
-Ah, eso ya sí que no. No voy a dejar que sigas denigrando mis creencias sólo para hacerme sentir estúpida. O que me llames vieja; seré 13 años mayor, pero tu actual esposa te lleva una diferencia de más de 70.
-¿Y de dónde saco baza entonces si no me dejas usar la violencia?... Y no, no me voy a disculpar (eres tan predecible a veces…).
-Merezco una disculpa –hizo el gesto de poner las manos en jarras pero sin llegar a hacerlo debido a las quemaduras en estas, sacando pecho.
-Ni de coña.
-Eso es lo que tú te crees, cretino. Me merezco una compensación por la cantidad de cosas que me has hecho y yo no te devuelvo.
-Que también te he salvado… alguna vez.
-Oh, sí, claro. ¿Cuántas? ¿Una? –esta vez se cruzó de brazos.
Me di golpecitos en la barbilla intentando recordar. –Yo creo que más de una… ¡Ah, sí! ¡Le di una paliza a Kevin de tu parte! Y te ayudé a salir de la prisión de los vampiros.
-¿¡Vampiros, Nicole estuvo en el castillo de los vampiros contigo cuando atacamos!? –ni siquiera escuchamos la réplica del-que-se-hace-el-héroe. Yo le hice un gesto indicando que se largara.
-¡¡Arrojándonos por una ventana!! –siguió acusándome la Cucaracha.
-¡El caso es que te saqué, ¿no?!
-¡Es como cuando casi me lanzaste por una ventana!
-Perdona, pero nunca tuve intención de lanzarte, sólo pretendía asustarte con el vértigo. Y te tenía bien agarrada.
-¡Del cuello!
-El caso es quejarse… es que a veces te lo mereces… Ya no me arrepiento de “aquello”.
-¿El qué?
-Humm –mi voz y mis ojos se hundieron en las sombras-, mejor si no lo supieras.
Eso la hizo ponerse muy seria. -¿Qué fue lo que me hiciste, Alec?
No, por favor, Satanás, más preguntas directas no: -Te cambié las píldoras anticonceptivas por minimentos.
Nicole volvió a ponerse pálida. -¿Cómo que…? ¿¡QUE HICISTE QUÉ!?
-Sólo fue una vez que me cabreé mucho contigo… -le quité importancia a sabiendas de que iba a ser difícil.
Nicole casi empieza a echar espuma por la boca. Por supuesto, me dio un buen puñetazo.
-LAS PÍLDORAS DE UNA MUJER NO SE TOCAN, NI ANTES NI DESPUÉS DE LA MENOPAUSIA –gritó a los cuatro vientos olvidando lo ultra religiosos que eran allí y lo que esa información podría acarrearle. Las vendas sobre sus nudillos empezaron a colorearse de nuevo con sangre-. ¡¡Eso es imperdonable!!
-Ah. Joder, que estoy mal de los reflejos. Yo quería cabrearte entonces; que lo hagas ahora no me sirve para nada. Bueno, sí: para recibir más golpes –me sujeté el ojo dolorido.
-¿¿¡Y si me quedaba embarazada!?? CON LA MATERNIDAD DE UNA MUJER NO SE JUEGA.
El suero volvió a jugar en contra de mi voluntad: -Pues hubieras cortado con Kevin de todas formas y posiblemente habrías acabado siendo una de esas madres solteras con niñera que cuidan más su trabajo de oficina que a sus vástagos –respondí con demasiada sinceridad.
Para cuando quise darme cuenta… Esta vez perdí del todo el equilibrio y me di de bruces con la mesa que tenía al lado. Uno de los nudillos de la Cucaracha crujió estrepitosamente sacándonos una exclamación de dolor a ambos.
La sangre empezó a acumulárseme alrededor del ojo, la carne hinchada y caliente se humedeció de rojo. -¡Joder, en el mismo ojo no! ¡Aaaagh! –Me limpié la ceja partida con las mangas del pijama- ¿¡Tú sabes lo que duele esto!? ¿Ves como la mala leche te pierde? VIOLENTA.
La Cucaracha se sujetó el dedo roto contra el pecho, incapaz de aguantarse el dolor. -¿¡Tú sabes cómo me arruinaste las cosas en las que había sacrificado mi vida!?
-Vale, sí, los dos somos unos insensibles que nos puede el rencor y la mala leche.
-¿Y quién me hace perderme?
-Humm, ¿yo?
-Exacto. Te mereces todos los puñetazos que te dé.
-Posiblemente -Esta vez me aparté a tiempo, agarrándole la muñeca y doblándosela en un ángulo doloroso-. Pero no pienso dejarte que me los des por eso –me carcajeé.
-Te la estás ganando… -me advirtió, con un odio jocoso que entendí perfectamente.
-Es el suero; si por mí fuera, me callaba. De verdad.
-Como que no es lo que piensas.
-Claro que sí, precisamente por eso. De estar normal me lo callaría y no me metería en estos problemas, ya lo sabes.
-Debería haberte atropellado cuando pude.
-Pero no pudiste –me jacté con excesiva alegría. Ganándome otro nuevo golpe de rodilla que también intercepté. Nicole se revolvió y acabamos enzarzados sin que nadie nos pudiera separar por mucho que lo intentaron hasta que por un fallo mío de cálculo acabamos de morros contra el suelo. – ¡Ayyyyy, mierda, olvidé que tengo una pierna de menos! –me froté la espalda dolorida. -¿Haya paz? –pregunté jadeando.
Nicole apretó los puños y refunfuñó, atravesándome con la mirada. Albert había corrido para ponerla en pie ya que no nos había conseguido separar. -Haya paz. 
La miré, a sabiendas de cómo reaccionaría a continuación. Me puse erguido. -¿Mejor?
-Mejor –gruñó y suspiró muy seguido-. Pero ten por seguro que esto no queda aquí.
Reí de aquella manera atragantada y poco atractiva que era mi auténtica sonrisa. –Lo suponía. Mejor si vamos a por algo de hielo, presiento que lo voy a necesitar –cogí las muletas que la adivina me sostenía-. Buen derechazo, por cierto.
-Gracias –dio media vuelta hacia la cocina. Su tono sonó ligeramente más alegre, a pesar del dolor físico que le crispaba la cara-. Llevaba tiempo deseando dártelo.
Cruzamos una mirada. Sonreímos al unísono y empezamos a reír de nuevo. A estas alturas la reputación de Nicole había caído por los suelos definitivamente.
-Si en el fondo me quieres: soy tu deshago –reí mientras nos dirigíamos a las cocinas.
Ella suspiró con una sonrisa. –Entre Flor y tú me estáis volviendo loca, ese es el problema.
-Já, cómo que no te lo pasas mejor desde que me conoces.
-Anda, cállate. Aún no me creo que pueda quererte. Eres horrible. ¡Un dolor de muelas!
-No pongas los ojos en blanco y admítelo, te gusto porque soy tu horrible dolor de muelas. Tú misma lo dijiste.
-Cá-lla-te.
-Cállame tú.
Me echó una mirada de advertencia, haciendo verdaderos esfuerzos por no sonreír. -Capullo…
-Lo estáis deseando… -sonreía perversamente, dándole un pequeño toque con el pie en el trasero.
-¿Volver a pegarte?
-Sabes que te puedo.
Albert y Robert se pusieron en alerta, parecían cabreados. C.Lence, sin embargo, nos seguía a cierta distancia con esa sonrisa dibujada mientras nosotros volvíamos a empezar con las mismas:
-No si tengo a Flor de mi parte –se puso chulita.
La cogí de los hombros y la miré fijamente a los ojos con expresión de cachorrillo. Sentí el gruñido de Rob más que oírlo. –Flor, no ayudarás a esta tipa a pegarme, ¿verdad? (Te recuerdo que puedo rechazarte cuando me visites en sueños) –chantajeé.
-Bueno –interrumpió Albert, como voz del populacho guardianico-, ¿sabéis que esto que nos habéis estado ocultando es una traición?
-Sí, pero no lo hicimos por mala intención –así me gusta, Cucarachita, miente por los dos mientras yo no pueda-. Estamos dispuestos a redimirnos como sea necesario.
-Qué remedio –resoplé.
Albert cerró los ojos, considerándolo. Me miró directamente a mí; aún seguía consternado por nuestra última discusión y eso le hizo ser muy poco imparcial: –Creo que… lo hacíais para bien y tal vez haya sido así mejor. Podríamos pasarlo por alto… por esta vez.
-¿¡Qué!? –chilló el-que-se-hace-el-héroe.
-Si ellos consiguen solucionar sus problemas y que no afecte a las relaciones con la Orden… no tengo pega alguna. Pero aseguraros de arreglarlo, está claro que no podéis dejarlo así.
-¿Eh? Sí, lo haremos.
-No es tan fácil… Cada vez que lo hablamos acabamos peleando de esta manera.
-Eso os lo dejo a vosotros, no me obliguéis a llamar a Gin –dijo Albert a modo de despedida-. Rob, jura por tu alma que no hablaras de este tema con los demás.
-¡Pero…!
-Júralo. Ya les gritaras después, deja que se arreglen y mientras termina tu trabajo, te recuerdo que ya tendrías que estar preparado para una misión.
A regañadientes lo juró (no le quedaba otra, Albert era su jefe). Y, aún quejándose, consiguió que su hijo lo acompañara fuera.
Nicole se despidió de Albert con una mirada evidentemente agradecida por perdonárnoslo y de paso distraer al idiota del-que-se-hace.
C.Lence esperó un poco más para irse. –De nada –casi empezó a balancearse sobre los talones.
-¿Por jodernos vivos?
-Era ahora o dentro de 50 años, cuando el rencor os hubiera consumido, creí que preferiríais esta opción –se hizo la víctima y finalmente nos dejaron a solas.
Al principio nos quedamos en silencio sin mirarnos, un buen rato, pero estábamos acostumbrados y no era incómodo.
-Trae –le ordené para que me tendiera su mano- Por cierto –murmuré mientras recolocaba su dedo roto, con cuidado de no apretar demasiado de su carne quemada.
-¿Sí? ¡Ah!, gracias –la dejó sin aliento.
-Necesitas algún calmante.
-Desde que Flor está transformando mi cuerpo, ya apenas me hacen efecto –no me extrañaba.
-Siento curiosidad: ¿qué clase de putadas dices que tú me has hecho?
-Oh –apartó la cabeza sonrojada-, tonterías de críos: echarte sal en el café desde que estamos aquí por ejemplo.
-¿¡Eh!? Ya decía yo que ese sabor no era normal… Aunque no me importa, de todos modos le echaba kétchup para disimular el sabor…
-¿Le echas kétchup al café?
-Sí –claro, te lo estoy diciendo-, siempre llevo un bote encima (así me quito el problema de la comida con mal sabor).
-Ya me lo creo todo. ¿Y qué hacemos? Ellos tienen razón, aunque nos aguantemos así, se hará peor si no lo tratamos –sacó dos paquetes del congelador, uno para cada uno.
-No sé. Está claro que tú exigirás una manera que sea justa, y así es difícil que yo gane. Y si no gano, denegaré hasta que recules, pero no recularas porque eres una idealista cabezota y así hasta el fin de nuestras vidas.
-Hummm, bonito resumen. –Miramos hacia los fogones solitarios de la cocina un buen rato- Espera –La Cucaracha se levantó de donde estábamos y al cabo de un rato volvió con una libreta, la abrió y me la tendió junto con el botón del boli que también traía. –Escribe por mí; aun no puedo sostener el bolígrafo lo suficiente para escribir. Me quemé las manos por salvar a alguien –añadió mordazmente.
Puse los ojos en blanco pero lo cierto es que me divirtió. Tomé los utensilios y tracé una tabla en la hoja en blanco encabezada con nuestros nombres, tal como me pidió. Alcé una ceja hacia ella.
-Hagamos un ajuste de cuentas.
-¿Ojo por ojo? –Me aparté el paquete de guisantes congelados de la cara- Sí, es el sistema más antiguo del mundo para los negocios, supongo que podría valer. ¿Valdrían otro tipo de compensaciones, es decir, equivalentes, cosas que no sean exactas?
-Sí, así mejor. A Flor también le parece bien.
-¿Y eso te basta?  -mi expresión fue sinceramente sorprendida.
Nicole guardó silencio y finalmente soltó el aire contenido.
-Es lo mejor que tengo…

viernes, 7 de septiembre de 2012

<<#5: Aceptar las cosas como vengan>>




Cuando me arrastraron hasta aquella habitación no hubiera podido imaginarme a lo que me enfrentaría: mi juicio. Un juicio a puerta cerrada nada más y nada menos.
La sala era circular y con palcos, como en la que estuve en la antigua base de los Guardianes, pero mucho más pequeña. No necesitaban más espacio; allí sólo estaban las altas esferas de la Orden: unas quince personas que me miraban desde lo alto, yo arrodillado y ellos sentados en sillones de terciopelo, ocultos bajo capas de ricas telas de oro. No podía distinguir sus caras, la luminosidad era demasiado fuerte y me hacía guiñar los ojos. En lugar de optar por la oscuridad para conseguir una escenografía tétrica, habían tenido en cuenta la visión nocturna de los demonios con demasiado acierto. Incluso a través de mis gruesos parpados sentía la intensidad de los focos que me alumbraban.
Me distraía el dolor de mis pupilas reducidas a la inexistencia. Y para colmo de males no había preparado nada que decir, esto era un escenario angustioso y sofocante para mi obsesión por la planificación. El descontrol al que había sido conducida toda mi existencia parecía sacada de una de mis pesadillas.
Pero más que molesto estaba exasperado.
Según me explicaron brevemente, allí me harían unas pocas preguntas y entre aquellas personas decidirían mi futuro. Entonces se oficiaría un segundo juicio en el que el resto de Guardianes podrían asistir, opinar y yo expresar mi defensa; y con esto se haría efectiva la decisión de la primera reunión o no. Pero por supuesto, no marchaba demasiado bien para mi pellejo.
Apenas hablé. La Orden enseguida se puso de acuerdo:
-Debido a los actos cometidos por el acusado, así como su valor y peligrosidad para la Orden, esta santa congregación ha decidido que el acusado podrá optar a la internación en la prisión 39 o su condena a muerte.
No había cabida para mi liberación, era obvio.
Conocía la prisión 39; tras su famoso episodio de locura y destrucción, Yell estuvo interno en una de sus celdas (que él describió como profundas pozas donde no circulaba el aire) por más de medio siglo y me habló de lo que allí solía acontecer. Era el mayor tugurio jamás construido donde mantenían a los prisioneros mágicos durante siglos enteros, apenas dándoles lo necesario para subsistir, y dejando que estos se fueran pudriendo lentamente en su mugre, almacenados como si fueran simple stock, material que utilizar o no. Pero que te sacaran de allí era incluso peor, pues tu suerte estaba clara: te usarían para pelear contra los Guardianes en entrenamientos, como si fueras las bestias de un circo, o te llevarían a los laboratorios de Dande.
No soportaba la idea de mantenerme encarcelado más años o acabar de nuevo bajo los bisturís de Dande (o, mejor dicho, sus alumnos). Era demasiado horrible la simple idea, de modo que lo único que quedaba era…
-¿Cómo sería mi ajusticiamiento?
-Decapitación.
Mi reacción corporal fue automática, escuchar la palabra y tragar saliva. Pero sería una muerte rápida reservada a muy pocos, no podía pedir más; me dije complacientemente.
-La vista con público se realizará el próximo 30 de Octubre –sentenció uno de los Guardianes, golpeando su mesa con el gran mazo.

***

Golpeé con los nudillos para llamar a pesar de que ya había abierto la puerta. Albert estaba sentado frente a su despacho, con la cara entre sus manos. No lloraba, pero me dio la impresión de que no le faltaba demasiado, lo cual lo volvió muy incómodo.
-Me dijeron que viniera a verte –anuncié aún desde fuera.
Albert tardó en responder y, cuando por fin lo hizo, fue ligeramente acelerado, tomando mucho aire de golpe para tener suficiente energía; le costaba mantener la normalidad. –Sí, claro, pasa, siéntate. –Obedecí y me dirigí hacia la silla que me señalaba.
-Me llamas por el juicio –deduje de su mirada esquiva.
-Sí, me lo acaba de contar un amigo –Albert colgó el teléfono que aún llevaba en la mano.
-Creí que estarías, ya que eres un efectivo importante y ese rollo.
-Yo también, pero parece que se aseguraron de no avisarme para que no me presentara… -una vena de rabia se le marcó en el cuello igual que ocurría en su hijo.
- Supongo que están recelosos. Empiezan a sospechar que eres un corrupto, oí cómo el Cardenal Marcus se lo preguntaba a Robert.
-¿El Cardenal Marcus? –dio un respingo inesperado. En el acto su rostro se llenó de sombras-: Mantente alerta y lo más lejos que puedas de él, ese hombre es como Spencer Dande.
-Te doy por seguro que no le tengo ningunas ganas ni esperanzas a hacer picnis en el campo con él.
Albert volvió a quedarse mudo y con la mirada huidiza. Al final me aburrí de aquella espera: -¿No me ofreces una copa de ron? La última vez que quisiste hablar de algo “serio” me diste de beber, y digo yo que me habrás hecho llamar por algo más que advertirme sobre el Cardenal.
-Tienes razón –abrió el cajón de su escritorio y sacó dos copas-. Pero esta ocasión solo tengo Brandy que ofrecerte.
-Puedo conformarme. Bueno, adelante, suelta tu tostón, supongo que el alcohol lo hará más llevadero… -suspiré exageradamente para incordiarlo, pero si lo consiguió, no lo demostró-. Quieres habar sobre el juicio, termina pronto.
-No permitiré que te maten.
Di un trago silencioso, aguantándole la mirada. –Ah.
-¿Tienes... intención de defenderte en tu próximo juicio?
-No, así se hará más rápido. Y me ahorrara trabajo. Saber que moriré lo simplifica todo mucho.
Mi respuesta lo alteró sobremanera, tanto que le costó controlar su voz. -¿Ya has elegido sentencia?
-Muerte; no iré a la cárcel.
-Si al menos elijes la cárcel…
-¿Sobreviviré?
-¡Sí! Podría darnos tiempo a que te saque, diré que te necesito para alguna misión o…
-O puede que acabe de nuevo en los laboratorios de Dande. La cárcel o los laboratorios son dos opciones sobre las que no me harás cambiar de idea; las evitare a toda costa –mi tono fue demasiado duro y directo. Pareció golpearlo en punto blando.
-Creí que una vez aceptaras la medicación, mejorarías y que ya habrías abandonado esas ideas del suicidio. -No había ninguna pregunta directa, de modo que no dije una palabra. La desesperación se dibujó bajo sus ojos en forma de arrugas que no había advertido hasta entonces. -¿No hay nadie que pueda hacerte cambiar de idea? –Me encogí de hombros mirando hacia otro lado-. ¿Si hablara con Lena…?
Rápidamente volví a mirarlo con odio refulgiendo en los ojos. –Deja ese tema tranquilo y sepultado; ya habéis removido bastante.
-¿Por qué, hijo?
-Porque duele –me puse en pie golpeando la mesa con las manos estrepitosamente-. Y no me llames “hijo”. Llegas dieciocho años tarde como para que soporte tales pretensiones por tu parte.
-¡Papa! –el inconfundible gritó lloroso nos saco de nuestra ensoñación. La puerta se abrió de golpe, haciendo que nos girásemos hacia ella con actitud defensiva.
Gigi entró tropezándose con todo (y con todo incluyo el mismísimo aire).
-¡¡Papa!! –volvió a gritar. Cuando lo encontró tras el escritorio, sus ojos se abrieron mucho. Eran como el mercurio líquido, sin apenas pupilas y brillantes, muy brillantes; apenas se veía en ellos rastro de su verdadero color dorado. El chico temblaba con fuerza. Corrió y abrazó a Albert con su pequeño cuerpo convulso-. ¿¡Está bien!? –Albert asintió mientras él no dejaba de preguntar histérico. No me atreví a intervenir; tampoco quería.
Albert lo apartó cogiéndolo por los hombros (es admirable lo fácil que parece cuando lo hace él, ¡si ese canijo es peor que los envases al vacío!).
-Gigian, explícate. ¿Qué ocurre?
Albert siguió exigiendo a su hijo que hablara.
-Lo vi muerto, padre, estaba usted muerto –lloriqueó.
-Ahora estoy bien, Gigi. Mírame, estoy aquí, así que sé un hombre y no llores. ¡Que alguién llame a C.Lence!
-No es necesario, ya estoy aquí –nos giramos en redondo para mirarla, allí parada con su abrigo beige en la puerta. A buenas horas… Se acercó sin prisa alguna y me echó una larga mirada.
Por la puerta llegó corriendo alguien más; ModositoMan y otros Guardianes a los cuales conocía, pero caras olvidé. Los Guardianes cercanos se habían puesto en alerta y venían a cotillear.
-Gigian…
-Ha sufrido una fuerte visión, lo sé –asintió aquella supuesta adivina que siempre se mete de por medio pero cuando la necesitas, ni rastro de ella.
-Tal vez debería alguien avisar a su madre –murmuró alguien. Pero automáticamente fue reprendido por otra voz de la multitud: -La señora Karen Kensington se encuentra en Estados Unidos, aunque la llamáramos…
-Estaba atravesado con la espada de la familia –exclamó entonces el Canijo Llorón-, padre, estaba en tierra santa pero aún así no fue suficiente, empezó a arder y entonces… El Arma de Dios de nuestra familia obedecía a quién lo asesino, padre, eso es que… -los labios le temblaron. Eso quería decir que un Kensigntom mataría a Albert. Las lágrimas sólo lograban que el plateado de sus iris refulgiera con más fuerza. Fue evidente la fuerza de voluntad que tuvo que usar Albert para no expresar asco al mirar directamente a su propio hijo. Era tan obvio que hacía daño; sentí cierta ¿compasión? por Gigi. ¿O era comprensión?
No lo sé, el caso es que me pareció un buen momento para huir de allí. Me hice paso entre los Guardianes que se habían acercado al escuchar el llanto.
No quería ser partícipe de aquel espectáculo.
Por mí genial si Albert moría, ojalá lo hiciera antes que yo para poder presenciarlo.